31 de enero de 2013

El amor no tiene medida

Evangelio según San Marcos 4,21-25.

Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  La Parábola de Jesús que nos presenta san Marcos en su Evangelio, contiene una doble enseñanza. Primero observamos que la doctrina que el Señor enseña es luz para todo el mundo, porque ilumina el entendimiento y abre el corazón a Dios, y es por eso que debe ser predicada a través de todos los tiempos. Es tal su fuerza, que consigue que el Reino que Cristo anuncia penetre de tal manera que no deje indiferente a nadie. Otra cosa, como vimos en el Evangelio de ayer, es como se responde a la exigencia que comporta el obrar coherentemente con la Palabra escuchada.


  Y es ahí, donde surge la segunda enseñanza de la Parábola. El ser humano no nace enseñado; no tiene, como los animales, inscrito en su código genético lo que está destinado a ser. No; el hombre se forma a sí mismo a golpe de libertad y a través de la educación que nos imparten los demás, comenzando por la familia que es el primer núcleo social. Vemos como no sólo nos informan, sino que nos forman a través del conocimiento de valores y virtudes que nos hacen ser dueños de nosotros mismos.


  Pues bien, en este contexto es vital e importantísimo el ejemplo que recibimos de aquellos que nos han precedido en el camino de la fe  y que con su vida, y su muerte han sido modelos y maestros de correspondencia a la Verdad recibida. Cada uno de nosotros que ha tenido la ventura de recibir la Palabra, sabe perfectamente que tiene la obligación de transmitirla; porque nadie que encuentre la fuente del agua viva se la queda para sí mismo, mientras ve morir de sed a sus hermanos. Nosotros hemos descubierto ese manantial: Jesucristo; y es un deber y una necesidad acercarlo a todos aquellos que, por circunstancias, no le conocen.
Donde reina la oscuridad, sobre todo existencial, es preciso poner la Luz sobre el candelero. Así lo han hecho los grandes santos, que iluminaron el camino para que nosotros no tropezáramos cuando saliéramos al encuentro del Señor.


  Para finalizar la Parábola, Jesús pide a los Apóstoles, que son el germen de la Iglesia, que estén muy atentos a la doctrina que oyen, porque están recibiendo un tesoro del que deberán rendir cuentas. Aquel que recibe la Gracia y vive una intimidad divina, recibirá mucha más; no así aquellos que no la hacen fructificar, acabando por perderla al empobrecer su relación con Dios, hasta llegar a la ruptura vital que es efecto del pecado. En esto no habrá término medio, ya que como decía san Agustín: “En las cosas de Dios si dices basta, ya has muerto”. Nuestra relación con el Señor, a través de los Sacramentos y la Escritura, ha de ser un amor sin medida; porque la medida de nuestra vida espiritual debe ser, no tener medida.

30 de enero de 2013

la semilla de la Palabra

Evangelio según San Marcos 4,1-20.
Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".
Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.
Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra.
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra,
pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Marcos nos describe con detalle una de las parábolas más gráficas, expuestas por el Señor, ante la recepción del mensaje divino. Con un paralelismo a la tradición bíblica, anunciada por el profeta Isaías donde la Palabra de Dios se presentaba como una lluvia que salía de los cielos y no volvía a ellos sin dar frutos, la Palabra de Jesús se esparce por el mundo para que fecunde las almas y de frutos de santidad. Y así será en cualquier tiempo y lugar con la Gracia de Dios; pero con la particularidad de que todos aquellos que la reciban, como seres libres que son y sujetos a determinadas circunstancias, la interiorizarán de formas distintas proyectando obras diferentes.


  El Señor nos advierte en la parábola que hablar de Dios a aquellos que conviven asiduamente con Él, a través de una profunda vida sacramental, es tener la seguridad de que surgirán firmes propósitos para expandir el Reino de Dios en la tierra. Otras veces, nuestro mensaje se escuchará, seguramente, con agrado e interés; pero en cuanto comprendan que la Palabra de Dios no es sólo información sino performación que puede comprometer su cómodo plan de vida, exigiéndoles una entrega de sí mismos, el esfuerzo requerido les asustará, contentándose con vivir su cristianismo a través de unas normas externas que quedarán resumidas en un cumplo-y-miento. También, como no, sufriremos las risas y el escarnio de aquellos cuya alma está árida y enferma por los vicios que el pecado ha sembrado en ella; ahogándose cualquier semilla de bien entre las espinas del desencanto y la desesperanza.
Siempre os repito que nada puede extrañarnos cuando somos mensajeros del Reino de Dios, porque su propio Hijo nos prepara el camino y nos advierte de que la Palabra dada para todos no será recibida de la misma manera por todos, a pesar de ser la misma  ayer, hoy y mañana.


  También podemos comprobar como algunos no entienden al Señor, si no son capaces de descubrir en Él al Dios encarnado; si no se asocia su misión al Siervo de Dios que triunfa e instaura el Reino por un camino tan escandaloso y tan poco evidente en su realidad divina, como es el de la Cruz. Por eso el evangelista nos anota que las parábolas eran, en el fondo, un modo adecuado de enseñanza para que sus oyentes comprendieran la Palabra, conforme a lo que podían entender. Y de la misma manera, pero con una enseñanza privilegiada, el Señor se acerca a sus discípulos y les desgrana todo aquello que podía parecerles oscuro en un principio. Jesús desea que sus Apóstoles comprendan la inmensidad de su mensaje con claridad, porque sabe que dentro de poco ellos serán los elegidos para ser enviados a predicar al mundo.
También a cada uno de nosotros nos pide que catequicemos a nuestros hermanos, como hizo Él con sus amigos; para que seamos capaces de transmitir el Evangelio a todo lugar y en toda circunstancia, favorable o no; sabiendo acomodar, por amor a Él, nuestro lenguaje a todos aquellos oyentes que nos puedan surgir a lo largo de nuestro camino por este lugar, llamado mundo.

la dignidad del cristiano

Evangelio según San Marcos 3,31-35.


Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.
La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  En este pasaje del Evangelio escrito por san Marcos, descubrimos el verdadero y profundo significado de la palabra cristiano.
Cuando le avisan a Jesús de que su madre y sus hermanos le estaban buscando fuera, el Señor describe la relación que habrá entre Él y cada uno de aquellos que se decidan a seguirle, recibiendo las aguas del Bautismo y cumpliendo la voluntad de Dios: Un parentesco con Cristo, tan estrecho, que dejará empequeñecido el parestesco natural de sangre.
Porque tener vida sacramental es formar parte del propio Jesucristo; recibiendo su Carne y haciéndonos uno con Él a través de la Gracia santificante que nos eleva a hijos adoptivos de Dios en el Hijo.


