31 de marzo de 2013

Gracias a todos los que me habéis felicitado la Pascua. Que el Señor resucitado os llene de gozo, paz, amor, felicidad y, sobre todo, valor para transmitir su mensaje. Buena Pascua a todos.

30 de marzo de 2013

¡Hoy es un día especial!

Evangelio según San Lucas 24,1-12.


El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea:
'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'".
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.



COMENTARIO:

 
  ¡Qué maravilla este evangelio de Lucas! Leerlo debe ser, para cada uno de nosotros, la confirmación de que nuestra fe no está basada en conjeturas, sino en el testimonio –en un principio- de unas mujeres con nombre y apellido. Mujeres que eran conocidas entre los suyos; vecinas de sus vecinos, que seguían al Señor por los caminos de Galilea. Esas mujeres valientes y decididas que soportaron, al lado de la Virgen María, todo el proceso de la Pasión; que acompañaron a Jesús hasta el último de su vida y que están dispuestas, muy de mañana, a regresar al lado de su Señor, pese a quien pese, para terminar de ungirlo con el amor y el respeto que mandaban las prescripciones judías.

  Veréis que Lucas, entre los Sinópticos, es el que refiere con más detalle el anuncio de la Resurrección y las apariciones de Jesús; y, como todo el resto de evangelistas, en ningún momento intenta ocultar la duda que gravita entre aquellos primeros discípulos sobre la realidad sobrenatural de la resurrección. Para ellos, como para nosotros, aceptar un hecho que trasciende los límites de la razón, no era fácil; por eso “los dos varones” que custodiaban la tumba del Maestro, les recuerdan que la muerte de Jesús estaba ordenada a la Resurrección. Qué, justamente, esa Resurrección es el complemento y el sentido de toda la obra de la Redención; porque así como Cristo se entregó a su Pasión y muerte con todos los males, para librarnos del mal, de modo semejante fue glorificado con su Resurrección para llevarnos a todos al Bien. Que para comprender el final, hay que conocer el principio; y que nadie puede dar testimonio de su fe si ignora completamente su historia: porque la Luz del Sábado tiene su origen en la oscuridad del Viernes.

  A mí, como mujer, me sigue impresionando este evangelio que manifiesta que el Hijo de Dios escogió a las mujeres como a los primeros testigos de su Gloria; a ellas, que habían sido los últimos testigos de su “fracaso”. Unas mujeres que, cuando casi todos huyeron, permanecieron fieles y valientes al lado de su Señor. Este debería ser un ejemplo para todas nosotras; para todas aquellas que un día de nuestra vida decidimos responder afirmativamente a la llamada de nuestro Dios. Cada una desde su lugar en la sociedad; sin cambiar de estado ni de posición, pero todas dispuestas a transmitir la Verdad del mensaje cristiano y acercar a Jesús a todos nuestros hermanos. Todas dispuestas a manifestar al mundo que en un día como hoy, hace dos mil años, Cristo resucitó, devolviéndonos la vida que perdimos a través de la desobediencia y la soberbia de una primera mujer, que no estuvo dispuesta a seguir a su Señor. Esa mujer fue Eva, la primera en ceder a la tentación diabólica  y apartarse del lado de Dios. En cambio, ahora, es como si Dios hubiera querido hacer resarcir a la mujer en su dignidad, demostrando al mundo que ellas han permanecido a su lado y han sido las primeras en anunciar su Resurrección dando testimonio de Él.

  Hoy es un día especial, el más grande para todos los creyentes: hombres y mujeres, pequeños y grandes, sanos y enfermos. Hoy nuestra fe cobra sentido en un Dios que nos devuelve a la vida divina, venciendo al pecado cuyo rédito era la muerte eterna. Hoy el cielo es más azul, el sol brilla más y la esperanza deja de serlo porque vislumbramos la Gloria del Señor. Hoy tenemos la certeza histórica, corroborada por aquellas mujeres que como nosotras vivían en la creencia del mensaje divino, de que el Hijo de Dios ha resucitado. Y muchos de los que dieron su testimonio en el Evangelio, lo avalaron con sus vidas muriendo en el Circo Romano. Hoy es el día en el que tú y yo sabemos que seguimos al Maestro de la Vida, del Amor y de la Verdad; hoy se han cumplido las Escrituras. Hoy debe ser el final de nuestra duda y el principio de esa realidad  que descansa en la Palabra de Jesús de Nazaret.

¡Señor, soy tuyo!

Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42.

Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?".
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy".
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?".
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron:
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?".
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena".
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!".
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo".
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?".
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata".
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey".
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César".
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está".
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.



COMENTARIO:

 
  Este Evangelio de san Juan, largo y detallado, nos tiene que servir para meditar con detenimiento los momentos más importantes de nuestra identidad como cristianos. Ha llegado el momento para Jesús de manifestar con hechos, lo que tantas veces nos ha transmitido con palabras: que por amor a los hombres, el Señor va a unir su voluntad a la del Padre, entregándose al sufrimiento y ofreciendo todo aquello que su Humanidad Santísima ha podido valorar. Nada quedará en Él ni para Él: el abandono, la soledad, la injusticia…Todo entregado, hasta la última gota de su sangre, como rescate para que cada uno de nosotros recupere la vida que perdió al someterse al pecado.

