14 de marzo de 2015

¡El sentido del sufrimiento en Cristo!

3 .EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO EN CRISTO.


   Dios nos ha dado a su Hijo para proteger al hombre del sufrimiento definitivo, al vencer al pecado y a la muerte, con su obediencia en la cruz, a través de su Resurrección. Con su obra de salvación, Cristo nos ha liberado del dominio del pecado que provenía del pecado original y nos ha dado la posibilidad, porque somos libres, de vivir en la gracia santificante; es decir, encontrar la Felicidad definitiva que el hombre sólo consigue en su unión con Dios.

[1] “Salvar significa liberar del mal. Aquí no se trata solamente del mal social, como la injusticia, la opresión, la explotación; ni solamente de las enfermedades, de las catástrofes, de los cataclismos naturales y de todo lo que en la historia de la humanidad es calificado como desgracia. Salvar quiere decir liberar del mal radical. Semejante mal no es ni siquiera la muerte. No lo es si después viene la Resurrección y la Resurrección sucede por obra de Cristo. Por obra del Redentor la muerte cesa de ser un mal definitivo; está sometida al poder de la vida…Salvar quiere decir liberar del mal radical. Semejante mal no es solamente el progresivo declinar del hombre con el paso del tiempo y su abismarse final  en la muerte. Un mal más radical es el rechazo del hombre por parte de Dios, es decir, la condenación eterna como consecuencia del rechazo de dios por parte del hombre…Por eso el cristianismo es una religión salvífica, soteriológica. La soteriología es la de la Cruz y la de la Resurrección…Todo hombre que busque la salvación, no sólo el cristiano, debe detenerse ante la Cruz de Cristo”


   Esto quiere decir que, para los salvados, en la perspectiva escatológica, el sufrimiento será totalmente cancelado; pero mientras tanto, el hombre existe aquí en la tierra con la esperanza de la vida eterna como resultado de la obra salvadora realizada en y por Cristo. Cierto que la victoria sobre el pecado y la muerte conseguida por el Señor, a través de su Cruz y Resurrección, no nos suprime los sufrimientos de esta vida, pero la luz nueva que ilumina su dimensión salvadora, nos da una profunda paz para sobrellevarlo con alegría evangélica. Como leemos en el punto 95 de “Es Cristo que pasa”:


“No dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podemos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y Muerte. Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario”.


   Es un consuelo observar, siguiendo el Evangelio, como en su actividad mesiánica, en medio de su pueblo en Israel, Cristo se acercó a todos aquellos que sufrían: curando, consolando, librándolos a muchos de su mal. Era sensible a todo sufrimiento, tanto del cuerpo como del alma; pero sobre todo lo era, porque había asumido sobre sí todo el sufrimiento humano. Mientras duró su vida entre nosotros probó la fatiga, el dolor, la incomprensión, la humillación y al final, tocando “las raíces del mal”, se entregó libremente en la Cruz, cumpliendo la obra de la salvación, como designio de amor eterno en su carácter Redentor.


   Las Escrituras, desde antiguo, ya anunciaban los sufrimientos del futuro Ungido de Dios, como prueba amorosa de la pedagogía divina en el plano de la Redención.  Nos lo encontramos en el “Poema de los Sufrimientos del Siervo”, contenido en el libro de Isaías( 53,2-7):


  “No hay en Él parecer, no hay hermosura
Para que le miremos…
Despreciado y abandonado de los hombres
Varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento,
Y como uno ante el cual se esconde el rostro,
Menospreciado sin que le tengamos en cuenta.
Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos.
Y cargó con nuestros dolores,
Mientras que nosotros le tuvimos por castigado
Herido por Dios y abatido.
Fue traspasado por nuestras iniquidades
Y molido por nuestros pecados.
El castigo de nuestra paz fue sobre Él
Y en sus llagas hemos sido curados.
Todos nosotros andábamos errantes como ovejas
Siguiendo cada uno su camino
Y Yahwéh cargó sobre Él
La iniquidad de todos nosotros”

   En esta descripción que hizo Isaías, siglos antes de que ocurriera, de la Pasión del Señor no puede dejar de impresionarnos la profunda realidad con que nos muestra el sacrificio de Cristo. Él que era el único inocente, cargó con los sufrimientos de todos los hombres porque quiso cargar con nuestros pecados para librarnos de ellos. Por eso podemos afirmar que la verdadera causa del sufrimiento del Redentor ha sido los pecados de los hombres; y en su sufrimiento sustitutivo han sido borrados, al asumirlos en el amor hacia el Padre que superó todo mal.