  Ante la pregunta de Jesús de quienes son su Madre y sus hermanos, la respuesta sobreviene sola; ya que si ésta está condicionada a unir nuestra voluntad a la del Padre, María ha sido por su correspondencia al querer de Dios, la que ha prefigurado lo que posteriormente será la vida de los discípulos del Señor. Ella dió fe al mensaje divino y por su fe fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación; cumpliendo perfectamente la voluntad de Dios y, por eso, su Hijo considera más importante su condición de discípula que su condición de madre.


  Es tal a la categoría que Nuestro Señor nos eleva, que sólo pensar el significado que encierra nuestra condición de cristianos, debería ser motivo para cambiarnos la vida; para darnos cuenta de la dignidad inmensa que contiene recibir el Espíritu Santo y deificarnos a través de las aguas bautismales, al hacernos otros Cristos en Cristo. Meditar estos pasajes y no someter nuestra voluntad a la voluntad divina es desperdiciar la posibilidad de formar parte de la familia de Dios, con todo lo que eso significa: encontrar el sentido a la vida, al sufrimiento y a la muerte, recuperando la Felicidad perdida, al lado del Hijo de Dios.


  No quiero terminar este pequeño comentario sin recordar que la expresión "hermanos" en la Escritura está dedicada a los parientes próximos, como podemos observar en el Génesis cuando Abrán llama hermano a Lot, que era su sobrino: "Por favor, no haya discordias entre tú y yo, entre mis pastores y los tuyos, ya que somos hermanos" (Gn 13,8).
En este caso, Santiago y José son denominados "hermanos de Jesús", cuando en realidad son los hijos de "la otra María" de la que nos habla san Mateo en el versículo 28,1.
Esto nos tiene que servir para darnos cuenta que leer la Sagrada Escritura requiere, muchas veces, un conocimiento previo de las costumbres,la historia y las tradiciones de la época en cuestión; ya que si lo interpretamos con una cierta literalidad, extrapolándolo a los momentos actuales, podemos recibir el mensaje cristiano con una cierta desvirtuación. Por eso es tan importante enriquecernos  de la Tradición que la Iglesia nos regala, junto con su seguro Magisterio eclesial.

29 de enero de 2013

¡tenemos una misión!

Evangelio según San Marcos 3,22-30.
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios".
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.
Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.
Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".
Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Ante estas palabras de Jesús, expuestas por san Marcos, se me hacen presentes otras en las que el Señor nos recordaba que no sería menos el discípulo que el Maestro, en clara referencia a que todo cristiano debe seguir los pasos de Cristo; consciente de que en algún momento de su vida deberá tropezarse con la cruz que puede adoptar formas muy distintas. Pues bien, Jesús aquí nos avisa que muchas veces nuestras obras apostólicas, o aquellas que hagamos en nombre de la fe, uniéndonos a la Iglesia, serán ridiculizadas y vilipendiadas ante la ceguera de aquellos corazones que se cierran voluntariamente al conocimiento de la Verdad.


  Ese fue el caso que el Señor tuvo que vivir cuando los escrivas, bajados de Jerusalén, le imputaban al diablo lo que eran las obras de Dios. En ese momento, Jesús realiza unos razonamientos muy sutiles donde pone de manifiesto que con su llegada al mundo se ha creado un conflicto entre dos reinos: el de Satanás y el Reino de Dios. Y aunque se observa que Satanás es fuerte, no podemos olvidar que Jesús lo es mucho más. Por eso, cuando nosotros actuamos en nombre de Dios, participando de la misión eclesial, con la evangelización y la catequesis, es seguro que nos surgirán un montón de dificultades que intentarán separarnos del cometido, que estamos seguros, nos ha sido encomendada. Así actúa Satanás: intentando quitarnos la honra; manipulando nuestras intenciones y nuestro mensaje para complicarnos finalizar con éxito la tarea que nos ha sido requerida.


  Pero como nos dice el Maestro, en esa actitud mezquina surgida de la ceguera espiritual, es donde se ve el pecado que ofende directamente al Espíritu Santo. Porque todo aquello que surge de bueno y apostólico en nosotros, cuando estamos unidos a la Iglesia de Dios, plasmándose en proyectos futuros para hacer más felices a nuestros hermanos, tiene su principio en el Espíritu Santo. Nadie puede responder afirmativamente a Dios si primero el Espíritu no le ha dado su Gracia para moverlo a ello, con la fuerza necesaria para vencer nuestra propia debilidad, fruto del pecado original. De ahí que atacar todos aquellos proyectos que surgen del alma profética, sacerdotal y regia de la Iglesia –en la que estamos inmersos todos los bautizados en Cristo- es rechazar y despreciar todas las gracias que el Espíritu Santo nos regala en una profusa vida sacramental.


  También llama la atención, ante este hecho, las palabras del Señor que se muestra inflexible ante el pecado de blasfemia al Espíritu de Dios, manifestando con firmeza que sí hay un lugar para aquellos que no tendrán perdón: los reos del delito eterno. Efectivamente hay un infierno para los que, libremente, eligen separarse de Dios y hacerse ciudadanos del reino de Satanás. Creo que es necesario que, a veces, hagamos un examen de conciencia para valorar cómo llevamos nuestra vida espiritual, comprobando si nuestro pasaporte tiene vigencia para partir en cualquier momento al encuentro del Señor, en su Reino. No nos llevará mucho tiempo, pero nos ahorrará muchos disgustos si, por amor, somos capaces de rectificar y unidos al Espíritu Santo dar frutos de santidad; santidad  que es, ni más ni menos, ser fieles a Dios a través de la vida sacramental en Cristo Jesús.

28 de enero de 2013

el testimonio fiable

Evangelio según San Lucas 1,1-4.4,14-21.


Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros,
tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra.
Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,
a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región.
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  Lucas, en este prólogo muy breve, nos expone la intención que tiene al componer su obra y que no es otra sino la de escribir la historia ordenada y documentada, para que no queden dudas sobre su veracidad, de la vida de Cristo desde sus orígenes; descubriéndonos en los acontecimientos ocurridos, el cumplimiento de las promesas de Dios. No podemos olvidar que los Evangelios no son una biografía completa de Jesús, ya que la finalidad que ha movido a escribir a los evangelistas es dar un testimonio fiable, unos de lo que han visto y oído en primera persona y otros de plasmar lo que los apóstoles les han transmitido.


  Lucas, que era médico antioqueno y un hombre instruido, recogió las palabras de san Pablo –su predicación- porque era el compañero inseparable de sus viajes y de la difusión de su mensaje. Dirigió su Evangelio a Teófilo, que parece ser que era una denominación genérica de los cristianos, entre los que nos encontramos cada uno de nosotros; y, desde luego, no escribió la historia para satisfacer la curiosidad de los lectores, sino para enseñar la historia de la salvación contemplada desde la Encarnación hasta su difusión entre los gentiles. Haciéndonos llegar que la Redención de Cristo alcanza a todos aquellos que quieren recibirla a través del sacramento bautismal.


