HECHOS DE LOS APÓSTOLES:
La obra no es propiamente un relato
sobre la actividad de los Apóstoles, sino una suerte de monografía histórica
que describe las primeras etapas del desarrollo del cristianismo en conexión
con los trabajos misioneros de los Apóstoles más destacados, es decir, Pedro y
Pablo.
En las colecciones antiguas de los libros
del Nuevo Testamento, aparece algunas veces unido a las cartas de san Pablo, y
otras veces junto a las Cartas Católicas; sin
embargo, normalmente, se sitúa detrás de los cuatro evangelios ya que,
de esta manera, sirve de puente entre los Evangelios y las Cartas Apostólicas,
ya que muestra como los primeros discípulos imitaron a su Maestro predicando lo
que más tarde escribieron y así el lector puede situar, en el espacio y el
tiempo, a casi todos los autores del resto del Nuevo Testamento: Pedro, Pablo,
Santiago, Judas y Juan.
Las primeras líneas del evangelio de san
Lucas y del libro de los Hechos denotan que los escritos tienen un mismo autor
y forman parte de un mismo proyecto; siendo la autoridad de Hechos notoria, en
la Iglesia primitiva, ya que aparece citado en los testimonios patrísticos más
importantes de los primeros siglos. Siendo, quizás, el más significativo el de
Ireneo que acudió a Hechos para defender la apostolicidad de Pablo frente a los
ebionitas, y para refutar a Marción que no admitía más que el evangelio de
Lucas y las cartas de Pablo.
Del texto de los Hechos nos han llegado dos
tradiciones distintas: la oriental, o texto alejandrino, y la occidental, que
es una décima parte más larga que la oriental, seguramente porque contiene
alguna paráfrasis aclaratoria, que se ha pensado que pudo ser escrita por Lucas
en Roma, o bien -como tardó más en ser
reconocido como libro canónico- que
algunos copistas se sintieran con la libertad para introducir pequeñas notas
aclaratorias.
Los Hechos de los Apóstoles narran el
establecimiento de la Iglesia y la propagación inicial del Evangelio, después
de la Ascensión del Señor; pudiendo ser considerado un libro histórico, algo
así como la primera historia del cristianismo, donde no se nombra una simple
crónica de sucesos, sino que es una
magnífica obra donde se unen el carácter teológico y el carácter
histórico. El libro relata los comienzos de la Iglesia con el fin principal de
consolidar la fe de los cristianos, que debían sentirse seguros en la firmeza
de su origen y de su fundamento; mostrando un cristianismo que aparece como una
fe señera, segura de Dios y de sí misma, que abomina de la oscuridad y de la
vida de secta. Sin temer al debate
público de sus principios y convicciones, y penetrando a todo el conjunto de la
redacción una extraordinaria alegría espiritual. Es esa alegría que viene del
Espíritu Santo, de la certeza del origen sobrenatural de la Iglesia, de la
contemplación de los hechos extraordinarios con los que Dios acompaña a los
predicadores de su Evangelio y de la protección divina, que defiende a los
discípulos de las persecuciones.
Se han propuesto diversas divisiones del
libro, pero se podría decir que los 28 capítulos se dividen en dos grandes
partes, dispuestas antes y después del “Concilio” de Jerusalén. Éste se relata
al comienzo del capítulo 15, donde la Asamblea de Jerusalén constituye, sin
duda, el centro teológico del libro, por la singular importancia que tuvo para
entender, según el deseo de Dios, el carácter católico -universal-
de la Iglesia y la primacía de la Gracia sobre la Ley Mosaica, así como
para impulsar la difusión universal del Evangelio. Por otra parte, el escrito
parece el desarrollo del cumplimiento de las palabras de Jesús dirigidas a los
discípulos antes de la Ascensión: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que
descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra.”.
Desde esta perspectiva, Hechos narra el
primer balbuceo de la Iglesia de Jerusalén, su ensanchamiento a zonas vecinas
de Judea y Samaria, y su expansión por las regiones mediterráneas hasta llegar
a Roma, capital del Imperio; guiando, en cada acontecimiento, el Espíritu Santo
la acción de los discípulos. Pero en este plan se perciben ciertas
peculiaridades, ya que en los doce primeros capítulos -salvo cuando se narra la conversión de
Pablo- giran en torno a la persona de
Pedro y en cambio, desde el capítulo trece
-salvo los episodios del Concilio de Jerusalén, donde Pedro es
protagonista- la narración sigue los
pasos de Pablo. Ese doble foco se puede prolongar a las ciudades de Jerusalén y
Antioquía: los primeros capítulos narran la evangelización que nace de Jerusalén
(Pedro) y después constata el vigor apostólico de la Iglesia de Antioquía
(Pablo), jalonando la historia de la predicación evangélica y dividiendo a
Hechos en cuatro partes a la que precede una buena presentación:
·
Presentación (1,1-11) Enlaza con
el Evangelio según san Lucas; refiriéndose el prólogo a las primeras palabras
del evangelio, y las últimas al relato de la Ascensión.
