29 de julio de 2013

¡Santas vacaciones!

Queridos míos:

Aunque todos sabemos que en las cosas de Dios no hay vacaciones, mis obligaciones familiares me llevan a pesar estos días en un lugar montañoso donde no tengo ningún tipo de cobertura. Por ello, hasta el 1 de Septiembre no volveré a estar con todos vosotros para retomar el comentario del Evangelio. 
Cada uno de los que os encontráis en mi misma tesitura, recordad que allí donde estemos somos discípulos de Cristo y transmisores de nuestra fe. Que ya sea en la playa, en la montaña, en la ciudad o en el pueblo, nuestra tarea no admite descanso: el Señor nos ha llamado ha ser sus testigos y llevar a nuestros hermanos la salvación. Sin salir de nuestra vida cotidiana, sin hacer nada especial, sólo viviendo con coherencia la creencia de la que participamos.
Invitad a vuestros vecinos a tomar un café; compartir con ellos una tarde de video forum; no escondáis vuestra participación en los actos litúrgicos sino, muy al contrario, vivirlos con orgullo, y, si podéis, ante los problemas cotidianos, hacer un grupo de oración vacacional que da mucha paz y sosiego, amén de ser sumamente efectivo.
Rezaré por todos vosotros, especialmente por aquellos que lo están pasando mal. Y vosotros, por favor, hacedlo por mí; porque ésta es la fuerza de nuestra esperanza.

Hasta Septiembre recibir todo mi cariño y que Dios os bendiga a todos.

Ana María Traver Fábrega

28 de julio de 2013

¡El regalo de Dios!



Evangelio según San Lucas 11,1-13.


Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".



COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas comienza con una de esas lecciones de Jesús, que no necesitan palabras. Su ejemplo mueve a sus discípulos a quererlo imitar; y la oración del Padrenuestro surge como respuesta ante aquellos que se admiran al verlo orar con el Padre. Por eso esa oración es verdaderamente única, ya que es totalmente del Señor que la entrega a sus hermanos los hombres, porque conoce nuestras inquietudes y nuestras necesidades.


  Ese primer punto del texto tiene que servirnos como acicate para comprender el valor que tiene en cada uno de nosotros el testimonio público de nuestra fe. Hacer la señal de la Cruz –que es el distintivo de todos los cristianos- en cualquier momento del día, circunstancia o lugar, no debe ser causa de vergüenza que nos lleve a escondernos o a hacerla con rapidez para que nadie nos vea; sino la manifestación evidente de nuestra confianza en Cristo. En Él, desde primera hora de la mañana, ponemos lo que somos y tenemos y le adoramos con nuestro cuerpo, nuestros actos, igual que con nuestro corazón. Dar gracias del alimento recibido, bendiciendo la mesa, no puede ser una actitud que sólo se vive en la intimidad del hogar, sino una práctica que realizamos, con total naturalidad, antes de comer en cualquier sitio donde nos encontremos, solos o con amigos. Y desgranar las bolas del Rosario, en ferviente oración, es transmitir a los demás la esperanza de la Iglesia, donde los años de la Tradición nos recuerdan la fuerza que tiene ante Dios esa plegaria continuada y compartida.


  El Verbo encarnado, Jesucristo, conoce en su corazón de hombre nuestras necesidades, y por eso nos ha enseñado que en Dios se encuentra ese Padre que nos ha enviado a su Hijo, no sólo a salvar a los justos, sino sobre todo a los pecadores entre los que nos encontramos. Que desea que yo le ame, porque me lo ha perdonado todo con un amor admirable que le ha llevado a entregar su vida por mí. Que nos mueve a pedir el pan de cada día, el alimento diario de cada jornada. Lo suficiente, lo necesario; aquello que nos aleja de la miseria pero también de la opulencia que no es propia de la austeridad cristiana. Lo que nuestro Dios sabe que es bueno para nosotros, por eso no sólo pedimos el pan material, sino también el espiritual, la Eucaristía, sin la cual nuestro espíritu no puede vivir. Y lo reclamamos cada día, porque si reconocemos su valor, es impensable no intentar recibirlo cada día y existir de modo que diariamente seamos dignos de recibir aquello que nos es provechoso, Dios mismo.  Pedimos consecuentemente la Gracia, que nos dan los Sacramentos, para tener la fuerza necesaria para vencer la tentación; que no consintamos por error, ni que cedamos por desaliento, sino que la fortaleza nos asista cuando nos falten las propias fuerzas.