  Uniendo dos versículos, el evangelista nos transmite la realidad que surge de las palabras del Señor: Jesucristo, por ser Dios y Hombre verdadero, es el Profeta por excelencia; el Mesías esperado que viene a liberar a la humanidad del pecado, que es la causa de todas las injusticias, las opresiones y las enfermedades. Sólo Jesús puede hablar en nombre de Dios, porque Él es la Palabra hecha carne; subrayando la unión profunda y misteriosa del Espíritu Santo con el misterio profético de Nuestro Señor: en el Bautismo, cuando comienza su ministerio público, descendiendo sobre Él; o cuando lo conduce al desierto donde es tentado; y también, como vemos en este evangelio, apropiándose la vocación profética cuando en la sinagoga de Nazaret lee el texto de Isaías.


  Lucas recoge en su evangelio la enseñanza de que Jesucristo es el Salvador de los hombres en el que se cumplen las antiguas promesas hechas por Dios a los Patriarcas y Profetas del pueblo elegido. Por eso, las palabras escritas del evangelista y su transmisión a través de las distintas iglesias que se fundaban, fue la finalidad a la que dedicó toda su vida. Una vida que hubiera podido ser muy distinta, por su profesión y por tratarse de un hombre culto y cultivado, pero que la entregó a la propagación total de la fe tras su encuentro con los Apóstoles y, posteriormente, con san Pablo.


  Cada uno de nosotros, cuando abre las páginas del Evangelio, ha de ser consciente de la riqueza que tiene en sus manos y, como Lucas, comprometerse con el Señor a transmitir su Palabra -que es la Verdad de la que tan necesitado está el mundo- a todos aquellos que comparten con nosotros los difíciles, y a la vez apasionantes, caminos de la vida.

27 de enero de 2013

nuestra misión: cumplir la voluntad de Dios

Evangelio según San Lucas 10,1-9.
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  San Lucas nos relata, en su evangelio, el momento en que el Señor envía a sus discípulos a transmitir su Palabra y convertir a las gentes, bautizándolas. Nosotros, a través del Bautismo, somos hechos discípulos de Cristo y como aquellos, somos enviados por los caminos del mundo a predicar el Evangelio con nuestros labios; y la venida del Reino, con nuestros actos. Cada uno según su vocación: unos participando en la acción misionera de la Iglesia; otros desde nuestras familias y en nuestros puestos de trabajo, pero todos conscientes de la universalidad de la misión recibida y de las palabras divinas que apuntan a la urgencia de evangelizar.


  Ese mensaje que surge de la boca de Nuestro Señor, tiene hoy una actualidad especial; porque los momentos que vivimos son una dura prueba para todos nosotros y, sobre todo, para nuestra fe.
El secularismo, la falta de educación religiosa y el materialismo reinante en los medios de comunicación, están consiguiendo que la Palabra de Dios quede ahogada, entre un sinfín de ruidos, dificultando que la “voz” de Dios llamando a nuestro corazón, pueda ser escuchada.


  Por eso este Evangelio está escrito para cada unos de nosotros, donde el Señor nos pide que transmitamos la fe desde la Iglesia doméstica, que formamos cada una de las familias cristianas que nos hemos comprometido a seguirle; fomentando las vocaciones, a través de una intensa vida espiritual; catequizando a los que lo necesitan, dándoles razones de su fe; y ayudando a nuestros hermanos que están pasando momentos de problemas y dificultades.
Somos Iglesia y junto a ella hemos de acercar a todos a la vida eclesial y sacramental que les dará la fuerza y la luz para caminar, con alegría, tras los pasos del Señor.


  Jesús nos recuerda también que Dios es providente y, como tal, hemos de descansar en Él con la confianza propia de los hijos que se abandonan en los brazos fuertes y protectores de su Padre. Porque el Señor no nos dejará caer, persuadiéndonos, con sus palabras, de que jamás nos faltarán las cosas necesarias para la vida, si esta vida está dedicada a cumplir la voluntad divina. Esa es nuestra principal misión y para eso hemos sido llamados a la existencia. No para acumular tesoros temporales que debemos abandonar inexorablemente, sino para transmitir la Verdad eterna, desde cualquier lugar en el mundo, llenando nuestras alforjas del alma con los tesoros imperecederos del amor a los demás.


  Y no tengáis ninguna duda que si lo hacéis así, si descansáis en la Providencia allanando los caminos del Señor, Él nos cuidará como nos ha prometido a todos, desde la profundidad de su Palabra en el Evangelio.



25 de enero de 2013

¡la Iglesia, nuestra riqueza!

Evangelio según San Marcos 16,15-18.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  Marcos, en este evangelio, nos transmite un mensaje de Jesús que olvidamos con mucha facilidad: debemos transmitir el Evangelio; hacer llegar a todas las gentes y lugares la Palabra de Dios hecha carne: Jesucristo; y consecuentemente, bautizarlas. Porque sólo con las aguas sacramentales del Bautismo, la Gracia del Señor penetra en nuestra alma y como la savia de la vid corre por los sarmientos injertados en ella, la vida divina se desborda en nosotros haciéndonos uno con Cristo. Y justamente esa unidad de cada uno de nosotros con el Señor es lo que conforma su Iglesia.


  Por eso, cuando oigo algunas personas referirse a Dios con total independencia de de la Iglesia, comprendo, con tristeza, que no han entendido nada. Que sólo son capaces de percibir la realidad que se ve, sin darse cuenta de que en la Iglesia lo humano está subordinado a lo divino, porque su realidad trasciende a la institución visible.
San Pablo nos recordaba, en Corintios, que la Iglesia es la unión de todos los bautizados en Cristo que conforman su Cuerpo. Cada uno de nosotros, que hemos muerto al pecado y resucitado a la vida en Dios por Jesucristo, somos miembros de una misma Cabeza y formamos con el Señor un solo Cuerpo.


  Cristo se quedó con nosotros en la Iglesia, a través de los Sacramentos, para que nos llegue la salvación que libremente aceptamos al bautizarnos y hacernos un miembro más. Así, la Gracia fluye en nosotros y el Espíritu Santo nos inunda; dándonos la Luz del conocimiento para argumentar que la fe no está reñida con la razón y expulsar los demonios de la ignorancia que nos privan de la libertad, esclavizándonos a nuestras pasiones.
Dios pondrá su Palabra en nuestros labios, pudiendo llevar la esperanza de la salvación a personas que por hablar desde puntos de vista distintos, desde “idiomas” diferentes, jamás nos habrían prestado atención.
La Gracia fortalecerá nuestra voluntad y pondrá alas en nuestros pies cansados, para poder acercarnos a todos aquellos enfermos de cuerpo y espíritu que necesitan, urgentemente, el bálsamo de la fe: unos para aceptar y comprender; los otros para sanar y renacer.


