31 de enero de 2014

¡Hechos de los apóstoles!



HECHOS DE LOS APÓSTOLES:  

La obra no es propiamente un relato sobre la actividad de los Apóstoles, sino una suerte de monografía histórica que describe las primeras etapas del desarrollo del cristianismo en conexión con los trabajos misioneros de los Apóstoles más destacados, es decir, Pedro y Pablo.

   En las colecciones antiguas de los libros del Nuevo Testamento, aparece algunas veces unido a las cartas de san Pablo, y otras veces junto a las Cartas Católicas; sin  embargo, normalmente, se sitúa detrás de los cuatro evangelios ya que, de esta manera, sirve de puente entre los Evangelios y las Cartas Apostólicas, ya que muestra como los primeros discípulos imitaron a su Maestro predicando lo que más tarde escribieron y así el lector puede situar, en el espacio y el tiempo, a casi todos los autores del resto del Nuevo Testamento: Pedro, Pablo, Santiago, Judas y Juan.

   Las primeras líneas del evangelio de san Lucas y del libro de los Hechos denotan que los escritos tienen un mismo autor y forman parte de un mismo proyecto; siendo la autoridad de Hechos notoria, en la Iglesia primitiva, ya que aparece citado en los testimonios patrísticos más importantes de los primeros siglos. Siendo, quizás, el más significativo el de Ireneo que acudió a Hechos para defender la apostolicidad de Pablo frente a los ebionitas, y para refutar a Marción que no admitía más que el evangelio de Lucas y las cartas de Pablo.

   Del texto de los Hechos nos han llegado dos tradiciones distintas: la oriental, o texto alejandrino, y la occidental, que es una décima parte más larga que la oriental, seguramente porque contiene alguna paráfrasis aclaratoria, que se ha pensado que pudo ser escrita por Lucas en Roma, o bien  -como tardó más en ser reconocido como libro canónico-  que algunos copistas se sintieran con la libertad para introducir pequeñas notas aclaratorias.

   Los Hechos de los Apóstoles narran el establecimiento de la Iglesia y la propagación inicial del Evangelio, después de la Ascensión del Señor; pudiendo ser considerado un libro histórico, algo así como la primera historia del cristianismo, donde no se nombra una simple crónica de sucesos, sino que es una  magnífica obra donde se unen el carácter teológico y el carácter histórico. El libro relata los comienzos de la Iglesia con el fin principal de consolidar la fe de los cristianos, que debían sentirse seguros en la firmeza de su origen y de su fundamento; mostrando un cristianismo que aparece como una fe señera, segura de Dios y de sí misma, que abomina de la oscuridad y de la vida de secta. Sin  temer al debate público de sus principios y convicciones, y penetrando a todo el conjunto de la redacción una extraordinaria alegría espiritual. Es esa alegría que viene del Espíritu Santo, de la certeza del origen sobrenatural de la Iglesia, de la contemplación de los hechos extraordinarios con los que Dios acompaña a los predicadores de su Evangelio y de la protección divina, que defiende a los discípulos de las persecuciones.

   Se han propuesto diversas divisiones del libro, pero se podría decir que los 28 capítulos se dividen en dos grandes partes, dispuestas antes y después del “Concilio” de Jerusalén. Éste se relata al comienzo del capítulo 15, donde la Asamblea de Jerusalén constituye, sin duda, el centro teológico del libro, por la singular importancia que tuvo para entender, según el deseo de Dios, el carácter católico  -universal-  de la Iglesia y la primacía de la Gracia sobre la Ley Mosaica, así como para impulsar la difusión universal del Evangelio. Por otra parte, el escrito parece el desarrollo del cumplimiento de las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos antes de la Ascensión: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.”.

   Desde esta perspectiva, Hechos narra el primer balbuceo de la Iglesia de Jerusalén, su ensanchamiento a zonas vecinas de Judea y Samaria, y su expansión por las regiones mediterráneas hasta llegar a Roma, capital del Imperio; guiando, en cada acontecimiento, el Espíritu Santo la acción de los discípulos. Pero en este plan se perciben ciertas peculiaridades, ya que en los doce primeros capítulos  -salvo cuando se narra la conversión de Pablo-  giran en torno a la persona de Pedro y en cambio, desde el capítulo trece  -salvo los episodios del Concilio de Jerusalén, donde Pedro es protagonista-  la narración sigue los pasos de Pablo. Ese doble foco se puede prolongar a las ciudades de Jerusalén y Antioquía: los primeros capítulos narran la evangelización que nace de Jerusalén (Pedro) y después constata el vigor apostólico de la Iglesia de Antioquía (Pablo), jalonando la historia de la predicación evangélica y dividiendo a Hechos en cuatro partes a la que precede una buena presentación:

·        Presentación (1,1-11) Enlaza con el Evangelio según san Lucas; refiriéndose el prólogo a las primeras palabras del evangelio, y las últimas al relato de la Ascensión.
·        Primera parte: La Iglesia en Jerusalén (1,12-7,60)  Narra la vida de la Iglesia naciente en Jerusalén, donde una vez elegido Matías  -para completar el grupo de los doce-  se relata la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y la primera predicación apostólica cerca de Jerusalén. La narración sigue con el crecimiento y la agrupación de la comunidad en torno a Pedro y a los demás Apóstoles, acompañando la predicación de los Doce, milagros y hechos extraordinarios. Lucas describió la vitalidad espiritual de la primera Iglesia, el aumento de los fieles que reclamó la elección de los diáconos; la persecución que se desató en Jerusalén contra los cristianos “helenistas” que procedían de la diáspora judía; el martirio de san Esteban, que supuso la culminación de esta sección, y el desplazamiento de la acción a las regiones limítrofes de Judea.
·        Segunda parte: Expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén (8,1-12,25) Relata la dispersión de los cristianos helenistas que se habían diseminado a causa de la persecución y predicaban el Evangelio por Judea, Samaria y Siria. La persecución fue providencial porque la Iglesia comenzó a abrir sus puerta a los gentiles; hablándonos de la conversión del etíope y de la recepción del Bautismo por parte de numerosos samaritanos. Se narra con bastante detalle la vocación de Pablo, llamado a ser Apóstol de las gentes, y la conversión del centurión Cornelio, de extraordinario significado para la superación de las barreras étnicas en la aceptación del Evangelio. Termina con la muerte de Santiago, hermano de Juan, y la detención y liberación milagrosa de san Pedro.
·        Tercera parte: Difusión de la Iglesia entre los gentiles; viajes misioneros de Pablo (13,1-20,38) Pablo es el instrumento elegido por Dios para extender el camino de la salvación hasta los confines de la tierra. En esta tercera parte se relatan sus viajes apostólicos con la propagación del evangelio y la fundación de nuevas comunidades. Desde este momento, cobra una singular importancia la labor misionera de la Iglesia de Antioquía, aunque el libro de los Hechos no deja de señalar que cada nuevo impulso evangelizador pasa también por Jerusalén.
·        Cuarta parte: San Pablo prisionero y testigo de Cristo (21,1-28,31) Con la llegada de Pablo a Jerusalén comienza la última parte del libro que describe la cautividad del Apóstol. Éste, según el anuncio del Señor, será desde ahora prisionero y testigo de Cristo y del Evangelio. Se narra con detalle su viaje, como preso, hasta Roma, quedando abierto  -desde la Urbe-  el camino del Evangelio a todo el mundo.

   Como el libro forma parte del mismo proyecto que el tercer evangelio, su autor y su composición  -san Lucas-  son los mismos que en el Evangelio de san Lucas, que ya hemos visto; aunque en los Hechos se descubre, con más claridad, la imaginación sintética y el autor concienzudo que ha meditado mucho las cosas antes de escribirlas.

   Hechos de los Apóstoles es un libro histórico, pero no sólo historia desnuda, sino didáctica, que nos enseña y que, a su vez, ha resistido la crítica liberal de siglos pasados -que hacían interpretaciones arbitrarias y superficiales-  mostrándose como vehículo de un mensaje evangelizador, pero con una labor rigurosa de valoración e interpretación de sus fuentes. La veracidad histórica de Lucas se puede iluminar a través de libros como son: “Las Antigüedades Judías” de Flavio Josefo  -escritor judío, no cristiano-  que fueron escritas unos veinte años después que los Hechos; así como las Cartas de san Pablo, con los sucesos que narra y que permiten una comparación que confirma la historicidad del libro del Lucas.
   Según la pauta de los escritores helenistas y judíos, san Lucas usó fuentes  ya que no fue testigo ocular de todo lo que relata y no se conformó con simples informaciones-  por lo que se cree que debió emplear documentos de diversos géneros: como narraciones breves, resúmenes de discursos, notas, diarios de viajes, sumarios, etc.; así como materiales obtenidos de las diferentes  iglesias, o derivados de los protagonistas principales. Hay, como en todos los escritos bíblicos, muchas suposiciones como aquellas que consideran que Lucas tenía una fuente antioquena que le transmitió información sobre Esteban, Felipe, Bernabé y los primeros tiempos de san Pablo; hay también los que creen que el autor tenía una colección de relatos de san Pedro.

   Como siempre, todo son hipótesis, pero lo que sí es evidente es que el autor se condujo con libertad a la hora de integrar las fuentes en el conjunto del relato: omitiendo lo que no consideró necesario para su propósito y abreviando los elementos recibidos; aunque lo cierto es que consiguió imprimirle una magnífica unidad a toda su obra, reflejando en todo momento la acción sobrenatural del Espíritu de Dios que guiaba la Iglesia.

   La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos sitúa con hondura y sencillez, ante el conjunto de la fe cristiana. San Lucas presenta al lector, con el propósito de instruirle, las principales verdades del cristianismo, así como lo más importante de la incipiente vida sacramental y litúrgica de la naciente Iglesia. Se aprecian también en el libro algunos aspectos de la organización eclesiástica y diversas actitudes de los cristianos ante la vida política y social de su tiempo; mereciendo especial atención, la doctrina sobre Cristo, el Espíritu y la Iglesia:

·        Jesucristo: Los Hechos fundamentan su doctrina acerca de Cristo en su vida terrena y en su exaltación, que son el núcleo del anuncio evangélico; subrayando todos los aspectos del misterio Pascual        -pasión, muerte, resurrección y ascensión-  de los cuales, los Apóstoles son “testigos”, y que se explican como cumplimento de los planes de Dios anunciados ya en las profecías del Antiguo Testamento; aplicando a Jesús diversos títulos cristológicos que manifiestan su ser divino y su misión redentora, tales como: Señor, Salvador, Siervo del Señor, Justo, Santo y sobre todo Cristo                     -Mesías-  que se convierte en nombre propio.
·        El Espíritu Santo: San Lucas acentúa la importancia y la función determinante del Espíritu Santo en  la vida entera de la Iglesia, ya que es, a la vez, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Jesucristo, que viene sobre los discípulos en Pentecostés para manifestar públicamente a la Iglesia,  haciendo posible el comienzo de su actividad salvadora. El Espíritu Santo es posesión y bien común de todos y cada uno de los cristianos, así como la fuente de alegría y vibración  espiritual que debe caracterizarles; también es el que guía a la Iglesia en la elección de jerarcas y misioneros y el que impulsa y protege el desarrollo de su actividad evangélica.
·        La Iglesia: Los Hechos resultan indispensables para conocer la vida de la Iglesia en los primeros treinta años de su historia. Nos la muestran como la prolongación de la obra de Jesucristo y el instrumento de Dios para el cumplimento de las promesas del Antiguo Testamento. Es por tanto el verdadero Israel, un pueblo nuevo y universal de lazos espirituales, cuya naturaleza es esencialmente misionera. La Iglesia rebosa de la presencia invisible, pero real, de su Señor resucitado, que es el centro del culto cristiano y el único Nombre que puede salvar a los hombres. La presencia de Jesucristo se hace real y verdadera en “la fracción del pan”, es decir, en el sacrificio eucarístico que se celebraba, ya por los discípulos, el Domingo  -primer día de la semana-.

   La vida de los cristianos se describe con rasgos sencillos y emocionantes, centrados en la oración, la Eucaristía y  la doctrina de los Apóstoles; que los disponen a unos hechos excelentes de desprendimiento, concordia y amor. Por ello san Lucas, nos ofrece ese modo de vivir como patrón y modelo para las nuevas generaciones de discípulos. El libro funde, en admirable armonía, la expectación de la segunda venida del Señor, propia de todo el Nuevo Testamento y la necesidad de concentrarse con perseverancia, mediante la oración, el trabajo y el sufrimiento alegre, en la edificación terrena del Reino de Dios. Los Hechos, finalmente, nos instruyen acerca de la primitiva constitución de la jerarquía eclesiástica, y nos han conservado un relato de importancia singular sobre el primer Concilio de la Iglesia.




