31 de marzo de 2015

¡Sin medida!

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38):


En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?»
Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado.»
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.»
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy, vosotros no podéis ir."»
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde.»
Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti.»
Jesús le contestó: «¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan, que comienza con la traición de Judas, va a ir desgranando los primeros pasos de  de un sinfín de situaciones, que culminarán con la muerte y resurrección de Cristo. Por todo ello esta Semana Santa, cuando meditéis cada suceso de la vida del Maestro, hacerlo, si es posible, con mayor intensidad; porque para Él fueron unos momentos durísimos, en los que nuestras oraciones y nuestro afecto, debió ser un bálsamo de ternura en su corazón cansado. No os descubro nada si os recuerdo que para Dios no hay tiempo, y así como en el Sacrificio del Altar se hace presente –de forma incruenta- la entrega del Señor en la Cruz, nuestro amor y la compañía que hoy le damos, las pudo percibir y sentirlas en el ayer.

  Le van a hacer falta a Jesús, cuando su alma –tan humana- sufra la infamia de uno de los suyos. Porque no hay nada que duela tanto, como la deslealtad de aquellos que has considerado tus amigos. Bien sabía el Maestro, por su divinidad, que Judas había sido tentado por el diablo; y como hace con cada uno de nosotros, hasta en el último momento le dio la oportunidad de vencer su fragilidad, con la Gracia de su compañía. Tanto es así, que le ofrece un bocado, invitándole a enmendar sus perversas maquinaciones. Pero, como nos dice san Agustín, el apóstol –que era malo- recibió con mala disposición, lo que era bueno. Y dejando de luchar, permitió que Satanás entrara en su interior ¡Cuántas veces los hombres, actuamos de la misma manera que el Iscariote! Y cuando alguien nos quiere bien e intenta corregir nuestra conducta, todavía nos reafirmamos con orgullo, en el error cometido.

  Si esto vuelve a suceder, recuerda que el Señor nos entrega sus beneficios, a través de los Sacramentos. Y rechazarlos, es ceder a la tentativa del enemigo y dar la espalda al Sumo Hacedor. Jesús nos lo ha dado todo; absolutamente, todo. Y hasta el último momento, como ves, intentará retenernos a su lado, para salvar a nuestro pobre corazón. Haz como Juan, y recuéstate a su lado. Siente sus latidos y percibe su amor. Abrázale; porque están las tinieblas a punto de cubrir la luz verdadera que, hasta la exaltación en la Cruz, no brillará en todo su esplendor.

  Esos momentos, en los que el pecado parece imponerse, son el comienzo de un trayecto terrible y doloroso, que culminará en el Calvario. Ahora, y aquí, Jesús nos pregunta –como le preguntó a Pedro- si estamos dispuestos a dar la vida por Él. Y, seguramente, como hizo el primer Pontífice, también nosotros con el alma contrita, seamos capaces de decirle que sí. Pero el Señor, para que aprendamos de los errores de los demás, nos insiste en que por nuestra fragilidad, ninguno puede resistirse al instinto natural de conservación; al miedo; a la vergüenza y al temor a la pérdida. Por eso cada uno de nosotros requiere, para ser consecuente con esa afirmación que surge del deseo, de la fuerza divina que robustece nuestra voluntad. Ya que ¡hasta para ser fieles a Dios, necesitamos de su Gracia! Por eso, estos días que van a transcurrir y en los que vamos a acompañar al Maestro hasta la Cruz, son unos momentos indispensables para comprobar la necesidad imperiosa que tenemos los hombres, de la presencia constante de Cristo en nuestro existir. Sólo así, conscientes de ello, descubriremos el verdadero sentido de la vida Sacramental, que el Hijo de Dios nos ha dejado en su Iglesia.


  Porque solamente haciéndonos uno con Cristo, seremos capaces de recibir y hacer nuestro el precepto de la caridad; que compendia toda la Ley de la Iglesia. y que Jesús nos dio, esa noche, como distintivo de todos los cristianos. Esa es la única manera, en la que los hijos de Dios pueden distinguirse de los hijos del diablo. Ya que todos podemos practicar como creyentes, asistir a lugares comunes, hacer los mismos gestos; pero esa actitud entregada, que es capaz de darse y perder –para que reciba y gane el prójimo- sólo puede ser fruto de un corazón, que tiene en su interior a Jesucristo. El Señor nos pide que amemos a los demás, como Él nos ha amado: sin medida. En estos días podrás comprobarlo; y vale la pena que no perdamos ninguna ocasión, para comprobarlo.

30 de marzo de 2015

¡Prepárate!

Evangelio según San Juan 12,1-11. 


Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
"¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?".
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre".
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, podemos observar cómo Jesús visita, nuevamente, a sus amigos de Betania. Les ha mostrado en innumerables ocasiones, su amistad; y, al hacerlo, nos ha enseñado a los hombres cómo debe ser ese sentimiento que crea lazos y aúna voluntades.

  Parte de un trato frecuente, donde el Maestro se encuentra bien entre Lázaro y sus hermanas. Allí puede ser Él mismo, con la tranquilidad de que no va a ser cuestionado; porque simplemente, le quieren. Jesús ha llorado por su amigo, al saber que había muerto y que ya estaba enterrado. Su corazón, tan humano, ha sentido el desgarro de la separación y la pérdida; y con su poder, tan divino, lo ha devuelto a la vida para continuar gozando de su presencia. Este hecho, que no puede pasarnos desapercibido, debe ser una confirmación y una esperanza para todos aquellos que esperamos la resurrección de los muertos. Porque también a ti y a mí, que nos amó desde antes de la creación, nos devolverá a la existencia, para que gocemos junto a Él –si así lo hemos elegido- de la Gloria.

  En esa casa de Betania se ha sentido amado, respetado y cuidado; porque, no te engañes, a Jesús le gusta que los demás le demuestren lo que sienten por Él. Ya que en el amor, nada debe darse por supuesto. Y María, una de las hermanas de Lázaro, derrama sobre el Maestro una libra de perfume de nardo puro, carísimo; generando, con su actitud, un sinfín de reacciones contradictorias entre los que la contemplan. No es casual que aquel que la increpa con más vehemencia, sea el que después venderá al Señor, por treinta monedas de plata. Ya que un corazón mezquino y apegado a las cosas de la tierra, es incapaz de entender la generosidad con las que las personas pueden responder al amor de Cristo.