  El señor acompaña el Padrenuestro con una enseñanza sobre el valor de la oración de petición. Nos indica que su eficacia, que siempre adquiere respuesta porque Nuestro Padre que ha sido capaz de entregar a su Hijo por nosotros, se basa en el amor de Dios que no puede negarnos nada, siempre que lo que le pidamos sea adecuado a nuestra necesidad máxima: nuestra salvación. Debemos amar más de los que nos aman; respondiendo con el perdón con el que somos perdonados. Pero bien sabe Dios que ante nuestra pequeñez, necesitamos la fuerza del Espíritu santo que nos entrega en el Bautismo, para que estemos en comunión con Él y seamos capaces de participar en Cristo, teniendo parte de la Gloria eterna. Esa oración que nos da Jesús, es el reflejo más grande del regalo divino hacho al hombre: el amor de Dios inmenso, fecundo e incondicional.

¡El don de lenguas!



Evangelio según San Mateo 13,24-30.


Y les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;
pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.
Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'.
El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'.
'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.
Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'".



COMENTARIO:

  En este Evangelio de Mateo, observamos como Jesús continúa sus enseñanzas a través de diversas parábolas. Como podemos contemplar, este recurso pedagógico tiene diversas formas, y es en estos versículos donde encontramos todo tipo de ejemplos: desde una frase hasta una alegoría muy bien desarrollada. Muchas veces el Señor le da un tono paradójico que le sirve para fijar la atención y excitar la curiosidad de los que le escuchan, como reclamo a la imaginación que sirve para profundizar en el mensaje expresado.


  Cristo se vale de todos los medios humanos a su alcance para revelar a los hombres el misterio oculto del Reino y llevarlos a la salvación, respondiendo los discípulos con un verdadero interés que reclama, por su parte, intentar llegar al pleno conocimiento de la Revelación. Así nosotros, si somos testigos de la fe, hemos de pedir al Espíritu Santo ese “don de lenguas” que nos permita, permaneciendo fieles al mensaje, saber expresarlo de formas  distintas y adecuadas; preocupándonos, como el Maestro, en hacerlo de la manera más inteligible y amena posible –con anécdotas y ejemplos- para que pueda llegar a todos aquellos hermanos que Dios ha puesto a nuestro lado. Pero también, como oyentes de la Palabra, hemos de intentar profundizar en su sentido para, de la mano de la razón, alcanzar su máximo conocimiento. Ni con toda una vida lograríamos apreciar una brizna de las maravillas de Dios; por eso, perder nuestro tiempo en tonterías restándoselo al que podemos pasar junto al Señor –en nuestra vida ordinaria- es no haber entendido nada de la intimidad divina.


  La parábola de la cizaña completa, si os fijáis, a la que vimos ayer del sembrador; aunque en un sentido distinto. Jesús nos avisa de que cuando se siembra la Palabra, el diablo siembra a la vez sus asechanzas, sus dudas, sus medias mentiras…que obtienen fruto en aquellos hombres que le prestan atención. Ha sido siempre así, y seguirá pasando en la vida de la Iglesia, ya que es inevitable que los hijos de Dios convivan con los hijos del Maligno: el mal y el bien han coexistido a lo largo de la historia, porque ambos son las dos caras de una misma moneda: la existencia humana.


  El hombre acepta a Dios o lo rechaza, pero al hacer esto último se erige en su propio dueño, sin darse cuenta de que en ese momento se ha hecho esclavo de sí mismo; atando su alma a aquel que no suelta sus presas, porque no entiende ni respeta la libertad humana. Pero la enseñanza del Señor versa también sobre la paciencia; porque a pesar de que el mal en el mundo es un hecho palpable y causa de todas las injusticias y desgracias, no es fácil distinguir entre el trigo y la cizaña. Eso ocurrirá en el momento en el que el Hijo del Hombre  triunfe y recoja los frutos, dando a cada uno su merecido. Por eso, esa es una invitación a la esperanza; ya que, a pesar de que el mal nunca se presenta como tal –sino nadie lo aceptaría-  el bien, que no hace ruido, se extenderá como las ondas del agua que se expanden ante la piedra lanzada por nuestro ejemplo, el de todos, de fidelidad a la Palabra de Dios.