 
  El evangelista nos especifica cada momento y circunstancia importante que debe ser, para nosotros, ejemplo y acicate  en nuestra vida de fe. Comienza con el primero de los cinco escenarios en los que va a acontecer la Pasión del Señor. Es en el Huerto de Getsemaní, al otro lado del torrente Cedrón, donde van a prender a Jesús. El texto evoca el salmo 56: “Retrocederán mis enemigos el día que yo invoque” y es en esos momentos donde los soldados caerán a tierra, observándose con claridad la majestad de Cristo, que no se deja prender, sino que se entrega libre y voluntariamente para cumplir la misión redentora que el Padre le ha encomendado. Aquí ya tenemos uno de los primeros puntos de meditación importantes para esta Semana Santa: Hay que aceptar la voluntad de Dios con la docilidad con que Jesús aceptó su Pasión. Cierto que a veces da miedo, y que solos no podremos; pero con la Gracia de los Sacramentos que Jesús ganó para nosotros en la Cruz, nada podrá detenernos.

 
  El segundo escenario de la Pasión es la casa de Anás. Jesús llega atado, como atado fue Isaac para ser ofrecido en sacrificio. Llega sumiso y preparado para defender que su predicación ha sido pública y notoria; por lo que todos han podido escuchar sus palabras y contemplar sus milagros, y que si siguen atribuyéndole algo oculto y siniestro es porque sus ojos y sus oídos están cerrados a la verdad de Dios. Hoy sigue ocurriendo lo mismo. La Iglesia es perseguida y ridiculizada, porque los hombres siguen sin querer aceptar la Palabra que les afrenta a su forma de ser, de vivir, recordándoles que, por más que quieran, no son señores de sí mismos sino criaturas dependientes del amor de Dios. Aunque Juan narra con más brevedad que los sinópticos las negaciones de Pedro, es éste capítulo un bálsamo para todos aquellos cristianos que, como el Apóstol, caemos un montón de veces y, como él, nos levantamos arrepentidos para entregarle nuestra debilidad al Señor y así poder caminar, junto a Él, hasta asirnos al madero –si esta es su voluntad- compartiendo su destino. Ese destino que Jesús nos tiene preparado y que, sea el que sea, con su Gracia seremos capaces de cumplir.

 
  El tercer escenario que nos encontramos es el proceso que tiene lugar ante Pilatos y al que Juan le da un mayor relieve. Es aquí, ante el rechazo de los judíos y la cobardía del Pretor romano, donde Cristo reconoce que Él es Rey. Un rey que aceptará con sumisión una corona de espinas, un manto púrpura y un maltrato inimaginable; porque su realeza no es de este mundo, sino que pertenece al Reino de la Verdad, la Vida, la Santidad y la Gracia. Porque Éste es el verdadero Rey que da su vida para salvar la de sus súbditos; que la entrega para liberar a sus miembros de la muerte eterna. Y en su horror se manifestará la grandeza del Hijo de Dios que asume todo el sufrimiento para la redención de nuestros pecados. Hace notar san Juan que a la hora que condenaron a Jesús, era la hora en la que se inmolaba el cordero pascual en la fiesta judía; evidenciando el paralelismo existente entre el sacrificio de la Pascua y el que tendrá lugar en la Cruz. Sí; Jesús es condenado porque Pilatos, como muchos de nosotros, ha cedido al chantaje de la mayoría y no ha sabido salir en defensa del Maestro. Aquí, cada uno, debe hacer un examen de conciencia preguntándonos cuantas veces hemos recurrido, como el Pretor,  a la prudencia para evitar posibles dificultades, enviando al Señor otra vez a la muerte por nuestros pecados. Es hora, en esta Semana Santa, de prometerle al Señor que nunca más volveremos a traicionarlo; que nunca más volveremos a tener miedo o vergüenza de gritar con fuerza que es nuestro Rey, nuestro Dios y nuestro Hermano.

 
  Aquí tenemos un cuarto escenario de este drama divino que estamos viviendo, y es el del Calvario. Ese lugar, una antigua cantera en forma de Calavera a las afueras de Jerusalén, donde culminará el doloroso camino de Nuestro Señor Jesucristo, que va arrastrando la cruz sobre su espalda llagada. Esa Cruz pesada, que destroza los hombros del Maestro y, que sólo en un corto espacio de tiempo, encontrará a alguien que quiera compartirla con Él. Cada uno de nosotros debe ser, como Simón de Cirene, ese costalero dispuesto a repartir sobre sí  el peso redentor de la cruz de Cristo. Cada uno de nosotros debe, por amor, asir con fuerza su sufrimiento y uniéndolo al del Hijo de Dios, hacernos uno por amor a Dios. Cada uno de nosotros debe ser otro Cristo con Cristo en el dolor de la crucifixión.

