13 de octubre de 2014

¿Estás dispuesto?



Evangelio según San Lucas 11,29-32.


Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.

COMENTARIO:

  Vemos, en este Evangelio de Lucas, cómo el Señor recrimina a aquellos hombres que le escuchan, que le pidan un signo específico y sobrenatural, para poder creer. Es, como si muchos de sus oyentes, culparan a Jesús de su falta de fe; ya que si el Maestro les diera una evidencia irrefutable, ninguno de ellos se plantearía ninguna duda sobre la mesianidad de ese Hombre, que se alza ante ellos y les exige ver, escuchar, contemplar, interiorizar y buscar en su corazón, rindiendo su voluntad a la fuerza de su mensaje.

  Cristo les recuerda todos los signos que ha hecho –cuando no se lo han pedido- y que han acompañado y ratificado la verdad de sus palabras. Pero también les recuerda que, como ha dicho siempre, no hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no está dispuesto a oír. Y ante eso, si os fijáis, parece que Jesús habla, para cada uno de nosotros. Para todos aquellos que, tantas veces, y a pesar del tiempo transcurrido, seguimos comportándonos como las multitudes que condicionaban su creer, a la realización de sus deseos. ¡Si Dios nos demostrara…! ¡Si me diera la salud! ¡Si me permitiera terminar con mis problemas! Siempre un “sí” condicional, ante el que debería ser un “sí” desinteresado, que respondiera a la afirmación del amor personal. Si te amara mi Dios, no por lo que me das, sino por lo que Eres. Si te amara, porque no hay demostración más grande de cariño, que lo que hiciste por el hombre, con tu sacrificio en la cruz. Si te amara, te venerara y te esperara, porque en tu resurrección has dado respuesta a todas mis preguntas; entonces, tal vez, demostraría que había sabido entender tu mensaje y que me había ganado el derecho a participar de tu gloria y tu paz.

  Así nos quiere el Señor: dispuestos a aceptar su Persona, porque –como aquellos apóstoles entregados- solamente necesitamos y precisamos de su Palabra, para creer. Todo lo demás: dar la salud a los enfermos, hacer andar a los paralíticos, dar la vista a los ciegos o, hasta resucitar a los muertos, son hechos y circunstancias que nos ayudan a comprobar que nos hallamos ante el Hijo de Dios; pero, de ninguna manera, deben ser la causa de nuestra fe y de nuestra convicción. Debemos decirle al Señor que creemos, porque le conocemos; porque en Él se cumplen las promesas dadas. Porque nos ha amado con locura, y ha conseguido penetrar en el fondo de nuestro corazón y cambiar nuestra vida. Y eso –mi Dios- siempre será independiente de las circunstancias que la rijan: el dolor, la felicidad, la penuria o la prosperidad.

  Eso es lo que les pedía Jesús, a aquellos israelitas que se negaban a ver las señales palpables del cumplimiento de la Escritura. Por eso les menciona que los ninivitas, a pesar de vivir en pecado, fueron capaces de reconocer en Jonás, al enviado de Dios; y, haciendo penitencia, aceptar su mensaje y evitar el castigo. En cambio ellos, que tienen en el Señor, la Encarnación del Hijo de Dios, son incapaces de abrir los ojos del alma, y dejar que penetre su Gracia. También les trae a colación, el ejemplo de la Reina de Saba, que visitó a Salomón –porque había oído hablar de él- y quedó maravillada de su sabiduría. Sin embargo, en esos momentos en los que ellos comparten su tiempo con la Sabiduría hecha Carne, cierran su corazón y, cargados de perjuicios, no permiten la efusión del Espíritu Santo, que les capacitaría para conocer la realidad de ese Jesús de Nazaret, que se dirige a ellos.

  Por eso Cristo les recuerda –como lo hace con nosotros- que los propios ninivitas y la reina pagana, afrentarán a los que no se conviertan; porque, en realidad, no buscan la Verdad, sino encontrar a ese dios, que se acomoda a sus expectativas. Que el tesoro que Jesús nos trae –la salvación- solamente puede entregarlo a los que están dispuestos a recibirlo. Y no olvidéis que Dios jamás violenta la libertad y respeta la decisión; aunque esa decisión nos comporte la pérdida de la vida eterna. ¿Estás dispuesto a aceptar a Jesús, con todas sus consecuencias?