  Y todo esto es ser Iglesia; ya que esa intimidad de todos nosotros en el Señor es su verdadera riqueza. Lo que ocurre es que así como las personas somos una unidad de cuerpo y espíritu, donde sólo se observa la parte material; en la Iglesia ocurre lo mismo. Es una institución divina que está formada por personas humanas, y ya sabemos de lo que somos capaces cada uno de nosotros: Del sacrificio más sublime, al horror más increíble.
Por eso, si a pesar de nuestros errores, bajezas, traiciones…la Iglesia sigue siendo la única institución que desde el siglo I, en Pentecostés, comenzó su singladura por el mundo y continúa en él, incólume, es indiscutiblemente porque Jesucristo está en ella y la sostiene, la sana y la enriquece; entregándola a este mundo como prueba visible de su amor salvífico.
Ya es hora de que nos demos cuenta que acercar a nuestros hermanos a Cristo, es acercarlos a la vida sacramental que constituye la Iglesia de Dios.

24 de enero de 2013

el Señor nos espera

Evangelio según San Marcos 3,7-12.
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea.
Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!".
Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios


COMENTARIO:


  Este evangelio de san Marcos es la contrapartida del que escuchamos ayer. Hoy no hay hombres acechando al Señor para perderlo, sino multitudes de personas de lugares distintos que han oído hablar  de su palabra y de sus milagros, acudiendo a Él en busca de salud y consuelo.


  El anuncio del Evangelio, con obras y palabras, ha traspasado las estrechas fronteras de Galilea y ha congregado, junto a Jesús, a gentes de toda Palestina: Judea, Jerusalén, Idumea, Tiro, Sidón…Verdaderamente, este hecho es un preludio de lo que será la universalidad de la Buena Nueva. Ni los propios espíritus impuros podían callar ante la visión del Señor, sometiéndosele. En aquellos momentos el Mesías les pide silencio a todos, ordenando que no hablaran de Él públicamente. Pero unos años más tarde, cuando haya realizado la Redención a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, su mensaje se convierte en un mandato totalmente distinto. Él sube al Padre y, aunque se queda con nosotros en la vida sacramental, en su Palabra y en todos los Sagrarios del mundo -a través de la Hostia santa- nos envía a transmitir su Evangelio en cualquier tiempo y lugar.


  Nos envía a todas las gentes, sin hacer acepción de personas, para hablar en todas las lenguas bajo el denominador común de la fe. Porque recibir la Palabra, rezando a Dios por el que la recibe, es transmitir la Verdad que da sentido, sostén y ayuda a nuestra debilidad; Luz a nuestra mente insensata y entenebrecida, elevando nuestra mirada hasta lo alto de los cielos, ya que se han abierto los ojos de nuestro corazón.
El Señor nos espera, a la orilla del Lago, para que vayamos a su lado acompañados de esa multitud que, movidos por nuestras palabras y ejemplos, han sentido el deseo de acercarse a Jesús.


  Me encanta como Marcos evidencia el detalle de  la actitud del Maestro, ante el miedo de que lo apretujen todos aquellos enfermos que lo buscan para que obre el milagro y los sane. Esa literalidad del evangelistas es una clara respuesta a aquellos pastores que, haciendo una libre interpretación del mensaje cristiano, explican los milagros solamente como signos, negando la realidad de los mismos. Cierto que todo lo que Jesús ha hecho es imagen de otra realidad superior, porque la misma Persona de Cristo nos trasciende; pero ya se han encargado los escritores sagrados, para que no hayan dudas, de detallar hasta los gestos más insignificantes resaltando que ayer, igual que hoy, se dan, se siguen dando y se darán hasta el fin de los tiempos un montón de milagros que surgen del amor, del poder y del querer del Dios encarnado: Jesucristo.

¡Hemos de ser coherentes!

Evangelio según San Marcos 3,1-6.


Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada.
Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante".
Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  San Marcos nos presenta, en su evangelio, una actitud del Señor que nos tiene que servir para analizar nuestros actos en el día a día.
Con la curación del hombre de la mano seca culmina la serie de versículos evangélicos donde se observan las controversias que había tenido Jesús con los escribas y fariseos. Hemos observado que el Mesías no sólo contó con la resistencia de los demonios, sino con la oposición de aquellos hombres, cuya soberbia les cegaba los ojos del corazón. Aquí se nos muestra una actitud similar al anterior versículo, donde se discutía la cuestión del sábado. Pero en éste, si lo analizamos bien, veremos que a nuestro Señor se le plantea un dilema que, desgraciadamente, es muy común en nuestro acontecer diario.


  Vuelve a ser sábado, y ante Jesús espera un hombre que sufre para que el Señor ejerza esa misericordia que, justo por serlo, está por encima de todo precepto legislado. Pero agazapados, se esconden aquellos que viven de las normas vacías y juzgan desde la inflexibilidad y la intransigencia. Cuantas veces nosotros, delante de un grupo de gente que considera que la fe es un fundamentalismo sin sentido y hablan de una libertad que sólo es posible ejercer desde sus puntos de vista, somos incapaces de actuar y obrar en consecuencia a la Verdad, donde hemos edificado nuestra existencia. No paramos conversaciones, donde se ridiculiza a nuestros hermanos o se les quita la honra, por tener miedo a esgrimir los argumentos que defienden su derecho a elegir la forma en la que quieren vivir.
No damos opiniones, ni luchamos contra la interrupción del embarazo –el aborto- a sabiendas de que lo que está en juego es una vida humana, porque tememos la controversia que se puede generar con nuestras palabras, dañándose la imagen de tolerantes que nos hemos construido, a base de renunciar a nuestros principios.


  Hacer el bien, que es actuar según los mandatos divinos donde priman la caridad y la misericordia por encima de todo; jamás debe estar en función de miedos, colores o circunstancias. El Señor ejerce su derecho divino, aunque sabe que hacerlo terminará con sus derechos humanos, muriendo en una cruz en lo alto del Calvario.
Siempre os digo que ser cristiano no es tarea fácil, porque Aquel en el que nos miramos, nos pide una coherencia que siempre nos enfrentará a la lógica del mundo. Pero es necesario que no olvidéis nunca que: “El que no vive como piensa, está condenado a pensar como vive”. Y esta es la traición más grande que el hombre puede hacerse a sí mismo y a Dios.

23 de enero de 2013

¡el Amor nos hace libres!

Evangelio según San Marcos 2,23-28.


Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar.
Entonces los fariseos le dijeron: "¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".
El les respondió: "¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre,
cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?".
Y agregó: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  Este Evangelio de Marcos pone de manifiesto una de las prescripciones que los fariseos detallaban para el cumplimiento de la Ley. Durante todo el Antiguo Testamento, la Ley de Moisés dada por Dios en el Sinaí, se vió ampliada por prescripciones que, desprendidas de su espíritu originario, sólo quedaban convertidas en una pesadísima carga para el pueblo de Israel.