  Ya el Antiguo Testamento, en el Pentateuco, ponía de manifiesto que Dios quiere que le entreguemos lo mejor de nosotros mismos y lo mejor que tenemos. Sólo debemos recordar –como nos cuenta el Génesis- que el Padre no aceptó la ofrenda de Caín, y en cambio agradeció la de Abel, porque este último le dio lo mejor de su cosecha. El amor y la entrega a nuestros hermanos, para ser verdadera, debe ser la consecuencia del amor incondicional a Nuestro Señor.

  Por eso Jesús les recuerda a todos los que le escuchan, que agradece el detalle de María; y, aparte, lo utiliza como imagen para anunciar veladamente la proximidad de su muerte, indicando que será tan inesperada, que apenas habrá tiempo para embalsamar su Cuerpo. El Señor, que lee en el interior de las personas, recrimina al Iscariote su actitud, porque conoce la maldad que anida en su alma. Y descubre la hipocresía que le lleva a argumentar motivos nobles, cuando en realidad, no tiene ninguna intención de dar a Dios el honor debido.


  La presencia en esa cena de Lázaro, el resucitado, es una clara alusión a los sucesos que próximamente ocurrirán: Cristo morirá y resucitará, para dar la verdadera vida a los hombres. Comienza la cuenta atrás de la consumación del misterio de la Redención. Cada día, cada minuto, debe ser el momento oportuno para que te plantees cómo quieres acompañar a Jesús, a través del camino que conduce al Calvario. Si estás sufriendo, únete en tu dolor al Suyo; y eleva y corredime, para dar sentido al precio de tu aflicción. Recuerda que podemos enjuagar los pies del Señor, con el perfume de nuestra entrega; que impregna al mundo, del buen olor de Cristo. Manifiesta tu amor por el Maestro y, a través de Él, a todos tus hermanos. Prepárate, porque esta semana que comienza te va a recordar que no puedes permanecer indiferente ante la entrega que hizo el Señor, por todos nosotros. 

29 de marzo de 2015

¡La importancia de la educación cristiana!

6. IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN CRISTIANA ANTE EL DOLOR.


   No podemos olvidar nunca, a lo largo de nuestra vida, que Dios se ha querido revelar a través de una pedagogía divina determinada; donde nos ha llevado, de su mano, desde la primera verdad de la creación hasta la contemplación, en la madurez cristiana, del Amor en el sufrimiento. Es un recorrido, para unos más largo que para otros,  que todos debemos recorrer si queremos alcanzar el conocimiento de nosotros mismos.



   Nos lo recuerda Juan Pablo II en la Encíclica “Fides et Ratio”, punto10  del Capítulo I, página 19:


   “En el Concilio Vaticano II, los Pdres dirigiendo su mirada a Jesús revelador, han ilustrado el carácter salvífico de la revelación de Dios en la historia y han expresado su naturaleza del modo siguiente: “En esta revelación, Dios invisible (Col 1,15; 1 Tm1,17) movido de amor, habla a los hombres como amigos (Ex33,11; Jn15,14-15) trata con ellos (Ba 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía. El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican el misterio. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda revelación”


   El sufrimiento ya formaba parte de los planes de Dios, en su pedagogía redentora, antes de la creación del hombre. Por eso el hombre no debe olvidar, cuando ejerce su derecho a aprender a través de la pedagogía humana, que sólo llegará a su madurez personal cuando ésta desarrolle las virtudes humanas, que descansan en las sobrenaturales, y que lo prepararán para ese camino imprescindible para lograr la Felicidad a  la que ha sido llamado, que pasa inevitablemente por la Cruz.



   San Josemaría nos lo recuerda en el punto. 91  de “Amigos de Dios”, Virtudes humanas y virtudes sobrenaturales, página 140:


   “Cuando un alma se esfuerza por cultivar las virtudes humanas, su corazón está ya muy cerca de Cristo. Y el cristiano percibe que las virtudes teologales –la fe , la esperanza y la caridad-, y todas las otras que trae consigo la gracia de Dios, le impulsan a no descuidar nunca esas cualidades buenas que comparte con tantos hombres. Las virtudes humanas –insisto- son el fundamento de las sobrenaturales; y éstas proporcionan siempre un nuevo empuje para desenvolverse con hombría de bien. Pero, en cualquier caso, no basta el afán de poseer estas virtudes: es preciso aprender a practicarlas. Discite benefacere, aprended a hacer el bien. Hay que ejercitarse habitualmente en los actos correspondientes –hechos de sinceridad, de veracidad, de ecuanimidad, de serenidad, de paciencia-, porque obras son amores y no cabe amar a Dios sólo de palabras, sino con obras y de verdad. Si el cristiano lucha por adquirir esas virtudes, su alma se dispone a recibir eficazmente la gracia del Espíritu Santo: y las buenas cualidades humanas se refuerzan por las mociones que el Paráclito pone en su alma…Se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde a nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros en Dios, somos lo permanente.”


   Sólo el que ha aprendido, a través de la templanza, a armonizar lo sensible integrándolo en instancias superiores, será capaz de ser fiel, sobrio o paciente; y el que ha tenido la suerte de ser educado en la fortaleza se afirma en el bien por encima del sufrimiento  que conlleva, a veces, realizarlo, preparándolo para que el día de mañana, cuando se enfrente al dolor que forma parte de la realidad cotidiana, sepa no sólo superarlo sino, a través del encuentro con su sentido, vivir con la alegría del que se sabe dueño de sí mismo como premisa ineludible  de entrega y donación.


   La justicia, no sólo nos hará dar el bien debido a otro, sino que al encontrarnos con su mirada podremos ver un “quien” y no un “qué”, impulsándonos a respetar y a afirmar sus derechos, aunque sufran los nuestros, sobre cualquier intención de instrumentalización; aconsejando con opinión, sugerencia o indicación, a los que caminan a nuestro lado, para que puedan elegir adecuadamente  y de forma recta los medios proporcionados para el fin querido, a través de la prudencia.


   Es decir, que mediante la educación integral del ser humano, de la que tanto hemos hablado, donde educamos cuerpo y espíritu, las virtudes formarán un importantísimo entramado para soportar, entender, buscar y encontrar el sentido del sufrimiento que nos permitirá descansar en Dios, cuando caminemos en la búsqueda de la Verdad, a través de nuestra vida. El sufrimiento nos habla en el cuerpo dirigiéndose al espíritu, es decir, a la persona humana en toda su radicalidad; y sólo a través de las virtudes, que nos dan la verdadera libertad, seremos capaces de adherirnos de una forma personal a la realidad de la Cruz de Cristo.