27 de julio de 2013

¡Seremos sus discípulos!



Evangelio según San Mateo 13,18-23.


Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno".



COMENTARIO:

En este Evangelio de Mateo, observamos el verdadero sentido de las parábolas de Jesús. Comentábamos el otro día, que esta forma de enseñar, por parte del Maestro como por otros de la época, era un recurso pedagógico para poder transmitir la doctrina y el mensaje del Reino de Dios. Pero el Señor, a sus apóstoles, les desgrana la explicación y el profundo sentido de la misma, con recursos plásticos muy propios de la tradición oriental. Quiere que no les queden dudas, porque sólo así ellos serán capaces, al interiorizar sus palabras, de comunicar la Verdad a todos aquellos que les esperan por el mundo, para abrir su corazón a la salvación.


Este pasaje parece escrito especialmente para ti y para mí, que un día decidimos –tras el Bautismo- escuchar, que no oír, las palabras que Jesús nos susurraba en nuestro interior. Ese día, en el que el Maestro nos pidió que fuéramos sus discípulos, nos aseguró que no debíamos  tener miedo porque la Gracia, que nos dejó en los Sacramentos, no nos iba a faltar. Y con esa fuerza divina, regalo del Cielo, no hay que olvidar que Simón fue Pedro, el Pastor de la Iglesia; que Mateo y Juan escribieron el Evangelio, para ser fieles transmisores de la Palabra divina y que Esteban afrontó su muerte con valor y fortaleza, siendo el primer mártir de la cristiandad.


Todos y cada uno de aquellos que el Señor llamó al apostolado, fueron preparados por el propio Jesús para poder comunicar la Verdad y, posteriormente, iluminados por el Espíritu Santo, recibir la fuerza para defenderla. ¡Nada ha cambiado! Cristo nos habla a través del Evangelio, como lo hizo con aquellos a los que llamó a su lado. Nos explica que acercar a nuestros hermanos a la fe, no será tarea fácil, porque el diablo se encargará de poner piedras y tribulaciones para hacer tambalear la confianza de los que nos escuchan; que pondrá espinas, preocupaciones y seducciones para no dejar germinar la semilla del mensaje cristiano. Pero, a la vez, conocemos que la Palabra de Dios es más poderosa que todas las disposiciones humanas y diabólicas y que el Señor, como bien sabemos, nos ha dejado a través de la Iglesia, los Sacramentos que nos inundarán de la Gracia de su Espíritu.


Nosotros, como aquellos primeros, formamos la comunidad en la que nuestro Dios ha querido confiar para transmitir al mundo su salvación, su mensaje. Sin miedos, sin vergüenzas, sin limitaciones; porque como decían los apóstoles, que han sido y son el ejemplo donde debemos mirarnos, el Señor pondrá sus palabras en nuestra boca cuando tengamos que dar testimonio de su divinidad. Ya Isaías profetizaba, hace siglos, que cuando la Palabra fuera enviada a la tierra, sería fecunda siempre. Tal vez el problema, es que no acabamos de creérnoslo.

“Como la lluvia y la nieve descienden de los Cielos,

Y no vuelven allá,

Sino que riegan la tierra, la fecundan,

La hacen germinar,

Y dan simiente al sembrador y pan a quien

Ha de comer,

Así será la palabra que sale de mi boca:

No volverá a mí de vacío,

Sino que hará lo que Yo quiero

Y realizará la misión que le haya confiado.”

(Is 55,10-11)

26 de julio de 2013

¡Ya estamos tardando!



Evangelio según San Mateo 20,20-28.


Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:
como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".



COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, vemos como el Señor corrige las ambiciones e ilusiones, excesivamente humanas, de los apóstoles y de la madre de los Zebedeos – Santiago el Mayor y Juan-. Deben servirnos estas líneas como advertencia para que ninguno de nosotros piense que está libre, dentro del servicio a Jesús, de creerse, con un orgullo mal entendido, más capacitado o en mejores disposiciones que nuestros hermanos para desarrollar tareas de importancia que han sido designadas a otros miembros de nuestra comunidad. La soberbia siempre hará que aceptemos de mal grado, no recibir el reconocimiento que, en realidad, sólo nosotros pensamos que merecemos.