  Cuando los discípulos de Jesús son acusados por los fariseos de arrancar las espigas en Sábado, para poder comer, el Señor les recuerda que tales preceptos deben ceder ante la ley natural, inscrita por Dios desde la Creación; por eso el precepto del Sábado no puede estar nunca por encima de la subsistencia, así como la ordenación de las cosas que deben someterse al orden personal y no al contrario.
Porque Dios, como el Sumo Hacedor, conoce lo que crea y pone en cada uno de nosotros los elementos necesarios para poder llevar a cabo la finalidad, la tarea, a la que hemos sido llamados; cuando prohibe algo lo hace justamente porque sabe que ese algo nos destruiría como personas. Su prohibición es un acto de amor proveniente del ejercicio de la paternidad divina.


  Cada uno de nosotros debe seguir los mandatos divinos, no por obligación, ni por miedo sino porque son el camino seguro para llegar a la completa felicidad al lado de Dios. Y ese camino no es tortuoso ni irracional, ya que todos los preceptos que surgen de los labios de Jesús, tienen la libertad del hombre como eje principal que vertebra la vida humana.
Provenimos de un Dios que es amor y el amor está reñido con la tiranía o la esclavitud; por eso los mandatos que provienen del Señor, sólo pueden perfeccionarnos en nuestra más íntima naturaleza.  Ésta es la vara de medir que tenemos para que nadie pueda obligarnos a realizar, en nombre de un dios absurdo, todo aquello que es más propio de intereses humanos que tienen nombre propio.


  También san Marcos nos presenta a Jesús como el "Señor del Sábado". Esto es de una importancia enorme ya que si tenemos presente que este precepto era de institución divina, con esta afirmación el Señor se presenta implícitamente como Dios. Un Dios que se hace hombre, camina con sus discípulos y comparte, en su humanidad, nuestras necesidades. Un Dios cercano que, desde toda la eternidad, se ha preocupado de nosotros a pesar del olvido de cada uno de nosotros. Un Dios que es...nuestro Dios.

21 de enero de 2013

¡la alegría de la Buena Nueva!

Evangelio según San Marcos 2,18-22.


Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Marcos nos muestra, con las palabras de Jesús, que ha llegado el momento en que el Antiguo Testamento deja paso al Nuevo; porque en Cristo se cumplen todas las profecías mesiánicas que se anunciaron en sus páginas. Nos habla de la alegría de la Buena Nueva; porque encontrarse con Jesús, compartir con Él la vida y el camino es olvidarse de la tristeza que provocan las circunstancias adversas, para dar paso a la aceptación que provienen de unir nuestra voluntad a la de Dios.


  El Señor también nos enseña que esta alegría pasará por el dolor de su ausencia en los momentos de la Pasión y, justo en ese instante, no podemos ignorar que todo el sufrimiento de Cristo culmina el Sábado de Gloria, con su Resurrección. Por eso este capítulo delimita muy bien, y nos ayuda, a entender como es la condición humana mientras caminamos en la tierra: un sinfín de claroscuros donde a veces se nos olvida que tras una fuerte tormenta, siempre acaba saliendo el sol. Ese sol que es Luz en la oscuridad de una vida sin fe.


  El Espíritu nuevo que nos llega con la Nueva Alianza, no es una pieza añadida al viejo judaísmo de la época; sino que es el principio vivificante de las enseñanzas perennes de la antigua revelación.
Porque con la venida del Evangelio, Dios nos envió la Gracia en su Hijo y con ella la fuerza y la esperanza del que se sabe en manos de la Providencia, que jamás nos dejará caer.


  Entre las lineas de este pasaje también se observa la advertencia del Señor sobre las prácticas penitenciales, tan comunes en el judaísmo. En ningún momento habla de que tengan que cesar, sino de que hay que darles la importancia que tienen y no más. Privarnos de algo por amor a Dios; vivir unos días de ayuno cuaresmal; o simplemente retrasar un vaso de agua, templando el deseo con la voluntad, es algo natural en nuestra vida cristiana en la que queremos ofrecer, al amor de Dios, pequeñas renuncias voluntarias. Pero esa actitud siempre debe ir acompañada de la alegría propia de los hijos de Dios. Esa alegría que, como hemos dicho anteriormente, viene por la cercanía de la vida divina fruto de una intensa vida sacramental.  

¡Haced lo que Él os diga!

Evangelio según San Juan 2,1-11.
Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús también fue invitado con sus discípulos.
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino".
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga".
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo
y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento".
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios


COMENTARIO:


  Este Evangelio es para mí, uno de los más profundos y bellos a la hora de meditarlo. Juan centra bien, ante todo, el lugar donde se va a llevar a cabo el primer milagro de Jesús y por ello, la inauguración de los tiempos mesiánicos: en Caná de Galilea, a unos kilómetros de Nazaret.

 
  Ninguno de los evangelistas, en capítulos anteriores, nos ha hablado de la participación del Señor en ningún acontecimiento festivo ni nos ha narrado que compartiera con sus familiares eventos lúdicos. Por eso, cuando Juan nos refiere que su Maestro, junto a su Madre, se encuentra participando de unas bodas, hay que penetrar en la Escritura para descubrir qué nos quiere decir la Palabra de Dios. La presencia de Jesús en Caná es la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante será un signo eficaz de la presencia de Cristo, es decir, será un Sacramento. Demostrando la importancia de la familia, que está inscrita en la Revelación de Dios, como su imagen, y en la historia de la salvación; ya que Dios Trinitario es familia en sí mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo.


  En este pasaje, el encuentro con la Virgen Santísima nos desvela parte de su intimidad; de su forma de ser. María es una mujer que en cualquier sitio y lugar no sólo está pendiente de las circunstancias sino, y sobre todo, de las personas. Su solicitud no tiene límites en cuanto se da cuenta del problema que presenta para los novios la falta de vino en el banquete. No hace falta que se lo pidan, porque en su inmenso corazón de madre le urge hacer felices a sus hijos hasta en sus más pequeñas necesidades.


  El evangelista nos la sitúa sólo en dos episodios que son claves en la vida de Jesús: uno al comienzo -en las bodas- y otro al final –a los pies de la Cruz, en el Calvario- de la vida pública de Jesús. Indicando que toda la obra del Señor está acompañada por la presencia de María Santísima como colaboradora en la obra de su Hijo: la Redención.


