3 .EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO EN CRISTO.
Dios nos ha dado a su Hijo para proteger al
hombre del sufrimiento definitivo, al vencer al pecado y a la muerte, con su
obediencia en la cruz, a través de su Resurrección. Con su obra de salvación,
Cristo nos ha liberado del dominio del pecado que provenía del pecado original
y nos ha dado la posibilidad, porque somos libres, de vivir en la gracia
santificante; es decir, encontrar la Felicidad definitiva que el hombre sólo
consigue en su unión con Dios.
[1] “Salvar significa liberar del mal. Aquí no
se trata solamente del mal social, como la injusticia, la opresión, la
explotación; ni solamente de las enfermedades, de las catástrofes, de los
cataclismos naturales y de todo lo que en la historia de la humanidad es
calificado como desgracia. Salvar quiere decir liberar del mal radical.
Semejante mal no es ni siquiera la muerte. No lo es si después viene la
Resurrección y la Resurrección sucede por obra de Cristo. Por obra del Redentor
la muerte cesa de ser un mal definitivo; está sometida al poder de la vida…Salvar
quiere decir liberar del mal radical. Semejante mal no es solamente el
progresivo declinar del hombre con el paso del tiempo y su abismarse final en la muerte. Un mal más radical es el
rechazo del hombre por parte de Dios, es decir, la condenación eterna como
consecuencia del rechazo de dios por parte del hombre…Por eso el cristianismo
es una religión salvífica, soteriológica. La soteriología es la de la Cruz y la
de la Resurrección…Todo hombre que busque la salvación, no sólo el cristiano,
debe detenerse ante la Cruz de Cristo”
Esto quiere decir que, para los salvados, en
la perspectiva escatológica, el sufrimiento será totalmente cancelado; pero
mientras tanto, el hombre existe aquí en la tierra con la esperanza de la vida
eterna como resultado de la obra salvadora realizada en y por Cristo. Cierto
que la victoria sobre el pecado y la muerte conseguida por el Señor, a través
de su Cruz y Resurrección, no nos suprime los sufrimientos de esta vida, pero
la luz nueva que ilumina su dimensión salvadora, nos da una profunda paz para
sobrellevarlo con alegría evangélica. Como leemos en el punto 95 de “Es Cristo
que pasa”:
“No dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que
quizá, a veces, se nos escapa: no podemos participar de la Resurrección del
Señor, si no nos unimos a su Pasión y Muerte. Para acompañar a Cristo en su
gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su
holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario”.
Es un consuelo observar, siguiendo el
Evangelio, como en su actividad mesiánica, en medio de su pueblo en Israel,
Cristo se acercó a todos aquellos que sufrían: curando, consolando, librándolos
a muchos de su mal. Era sensible a todo sufrimiento, tanto del cuerpo como del
alma; pero sobre todo lo era, porque había asumido sobre sí todo el sufrimiento
humano. Mientras duró su vida entre nosotros probó la fatiga, el dolor, la
incomprensión, la humillación y al final, tocando “las raíces del mal”, se
entregó libremente en la Cruz, cumpliendo la obra de la salvación, como
designio de amor eterno en su carácter Redentor.
Las Escrituras, desde antiguo, ya anunciaban
los sufrimientos del futuro Ungido de Dios, como prueba amorosa de la pedagogía
divina en el plano de la Redención. Nos
lo encontramos en el “Poema de los Sufrimientos del Siervo”, contenido en el
libro de Isaías( 53,2-7):
“No hay en Él
parecer, no hay hermosura
Para que le miremos…
Despreciado y abandonado de los hombres
Varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento,
Y como uno ante el cual se esconde el rostro,
Menospreciado sin que le tengamos en cuenta.
Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros
sufrimientos.
Y cargó con nuestros dolores,
Mientras que nosotros le tuvimos por castigado
Herido por Dios y abatido.
Fue traspasado por nuestras iniquidades
Y molido por nuestros pecados.
El castigo de nuestra paz fue sobre Él
Y en sus llagas hemos sido curados.