·
Primera parte: La Iglesia en Jerusalén
(1,12-7,60) Narra la
vida de la Iglesia naciente en Jerusalén, donde una vez elegido Matías -para completar el grupo de los doce- se relata la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés y la primera predicación apostólica cerca de Jerusalén. La
narración sigue con el crecimiento y la agrupación de la comunidad en torno a
Pedro y a los demás Apóstoles, acompañando la predicación de los Doce, milagros
y hechos extraordinarios. Lucas describió la vitalidad espiritual de la primera
Iglesia, el aumento de los fieles que reclamó la elección de los diáconos; la persecución
que se desató en Jerusalén contra los cristianos “helenistas” que procedían de
la diáspora judía; el martirio de san Esteban, que supuso la culminación de
esta sección, y el desplazamiento de la acción a las regiones limítrofes de
Judea.
·
Segunda parte: Expansión de la Iglesia fuera de
Jerusalén (8,1-12,25) Relata la dispersión de los cristianos helenistas que
se habían diseminado a causa de la persecución y predicaban el Evangelio por
Judea, Samaria y Siria. La persecución fue providencial porque la Iglesia
comenzó a abrir sus puerta a los gentiles; hablándonos de la conversión del
etíope y de la recepción del Bautismo por parte de numerosos samaritanos. Se
narra con bastante detalle la vocación de Pablo, llamado a ser Apóstol de las
gentes, y la conversión del centurión Cornelio, de extraordinario significado
para la superación de las barreras étnicas en la aceptación del Evangelio.
Termina con la muerte de Santiago, hermano de Juan, y la detención y liberación
milagrosa de san Pedro.
·
Tercera parte: Difusión de la Iglesia entre los
gentiles; viajes misioneros de Pablo (13,1-20,38) Pablo es el
instrumento elegido por Dios para extender el camino de la salvación hasta los
confines de la tierra. En esta tercera parte se relatan sus viajes apostólicos
con la propagación del evangelio y la fundación de nuevas comunidades. Desde
este momento, cobra una singular importancia la labor misionera de la Iglesia
de Antioquía, aunque el libro de los Hechos no deja de señalar que cada nuevo
impulso evangelizador pasa también por Jerusalén.
·
Cuarta parte: San Pablo prisionero y testigo de Cristo
(21,1-28,31) Con la llegada de Pablo a Jerusalén comienza la última
parte del libro que describe la cautividad del Apóstol. Éste, según el anuncio
del Señor, será desde ahora prisionero y testigo de Cristo y del Evangelio. Se
narra con detalle su viaje, como preso, hasta Roma, quedando abierto -desde la Urbe- el camino del Evangelio a todo el mundo.
Como el libro forma parte del mismo proyecto
que el tercer evangelio, su autor y su composición -san Lucas-
son los mismos que en el Evangelio de san Lucas, que ya hemos visto;
aunque en los Hechos se descubre, con más claridad, la imaginación sintética y
el autor concienzudo que ha meditado mucho las cosas antes de escribirlas.
Hechos de los Apóstoles es un libro
histórico, pero no sólo historia desnuda, sino didáctica, que nos enseña y que,
a su vez, ha resistido la crítica liberal de siglos pasados -que hacían
interpretaciones arbitrarias y superficiales-
mostrándose como vehículo de un mensaje evangelizador, pero con una
labor rigurosa de valoración e interpretación de sus fuentes. La veracidad
histórica de Lucas se puede iluminar a través de libros como son: “Las
Antigüedades Judías” de Flavio Josefo
-escritor judío, no cristiano-
que fueron escritas unos veinte años después que los Hechos; así como
las Cartas de san Pablo, con los sucesos que narra y que permiten una
comparación que confirma la historicidad del libro del Lucas.
Según la pauta de los escritores helenistas
y judíos, san Lucas usó fuentes ya que
no fue testigo ocular de todo lo que relata y no se conformó con simples
informaciones- por lo que se cree que
debió emplear documentos de diversos géneros: como narraciones breves,
resúmenes de discursos, notas, diarios de viajes, sumarios, etc.; así como
materiales obtenidos de las diferentes
iglesias, o derivados de los protagonistas principales. Hay, como en
todos los escritos bíblicos, muchas suposiciones como aquellas que consideran
que Lucas tenía una fuente antioquena que le transmitió información sobre
Esteban, Felipe, Bernabé y los primeros tiempos de san Pablo; hay también los
que creen que el autor tenía una colección de relatos de san Pedro.
Como siempre, todo son hipótesis, pero lo
que sí es evidente es que el autor se condujo con libertad a la hora de
integrar las fuentes en el conjunto del relato: omitiendo lo que no consideró
necesario para su propósito y abreviando los elementos recibidos; aunque lo
cierto es que consiguió imprimirle una magnífica unidad a toda su obra,
reflejando en todo momento la acción sobrenatural del Espíritu de Dios que
guiaba la Iglesia.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles
nos sitúa con hondura y sencillez, ante el conjunto de la fe cristiana. San Lucas
presenta al lector, con el propósito de instruirle, las principales verdades
del cristianismo, así como lo más importante de la incipiente vida sacramental
y litúrgica de la naciente Iglesia. Se aprecian también en el libro algunos
aspectos de la organización eclesiástica y diversas actitudes de los cristianos
ante la vida política y social de su tiempo; mereciendo especial atención, la
doctrina sobre Cristo, el Espíritu y la Iglesia:
·
Jesucristo: Los
Hechos fundamentan su doctrina acerca de Cristo en su vida terrena y en su
exaltación, que son el núcleo del anuncio evangélico; subrayando todos los
aspectos del misterio Pascual
-pasión, muerte, resurrección y ascensión- de los cuales, los Apóstoles son “testigos”,
y que se explican como cumplimento de los planes de Dios anunciados ya en las
profecías del Antiguo Testamento; aplicando a Jesús diversos títulos
cristológicos que manifiestan su ser divino y su misión redentora, tales como:
Señor, Salvador, Siervo del Señor, Justo, Santo y sobre todo Cristo -Mesías- que se convierte en nombre propio.
·
El Espíritu Santo: San Lucas acentúa la importancia y la función determinante del
Espíritu Santo en la vida entera de la
Iglesia, ya que es, a la vez, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Jesucristo,
que viene sobre los discípulos en Pentecostés para manifestar públicamente a la
Iglesia, haciendo posible el comienzo de
su actividad salvadora. El Espíritu Santo es posesión y bien común de todos y
cada uno de los cristianos, así como la fuente de alegría y vibración espiritual que debe caracterizarles; también
es el que guía a la Iglesia en la elección de jerarcas y misioneros y el que
impulsa y protege el desarrollo de su actividad evangélica.
·
La Iglesia:
Los Hechos resultan indispensables para conocer la vida de la Iglesia en los
primeros treinta años de su historia. Nos la muestran como la prolongación de
la obra de Jesucristo y el instrumento de Dios para el cumplimento de las
promesas del Antiguo Testamento. Es por tanto el verdadero Israel, un pueblo
nuevo y universal de lazos espirituales, cuya naturaleza es esencialmente
misionera. La Iglesia rebosa de la presencia invisible, pero real, de su Señor
resucitado, que es el centro del culto cristiano y el único Nombre que puede
salvar a los hombres. La presencia de Jesucristo se hace real y verdadera en
“la fracción del pan”, es decir, en el sacrificio eucarístico que se celebraba,
ya por los discípulos, el Domingo -primer
día de la semana-.
La vida de los cristianos se describe con
rasgos sencillos y emocionantes, centrados en la oración, la Eucaristía y la doctrina de los Apóstoles; que los
disponen a unos hechos excelentes de desprendimiento, concordia y amor. Por
ello san Lucas, nos ofrece ese modo de vivir como patrón y modelo para las
nuevas generaciones de discípulos. El libro funde, en admirable armonía, la
expectación de la segunda venida del Señor, propia de todo el Nuevo Testamento
y la necesidad de concentrarse con perseverancia, mediante la oración, el
trabajo y el sufrimiento alegre, en la edificación terrena del Reino de Dios.
Los Hechos, finalmente, nos instruyen acerca de la primitiva constitución de la
jerarquía eclesiástica, y nos han conservado un relato de importancia singular
sobre el primer Concilio de la Iglesia.