  Es increíble observar como la Virgen intercede; cómo se pone en medio de Jesús y los hombres como mediadora maternal, segura del amor de su Hijo que no puede negarle nada. Y a la vez, nuestra Madre nos enseña con sus palabras el camino seguro para no perdernos jamás en los tortuosos senderos de la vida: “haced lo que Él os diga”. Esa frase, corta en extensión e inmensa en su riqueza, recoge el secreto del mensaje cristiano. Amar a María es estar unidos a Jesús porque ella nos remite a su Hijo en los Sacramentos y en el Evangelio, es decir, en la Iglesia para que le sigamos. Venerar a la Virgen es, simplemente, agradecer a Dios el regalo más grande que nos hizo, cuando nos la entregó como Madre.

19 de enero de 2013

Jesús nos llama a todos

Evangelio según San Marcos 2,13-17.
Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían.
Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de Mateo parece relatarnos la vocación, la llamada de Leví, el de Alfeo; y la rápida respuesta que le dio a Jesús. Leví, posteriormente, también fue llamado Mateo y formó parte, como uno más, de los doce apóstoles. Antes de que el Señor pusiera sus ojos en él, era un cobrador de impuestos para Roma; un hombre que, a los ojos de Israel, era un pecador que extorsionaba a su pueblo, el elegido, para beneficiar a los romanos, que eran sus opresores. Entonces, como es que el Señor no se da por enterado de este hecho y lo llama, no sólo a compartir su mesa sino a tener un sitio privilegiado en su Banquete? Las mismas palabras de Jesús dan luz a las preguntas inquisitorias de los fariseos: “No necesita médico el que goza de buena salud, sino el enfermo”.


  Esa respuesta es muy importante para nosotros que, por el propio mandato de Cristo, hemos sido enviados a extender su Evangelio. Nadie puede negar lo fácil y agradable que nos resulta hablar de Dios a todos aquellos que, más o menos, nos entienden y han sentido la necesidad en su corazón de indagar más en su fe. Compartir con ellos la Escritura es pasar un rato agradable, donde cada uno se enriquece con la aportación vital de los demás. Pero hay momentos y situaciones en las que manifestar nuestras creencias; defender nuestras posiciones o transmitir nuestro mensaje, no es nada fácil ni cómodo. Es entonces, sin dudarlo, cuando hemos de recordar las palabras que el Señor nos ha hecho llegar a través de san Marcos: ellos necesitan, más que otros, conocer la Palabra de Dios.


  Es ese Cristo, que caminaba por Galilea, el que nosotros hemos de acercar a nuestros hermanos que no le conocen; porque tenemos la certeza que en cuanto lo hagan, le amarán. Evidentemente eso  nos exigirá estar más preparados; esforzarnos más para dar razones a una vida sin razón; rezar mucho más al Espíritu Santo para que, como prometió, ponga sus palabras en nuestros labios y seamos capaces de transmitir la Verdad del mensaje cristiano. Porque nunca dudéis de que Jesús nos llama a todos: ricos y pobres; sanos y enfermos; de aquí y de allí; inocentes y pecadores…Todos llamados, sin excepción, al Reino de Dios.


  Bien es cierto, sin embargo, que podemos encontrarnos con todos aquellos que, por un pecado de soberbia, deciden no querer saber o bien, considerar que ya saben demasiado. Ante esta situación sólo nos quedará rezar por ellos y recordar que el Señor, a su paso por la tierra, también se cruzó con los que no desearon responder a su llamada. Ese es el gran tesoro, y a la vez el gran peligro de la libertad humana: usarla mal. Pero si el propio Dios la respetó hasta su más terrible consecuencia: la entrada del pecado en el mundo, es porque la respuesta de amor que el Señor espera de nosotros tiene que surgir de la libre voluntad de un corazón enamorado.

¿Qué nos conviene?

  Pienso que en esta sociedad relativizada, donde parece que la realidad no existe si no es en la mente de los que la “crean”, es donde se percibe con mayor intensidad la necesidad de valores concretos, intemporales y universales; que sirvan como anclas, para sujetar el barco de la existencia, ante un mar tempestuoso de teorías subjetivas.


  Recuerdo a una criatura anoréxica, cuya máxima ilusión era desfilar por una pasarela, como se reafirmaba en lo bueno que era dejar de comer para poder alcanzar una talla casi infantil; eso me hizo comprender que sería oportuno para todos, intentar conocer el significado de lo que verdaderamente puede llamarse bueno.
No he podido olvidar los argumentos, que la joven aspirante a modelo, esgrimía para justificar su actitud: la de la libertad de elección. Comprendí que no era el momento ni el lugar para hacerla razonar sobre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer; frente al concepto de qué es la libertad; de aquello que nos perfecciona y nos degrada; de las normas de conducta que nos muestran que la bondad o maldad de una acción no viene determinada por una moda o porque un grupo mayoritario de personas le den sello de normalidad. Es necesario, con carácter de urgencia, que para conocer qué es bueno para el hombre, el hombre se conozca a sí mismo.


  Es increíble observar cómo funciona nuestra forma de obrar: cómo el hombre conoce a través de su inteligencia la razón de bien que un objeto posee, y como mueve a la voluntad, al querer, hacia ello; por eso es tan importante no errar en el conocimiento de lo que es verdaderamente bueno para nosotros. Pues si no es así, estamos expuestos a buscar cosas satisfactorias o placenteras que sólo son el reflejo o disfraz de la bondad ontológica y moral que encierra en sí mismas y para nosotros. Lo bueno es lo valioso, lo perfecto, lo apetecible en sí mismo; y su posesión, a la que tendemos, siempre perfeccionará nuestra naturaleza humana. Ese es su principal distintivo; ya que nos hace más personas y menos animales.


  Si nos dieran a escoger, por el mismo precio, entre comprar un coche mediocre o un último modelo con todos los accesorios, no creo que nadie tuviera dudas sobre una decisión tan evidente. Bien, pues en el actuar humano hay cosas que se nos escapan justamente porque son evidentes; si la voluntad se dirige al bien, lógicamente buscará el Bien máximo, a la Bondad sublime donde se encuentran todas las perfecciones, y que es fin último del hombre: Dios mismo. Y como nadie busca lo que no conoce, podemos deducir que si buscamos el Bien y la Felicidad, es porque partimos de ella; porque en un principio, estábamos en ella. De esta manera, si hay un Bien absoluto, que es el fin al que el hombre está destinado, los actos que nos acercan a Él serán actos buenos y los que nos alejan, degradándonos serán actos malos.