Todos nosotros andábamos errantes como ovejas
Siguiendo cada uno su camino
Y Yahwéh cargó sobre Él
La iniquidad de todos nosotros”
En esta descripción que hizo Isaías, siglos
antes de que ocurriera, de la Pasión del Señor no puede dejar de impresionarnos
la profunda realidad con que nos muestra el sacrificio de Cristo. Él que era el
único inocente, cargó con los sufrimientos de todos los hombres porque quiso
cargar con nuestros pecados para librarnos de ellos. Por eso podemos afirmar
que la verdadera causa del sufrimiento del Redentor ha sido los pecados de los
hombres; y en su sufrimiento sustitutivo han sido borrados, al asumirlos en el
amor hacia el Padre que superó todo mal.
Que Cristo con su Pasión, Muerte y
Resurrección realizara en la Cruz la Redención de los hombres, como Hijo
unigénito entregado por nosotros al Padre, sufriendo como hombre un sufrimiento
insoportable, en una locura de amor, no puede dejarnos indiferentes ante la
concepción del dolor que salva; donde encontramos, porque Jesucristo nos las
da, las respuestas ante el interrogante sobre el sufrimiento y el sentido del
mismo. [2] “El mensaje mesiánico
de Cristo y su actividad entre los hombres termina con la cruz y la
resurrección. Debemos penetrar hasta lo hondo en este acontecimiento final que,
de modo especial en el lenguaje conciliar, es definido “mysterium paschale”, si
queremos expresar profundamente la verdad de la misericordia, tal como ha sido
hondamente revelada en la historia de nuestra salvación. Si la realidad de la
Redención, en su dimensión humana desvela la grandeza inaudita del hombre, que
mereció tener tan gran Redentor, al mismo tiempo yo diría que la dimensión
divina de la redención nos permite desvelar la profundidad de aquel amor que no
se echa atrás ante el extraordinario sacrificio del Hijo, para colmar la
felicidad del Creador y Padre respecto a los hombres creados a su imagen y ya
desde “el principio” elegidos, en este Hijo, para la gracia y la gloria”.
4. EL MISTERIO DEL SUFRIMIENTO SE ABRE A LA VERDAD DEL
AMOR.
El sufrimiento humano ha alcanzado su
culminación en la Pasión del Señor y, en la Cruz de Cristo no sólo se ha
cumplido la Redención mediante el sufrimiento, sino que el propio sufrimiento
humano ha quedado redimido; pudiendo participar todo hombre, cada uno en su
medida, en la Redención. El sufrimiento nos habla al cuerpo y al espíritu;
habla a la persona humana en toda su radicalidad. San Josemaría se hace eco de
esta idea, con bellísimas palabras, en el punto 213 de Camino.; y San Pablo nos
lo recuerda en la segunda carta a los
Corintios:
“Jesús sufre
por cumplir la voluntad del Padre…Y tú, que quieres cumplir la santísima
Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro ¿Podrás quejarte si
encuentras por compañero el camino del sufrimiento?” san Josemaría
“En todo
apremiados, pero no acosados; perplejos, pero no desconcertados; perseguidos,
pero no abandonados; abatidos, pero no aniquilados, llevando siempre en el
cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús,
para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne
mortal…sabiendo que quién resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos
resucitará.” Corintios(2 Co. 4, 8-12)
Pero no hay que olvidar que cuando san
Pablo nos habla de la cruz y de la muerte, lo complementa siempre con la
Resurrección; porque es ahí donde el hombre encuentra una luz completamente
nueva que le ayuda a abrirse camino ante la oscuridad que representa el dolor
en la realidad de la vida. Por ello
escribe a los Corintios: “Porque
así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda
nuestra consolación”. ( 2 Co 1,5-6)
El hombre al descubrir, por la fe, el
sufrimiento redentor de Jesucristo, descubre al mismo tiempo en él su propio
sufrimiento, enriqueciéndolo con un nuevo significado pleno de contenido. Y
así, la Cruz emite, de modo penetrante, la luz
que ilumina el dolor humano y que nos recuerda que el misterio de la
Pasión está incluido en el misterio Pascual, donde el sufrimiento culmina en la
Resurrección y el dolor se da la mano de la gloria.
Así pues, la participación
en los sufrimientos de Cristo es, al mismo tiempo, participación en los
sufrimientos por el Reino de Dios; ya que a los ojos del Dios justo, cuantos
participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de ese Reino. Sirva la
lectura del punto 235 de Surco:
“No te
quejes si sufres. Se pule la piedra que se estima, que vale. ¿Te duele? –Déjate
tallar, con agradecimiento, porque Dios te ha tomado en sus manos como un
diamante…No se trabaja así un guijarro vulgar-“