  El Maestro recuerda a todos que lo que debe primar en el corazón de un discípulo de Cristo, que sea fiel, es cumplir la voluntad de Dios –sea la que sea- y tener una actitud de servicio. También aprovecha Jesús para explicarles, cosa que repetirá  muchas veces para que no queden dudas, que servir puede llegar hasta el extremo, como le ocurrirá a Él, ofreciendo su propia vida por los demás. Así, con un lenguaje litúrgico-sacrificial, evoca el Señor este texto de Isaías sobre el Mesías:
“Por eso, le daré una muchedumbre como heredad, y repartirá el botín con los fuertes; porque ofreció su vida a la muerte, y fue contado entre los pecadores, llevó los pecados de las muchedumbres e intercede por los pecadores” (Is.53,12)


  Nuestro Señor expresó con claridad que en Él, y todos los bautizados que formamos la Iglesia estamos injertados en Cristo, el servicio llega y llegará hasta el extremo que Dios disponga para poder cumplir los planes divinos. Jesús no les obliga, nunca lo hace, sino que les pregunta si están dispuestos a compartir su destino con Él; y esa pregunta, que cambia una vida, es la que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros cuando su palabra penetra en nuestro corazón. Son esos momentos en los que, de una forma radical, nos decidimos a seguir sus pasos –nos lleven a donde sea- o, por el contario, tomamos caminos opuestos. Más adelante, el tiempo corroborará el destino de los apóstoles, que serán testimonios de la fe a través del dolor, la dificultad o el martirio.


  Las palabras del Señor han sido una enseñanza para todos los discípulos, presentándose a Sí mismo como ejemplo que debe ser imitado por todos, pero sobre todo por aquellos que van a ejercer la autoridad en la Iglesia. Cristo, que es Dios, no ha querido imponerse, sino ayudarnos por amor, hasta el punto de entregar su vida por nosotros. Y esta forma de ser el primero, en servir y darse a los demás, es la que entendió san Pedro que exhortó a sus presbíteros a que apacentaran el rebaño que les había sido confiado con responsabilidad, pero jamás como dominadores de la heredad.
“A los presbíteros que hay entre vosotros, yo –presbítero como ellos y, además, testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse- os exhorto: apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernando no a la fuerza, sino de buena gana según Dios; no por mezquino afán de lucro, sino de corazón; no como tiranos sobre la heredad del Señor, sino haciéndoos modelo de la grey. Así, cuando se manifieste el Pastor Supremo, recibiréis la corona de la gloria que no se marchita” (1P5,1-3)


  San Pablo, que asumió perfectamente el mensaje de Jesús y lo hizo vida en sí mismo, nos transmitió la actitud que nosotros, como miembros de la Iglesia y discípulos del Señor hemos de mantener en la propagación de la fe. Es el reflejo del amor que urge a servir, para poder acercar las almas a Cristo. Porque nada hay mejor ni más importante para el hombre, que el encuentro con Aquel que da sentido a todo; que nos hace felices, a pesar de todo y que nos mueve a entregarlo todo para caminar junto a Él por el sendero de la salvación.
“Porque siendo libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a cuantos más pude. Con los judíos me hice como judío, para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como si estuviera bajo la Ley –aunque yo no lo estoy- para ganar a los que están bajo la Ley; con los que están sin ley, como si estuviera sin ley –aunque no estoy fuera de la Ley de Dios, sino bajo la Ley de Cristo- para ganar a los que están sin ley. Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me he hecho todo para todos, para salvar de cualquier manera a algunos. Y todo lo hago por el Evangelio, para tener yo también parte en él” (1 Co 19,ss) 


  El amor de Cristo nos urge a ser fieles testigos de nuestra fe; aquí, allí y en todos los lugares. Nos urge a no hacer acepciones de personas y como san Pablo, entregarnos a nuestros hermanos haciéndonos uno con ellos y amándolos, a través del amor a nuestro Maestro. Nos urge a no buscar la palabra satisfactoria que nos llena de orgullo, sino a realizar lo necesario para mejorar ese mundo que Dios nos encomendó; aunque nadie lo sepa, porque sólo nos mueve el deseo de cumplir la voluntad divina. ¡Ya estamos tardando!