9 de abril de 2015

¡Lánzate a la conquista!

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,35-48):

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.
Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, podemos apreciar como Jesús da testimonio de su Resurrección –con su presencia- a sus discípulos. Y lo primero que les dice al verlos, es que les trae la paz. Para eso el Hijo de Dios ha sufrido su Pasión y su muerte en la cruz: para que nosotros encontráramos el sentido de la Vida. Ya que nada hay mejor, para recuperar la serenidad perdida, que comprender el “porqué” y, aceptándolo, asumir el “cómo”. Cristo les insta a abandonar el miedo: a las dificultades, a los problemas, a la muerte… Les llama a abrir su corazón al Espíritu y, al hacerlo, llenarse de gozo ante el descubrimiento de la Verdad: porque tal y como dijeron las Escrituras, Jesús ha muerto por nosotros y, liberándonos del pecado, nos ha conseguido la Gracia divina.

  En la culminación de esta pedagogía, que El Padre ha seguido en toda la Revelación, el Maestro enseña en Sí mismo una última lección: que el diablo ha sido vencido y que el hombre puede, si quiere, recuperar el Paraíso Perdido. Que Él es el primero de todos; y que ha resucitado en Cuerpo y Espíritu, como modelo de esa resurrección que todos gozaremos, al final de los tiempos. Por eso, ante esa certeza que contemplaron con sus ojos, los primeros cristianos celebraban la muerte de sus seres queridos. No porque no sintieran el dolor terrible de la pérdida, sino porque sabían, con total seguridad, que éstos que les habían precedido en el viaje, ya gozaban de la presencia de Jesús para siempre. Y esto, indiscutiblemente, llena de tranquilidad el alma humana.

  El Señor les garantiza, al estar junto a ellos y compartir esos momentos, que su vida y el sacrificio que está por llegar sólo será el medio para alcanzar la Gloria. Ahora saben que, aunque les asuste el dolor y la persecución, están llamados a compartir con Cristo su Cruz y, por ello, también su resurrección. Pero el Maestro les insiste en que sólo podrán alcanzar la fuerza que sostendrá su voluntad, y la luz que iluminará su conocimiento, si se abren al Paráclito y permiten que haga vida en su interior. Sólo así serán capaces de descubrir en cada hecho acaecido, el significado de la Escritura Santa. Hoy, sigue ocurriendo lo mismo; ya que Jesús dejó, en los Sacramentos de su Iglesia, la salvación de todos los hombres. Y ha querido hacerlo, a través de la efusión del Espíritu; por eso, si no recibimos la Gracia nos será imposible interiorizar nuestra fe. Ya que sin la presencia –real y eucarística- del Señor en nuestras vidas, y sin frecuentar su Palabra, no se puede gozar de una profunda vida espiritual; y si la fe no se alimenta, muere.

  Estos son momentos de gran gozo, para aquellos que hemos sido llamados a seguir los pasos del Señor: es decir, todos los bautizados. Porque Jesús se ha hecho presente entre nosotros –en los apóstoles- para recordarnos que seguimos a un Dios vivo, que se encarnó por amor a los hombres. Que sigue estando a nuestro lado, cuando nos reunimos en su Nombre. Y que ha querido necesitarnos, porque nos ha hecho partícipes de su Redención. Ahora nos envía a predicar la Buena Nueva; y no puede haber nada mejor, ya que anunciamos al mundo que la muerte ha sido vencida, en Aquel que da la Vida.


  Quiere Jesús que la predicación comience en Jerusalén, ya que allí culminó el calvario del Señor. Y desde allí, que era el lugar que en aquellos momentos presentaba mayor dificultad, se expandiera por todo el mundo. Como siempre, Dios no lo pone fácil; porque quiere que contemos, ante nuestra debilidad, con su inestimable ayuda. Cómo decía santa Teresa de Jesús, hemos de tener la seguridad de que si ponemos a Dios en el sumando de nuestra existencia, la cifra que seremos capaces de recoger será infinita. Porque Aquel que ha dado la vida por nosotros, ha decidido caminar a nuestro lado hasta el fin del mundo. Junto a Él no hay límites; créetelo y ¡lánzate a la conquista!