30 de enero de 2014

¡El árbol de la Vida!



Evangelio según San Marcos 4,21-25.



Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".


COMENTARIO:

  ¡Qué maravillosas son estas palabras de Jesús, que nos transmite el Evangelio de Marcos! Esta parábola corta, pero a la vez profunda, que el Maestro hace llegar a los que le escuchan y quieren servirle con fidelidad, entraña dos enseñanzas que deben ser creídas e interiorizadas para, posteriormente, hacerlo lema de nuestra vida: El Señor manifiesta que su doctrina, ésa que nos pide que comuniquemos a todas las gentes de todos los lugares, es la Luz del mundo que conseguirá terminar con la oscuridad del pecado.

  Cada uno de nosotros, llamados a ser discípulos de Cristo a través del Bautismo, hemos de ser conscientes del inmenso tesoro que hemos recibido y que entregamos a los demás. Enseñar y transmitir la Palabra de Dios; acercar al Señor a nuestros hermanos o facilitar que éstos puedan disfrutar de los Sacramentos, no es un derecho que tenemos, sino un deber que nace fruto del amor. Porque todo aquel que quiere a alguien, desea para ese alguien la felicidad; y nosotros estamos convencidos –porque así lo anunció el Señor- que la Felicidad sólo se consigue al lado de Dios.

  No hay nada peor que vivir pensando en la proximidad de la muerte que pone punto y final a nuestras expectativas, a los proyectos y a las ilusiones; sobre todo cuando ésta representa el exterminio total de nuestro ser y nuestro existir. En cambio cuando hemos conocido, por boca de aquellos que fueron testigos de la Resurrección de Cristo y dieron su vida en el circo romano comidos por los leones para defender esa realidad, que la muerte ha sido vencida por el Señor y que ha sido primicia de la resurrección de todos aquellos que unidos a Él formamos la Iglesia, la tristeza se torna en esperanza y el final adquiere el calificativo de principio. Hasta el dolor cobra su verdadero sentido, como camino de salvación y participación en el sufrimiento de Jesucristo; ayudándonos a sobrellevarlo con esa alegría del que conoce el porqué y así, le facilita el cómo.

  Eso es lo que queremos comunicar a todos aquellos que quieren escucharnos: que Cristo vive y que nos busca incansablemente para que recuperemos el lugar que perdimos, por causa del pecado. Que las palabras del Maestro se tornan luz al hilo de los acontecimientos y nos facilitan caminar por el sendero de la vida. Es así, desgranando cada frase del Señor acompañados del Magisterio, cómo nosotros tomamos conciencia de la enorme responsabilidad que Jesús nos ha conferido. Por eso, desde este párrafo nos recuerda que esa lámpara que no debe esconderse debajo de la cama, es la doctrina cristiana que debe poner a Nuestro Señor en la cima del mundo y, en particular, en todos los corazones. Es esa obligación nuestra, adquirida libremente, de ser portadores de la Luz: y no permitir que nadie la esconda, sobre todos aquellos que en el fondo la temen.

  Nos dice también Jesús en el texto, que el Espíritu Santo nos infunde la Gracia en el mismo momento en el que renacemos a la vida divina por las aguas bautismales. Pero mantenerla y hacerla fructificar al lado del Señor es una elección que todos hacemos en total libertad. Por eso, porque requiere nuestro esfuerzo y exige la renuncia de nuestra propia naturaleza herida, Cristo nos enseña que vendrá en nuestra ayuda. Que como siempre, no va a dejarnos solos en la guerra con el diablo, para conquistar nuestra salvación. Que aquel que consciente del regalo recibido, luche por ser fiel y hacer crecer la semilla de Dios en su alma, el Maestro acudirá en su socorro para que consiga convertir la simiente en al árbol de su Vida. Allí, las profundas raíces que han crecido en la fe y la esperanza divina, regaran con su sabia las ramas que se extienden hacia las alturas y permitirán que florezcan los frutos que entregaremos a Dios, en el último día.