 
  Y es ahí, en la escena de la crucifixión, donde se recapitula y condensa la vida y la doctrina de Jesús. Aquí la túnica no rasgada simboliza la unidad de la Iglesia naciente. Las palabras del Señor a María Santísima, declarándola como Madre espiritual de todos sus hijos representados en el discípulo amado, la introducen de un modo nuevo en la obra de la salvación que en esos momentos recibe su culminación. El agua que brota del costado de Cristo, como símbolo de los creyentes que se incorporarán a la Iglesia, a través de las aguas del Bautismo, que los limpiará del pecado original; de ese costado amoroso donde surgen los Sacramentos cristianos que nos introducirán en la vida divina recuperada por el sacrificio de Nuestro Señor. Allí, en esa Cruz de madera termina el relato de la Pasión donde Juan evoca, recordando un texto profético de Zacarías, que la promesa divina de la Redención se ha cumplido en la salvación realizada por Jesucristo.

 
  Pero todavía queda un quinto escenario que para nosotros tiene una relevancia especial. Es en estos momentos terribles, donde parece que Cristo ha sido vencido, donde el sacrificio del Señor comienza a dar sus frutos y aquellos que tenían miedo se confiesan, con hechos y valientemente, discípulos de Jesús. Cuidan del Cuerpo muerto del Maestro con extremada delicadeza y generosidad, dando lo mejor de sí mismos y de lo que tienen, para intentar responder a ese Amor que ha dado testimonio de  su palabra con la coherencia de su cruz. Como José de Arimatea, tú y yo debemos sacudirnos el miedo, la vergüenza y la pereza. Debemos poner lo poco que somos al servicio de Dios y repetir, mirando el Cuerpo ensangrentado de Jesús que yace en los brazos de su Madre: ¡Señor, soy tuyo! Y si Tú me dejas y me ayudas, lo seré siempre; en cualquier tiempo y lugar, en cualquier momento y condición.


29 de marzo de 2013

¡El secreto de la Felicidad!

Evangelio según San Juan 13,1-15.

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.



COMENTARIO:


  Con este evangelio de san Juan, nos adentramos en aquellos capítulos que van a ofrecernos la revelación que Jesús hizo a sus discípulos –y en ellos, a todos nosotros- en la intimidad de la Última Cena. Veremos, si lo comparamos, que Juan relata algunos hechos que, para  él, son de gran importancia; mientras que son omitidos por los otros evangelistas. Esto no debe extrañarnos, sino muy al contrario, ya que es la clara manifestación de que el mensaje de Cristo es interiorizado por cada uno de sus oyentes, llegando las palabras divinas directamente al corazón, expresándolas cada uno con un lenguaje personal que permite descubrir los distintos matices de ese mismo mensaje.
Por eso el evangelista, que hasta este momento nos ha hablado del especial relieve que tenía el Maestro como “Luz” y “Vida”, añade una palabra clave que da el sentido definitivo al Ser del Hijo de Dios; y esa palabra es, “Amor”. Si; porque solamente en el amor pueden entenderse los terribles sucesos se van a desarrollar en los días venideros.


  El capítulo comienza cuando señala el evangelista la importancia del momento; de ese momento pascual que, como comentábamos ayer, conmemoraba la liberación de la esclavitud del pueblo hebreo de la opresión a la que los tenía sometidos el Faraón de Egipto. Esa Pascua que era figura de la obra que Jesucristo ha venido a realizar: la redención de los hombres de la esclavitud del pecado, mediante su sacrificio en la cruz.
Este hecho, al que los hombres tristemente ya nos hemos acostumbrado, debería conmovernos hasta lo más profundo de nuestro corazón; porque ninguno de nosotros ha compartido jamás un amor tan grande que esté dispuesto a morir por nosotros, para que nosotros recuperemos esa Vida que no tiene fecha de caducidad. Y la recuperamos, porque Cristo muere por nuestros pecados y resucita a la Gracia divina que nos transmite en el sacramento bautismal. El Señor nos ha conseguido, al precio de su sangre, la fuerza para elegir por amor compartir la vida con Él, recuperando la verdadera felicidad.


  Es en estos momentos que preceden a la Pasión donde Jesús, que sabe lo que va a ocurrir, transmite a los suyos con un tono especial de confidencia y amor, la plenitud del significado de toda su misión. De su corazón misericordioso surge toda la riqueza de sus recuerdos y la novedad de sus actos y preceptos que nos servirán para meditarlos a lo largo de nuestra vida.
Su Última Cena es una cena testamentaria, donde el amor y también la tristeza, nos revelan las promesas divinas; y en ella, fluye en Jesús una conversación dulce, tensa y cargada de confidencias donde les recuerda, con hechos, que los amará hasta el fin. Ese fin que no terminará con su muerte, sino que será el principio de su Resurrección gloriosa, plasmado en un amor infinito que no terminará jamás.


  Y ese amor de Cristo tiene una expresión específica que los hombres olvidamos con mucha facilidad: la del servicio. Por eso, para que no queden dudas de cual es la definición más clara del que ama, Jesús se humilla ante los suyos realizando una tarea que era propia de los esclavos, haciéndose esclavo de los hombres por un amor sin medida que le llevará a la entrega total de Sí mismo. Y eso es lo que nos pide a cada uno de nosotros, que nos hemos declarado dispuestos a seguir al Señor; eso es lo que le pide a su Iglesia, porque sólo se puede reinar en la tierra si somos capaces de servir con la madurez espiritual que nos exige el compromiso cristiano.