   No podemos olvidar que el Misterio Pascual de Cristo ha unido al hombre a la comunidad  de la Iglesia, edificada espiritualmente y de modo continuo como el Cuerpo de Cristo; y es en ese Cuerpo donde Cristo, como Cabeza, se une a todos los miembros, especialmente a los que sufren. Por eso, el que sufre en unión del Señor, no sólo saca de Cristo la fuerza, sino que completa con sus sufrimientos, el sufrimiento redentor del Señor; que ha querido hacernos copartícipes en el dolor, abriendo su sufrimiento al hombre, y permitiéndonos formar parte de y en la historia de la salvación. Es imprescindible recordar, cuando el sufrimiento nos alcance en alguna de sus variantes, la revelación de su fuerza salvadora y de su significado salvador que hemos desgranado en estas páginas, a través de la Redención de Jesucristo.


   Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Salvifici Doloris “, punto 19 del Capítulo V:


 
    "Con éstas y con palabras semejantes los testigos de la Nueva Alianza hablan de la grandeza de la Redención, que se lleva a cabo mediante el sufrimiento de Cristo. El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su participación en la Redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la Redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de Redención. Consiguientemente todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo. En la Cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la Redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido”


   Si nuestra misión como educadores, y todos lo somos por el hecho de ser personas, es descubrir y conseguir que nuestros alumnos alcancen su plenitud, a través de la perfección de todas sus potencias, preparándolos para ser felices en todas las circunstancias de su vida; está claro que será indispensable darles los medios que les ayuden a conseguirlo. Y sólo lo lograrán a través de la comprensión de sí mismos, en la contemplación de Cristo, donde podrán alcanzar el sentido de su vida y de su muerte a través del sufrimiento gozoso que convierte el dolor en Amor. Porque no podemos olvidar que la Cruz de Cristo es la demostración escandalosa  de una locura divina de amor: Es en el amor, que da sentido al sufrimiento, donde el hombre aprende a amar, sufriendo, y haciendo de su dolor una entrega personal.
   Así, en nuestra tarea educativa, si de verdad queremos que lo sea, debemos acercar a Cristo a nuestros alumnos como revelación de la verdad que les hará libres en su encuentro con el sufrimiento y el dolor. Jesucristo no escondió nunca, a los que se acercaban a Él, la necesidad de sufrir; aunque les revelaba su fuerza salvadora y su significado redentor. También les recordaba que, para muchos, sería ocasión de dar testimonio, llamándolos, de una forma especial, al valor y a la fortaleza en la seguridad de la fuerza victoriosa que se esconde en su Resurrección.


   Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Encíclica “Dives in misericordia”, punto 7 del Capítulo V, página 143.


   “El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo. Cristo que sufre, habla sobre todo al hombre, y no solamente al creyente. También el hombre no creyente podrá descubrir en Él la elocuencia de la solidaridad con la suerte humana, como también la armoniosa plenitud de una dedicación desinteresada  a la causa del hombre, a la verdad y al amor. La dimensión divina del misterio pascual llega sin embargo a mayor profundidad aún. La cruz colocada sobre el Calvario, donde Cristo tiene su último diálogo con el Padre, emerge del núcleo mismo de aquel amor, del que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, ha sido gratificado según el eterno designio divino.”


   Por eso, sufrir sin Cristo, no sólo es negar el sentido al sufrimiento, sino la acción más antinatural del ser humano, que hace oídos sordos a la constatación de siglos y generaciones que han encontrado en el sufrimiento una particular fuerza para acercarse a Dios, y en la Cruz de Cristo, ser hijos en el Hijo por el Espíritu Santo. En la identificación con Jesucristo, que incluye necesariamente la participación en su Pasión, Muerte y Resurrección, somos hechos hijos del Padre, en el Hijo por el Espíritu, compartiendo el sufrimiento que nos libera del pecado y nos reintegra en los planes iniciales de Dios, a través de una gracia especial.


   Así nos lo recuerda santo Tomás Moro en su libro “Diálogos de la fortaleza contra la tribulación”, Capítulo 17 del primer libro, página 94:


   “Cuando por medio de la tempestad los discípulos temían ahogarse, rezaron a Cristo diciendo: Señor, sálvanos que perecemos y poco después cesó la tempestad. Y a menudo comprobamos ahora que en extremado mal tiempo o en la enfermedad, se organizan procesiones públicas y Dios envía su graciosa ayuda. Y muchos que acuden a Dios en el dolor o en la enfermedad grave son curados milagrosamente  Tal es la bondad de Dios: dado que en el bienestar ni nos acordamos de Él ni le rezamos, nos envía aflicciones y enfermedades para forzarnos a ir cerca suyo, y nos compele a invocarle, a pedirle que nos libre de nuestro dolor, porque cuando aprendemos a buscarle, tenemos ocasión propicia para acrecentar el caudal de gracias”.


   Fruto  de estas conversiones tenemos el ejemplo de muchos santos, donde no sólo han sabido descubrir el sentido del sufrimiento, sino que a través de él han llegado a ser unos hombres y mujeres completamente nuevos, superando con la fuerza del espíritu al cuerpo doliente. Sirva como ejemplo los siguientes textos de algunos santos:


   Fray Luís de Granada; Libro de la Oración y Meditación para el jueves por la mañana: Del Ecce Homo, Libro de la oración y la meditación:


   “Pues para que sientas algo, ánima mía, de ese paso tan doloroso, pon primero ante tus ojos la imagen antigua de este Señor, y la excelencia de sus virtudes; y luego vuelve a mirarlo de la manera que aquí está. Mira la grandeza de su hermosura, la mesura de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su mansedumbre, su serenidad, y aquel aspecto suyo de tanta veneración. Míralo tan humilde para con sus discípulos, tan blando para con sus enemigos, tan grande para con los soberbios, tan suave para con los humildes, y tan misericordioso para con todos.
Considera cuán manso ha sido siempre en el sufrir, cuán sabio en el responder, cuán piadoso en el juzgar, cuán misericordioso en el recibir, y cuán largo en el perdonar. Y, después que así lo hubieses mirado, y deleitándote de ver tan acabada figura, vuelve los ojos a mirarle tal cual aquí le ves: cubierto con aquella púrpura de escarnio, la caña por cetro real en la mano, y aquella horrible diadema en la cabeza, y aquellos ojos mortales, y aquel rostro difunto, y aquella figura toda borrada con la sangre, y afeada con las salivas que por todo el rostro estaban tendidas. Míralo todo dentro y fuera: el corazón atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado de sus discípulos, perseguido de los judíos, escarnecido de los soldados y despreciado de los pontífices, desechado del rey inicuo, acusado injustamente y desamparado de todo favor humano”