¡No desfallezcáis!



Evangelio según San Marcos 4,1-20.


Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".
Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.
Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra.
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Marcos, como el Señor se dirige a los que le escuchan, para transmitirles un mensaje a través de un modo peculiar de enseñanza: la parábola. De esta manera, mediante esas breves narraciones que encierran una educación moral y religiosa, Jesús revela una verdad espiritual de forma comparativa. No explica fábulas, ni alegorías, pues sus relatos se basan en hechos u observaciones creíbles, teniendo la mayoría de estos elementos connotaciones de la vida cotidiana, que tan bien conocían todos aquellos que le escuchaban. Es cierto que el Señor usó las parábolas con la finalidad de enseñar cómo debe actuar una persona para conseguir entrar en el Reino de los Cielos, y para revelar misterios divinos, facilitando su comprensión; pero también las usó como armas didácticas contra líderes religiosos y sociales.

  Y a pesar de que este tipo de enseñanza tenía una fundada tradición bíblica -ya que sólo hay que recordar como Isaías las utilizaba para anunciar que la Palabra de Dios era como la lluvia que salía de los cielos, pero no volvía a ellos sin dar frutos- Jesús nos pide, desde estas líneas del Evangelio, que tomemos nota de su forma de actuar en la transmisión del mensaje divino y que acomodemos nuestro apostolado a todas las edades, momentos y circunstancias diversas, que nos podamos encontrar. Que busquemos argumentos, como hizo Él, para facilitar al mundo la salvación conseguida al precio de su sangre.

  Marcos, a diferencia de otros sinópticos, resalta la dificultad que tuvieron los oyentes de Jesús –también sus discípulos- para comprender el verdadero sentido de la parábola. El Señor sabe que sus palabras, como el Reino que predica, son un misterio que sólo se ilumina sin dificultad, cuando el Espíritu Santo llena de luz con su presencia el corazón de los hombres. Pero como hace el sembrador, Jesús se retira con ese grupo de hombres que ha escogido para fundar su Iglesia, a trabajar la tierra de su alma y su conocimiento; así estarán a punto para recibir la semilla del depósito de la fe, que deberá guardar hasta el fin de los tiempos. Necesita que ellos comprendan, para ser con la ayuda del Paráclito, los pilares que van a sostener los difíciles momentos de la formación de la Iglesia primitiva.

  A nosotros, como bautizados, el Señor nos pedirá que le busquemos en el tesoro de la Palabra; que le encontramos en la riqueza de los Sacramentos y que le acompañemos por todos los rincones de la vida, como discípulos coherentes que se han comprometido a conocer, interiorizar y transmitir su mensaje, a través de la Barca de Pedro. No podemos tener miedo de no estar a la altura, porque eso no es virtud nuestra, sino un don del Espíritu que anida, tras el Bautismo, en nuestro corazón; poniendo alas a nuestro conocimiento, para que podamos acercarnos a Dios. Y si así lo hacemos, si así descansamos en Aquel que todo lo puede, veremos cómo siguiendo los pasos del sembrador de la parábola, la semilla germinará en tierra buena y fértil, siendo capaz de producir buenos frutos de vida cristiana.

  Nos avisa Jesús que no podemos desanimarnos ante las respuestas de los hombres a nuestra tarea apostólica; porque ante todo la persona es libre para recibir o despreciar el mensaje de la salvación. Muchos nos escucharán con interés, y tal vez tengan buenos propósitos, pero cuando comprenden que seguir a Cristo exige muchas veces, renunciar a los propios intereses para formar parte de los planes divinos, preferirán seguir en su cómoda ignorancia que piensan, erróneamente, que los excluye de cualquier responsabilidad. Otros reflexionarán que la doctrina que les transmitimos es la adecuada, pero intentarán hacer una dicotomía con la Iglesia perdiendo, sin darse cuenta, las raíces que los unen a la sabia de la Vida, la Gracia. Y los más, ni siquiera nos escucharán. Pero luego nos encontraremos con esas almas, regalo de Dios, que cambiarán su existencia por un encuentro fortuito con nosotros; por una pregunta que halló respuesta; por una frase que acercó a Cristo a su lado. Ese es el camino que hemos elegido, al decidir seguir los pasos de Nuestro Señor ¡Ánimo a todos!  ¡No desfallezcáis! Navegamos juntos en la Barca de Pedro, la Iglesia, a la conquista del mundo.  