  Toda la vida del Señor ha sido ejemplo de servicio a los hombres, cumpliendo la voluntad del Padre hasta su muerte en el Gólgota; y el Maestro nos asegura que, aunque este servicio desinteresado siempre implique sacrificio, encontraremos en él la verdadera felicidad que nadie va a poder arrebatarnos. Esa felicidad que surge del amor que aleja del corazón el orgullo, la ambición y los deseos de predominio. Esa felicidad que sólo descansa en la entrega de nosotros mismos a la voluntad de Dios.

28 de marzo de 2013

¡No vendamos nuestra alma!

Evangelio según San Mateo 26,14-25.


Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?".
El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'".
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?".
El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo tiene varios puntos de meditación importantes para nosotros. Ante todo observamos como Judas –uno de los apóstoles- decide vender a su Señor  por unas cuantas monedas de plata. Y esa traición nos llena de espanto el corazón, sin darnos cuenta que muchas veces nuestras actitudes son similares a las que tuvo el Iscariote frente a los miembros del Sanedrín que reclamaban, para causarle un mayor dolor al Maestro, que esa infamia surgiera de unos de los amigos que había compartido con Él muchos de los momentos importantes de su misión.


  Cada uno de nosotros, a través del Bautismo, hemos sido hechos hijos de Dios en Cristo. Cada uno de nosotros, libremente, hemos decidido seguir los pasos del Señor como discípulos suyos. Y es precisamente esa circunstancia la que consigue que, cuando actuamos con deslealtad hacia Jesús, su corazón misericordioso se inunde de un profundo dolor ante la traición conferida. Por eso el diablo tiene tanto interés en que seamos nosotros, aquellos que hemos caminado al lado del Maestro, los que seamos capaces de abandonar su cercanía por un puñado de dinero; por una pasión sin sentido; por una seguridad económica o una buena posición social. Olvidamos con facilidad que lo que llevó a Jesucristo a que lo cosieran a un madero, fueron nuestros pecados; esos que volvemos a repetir como si estos dos mil años no nos hubieran enseñado nada.


  Como Judas, permanecemos impasibles mientras la sociedad vilipendia, menosprecia y ridiculiza al Rey de Reyes; al amigo fiel que, por amor, dio su vida para liberar la nuestra. Hemos sido capaces de traicionar a nuestro Dios, por un plato de lentejas.
Creo que en estos momentos sería bueno que todos nosotros hiciéramos un examen de conciencia para calibrar por cuantas monedas hemos sido capaces de vender nuestra alma; ese lugar donde reside el Señor, cuando estamos en Gracia. Y espero que de esta meditación surja el firme propósito de ser apóstoles dispuestos a acompañar al Maestro hasta el fin, desoyendo las voces que nos recomiendan vivir con esa comodidad que es fruto de entregar, otra vez, a Jesús en manos de las hordas del mal para ser de nuevo crucificado, consintiendo en el pecado.


  Otro punto del Evangelio que san Mateo ha querido que tengamos en cuenta, es que Jesús ve llegada su hora en la fiesta de la Pascua; y esa circunstancia no es gratuita ante el significado que tenía para todos los israelitas  esta celebración.
En la Pascua se conmemoraba la liberación de la  esclavitud que los judíos sufrieron en Egipto y que consistía, siguiendo las prescripciones de Moisés, en la inmolación de un cordero sin defecto que debían comer por entero en la comida de acción de gracias.
También se servían los Ácimos, que eran unos panes sin levadura que se ingerían durante siete días, en recuerdo del pan sin fermentar que los israelitas tuvieron que tomar al salir apresuradamente del país vecino.


  El Señor va a desvelar perfectamente, con su muerte y su resurrección, el verdadero sentido de la fiesta pascual. Ha llegado el momento definitivo en el que el hombre será liberado de la peor esclavitud a la que puede estar sometido: el pecado y la muerte eterna.
La humanidad de Cristo en la cruz, donde estamos representados todos nosotros, va a morir por el pecado y resucitar a la Gracia. Por ello la vida divina correrá por nuestra alma y nos permitirá unirnos, si queremos, a Dios para vivir junto a Él eternamente. El pecado ha sido vencido y con Jesús, que se nos entrega como alimento en el pan eucarístico, recuperaremos la fuerza para luchar por nuestra dignidad perdida.


  En esta Alianza definitiva, el Cordero sin mancha, del que tanto nos hablaron las Escrituras, será llevado mudo al matadero; y Jesucristo se ofrendará, porque quiso vivir su Pascua, para que tú y yo podamos vivir la nuestra. Podemos, por nuestra libertad, vivirla de espaldas a Dios, pero me parece increíble que ante esta incalculable muestra de amor seamos capaces de acallar el grito de la historia que clama en nuestros oídos y en nuestro corazón.

26 de marzo de 2013

¡Caemos, pero nos levantamos!

Evangelio según San Juan 13,21-33.36-38.


Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".
Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería.
Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús.
Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere".
El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?".
Jesús le respondió: "Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato". Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.
En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: "Realiza pronto lo que tienes que hacer".
Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto.
Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que hace falta para la fiesta", o bien que le mandaba dar algo a los pobres.
Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche.
Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él.
Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'.
Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás".
Pedro le preguntó: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti".
Jesús le respondió: "¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces".