   San Luís María Grignion de Montfort; El amor de la Sabiduría eterna, n. 173:


   “La Sabiduría eterna quiere que su Cruz sea la insignia, el distintivo y el arma de todos sus elegidos. En efecto, no reconoce como hijo a quien no posea esta insignia, ni como discípulo a quien no la lleve en la frente sin avergonzarse. Y exclama: “El que quiera venir conmigo, que reniegue de si mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt16,24)”


   San Josemaría, Meditación 29-IV-1963, Registro Histórico del Fundador, n. 20119, punto 13, citado por Mons. Álvaro del Portillo en VV. AA., Santidad y Mundo. Estudios en torno a las enseñanzas de san Josemaría Escrivá, Pamplona 1996, punto 286:


   “Tú has hecho, Señor, que yo entendiera que tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón –la veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y por eso, ser hijo de Dios”



 Santa Catalina de Siena; Cartas n.333:


   “Anégate en la sangre de Cristo crucificado; báñate en su sangre, sáciate con su sangre; embriágate con su sangre; vístete de su sangre; duélete de ti mismo en su sangre; alégrate en su sangre; crece y fortifícate en su sangre; pierde la debilidad y la ceguera en la sangre del Cordero inmaculado; y con su luz, corre como caballero viril, a buscar el honor de dios, el bien de su Santa Iglesia y la salud de las almas en su sangre”


   Beata Isabel de la Trinidad, El Cielo en la Tierra, día 3º:


   “El alma debe dejarse inmolar siguiendo los designios de la voluntad del Padre a ejemplo de su Cristo adorado. Cada acontecimiento y suceso de la vida, cada dolor y gozo es un sacramento por el que Dios se comunica al alma. Por eso ella ya no establece diferencias entre semejantes cosas. Las supera, las trasciende para descansar, por encima de todo, en su divino Maestro. El alma le eleva a gran altura en la montaña de su corazón. Sí, le coloca por encima de las gracias, consuelos y dulzuras  que de Él proceden. El amor tiene esa propiedad: ni se busca a sí mismo, ni se reserva nada. Todo se lo entrega al Amado ¡Feliz el alma que ama de verdad! Dios queda prisionero de su amor.”


   Evidentemente, esa madurez y grandeza interior, que se manifiesta en el sufrimiento, son fruto, no de nuestras solas fuerzas, sino de la libre cooperación con la gracia del Redentor crucificado, que actúa en medio de los sufrimientos humanos por su Espíritu, transformando, en cierto sentido, la esencia misma de la vida espiritual acercando hacia Él al hombre sufriente.  Sólo Jesucristo puede enseñar, al hermano que sufre, ese intercambio de amor que se esconde en el profundo misterio de la Redención.



¿Quién eres tú?

Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47. 


Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo".
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo".
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?".
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar".
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron;
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?".
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Nazareno".
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos".
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.


Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé,
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer,
José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto. 

COMENTARIO:

  Este extenso Evangelio de san Marcos es, ni más ni menos, que el desarrollo de la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret. Lo que ocurre es que, por ser el Hijo de Dios, este hecho que vamos a contemplar es el medio y el camino de nuestra Redención. Aquí se hacen efectivas esas palabras de Caifás, en las que un solo Hombre –el Verbo encarnado- asume en Sí mismo el castigo de toda la Humanidad; y en Él, y en su entrega voluntaria, todos somos salvados.

  Durante muchos meses hemos ido escuchando las advertencias del Maestro para que, cuando llegara este momento, no desfalleciéramos y supiéramos descubrir su verdadero sentido. Ya han conseguido las autoridades de Israel, lo que con tanto ahínco buscaban sin descanso: prender al Maestro. Por fin se han salido con la suya, y como veremos en la exposición de la Escritura, no sólo buscan su muerte, sino que al llevarla a cabo vaya acompañada del desprestigio, la burla y la venganza. Quieren acabar con todo vestigio de su legado: con su mensaje, con sus discípulos…sin darse cuenta que en este marco, lo que conseguirán es justamente lo contrario; ya que son el camino para que Jesucristo realice la Redención de todos los hombres y funde su Iglesia, que permanecerá hasta el fin de los tiempos.

  El Señor sabe lo que va a ocurrir, paso a paso; lo ha anunciado a los suyos, para que no les coja por sorpresa y puedan entender, en parte, el significado de sus gestos. Conviene que ocurra y, por ello, el Hijo de Dios se va a entregar a su dolor, por amor a los hombres. Y como veréis al leer el texto, no se le ha ahorrado ningún sufrimiento: ni la vergüenza, ni la soledad, ni el abandono…ni la flagelación, la impotencia y, para terminar, la muerte. De nada han servido sus milagros, sus favores, sus palabras. Parece que todos aquellos que le seguían, y le escuchaban admirados –reconociendo que todo lo hizo bien- ahora han huido como cobardes. Nadie quiere conocerlo; nadie da la cara por Él, salvo unos pocos entre los que se encuentran las santas mujeres que, junto a su Madre, no están dispuestas a abandonar al Amor de sus amores.

  Hoy, ante la lectura del Evangelio, creo que no hace falta ningún comentario; porque es ese día en el que hemos de dejar volar nuestra alma, para que se sitúe cerca de Dios. Es ese momento en el que cada uno de nosotros debe sentirse un personaje más, de los que acompañaron  a Nuestro Señor. Tal vez te sientas con el valor de José de Arimatea, que reclamó para sí el Cuerpo de Jesús. O ese Cireneo, que compartió con el Maestro la cruz que le destrozaba sus hombros cansados. O tal vez seas Pedro, y reconozcas con lágrimas en los ojos, las muchísimas veces que hemos negado a Jesús. O esa mujer de Betania que, desoyendo a todos, dio lo mejor que tenía a su Señor. Quizás nos sintamos uno de sus apóstoles y, recostando la cabeza sobre su costado, participemos a su lado de la institución de la Eucaristía.