  No hemos de pensar ¡ni mucho menos! que todas aquellas cosas agradables que nos encontramos por el camino y, que disfrutamos alcanzándolas son malas. Todas las cosas, por el hecho de ser, participan de Dios y por ello gozan de una bondad y una perfección participada, cada una según su naturaleza. Pero incurriremos en el error y extraviaremos nuestra vida si las buscamos como fines absolutos, poniendo en ellas nuestra búsqueda de  felicidad; ya que una vez alcanzadas se disolverán en nosotros como el agua se desliza en nuestros dedos, por más que cerremos la mano.
De todo lo dicho se deduce, que la libertad electiva será total, cuando seamos nosotros mismos los que nos autodeterminemos hacia el bien, siendo capaces de renunciar a una satisfacción temporal por un bien mayor que nos trasciende y nos ayuda a perfeccionarnos como seres humanos.
Si nuestra amiga, proyecto de modelo, hubiera conocido realmente que es ser libre, no hubiera gritado a los cuatro vientos su capacidad de hacer lo que le daba la gana, mientras era esclava de unos deseos que conllevaban su autodestrucción.


  En nuestros días, igual que ha ocurrido en siglos anteriores, los sofistas ocupan los medios de comunicación y el poder. El subjetivismo y el relativismo acampan a sus anchas, mientras una cultura hedonista hace creer a la juventud, y a quien no es tan joven, que todos los medios son válidos para alcanzar los fines que nos dan satisfacción y placer; como si en ellos se encontrara la verdadera felicidad. Por eso, siento deciros que nos toca a nosotros defender una educación en la totalidad de nuestros ser; donde no sólo se informe a nuestros hijos sino que se les forme en valores y virtudes; dándoles las respuestas que su alma inmortal requiere y a la que todos, como seres religiosos que somos, tenemos derecho.
Nos toca luchar por ello e ilusionar a nuestros congéneres a lograr culminar con éxito ese increíble proyecto, al que llamamos vida.



18 de enero de 2013

¡busquemos al Señor!

Evangelio según San Marcos 2,1-12.


Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 
COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Marcos comienza con unas palabras que, para mí, presentan una gran profundidad y sirven para centrar nuestro rato de  meditación: “Al saber que estaba en casa, se juntaron tantos que ni siquiera cabían frente a la puerta y Él les anunciaba su mensaje”.


  En cuanto las gentes de Cafarnaún se enteraban de que el Señor se encontraba en algún lugar determinado, corrían a su encuentro para no perder absolutamente nada de su predicación y estar presentes en los milagros que realizaba. Todos buscaban su cercanía, ya que su sola presencia llenaba de paz sus corazones y los movía a hacerse un sinfín de preguntas; hallando las respuestas en las palabras que surgían de los labios de Jesús.


  En estas circunstancias que vivimos, donde cada uno de nosotros siente que pierde su estabilidad emocional por la cantidad de problemas y tribulaciones que nos rodean, me parece mentira que, sabiendo perfectamente donde se encuentra en cada momento Jesús de Nazaret: en el Sagrario de todas aquellas Iglesias que se encuentran distribuidas por la geografía de nuestro país, seamos capaces de no salir corriendo en su busca para, delante del Tabernáculo, postrarnos a sus pies. Y como nos dice el Evangelio, rogarle al Señor que nos ayude; que nos sane; que nos devuelva la Vida que nunca debimos perder.


  ¿Cuántos de nosotros hemos compartido con algún amigo en apuros, un rato de oración al lado de Cristo en el silencio del Templo? ¿Cuántas veces hemos cargado a nuestras espaldas al compañero cansado, paralítico espiritual, para llevarlo a la presencia de Jesús, delante del Sagrario? Impresiona todo lo que fueron capaces de hacer los portadores de la camilla para poder conseguir, que por fin, el enfermo estuviera en presencia del Maestro. Y es, como siempre, este acto de fe; ese esfuerzo de amor, el que hace que el Señor no se niegue a sus deseos, devolviéndole la salud. Pero no podemos olvidar que para Dios lo más importante, porque para eso murió su Hijo, es sanar el alma humana de la enfermedad del pecado; ya que lo que contamina al hombre y lo destruye, nace del propio interior del hombre: la soberbia, la lujuria, la ira, las faltas de caridad… Y para demostrar que es capaz de devolver la verdadera Vida, al perdonarle los pecados, Cristo le permite que vuelva a caminar, liberándolo de la enfermedad que paralizaba sus piernas y lo imposibilitaba para acercarse  al Señor, por sí mismo.


  En este capítulo de la Escritura se manifiesta que el ser humano, como os he comentado muchas veces, es una unidad inseparable de cuerpo y espíritu, donde el pecado afecta a la persona en su totalidad. Y, a la vez, nos requiere para que no olvidemos que, muchas veces, nos preocupamos muchísimo de la enfermedad somática de un ser querido, que sabemos tiene fecha de caducidad, despreocupándonos totalmente del estado en que se encuentra su alma, cuya vida es eterna e inmortal. No caigamos tampoco en la tentación de pensar que hablar de Dios, o acercar a nuestros amigos a la frecuencia de los Sacramentos, es imponer una idea o una situación; sino que, muy al contrario, es proponer por amor a todos aquellos que nos importan, la Verdad que nosotros hemos conocido y nos ha transmitido la paz, la alegría y la felicidad.

la importancia de la confesión

Evangelio según San Marcos 1,40-45.


Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Las primeras lineas del Evangelio de san Marcos parecen guardar una total similitud con la actitud y la finalidad del pecador que se acerca al sacramento de la confesión.

  
  En aquel tiempo la lepra era considerada una enfermedad repugnante que Dios enviaba a las personas por sus faltas cometidas. El enfermo era declarado impuro por la Ley de Moisés y se le separaba de los demás, obligándole a vivir aislado y marginado, para no contagiar la lepra a todos aquellos que tuvieran trato con él. En las profecías del Antigüo Testamento se consideraba que, con la llegada del Mesías, esa enfermedad, que era producto de la impureza, desaparecería. Y efectivamente, como podemos comprobar por el relato de Marcos, ante la petición que surge del acto de fe del leproso, el Señor limpia su cuerpo y a la vez su alma. En esa unidad de cuerpo y espíritu que conforma  la persona humana, cualquier enfermedad del alma tiene un componente somático que le afecta; de ahí la importancia que tiene el sacramento de la confesión, que nos sana el alma, para llevar una vida verdaderamente feliz.

 
  Por eso, como os decía al principio, ese hombre es imagen de todos los pecadores del mundo que nos acercamos a Cristo, rogándole encarecidamente que nos libre de la enfermedad del pecado que nos separa de la vida divina y, poco a poco, nos margina del lado de Dios. En los gestos y palabras del leproso percibimos su oración cargada de fe, vergüenza y humildad y, como nosotros en el sacramento penitencial, hinca la rodilla en tierra y pide la salud para sí mismo, seguro de que el Hijo de Dios que dió su vida por nosotros, será incapaz de negársela.


  De esta manera, cuando nos acercamos con el alma contrita a la confesión sacramental y ante el sacerdote, representante de Cristo, nos reconocemos enfermos y necesitados de perdón; el Señor no sólo nos perdona, sino que excediéndose nos da su Gracia, su fuerza, su vida, para que limpios de pecado tengamos la fortaleza de luchar generando virtudes. Y así mantener la salud necesaria para llevar una vida sana, plenamente cristiana, con el distintivo de la alegría que es propia de los hijos de Dios.