COMENTARIO:


  En este Evangelio de Juan observamos, entre otras cosas, el anuncio de la traición de Judas. El Señor le ofrece un bocado como muestra de amistad e invitación a enmendar sus perversas maquinaciones; pero Jesús  también sabe que el diablo ha entrado en el corazón del apóstol y que todo lo que haga será inútil. Aún así, porque confía plenamente en la libertad del hombre que puede luchar hasta el final, le ofrece esta oportunidad que Judas desprecia.


  El pan que recibió como muestra de amor, lo recibió para su perdición. Porque como ocurre muchas veces, en todos los tiempos y lugares, el ofrecimiento de la bondad divina a través de la vida de la Iglesia, donde recibimos y compartimos la Gracia sacramental y los dones del Espíritu, es recibido como malo por aquellos que tienen una mala disposición interior.


  Judas se había abandonado completamente a la tentación diabólica y Satanás había conseguido que fuera incapaz de percibir estos últimos detalles de amor que el Maestro le demuestra para que luche con Él, y así librarse del horror de sí mismo: del pecado. Y en su ceguera, no consigue reparar en la delicadez con la que Jesucristo le lava los pies y se los seca; en como le reprocha, sin acritud, censurándole con discreción intentando ganar su corazón; como le honra comiendo con él y como le abraza para que note su grata presencia que lucha por fortalecer su voluntad. Pero todo es inútil; porque como dice el Evangelio “era de noche” y las tinieblas del pecado parecían imponerse en oposición a la verdadera luz de Cristo.


  Jesús les recordará que la oscuridad dará paso a la glorificación cuando sea exaltado en la Cruz, subrayando que su muerte será el comienzo de su triunfo. Y esa es la esperanza que debe gobernar nuestra vida y que Judas olvidó: aunque hayamos caído en las garras del mal, el pecado ha sido vencido y en el sacramento de la reconciliación, donde recibimos el perdón, volveremos a ser uno con Cristo.


  El Evangelio también resalta, frente a la traición de Judas, la sencilla y sincera disposición de Pedro de seguir al Señor hasta la muerte. Surge del interior del Padre de los Apóstoles ese entusiasmo ardiente, más fruto del sentimiento que de la firmeza de la voluntad. Pedro no está preparado todavía y Jesús se lo recuerda con el anuncio de los hechos que tendrán lugar unos días más tarde. Por eso, cuando Simón haya adquirido esa fortaleza que surge  de la humildad ante los errores cometidos; cuando no se considere digno de morir como su Maestro, es cuando será capaz de dar el testimonio de amor con la entrega de su vida, muriendo crucificado cabeza abajo.
En Roma clavará esa piedra sólida que pervive y que es el fundamento sobre el que se ha edificado, indefectiblemente, la Iglesia.


  Las negaciones de Pedro, que como él todos podemos cometer ante situaciones de miedo, vergüenza o desamor y que fueron signo de la debilidad que caracteriza a la naturaleza humana herida, fueron compensadas por su profundo arrepentimiento.
Esa es la magistral lección que el apóstol ha dado al mundo: Caeremos, seguro, pero sin la desesperación que es fruto del orgullo. Nos levantaremos, con humildad y contricción, pidiendo perdón a Dios en el sacramento penitencial que para ello instituyó el Señor, recibiendo la Gracia divina que nos ayudará a continuar y hacernos dignos del perdón recibido, que siempre es fruto del amor incondicional del Hijo de Dios.

¡Para Dios, lo mejor!

Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
"¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?".
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre".
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.



COMENTARIO:



  Este Evangelio de san Juan nos muestra la visita que Jesús hace de nuevo a sus amigos de Betania: María, Marta y Lázaro. Me conmueve observar como el evangelista nos indica la profunda amistad que unía al Señor con esta familia; una amistad, tan divina como humana, que se manifestaba con un trato frecuente fruto del deseo de compartir su proximidad.
A veces puede resultar difícil observar, entre las líneas del Nuevo Testamento, esas pequeñas indicaciones personales que nos presentan a un Jesús cercano a los que ama, gozando de esos gratos momentos de charla, alrededor de un buen fuego, donde debía explicar a Lázaro y sus hermanas la verdad de las Escrituras.


  Pues bien, es en casa de esta familia donde el Señor va a ser ungido, durante la cena, por María, una de las hermanas. Nada tiene que ver ese episodio con el de la narración de san Lucas sobre otra unción que tuvo lugar en Galilea por otra mujer, también llamada María pero Magdalena, de la que Jesús había expulsado siete demonios. Como sabéis María era un nombre muy frecuente para las mujeres israelitas: sirvan de ejemplo la Virgen María, María de Cleofás, María Magdalena o María de Betania.


  La diferencia de esta muchacha es que conoce a Cristo en profundidad, forma parte de ese grupo de elegidos que han podido compartir muchos momentos de la vida de Jesús, formando parte, junto a su familia, de esa intimidad humana que ha sido, a la vez, totalmente divina. Su amor es tan grande hacia el Maestro de Galilea que todo le parece poco para honrar a su Señor, y por ello, le ha comprado una libra  (que en nuestra medida actual son unos trescientos gramos) de perfume de nardo, el más maravilloso que ha podido encontrar.
Para que os hagáis una idea de su valor, sólo os diré que costó trescientos denarios, mientras que el denario era la paga diaria de un obrero agrícola; por tanto el valor del frasco equivaldría al salario de un año.