   Que Cristo con su Pasión, Muerte y Resurrección realizara en la Cruz la Redención de los hombres, como Hijo unigénito entregado por nosotros al Padre, sufriendo como hombre un sufrimiento insoportable, en una locura de amor, no puede dejarnos indiferentes ante la concepción del dolor que salva; donde encontramos, porque Jesucristo nos las da, las respuestas ante el interrogante sobre el sufrimiento y el sentido del mismo. [2] “El mensaje mesiánico de Cristo y su actividad entre los hombres termina con la cruz y la resurrección. Debemos penetrar hasta lo hondo en este acontecimiento final que, de modo especial en el lenguaje conciliar, es definido “mysterium paschale”, si queremos expresar profundamente la verdad de la misericordia, tal como ha sido hondamente revelada en la historia de nuestra salvación. Si la realidad de la Redención, en su dimensión humana desvela la grandeza inaudita del hombre, que mereció tener tan gran Redentor, al mismo tiempo yo diría que la dimensión divina de la redención nos permite desvelar la profundidad de aquel amor que no se echa atrás ante el extraordinario sacrificio del Hijo, para colmar la felicidad del Creador y Padre respecto a los hombres creados a su imagen y ya desde “el principio” elegidos, en este Hijo, para la gracia y la gloria”.



4. EL MISTERIO DEL SUFRIMIENTO SE ABRE A LA VERDAD DEL AMOR.


   El sufrimiento humano ha alcanzado su culminación en la Pasión del Señor y, en la Cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la Redención mediante el sufrimiento, sino que el propio sufrimiento humano ha quedado redimido; pudiendo participar todo hombre, cada uno en su medida, en la Redención. El sufrimiento nos habla al cuerpo y al espíritu; habla a la persona humana en toda su radicalidad. San Josemaría se hace eco de esta idea, con bellísimas palabras, en el punto 213 de Camino.; y San Pablo nos lo recuerda  en la segunda carta a los Corintios:


   “Jesús sufre por cumplir la voluntad del Padre…Y tú, que quieres cumplir la santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro ¿Podrás quejarte si encuentras por compañero el camino del sufrimiento?” san Josemaría

   “En todo apremiados, pero no acosados; perplejos, pero no desconcertados; perseguidos, pero no abandonados; abatidos, pero no aniquilados, llevando siempre en el cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal…sabiendo que quién resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará.” Corintios(2 Co. 4, 8-12)


    Pero no hay que olvidar que cuando san Pablo nos habla de la cruz y de la muerte, lo complementa siempre con la Resurrección; porque es ahí donde el hombre encuentra una luz completamente nueva que le ayuda a abrirse camino ante la oscuridad que representa el dolor en la realidad de la vida. Por ello  escribe a los Corintios: “Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación”. ( 2 Co 1,5-6)


   El hombre al descubrir, por la fe, el sufrimiento redentor de Jesucristo, descubre al mismo tiempo en él su propio sufrimiento, enriqueciéndolo con un nuevo significado pleno de contenido. Y así, la Cruz emite, de modo penetrante, la luz  que ilumina el dolor humano y que nos recuerda que el misterio de la Pasión está incluido en el misterio Pascual, donde el sufrimiento culmina en la Resurrección y el dolor se da la mano de la gloria.
  

Así pues, la participación en los sufrimientos de Cristo es, al mismo tiempo, participación en los sufrimientos por el Reino de Dios; ya que a los ojos del Dios justo, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de ese Reino. Sirva la lectura  del punto 235 de Surco:


 “No te quejes si sufres. Se pule la piedra que se estima, que vale. ¿Te duele? –Déjate tallar, con agradecimiento, porque Dios te ha tomado en sus manos como un diamante…No se trabaja así un guijarro vulgar-“





[1]  S.S. Juan Pablo II  “Cruzando el umbral de la Esperanza”  capítulo 12, página 85:


[2]    Juan Pablo II . Carta Encíclica “ Dives in Misericordia”, capítulo V, número 7: