17 de febrero de 2016

¡Cuidado!

  Aunque es cierto que no dispongo de tiempo material para compartir cada día con vosotros éste comentario de Evangelio, no he querido dejar pasar la oportunidad de comunicaros el horror que se ha vivido estos días, a través de comentarios y actos blasfemos. Os recuerdo que, con la Ley en la mano, tenemos el derecho y el deber de defender nuestras creencias religiosas y que éstas sean respetadas. Ridiculizarlas, agredirlas o vilipendiarlas, no es un acto de libertad de expresión. Si alguien hace un comentario gratuito sobre una persona, atacando su dignidad y menospreciando su identidad, puede ser denunciado porque tiene todo el derecho a ser y creer lo que quiera. Y parece que esta cuestión esta clara para todos, salvo cuando se trata de la fe de los creyentes. Sólo hemos de recordar hasta donde llegó el odio de Hitler al pueblo judío, o la masacre de los católicos -por el hecho de serlo- en la España del 36. Si las cosas no se paran a tiempo, pueden convertirse en un terrible holocausto. Qué gracia que todos esos "valientes", que se atreven a herirnos en nuestras creencias, luego sean tan cobardes en sus comentarios sobre el Islam.

  Pero lo que en realidad quiero dejaros claro, es que ha llegado el momento de defender pública y privadamente lo que conforma nuestra identidad: porque todos los bautizados lo que primero somos, es Iglesia de Cristo. No consintáis que delante vuestro se tome en vano el nombre de Dios; que se le insulte, que se le menosprecie, Creo que no lo permitirías si el sujeto en cuestión fuera vuestro padre, madre, esposa o hijos. Pues bien, ese Dios es en realidad tu Padre, tu Madre, tu Hermano; es Aquel que murió por ti loco de amor. No permitas que le hagan daño ¡defiéndelo con tus palabras, con tus actos, con tus proyectos! Denunciemos, unámonos en colectivos que sean fructuosos, defendamos nuestros derechos y salgamos de nuestra tibieza. El Señor siempre ha querido necesitarnos, lo sabes bien, para transmitir su Palabra, para compartir sus Sacramentos. Ahora, nos quiere valientes para demostrar que ser cristiano no es ser un pusilánime; nos necesita preparados para contestar las cuestiones, cargados de paciencia para no entrar batallas violentas, y dispuestos a usar todos los medios legales que tenemos a nuestro alcance, para multiplicar las acciones que defienden nuestra razón de ser.

  Y sobre todo, esgrimamos nuestra mejor arma: la oración. Porque en ella, es Cristo el que se une a nuestra fuerza y, con Él, todo es posible. Tal vez sea necesario pasar por este dolor, para reafirmarnos y unirnos más al Señor al lado de nuestros hermanos. Radicalizar a los hombres, no es bueno; y parece que la historia no les ha enseñado nada. Es allí, en el sufrimiento, donde las personas se crecen y se labran los mártires. Oremos los de aquí y los de allí, que somos uno en el Hijo, para que nadie ataque lo que es sagrado para nosotros: nuestra fe. Esa es la primera muestra de madurez social y realidad democrática. Lo otro, es otra cosa nefasta y distinta: es la dictadura de la sinrazón y la falta de respeto. La exclusión del derecho más íntimo. ¡Cuidado con lo eliges! Luego no vayas a pedirle milagros a Dios y le culpes de nuestras desgracias.