  Judas, que tiene un corazón avaro y mezquino, no piensa en su corazón lo que manifiestan sus palabras, ya que en realidad su intención no era repartir entre los necesitados sino en lo él que hubiera podido hacer con el importe del perfume. Como repito muchas veces, los vicios –al igual que las virtudes- no vienen nunca solos, y el apóstol además de todo, era ladrón.


  Pues bien, el gesto de la hermana de Lázaro es una muestra de la generosidad con que se debe corresponder al amor que Cristo siente hacia nosotros. María no sabía como darle las gracias a Jesús, que le había devuelto la vida a su hermano; y en una prueba clarísima de magnanimidad buscó lo que, para ella, era señal de amor, amistad, respeto y agradecimiento. Buscó lo mejor para el mejor.
Jesucristo, no sólo agradeció el gesto de la joven, sino que este hecho le sirvió para anunciar veladamente la proximidad de su muerte; vislumbrándose que iba a ser tan inesperada para todos que apenas habrá tiempo para embalsamar su cuerpo tal y como solían hacerlo los judíos.


  Hay que entender que Jesús, en sus palabras, no niega el valor de la limosna, que tantas veces recomendó; ni la preocupación por los pobres, sino que nos descubre la hipocresía de aquellos que, como Judas, aducen falsamente motivos nobles para no dar a Dios el honor que se le debe.
Es por eso que jamás debemos juzgar las distintas y variopintas muestras de espiritualidad que forman parte de la expresión del ser humano ante el amor divino. Lo importante, lo verdaderamente importante, es que nuestro corazón vibre ante la presencia del Amigo; y sintamos la necesidad de ofrecerle lo mejor de nosotros mismos: nuestro perfume, nuestro tiempo y nuestra vida

25 de marzo de 2013

¡Más Biblia!

     Es así como el Espíritu Santo –autor principal de la Biblia- pudo y puede guiar al autor humano en la elección de unas expresiones que manifiesten una verdad, de la cual ni el propio escritor percibía en toda su profundidad. Por ejemplo, en la profecía de Isaías sobre el Enmanuel “Dios con nosotros” sólo a la luz del Nuevo Testamento, a través de Mateo, se comprenden las palabras del profeta y se nos confirma que se trataba de Jesucristo, que es “Dios hecho hombre con nosotros”. Por eso, la Sagrada Escritura debe leerse entera, ya que cada libro ilumina el anterior; y de esta manera, al conocer la forma de pensar, de hablar o de narrar, que los hagiógrafos solían usar en aquel tiempo y el posterior cumplimiento de las promesas mesiánicas, nos será más fácil descubrir el fondo del mensaje teológico que querían transmitirnos; siendo capaces, por ello, de actualizar su mensaje a nuestro tiempo, con mejores traducciones, salvando la fidelidad original y enriqueciendo la comprensión de los lectores bíblicos.

   Si eso se desconoce, es un absurdo intentar leer la Biblia y comprenderla con el lenguaje y la ideosincracia actual, ya que hay que recordar que la verdad y la exactitud empírica (demostrable y evidente) son dos cosas distintas. La historia se vive con una trama de experiencias que se entrelazan, desempeñando la subjetividad del que escribe un papel esencial, ya que interpreta esas experiencias para hacerlas inteligibles; y  así es como el narrador permite a los hombres de hoy revivir en la imaginación esos acontecimientos. Pues bien, Dios permitió que cada escritor sagrado transmitiera la verdad divina a su modo y con sus palabras, iluminando su entendimiento y su voluntad para hacernos llegar un mensaje de salvación, un mensaje teológico. En ningún momento los hagiógrafos intentaron hacernos llegar un tratado de historia, aunque contenga muchos datos históricos; a ellos no les importaba buscar una certeza de datos  que permitiera en los siglos venideros una localización exacta. Ellos escriben para su pueblo, para enviarles el mensaje de Dios, que es de esperanza y salvación, en un momento crítico de su historia.

   Cuando en el Nuevo Testamento culmina la Redención con la venida de Cristo, Éste envía a sus apóstoles y a sus discípulos  a predicar al mundo el cumplimiento de todo lo que Dios había prometido –el Evangelio- y de esta manera cuando el Señor asciende al cielo y reciben el Espíritu Santo, los apóstoles comienzan esa transmisión oral –esa predicación- que debe conservarse como sucesión continuada. Y así amonestan a los fieles a que conserven las tradiciones que han aprendido de palabra; muchas de las cuales se pusieron por escrito en los evangelios y otras fueron plasmadas, posteriormente, por los padres primitivos (Papías, Ireneo, Clemente…125 d. C.). Todo esto germinó en una profunda y rica tradición apostólica, donde no sólo los apóstoles sino también sus sucesores recibieron el don del Espíritu formando la Iglesia primitiva, el Reino de Dios en la tierra, el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo donde quiso quedarse para siempre entre nosotros, recibiendo la luz para entender, aplicar y desarrollar la transmisión de la Redención, la historia de la salvación –el Antiguo y el Nuevo Testamento-.