29 de enero de 2014

¡Hay que saber interpretar!



Evangelio según San Marcos 3,31-35.



Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.
La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".


COMENTARIO:

  Cuando leí por primera vez este evangelio de Marcos, me pareció que el Señor trataba con una cierta dureza a su Santísima Madre y a los parientes que la acompañaban. Pero la Escritura tiene esa particularidad, que a medida que profundizas en su contenido y la vas conociendo, se abre a tu inteligencia la luz maravillosa del Espíritu Santo.

  Descubrí que Jesús, desde aquel lugar, nos decía a ti y a mí que, si queremos, podemos formar parte de la familia divina; porque esta particularidad sólo consiste en cumplir la voluntad de Dios. Esa es la característica principal del cristiano, que se hace uno con Cristo en las aguas del Bautismo; haciendo nuestros los deseos del Señor. Y es este hecho el que crea en nosotros un parentesco con Jesús mucho más profundo que el parentesco natural de la sangre.

  Pero esas palabras que así lo manifiestan, para nada minusvaloran su relación con la Virgen; ya que nadie ha correspondido al querer divino, como lo hizo María. Justamente Ella, con su obediencia enamorada, prefiguró lo que sería la vida de los discípulos. Ella, que creyó sin ninguna duda al enviado de Dios y concibió por su fe. Ella, que fue la elegida, para que naciera de sus entrañas el Mesías que tenía que salvarnos, antes de que el Padre la creara. Ella, que elaboró un sí incondicional a la petición del Señor, y que entregó su vida con fidelidad para cumplirlo. María es el discípulo perfecto, porque ha hecho del deseo divino, el quicio donde se ha sostenido cada minuto de su existencia. De ahí que cuando Jesús menciona la verdadera relación que nos une a su Persona, esté resaltando, sin ninguna duda, la actitud de la mujer que, humilde y prudente, espera a la puerta que su Hijo termine su predicación: la Virgen María.

  Cómo ya se ha visto en otros pasajes del Evangelio y se ha comentado extensamente, aparece aquí el término “hermanos del Señor” que tantos comentarios levantó entre aquellos que negaban la virginidad perpetua de María; por eso, por la importancia que tiene aclarar su significado, volveré a daros unas indicaciones que pueden serviros para no errar en su verdadero sentido. Veremos cómo Santiago y José, que en este texto de Mateo eran considerados “hermanos de Jesús”, son reconocidos en el texto de Mateo 27,56, como hijos de una tal María, seguramente de Cleofás, perteneciente al grupo de mujeres que seguían al Maestro junto con la Magdalena y la madre de los Zebedeos.

  Tanto el hebreo como el arameo, eran dos idiomas que en aquellos momentos no tenían costumbre de utilizar unas palabras específicas para determinar el sentido de parentesco que unía a la familia; englobando en el término “hermanos” a todos los parientes próximos. Es el mismo libro del Génesis el que nos lo demuestra cuando Abrán le dice a su sobrino Lot:
“Por favor, nos hayan discordias entre tú y yo, entre mis pastores y los tuyos, ya que somos hermanos” (Gn.13,8)
  En cambio lo aclara, seguidamente, en una cita posterior:
“…Y recuperó todas las riquezas; también rescató a su sobrino Lot, con sus riquezas, a las mujeres y a la gente”

  Es decir, que antes de leer la Escritura debemos conocer el origen, la cultura y la historia del periodo que vamos a leer; así como la finalidad de los hagiógrafos, que han dejado su sello al transmitir la Palabra de Dios. Porque si no, si la leemos de forma literal sin acompañarnos del Magisterio de la Iglesia, que guarda el depósito de la fe, estamos condenados a errar en su verdadero contenido. La Iglesia, como Madre, cuida que profundicemos pedagógicamente en el misterio, abriéndonos a la Luz del Espíritu para llegar a ser fieles transmisores del mensaje cristiano. Pensar que no la necesitamos y que estamos preparados para, con nuestra naturaleza herida, interpretar sin dificultad la Biblia es, sin duda, un grave pecado de soberbia,  como el que tuvo nuestro padre, Adán. ¡Y ya vimos lo bien que le salió!