  No importa quién te sientas, siempre que te sientas alguien que comparte esos momentos tan difíciles para Jesús, con Él. No puedes ser solo un espectador que relee un suceso acaecido hace siglos, y que forma parte de la historia. Ni aquel a quien los hechos lo sitúan lejos de la realidad; porque esa realidad que hoy estás leyendo, está pasando cada día en el Santísimo Sacrificio del Altar. Allí, tu Dios encarnado repite su entrega al Padre, y se ofrece ocupando el lugar del hombre, a través de un holocausto incruento. Es imposible que te quedes impasible, después de vivir con Cristo estos momentos de angustia en Getsemaní. Quizás en el silencio de esta noche, puedas meditar si eres uno de aquellos que recibió al Mesías con palmas y olivo, para condenarlo a muerte, poco después. O si permaneciste callado, cuando todos le insultaban. O bien, si eres uno de los discípulos que, a pesar de sus debilidades, acompañó a Jesús hasta las últimas consecuencias.


  Creo que ahora es indispensable que mires al Señor y te comprometas a no dejarle solo, nunca más. A luchar por Él, ofreciéndole tu persona: tu cuerpo y tu espíritu; tu fragilidad y tu pecado. Porque Él sabrá fortalecerte con su Gracia y limpiarte con su Sangre. Unirte a su sacrificio y, muriendo a su lado, resucitar juntos a la Gloria. Por favor, lee despacio el texto: es una maravilla. Es la donación de Dios, que se entrega por todos nosotros en un acto sublime de amor. Y si al meditarlo te quedas indiferente…amigo, ¡corre! Todavía tienes tiempo, de rectificar tu vida.

28 de marzo de 2015

¡Tu gran fortuna!

Evangelio según San Juan 11,45-57. 


Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos.
Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación".
Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada.
¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?".
No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación,
y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.
A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús.
Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.
Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse.
Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?".
Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan podemos observar cómo, ante un hecho sobrenatural que pone de manifiesto el poder de Jesús sobre la vida y la muerte, muchos de lo que estaban allí reunidos reaccionan de maneras diversas, y muy dispares. El Señor acaba de resucitar a su amigo Lázaro, ante un grupo de personas; y ante ese mismo hecho, unos creen y otros Lo denuncian. Es precisamente de esa actitud, de la que el Maestro ha hablado en innumerables ocasiones cuando se le ha pedido un milagro, para poder creer. Ya que ha insistido en la ineficacia de las acciones extraordinarias y asombrosas, para mover a la fe; porque es en la búsqueda consecuente de la Verdad, que se encuentra con la Palabra, donde el hombre reconoce a Dios. 

  El Señor siempre sale al encuentro de aquellos que indagan en su interior, sobre la semilla divina que el Creador ha dejado en la persona humana, de todos los tiempos. Pero para ello es imprescindible que cada uno de nosotros reconozca la limitación que tenemos, para abarcar la totalidad del conocimiento divino; y abriéndonos con humildad a la revelación hablada y escrita, culminemos nuestra búsqueda en el encuentro con Jesucristo. El hecho, sea el que sea, que pone de manifiesto la majestad de Dios, sólo es una certificación temporal y pasajera; un regalo con el que El Padre premia a sus hijos, la confianza y la esperanza depositada en su Misterio.

  Vemos claramente en este pasaje, que de nada les sirve a algunos presenciar la magnificencia del Señor; porque su alma está totalmente cerrada a la realidad divina. Da igual lo que vean, porque ellos perciben en su interior, una cosa muy distinta. Desde el primer momento, han juzgado desde la premisa de la negación; de la ceguera espiritual y de la contradicción. Por eso creer, parte de la voluntad y termina en el encuentro; y nunca es fruto de la evidencia. Ya que no podemos olvidar que, muchas veces lo que vemos, es un espejismo de la verdad.

  En las palabras que pronuncia Caifás, y que recoge el texto, Juan ha sabido encontrar ese doble sentido que se abre a la inmensidad del tiempo; porque descubre en la entrega de un solo Hombre, Jesucristo, la redención del género humano. Uno de los pontífices de la Antigua Alianza, profetiza la salvación de todos los hombres que, representados en la naturaleza humana de Cristo, quedarán sanados de la mancha del pecado y recuperarán la vida eterna. El Cordero Santo será sacrificado, para que cada uno halle aquello que perdió, en la desobediencia originaria. El Hijo de Dios, con su Pasión, Muerte y Resurrección, abrirá al mundo el tesoro de la Iglesia, donde reunirá a todos los que andaban dispersos. Y en Ella, nos llamará a cumplir las profecías que vaticinaban ese Nuevo Pueblo de Dios, en Cristo:
“Congregaré los restos de mis ovejas de todas las tierras adonde los expulsé, y las haré volver a sus pastos para que crezcan y se multipliquen. Pondré sobre ellas pastores que las apacienten, para que no teman más, ni se espanten, ni falte ninguna –oráculo del Señor-
Mirad que vienen días
-oráculo del Señor-
En que suscitaré de David un brote justo,
Que rija como rey y sea prudente,
Y ejerza el derecho y la justicia en la tierra” (Jr.23, 3-5)


  El Padre llama a todos sus hijos para que, a través del Bautismo, seamos reunidos e insertados en Jesús; y, con Él, formemos el Cuerpo perfecto de esa realidad que conforma la Iglesia. Pueblo Santo, llamados a recorrer ese desierto en unidad, al encuentro de la patria celeste, prometida. Todos los de aquí y los de allí, separados por la distancia o el tiempo, pero unidos por el mismo Padre, la misma identidad y el mismo destino, conformamos ese tesoro –tanto material como espiritual- que es la Barca de Pedro. Tú, que eres cristiano ¿valoras tu pertenencia a la Iglesia, como la más grande de tus fortunas? Tal vez es hora de que te lo plantees.

27 de marzo de 2015

¡Planta la semilla!

Evangelio según San Juan 10,31-42. 


Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?".
Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios".
Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses?
Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-
¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean;
pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre".
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad".
Y en ese lugar muchos creyeron en él. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, podemos apreciar como de nuevo, aquellos judíos que estaban dispuestos a acallar a Jesús, buscan lapidarle. Obcecados en su error, son incapaces de calibrar las buenas obras del Maestro; que son las que, en realidad, dan testimonio de su Persona. El Señor les recuerda que a los hombres se les conoce por lo que hacen, mucho más que por lo que dicen; pero que en Él, y como debe ser, cada uno de sus actos es la manifestación clara y verdadera de su Palabra. Cada milagro, cada gesto, trasciende su naturaleza humana para llamar al hombre a descubrir a su lado, su realidad divina.