   Por eso la Biblia y la Tradición sólo pueden ser leídas bajo la luz del Espíritu dado a la Iglesia que ilumina la oscuridad que a veces puede surgir en los textos sagrados. Pongamos por ejemplo que un dentista desea escribir un libro y dirigirlo a sus pacientes, para que comprendan lo que realiza en su boca y  pierdan el miedo cuando acudan a su consulta. Es evidente que tendrá que hacer muchos pie de pagina y muchísimas explicaciones para que, al usar una palabra técnica o transcribir un tratamiento, sea comprendido por sus lectores.

   La Iglesia es la directa descendiente de los Apóstoles que compartieron la vida de Jesús y desde los principios guarda los depósitos primitivos de la fe iluminada por la luz del Espíritu Santo; por eso la Biblia no se puede interpretar como uno quiera, sino a la luz de la recomendación de la Iglesia que lleva siglos estudiando y trabajando los textos bíblicos y los escritos patrísticos que informan sobre la iglesia primitiva y sobre la propia vida apostólica. De esta manera, si no queremos equivocarnos, siempre deberemos tener presente que la Revelación divina  nos ha llegado por medio de la Iglesia, a través de la Biblia y de la Sagrada Tradición.

   Hemos pasado años discutiendo si los evangelios se escribieron en el año 50, 80 ó 90; si lo escribieron propiamente los evangelistas, por ejemplo san Juan, o si por su ancianidad se lo transmitió a su discípulo y éste lo escribió. ¡Qué más me da! Si cuando se escribieron –fieles a la tradición oral que se transmitía- todavía estaban vivos muchos testigos de la vida, muerte y resurrección de Cristo; coincidiendo con  la predicación de los propios Apóstoles. Si hubieran mentido, los mismos testigos les hubieran hecho destruir los textos que iban a servir para las Iglesias que fundaban. Se escribió para que, al morir ellos, no finalizara la transmisión oral del Evangelio, escrito después del conocimiento y la certeza de la Resurrección de Cristo y por ello con la fuerza del Espíritu que daba luz a las palabras del Maestro. Y recordemos que por mantener vivo ese mensaje no les daban, a la comunidad primitiva, ni propiedades ni títulos; sino que sufrieron persecución, primero de los judíos y posteriormente de los romanos.

   En la historia nunca hay una certeza, sino una confianza en aquel que la transmite y en nuestro caso, por ser el autor Dios mismo a través de la palabra humana, no tenemos ninguna duda de su veracidad. Por eso nos dice la Iglesia que sólo desde la fe podemos entender el mensaje cristiano, aunque para que tengamos la seguridad de que no nos encontramos ante una sumisión indemostrable –como el Corán en la religión musulmana-  y para ayudar a nuestra incredulidad, Dios ha situado su mensaje y sus personajes, datándolos de sentido histórico en la propia historia y a través de ella; confirmada por el testimonio de todos aquellos manuscritos y documentos que se han encontrado en distintas épocas y que relacionaremos en el capítulo final.

   Esa confianza ante la palabra inspirada, entendiendo que la inspiración no fue un dictado donde Dios se ha servido de los hombres como meros instrumentos materiales, sino una colaboración donde se ha respetado la personalidad del autor humano; ha permitido localizar, en el estudio de la misma, diferentes estilos, lenguajes y cantos propios del momento, la situación y la personalidad del autor. Así como aquella luz que los guió para que encontraran, en el patrimonio de la tradición, aquellos escritos donde beber y escoger lo adecuado para la transmisión del mensaje divino.

   Por tanto, diremos que la inspiración divina se extiende a todas las facultades de los hagiógrafos: a su fantasía, a su sensibilidad, a todo el contenido de la obra –ideas y palabras-  y aquellas personas que contribuyeron a la formación del escrito, no sólo al redactor final. Así manifestamos que, como la Biblia está inspirada por Dios, se concluye que es verídica; aunque la verdad de la Biblia esté orientada a la salvación, es decir, a la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para nuestra salvación. Y esta verdad no es sólo histórica, ni científica sino salvífica. Por ejemplo:  en la genealogía de Jesús, al comienzo del evangelio de Mateo, se cuentan, desde Abraham hasta Jesús, tres veces 14 generaciones y esto desde el punto de vista histórico es inexacto; sin embargo, esta genealogía es verdadera ya que su autor lo único que quería transmitirnos era la mesianidad davídica de Jesús. Decía Galileo “En la Biblia, el señor quiere revelarnos cómo se va al cielo, no cómo va el cielo”. Justamente los problemas de Galileo provinieron de una lectura literal por parte de los eruditos de la época.

   De esta manera la Iglesia, desde su etapa primitiva, escogió por la luz del Espíritu, todos aquellos libros inspirados que formaron el conjunto de los escritos bíblicos; y así nos encontramos con los protocanónicos, que siempre y en todas las comunidades cristianas se tuvieron como inspirados y con los deuterocanónicos, que no estuvieron, en un principio, incluidos en el canon. Los judíos, los protestantes y los testigos de Jehová no admiten los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. Los judíos alegan, en muchos de ellos, que no pueden ser sagrados ya que no se escribieron en su forma original en hebreo, o bien, por que no se escribieron en suelo de Palestina –única lengua santa y único suelo donde Dios puede revelarse, según ellos- Pero la Iglesia siempre ha admitido aquellos escritos que desde la apostolicidad del Nuevo Testamento, es decir desde la tradición divino apostólica, se admitieron en el canon, ya que en tiempo de Cristo se hablaban en común el hebreo, el arameo y el griego. Por tanto Juan, Pablo y Pedro aprobaron y reconocieron el canon tal y como apareció en la versión de los Setenta.
  
   La Iglesia recibió, a través de los Apóstoles, la verdad acerca de la inspiración de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, por eso el canon de la Biblia pertenece a la Tradición apostólica que así lo estableció a través de diversos  criterios:
a-   El origen apostólico: Sólo se incluyeron en el canon los que se remontaban al círculo de los Apóstoles o de sus colaboradores: Marcos, Lucas…
b-   Ortodoxia: Se incluyeron todos los escritos inspirados que demostraron que estaban en conformidad con la tradición oral y con la auténtica predicación mantenida a lo largo de los siglos.
c-    Catolicidad: Se han mantenido sólo los libros que se consideraron inspirados en todas o casi todas las Iglesias primitivas. Fueron excluidos los que sólo fueron aceptados por algunas iglesias.
d-   Criterios geográficos: Los textos siempre se difundieron donde lo hizo el cristianismo. Así si comprobamos que una transcripción es idéntica en Alejandría, Cesárea, Antioquía, Lyon, Cartago… es evidente que esa variante será la que habrá que preferir.
e-   Criterio genealógico: Si una variante se demuestra que ha dado lugar a otras, decimos que esa variante es la variante original.
f-     Criterio literario-estilístico: Cuando entre diversas variantes una de ellas es más próxima al estilo, intención y contenido teológico del autor sagrado (hagiógrafo), ésta es la que debemos tomar como auténtica.
 Quedando el Canon católico establecido de la siguiente manera:

LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO:
-HISTÓRICOS
-POÉTICOS Y SAPIENCIALES
-PROFÉTICOS

HISTÓRICOS:
Génesis
Éxodo
Levítico                              PENTATEUCO
Números
Deuteronomio
Josué
Jueces
Rut
4 Libros de los Reyes (1,2 Samuel-1,2 Reyes)
2 de Crónicas
Esdras
Nehemías
Tobías
Judith
Ester

POÉTICOS Y SAPIENCIALES:
Job
Salmos
Proverbios
Eclesiastés
Cantar de los Cantares
Sabiduría
Eclesiástico

PROFÉTICOS:
Isaías
Jeremías                  Lamentaciones
Ezequiel                   Baruc
Daniel

12 profetas menores:   
Oseas
Joel
Abdías
Jonás
Miqueas
Nahun
Habacuc
Sofonías
Ageo
 Zacarías
 Malaquías
1,2 Macabeos (están en proféticos pero se consideran históricos)




NUEVO TESTAMENTO:

EVANGELIO:   
    Mateo
    Marcos
    Lucas
    Juan
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
CARTAS DE SAN PABLO:   
Romanos
                          Corintios (1,2)
                          Gálatas
                       Efesios   
                          Filipenses
                          Colosenses
                          Tesalonicenses (1,2)
                          Timoteo (1,2)
                          Tito
                          Filemón
                          Hebreos
                          Santiago
CARTAS DE SAN PEDRO (1,2)
CARTAS DE SAN JUAN (1,2)
CARTAS DE SAN JUDAS
APOCALIPSIS

   Los protestantes, al prescindir de la autoridad del Magisterio, desarrollaron para el canon criterios subjetivos.
  
Es importante entender que, desde los orígenes del ser humano, éste ha necesitado una ayuda, una enseñanza, un magisterio –por eso la carrera de profesor tiene esa denominación-, para llegar a ser lo que está llamado a ser; ya que no nacemos enseñados por una genética determinante,  con nuestra finalidad impresa en el código genético como los animales, sino que nos desarrollamos, en libertad, a través de la cultura transmitida por aquellos que forman parte de nuestro entorno social.  Por eso, no debe resultarnos tan extraño que Dios decidiera que su Revelación se realizara de la misma manera, a través del Magisterio de la Iglesia que nos hace llegar el verdadero conocimiento de la Palabra de Dios.
 
   Y aunque es cierto que el Espíritu Santo ha guiado y guía a la Iglesia desde su composición, ésta ha estudiado en profundidad la veracidad de los diferentes textos que han llegado a sus manos para poder, a través de una explicación razonable y razonada, facilitarnos la aceptación del acto de fe ante el mensaje divino.

   Es por eso, porque todos somos Iglesia, que estamos aquí; no sólo para aprender, entender y estudiar la Revelación en Cristo, una de cuyas partes es la Biblia, sino para responder a la llamada que, desde su Palabra escrita, nos hace Dios. De esta manera espero que todos seáis conscientes de la responsabilidad que adquirimos al intentar, en el fondo, hacer de estas clases, transmitidas a través de este libro, unos ratos de meditación explicada que se conviertan y nos conviertan en verdaderos testigos de Jesucristo para el mundo y así responder a aquella llamada que nos hizo antes de partir al Padre: “Ir y predicad al mundo”.