  Sin embargo, para aquellos fariseos y escribas Jesús es solamente un blasfemo. Y como el Hijo de Dios ha venido a salvar y no a condenar, porque cada uno se condena en el mal uso de su libertad, intenta argumentar. Y, con la lógica de su razonamiento, abrir el corazón y la mente de aquellas ovejas perdidas de la casa de Israel. Intenta revelar el misterio Trinitario de Dios, y la profunda riqueza del ser humano. Intenta rebatir sus acusaciones simplistas, con el testimonio de la Escritura, que deben respetar y aceptar; y con el peso sobrenatural de su hacer. Para ello les cita el Salmo 82, en el cual Dios, reprochando una actuación injusta de unos jueces, les recuerda que no deben tener ese mal comportamiento porque “son dioses; hijos del Altísimo”

  Y si ellos le recriminan al Maestro que se haga a Sí mismo Dios, es porque no han sabido descubrir la dignidad que encierra para el hombre, la antropología que nos revela el pasaje sobre la creación que se lee en el Génesis: allí el Padre nos desvela que ha hecho el hombre a su imagen y semejanza. Que ha imprimido su sello en todos los seres humanos, mediante esas potencias espirituales que nos elevan y nos separan años luz, del resto de los animales. Que no somos el vértice de la pirámide evolutiva; ni, como dicen ahora, somos lo que comemos, sino el fruto del amor de Dios, que nos crea para que compartamos con Él, en libertad, la Vida eterna.

  Cada uno de nosotros debe ser, por ello, la manifestación de Dios en la tierra. Tú y yo, debemos mostrar al mundo –con nuestro querer y nuestras decisiones- que la altísima dignidad del hombre no le viene conferida por lo que sabe o lo que tiene, sino por ser esa unidad hilemórfica de cuerpo y espíritu, que se determina en cada acto; y que por ello denota en todos los hechos, que puede ser heroico y sublime porque lleva en su interior, la impronta de Dios. Pues si nosotros con nuestras debilidades, somos hijos de Dios, con cuanta mayor razón ha de ser llamado Dios, Aquel que, procediendo del Padre, ha asumido de María la naturaleza humana, elevándola y trascendiéndola. Por eso aquellos que le acusan, denotan en su inquina –como siempre- una inmensa ignorancia.


  Vemos al final del texto, cómo algunos de los que estaban escuchando la acalorada discusión, se adhieren a Jesús; y cuando el Señor se retira, para no resultar aprendido, van a buscarle y se convierten en sus discípulos. Pero lo que llama la atención, es que se ratifiquen en su fe, justo cuando comienzan los momentos de dificultad; y es que son esas circunstancias las que el Maestro escoge para que todos los que hemos escuchado la Palabra, tomemos partido. Es maravilloso percibir que eso sucede, porque se ha hecho presente en sus corazones la predicación que recibieron de Juan el Bautista. Toda la labor del Precursor, no ha sido en vano; sino que ahora, frente a los que abandonan al Señor, surge el fruto del mensaje que han obtenido. El escritor sagrado quiere que nos quede claro que el apostolado nunca es inútil. Que, tal vez, el Padre no nos permita recoger lo que hemos sembrado; pero que tenemos el deber, y el derecho, de plantar las semillas aunque nunca las veamos crecer. Ya que todas las simientes tiene su tiempo, su época y su ocasión, para germinar y florecer. A nosotros sólo nos  toca respetarlo. 

26 de marzo de 2015

¡Tal vez...!

Evangelio según San Juan 8,51-59. 


Jesús dijo a los judíos:
"Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás".
Los judíos le dijeron: "Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: 'El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás'.
¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?".
Jesús respondió: "Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman 'nuestro Dios',
y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: 'No lo conozco', sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra.
Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría".
Los judíos le dijeron: "Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?".
Jesús respondió: "Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy".
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan comienza con una frase de Jesús, dirigida a todos los que le escuchan; y que contiene el profundo sentido de la realidad divina. Realidad que el Padre entrega a los que, libremente, deciden unirse en cuerpo y alma a su Hijo: la Vida eterna. Esa manifestación que debe impregnar nuestro corazón de gozo y nuestra alma de esperanza, es justamente la promesa de que, a través del Bautismo, gozaremos de la liberación de la muerte eterna –fruto del pecado- que Cristo conquistó para nosotros, con su Pasión, Muerte y Resurrección.

  Pero, como siempre, los que le rodeaban malinterpretaron sus palabras; porque para ellos solamente importaba lo que sucedía en este mundo mortal. Era aquí donde querían prosperidad y bienestar; era aquí, donde esperaban placer y satisfacción; era aquí donde deseaban escapar del dolor…sin comprender que ese “aquí” era solo el camino precario y temporal, en el que el hombre decide definitivamente, a qué lugar quiere ir. Por eso el Maestro les da, con amor y paciencia, el secreto de la eternidad: guardar su Palabra y vivir en Su presencia. Es decir, escuchar e interiorizar el Evangelio, haciéndolo vida; y frecuentar los Sacramentos, donde nos hacemos uno con el Señor, a través de la recepción de la Eucaristía. No hay otra manera para conseguirlo, que no sea disfrutar de una existencia de fe; por eso Jesús les recuerda que creyendo, Abrahán recibió de Dios las primicias de la alegría mesiánica. Que fue su confianza la que prefiguró en su hijo Isaac, la Redención de Cristo.

  El Señor vuelve a apelar a sus obras, para que aquellos que le siguen tomen conciencia de que todas ellas son signos del poder de Dios. Ya que solamente Aquel que tiene consigo al Altísimo, es capaz de efectuar tantos milagros y satisfacer tantas necesidades. Llama el Maestro al sentido común de todos los que le escuchamos, para que razonemos sin los prejuicios de aquellos hombres de entonces. Sin temores, sin miedos, sin odios, sino simplemente contemplando la verdad de los sucesos acaecidos: todos aquellos sordos, que han recuperado el oído; los ciegos que han vuelto a percibir con sus ojos, la luz del sol;  los paralíticos que han recuperado la movilidad de sus piernas, para correr a su lado. Y ni qué decir, de los que ya habían abandonado este mundo, y el Señor ha hecho que regresaran.

  Nadie en su sano juicio, y que no se hubiera obcecado en negar la realidad que se imponía con los hechos, hubiera sido capaz de dar la espalda a la Persona que, en su Humanidad, revelaba su Divinidad. Aquí ante ellos, se percibe el encuentro del hombre con el Señor de la Vida y de la Muerte: con el Mesías prometido por Dios a los Patriarcas. Pero todo es inútil; ya que no están dispuestos a entender, a aceptar. ¡No quieren rectificar! Ni salir de su error. No desean conocer la íntima esencia del Padre que revela el Hijo, a la luz del Espíritu Santo.

  Y como ocurre siempre cuando el ser humano se niega a razonar, termina empleando la fuerza; surge el mal, y el demonio gobierna el alma. Por eso aquellos que oían, sin querer escuchar, recogen piedras para hacer callar a Jesús. Lo que ocurre es que los planes de Dios se cumplen, cuando lo dispone Dios en su voluntad. Y no es el momento ni el lugar, en el que el Cordero Inmaculado se entreguará a su sacrificio. No perdamos nunca de vista, delante de Quién nos encontramos. No dudemos nunca ni de su poder, ni de su misericordia. Tal vez no lo entendamos; pero que no seamos capaces de comprender una cosa, no quiere decir que esa cosa no exista, sino que mi limitación no me permite abarcarla. Tal vez lo que ocurre es que para llegar a esa conclusión, necesito someter la razón a la inmensidad de un Dios que se revela. Tal vez es indispensable observar mi pequeñez. Tal vez requiero, para ello, de la humildad. Tal vez…


25 de marzo de 2015

¡El Tesoro de Dios!

Evangelio según San Lucas 1,26-38. 


El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. 

COMENTARIO:

  Hace unos días contemplábamos la revelación que un Ángel le hacía a José, para que no tuviera miedo de recibir a su esposa; porque el Niño que llevaba en su vientre, era fruto del Espíritu Santo. Hoy, san Lucas desarrolla este mismo hecho, desde la perspectiva de la Virgen. Y lo hace exponiendo el misterio de la Encarnación, a través del enviado divino que aquí tiene un nombre: Gabriel; Aquel que está cerca de Dios y es su mensajero. Nos sitúa en un lugar: una pequeña aldea de Galilea, llamada Nazaret. Y nos describe a la destinataria: una humilde doncella, llamada María, que es a los ojos de Dios, la llena de Gracia.

  Ante todo se observa, en esos primeros instantes, que la lógica de Dios no tiene que ver nada con la de los hombres. El Padre no ha escogido, para realizar el milagro inmenso y magistral de la Encarnación, ni la mujer más bella, ni la más cosmopolita, ni la más independiente, ni la más rica… Él eligió, desde antes de la Creación, a una joven cuyo corazón vibraba por el amor a los demás; una muchacha entregada a la felicidad de los suyos, y como no había nadie más suyo que Dios, totalmente rendida a la voluntad divina. Fiel, sincera, amable y siempre dispuesta a comprender antes de recibir la explicación. Confiada a los planes del Señor y, por ello, considerada instrumento del Altísimo. Una persona modesta y sencilla, que escondía en su interior un corazón de oro puro. Esa riqueza que no tiene precio, porque no se puede vender ni comprar; y que proviene de la disponibilidad total del que se ha entregado a Dios, para que Dios sea el eje sobre el que giran todos los actos de su vida; tanto los que agradan, como los que no. Una mujer fuerte, como demostrará al hilo de los acontecimientos, que somete su querer –no por falta de carácter- sino por fe, esperanza y amor.

  Pues bien, a Ella, a la llena de Gracia, el Ángel le expresa el deseo de Dios: una acción singular, soberana y omnipotente, que evocará la Creación y los diversos momentos de la Escritura, cuando el Espíritu Santo descendió sobre las aguas, para dar vida; o cuando cubrió el Arca de la Alianza con una nube, durante la peregrinación del pueblo de Israel, por el desierto:
“En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas” (Gn 1,2)
“Entonces la nube cubrió la Tienda de la Reunión y la Gloria del Señor llenó el Tabernáculo” (Ex 40,34)

  Ahora, cómo veis, ocurre lo mismo: en medio del caos y el pecado ha sido enviado el Paráclito para que Dios plante su tienda, definitivamente, entre los hombres. Para que el Verbo, asumiendo la naturaleza humana de la Carne Santísima de María, se haga Hombre sin dejar de ser Dios. Para dar la Vida eterna, a todos los que estábamos muertos; y abrir la puerta de la salvación, a todo el que quiera cruzarla. Pero para llevar a cabo la obra de la Redención, el Padre precisa –porque así lo ha querido al entregarnos el don precioso y preciado de la libertad- del querer de María. Por eso Gabriel la informa, le desgrana los hechos; porque esos hechos van a representar desde el comienzo, una vida llena de dificultad y, en muchos momentos, de sufrimiento. Ella, como buena israelita, conoce los pasajes del Antiguo Testamento a través de los que el Ángel se expresa: ese “trono de David”; ese “reinará sobre la casa de Jacob”; ese “su Reino no tendrá fin”. Todos ellos revelaciones que han estado conectadas a las promesas divinas a Israel, de enviarles un Mesías; y con el anuncio profético del Reino de Dios:
“El imperio será engrandecido,
Y la paz no tendrá fin
Sobre el trono de David
Y sobre su reino,
Para sostenerlo y consolidarlo
Con el derecho y la justicia,
Desde ahora y para siempre” (Is 9,6)
“Tu casa y tu reino permanecerán para siempre en mi presencia y tu trono será firme también para siempre” (2S 7,16)
“Lo vislumbro, pero no es ahora:
Lo diviso, pero no de cerca:
De Jacob viene en camino una estrella,
En Israel se ha levantado un cetro” (Nm 24,17)

  María también domina todas aquellas profecías, pero no le pasan inadvertidas las que nos hablan del Siervo Sufriente de Isaías; de todas las que tratan de incomprensión, dolor y humillación. Sin embargo, su actitud es de entrega confiada, de disponibilidad a la misión encomendada y de descanso en la Gracia divina. Ante ella se ha abierto la profundidad del significado del Niño, como Hijo de Dios, y a pesar de la responsabilidad que le sobreviene, sabe que si el Padre se lo pide es porque le enviará la fuerza necesaria para ser fiel en cada momento, y en cada circunstancia. Ante ella, toda la Creación está a la espera de su decisión. Nos urge su respuesta, porque ya vivimos la desobediencia de la primera mujer –Eva- y ahora aguardamos la obediencia de la Virgen que, con su fe, vuelve a reconciliar a la Humanidad con Dios.


  En sus manos se ha puesto el precio de nuestra salvación; en sus labios, la redención de los que estábamos cautivos y atados a nuestro pecado. Y como no podía ser de otra manera, Aquella que Dios eligió desde antes de toda la eternidad, como Madre de su Hijo y, por ello, como Madre de la Humanidad, dijo que sí. ¡Ya estamos en la plenitud de los tiempos! Ya se han puesto en marcha los planes divinos, donde la muerte será vencida y se dará paso a la Vida de la Gloria. Y todo por una mujer…Ella es la culminación de la Revelación, en Cristo. Ella es el medio por el cual la serpiente ha sido vencida. Ella es el cumplimiento de las promesas que anunciaron un Salvador. Ella es un regalo que el Padre ha entregado a sus hijos, para que lo valoren, lo disfruten y lo compartan, como Mediadora perfecta entre Jesucristo y los hombres. ¿Sabes apreciar lo que tienes? ¿La estimas como ejemplo de disponibilidad? ¿La tratas? ¿Le pides consejo? Nadie, salvo el Padre, ha estado más cerca de Cristo ¡No lo olvides nunca!

24 de marzo de 2015

¡Sólo tú y Dios, conocéis la respuesta!

Evangelio según San Juan 8,21-30. 


Jesús dijo a los fariseos:
"Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir".
Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?".
Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo.
Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados".
Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo.
De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo".
Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre.
Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó.
El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada".
Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio intenso y profundo de san Juan, nos muestra a Jesús que, una vez más, manifiesta delante de los que le escuchan y, sobre todo de las autoridades judías –que le siguen para encontrar el momento y la palabra precisa que justifique su prendimiento-, su realidad divina. Y lo hace, advirtiéndoles que nunca encontrarán al Mesías, si persisten en su actitud de repulsa contra Él. Ya que si de verdad hubieran querido hallarlo, habrían abierto los oídos a su mensaje y los ojos a los hechos acaecidos; pero en realidad, no estaban dispuestos a admitir nada ni nadie, que no se ajustara perfectamente a sus expectativas: a ese guerrero –libertador político- que tenía que darles el dominio de la tierra.

  Jesús no encajaba en ese argumento de poder, en el que habían convertido las perspectivas mesiánicas; y de nada sirvió que el Maestro les mostrara su error, porque no les gustaba lo que escuchaban ni les bastaba lo que descubrían: que Israel era el pueblo elegido para traer la salvación a todos los hombres, ya que de ellos, nacería el Redentor. Que habían sido escogidos, por el propio Dios, para abrir al mundo las puertas de la Gloria ¡Qué pena que no les bastara!

  Pero cómo no hay más sordo que el que no quiere oír, ni más ciego que el que no quiere ver, fueron inútiles todos los argumentos y todos los milagros que confirmaban que no se podía encontrar al Mesías, si se le buscaba fuera de Jesucristo. Hoy, después de veintiún siglos, seguimos haciendo lo mismo y buscamos lejos del Señor, la Verdad de la vida; y, cómo ya nos advirtió entonces, seguimos sin encontrarla. Porque el que ha dado la espalda a Dios, está condenado a morir con su pecado. Es esa falta que parte de una voluntad libre que no desea indagar, para no encontrar. Que prefiere perderse en “pseudo” realidades que le satisfacen, y que a nada comprometen. Porque seguir a Jesús, cómo bien nos indica, es estar despegados de las cosas de esta vida, sobre todo de nuestra soberbia, y buscar en todas las cosas la Gloria de Dios. Es valorar aquellos actos que no tienen fecha de caducidad, y que no sobresalen en el día a día; pero que, sin embargo, repercuten en nuestra santidad y en el bien de la comunidad.  Y Jesús insiste en que, para ello y porque conoce nuestra debilidad, es necesaria su fuerza, que nos ayudará a vencer las dificultades. Que es imprescindible que le reconozcamos como el Hijo de Dios, y nos unamos a Él en los Sacramentos de la Iglesia.

  El texto deja bien claro, que sólo alcanzaremos a Cristo si de verdad le buscamos. Que Él no fuerza a nadie a caminar a su lado; pero que si decidimos hacerlo, es indispensable aceptar la verdadera identidad que se esconde en la Humanidad Santísima de Jesús; porque de esa realidad divina, tendremos que dar testimonio delante de nuestros hermanos. Y para que no nos quede ninguna duda, el Maestro se da a Sí mismo el término de “Yo Soy”, que lo identifica al Padre. Esa expresión bíblica, por la que Dios se dio a conocer a Moisés, cuando durante el Éxodo, el pueblo judío le pidió un nombre:
“Moisés replicó:
-Cuando me acerque a los hijos de Israel y les diga:
“el Dios de nuestros padres me envía a vosotros”, y
Me pregunten cuál es su nombre, ¿qué he de decirles?
Y le dijo Dios a Moisés:
-“Yo soy el que soy”-
Y añadió:
-Así les dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me ha enviado
A vosotros” (Ex. 3, 13-14)

  Tras esa explicación, tan clara como concreta, el Maestro revela en su Persona, el auténtico conocimiento de Dios. Es absurdo e inútil, seguir buscando al Altísimo, como antaño, en esas imágenes imperfectas de las que nos habla la creación, el hombre y los vestigios de sabiduría. Ya que, como anunció la Escritura, la Sabiduría se ha encarnado en Cristo, y ha manifestado su plenitud. Por eso, cuando aquellos hombres obcecados en su error, le preguntan: “¿Tú quien eres?”, no están dispuestos ni preparados, para abrir su corazón a la Verdad. Porque la respuesta a esa cuestión, que es el encuentro con la realidad divina y vital de todos los hombres, cambia radicalmente nuestra existencia. Nadie, absolutamente nadie, tras aceptar a Jesús de Nazaret cómo el Hijo de Dios, puede desoír su mensaje; ni dejar de comprometerse con su doctrina.


  El problema es que, cómo nos indica el Maestro, ha escogido como trono regio –por amor a los hombres- una cruz de madera desde donde ofrece a la Humanidad entera, la salvación. Pero ¡fíjate! Que a pesar de que el Señor advierte que el camino del cristiano no será fácil y que, como esa corona que le clavarán, estará lleno de espinas, nos dice el escritor sagrado que muchos creyeron en Él y se bautizaron. Y yo te pregunto ¿Te asustas ante la Verdad del Evangelio? O como aquellos ¿Estás dispuesto a servir a Dios, dónde y cómo quiera? ¡Sólo tú, y Dios, conocéis la respuesta!