16 de enero de 2013

¡Nuestra vida no es nuestra!

Evangelio según San Marcos 1,29-39.


Cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  San Marcos nos relata en su Evangelio una situación que debía ser muy habitual en la vida de Jesús con sus apóstoles. El Maestro va con dos de sus discípulos: Santiago y Juan, a casa de Simón y Andrés; no sabemos si por iniciativa propia, porque quiesieran hablar de algo, o porque lo hubieran requerido para ello.


  Como ocurre siempre, por desgracia, en casi todas las familias, algún miembro estaba pasando por una situación angustiosa; y en la familia de Pedro era su suegra. Hay que tener en cuenta que, en aquel tiempo, cualquier enfermedad que daba fiebre alta, era muy difícil de tratar y mucho menos de controlar. Por eso, ante la visita del Señor, el Apóstol no duda en aprovechar la situación y acercarlo a la mujer, con el convencimiento de que si Él quiere, la enfermedad desaparecerá. En este caso, no es ni la propia enferma la que pide el milagro; sino que por amor a Pedro, y por su fe, toma su mano y la sana.


  ¿Cuántos de nosotros dejamos fuera de nuestra casa al Señor, cerrándole las puertas de nuestro corazón? Todos tenemos, como Simón, a alguien cercano que necesita la salud, ya sea de cuerpo o espíritu. Todos tenemos, como Andrés, algún conocido postrado en la cama, que por la fiebre del pecado es incapaz de recobrar el ánimo y recuperar las fuerzas. Pues bien, debemos tener la seguridad de que si vamos en busca del Señor y le rogamos que entre en nuestro hogar; si le hacemos un sitio en nuestra intimidad, Él la llenará con su Gracia y la felicidad - fruto de la cercanía divina y no de la falta de dificultad-  reinará en nuestra alma.


  Pero recordad que en cuanto la suegra de Pedro recobró la salud, su primera actitud fue la de servicio a Aquel que la había curado. No todos los que el Señor sanó se acordaron de darle las gracias; no todos los que recibieron beneficios de manos de Jesús, volvieron sobre sí mismos para agradecérselo. No; muchos de nosotros tenemos una capacidad de olvido enorme y un miedo al compromiso, todavía mayor. Suplicamos cuando los problemas nos superan y no encontramos otra solución que clamar a lo divino, porque lo terreno ha agotado sus posibilidades. Pero una vez el Señor ha puesto su mano sobre nosotros, recuperándonos de un abismo, donde perdíamos pie; recobramos nuestra, mal entendida, sensatez y le damos la espalda a Cristo, cerrando nuestros oídos a sus Palabras por sí, como a la suegra de Pedro, nos pide un vaso de nuestra agua. ¡Qué pena, Dios mío! ¡Qué pena! olvidamos que nuestra vida no es nuestra, sino de Dios y que cuando estamos a punto de perderla, no hay nada mejor que recuperarla para ponerla al servicio de Nuestro Señor.

¡la fuerza de la Palabra!

Evangelio según San Marcos 1,21b-28.


Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:
"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".
Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".
El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!".
Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:

 
  Lo primero que nos encontramos en el Evangelio de san Marcos, es que el Señor enseñaba con autoridad. Esa palabra significa que, a diferencia de los maestros de Israel que transmitían e interpretaban la doctrina que Dios les había revelado, Jesús proclamaba que su Palabra era la de Dios; porque Él y el Padre eran una misma cosa. De ahí la actitud de los demonios, que ante el simple mandato del Señor, abandonaban el cuerpo del poseído. No son necesarias las fórmulas específicas que utilizaban, en nombre de otros, los exorcistas hebreos; ya que la firme voz del Mesías expulsaba al instante a los espíritus inmundos.


  Hoy, igual que pasaba en Cafarnaún, la Palabra de Jesús sigue resonando a través de la Escritura Santa; la Palabra hecha carne que nos libera del pecado con su sacrificio en la Cruz. Por eso, extender el Evangelio, dándolo a conocer, es acercar la salvación a las personas que, libremente, deciden aceptarlo abriéndole el corazón. Automáticamente, la presencia de Cristo en nosotros hará que toda aquella maldad que anida en el alma: la soberbia, la ira, la lujuria, la pereza...nos abandone ante la autoridad del Hijo de Dios; inundando, con su Gracia, nuestro espíritu.


  No hemos de desfallecer jamás en la propagación del Reino; porque sucumbir al desánimo es olvidar la fuerza y la autoridad de la Palabra que transmitimos: que es el mismo Cristo. Ese que camina con nosotros, como lo hacía con sus discípulos por las callejuelas de Cafarnaún; que sentado a la mesa partía el pan y nos lo entregaba fijando su mirada en la nuestra, como hace en cada Eucaristía que compartimos en torno al Altar. Ese Cristo que, ante nuestro miedo al mundo, nos recuerda que ese mundo es suyo y con Él lo hemos de reconquistar. Cada uno a su manera; transmitiendo el Evangelio con nuestras pobres palabras, que nada podrían sino fuera porque en ellas resuena la Palabra de Dios.


  No será fácil. ¡Está claro! Porque el diablo sigue luchando para no abandonar aquello que conquistó con la mentira, a través de la libertad humana. Pero justamente, con esa libertad, escogemos servir a Dios en la transmisión de la Verdad, que libera al hombre de la esclavitud del pecado y de la muerte.

15 de enero de 2013

la mirada de Jesús

Evangelio según San Marcos 1,14-20.


Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Marcos, Jesús comienza su predicación justo después de que hayan encarcelado a Juan el Bautista. Esta circunstancia sugiere que ya ha terminado la etapa de las promesas con el último de los profetas, porque se han cumplido en Cristo con la llegada de la salvación y la implantación del Reino de Dios. Pero alcanzar esa salvación ya se percibe que no será un camino de rosas, ya que el mismo Juan está encarcelado y posteriormente será decapitado. Jesús sufrirá, para redimirnos, una Pasión horrorosa que acabará con su Cuerpo taladrado en una cruz de madera. Por eso el Señor nos pide, desde Galilea, que aceptemos con fe sus noticias; aunque a veces no se ajusten a lo que queremos oír.


  Jesús pasea por el lago; allí está Simón y Andrés, y un poco más lejos Santiago y Juan. Seguro que conocían al Maestro y le habían escuchado varias veces, cuando se dirigía a la multitud que le seguía. Todos ello, como el resto de los jóvenes judíos de la época, buscaban un Rabbí  que les instruyera; por eso les debió sorprender que fuera el propio Jesús el que les invitara a caminar a su lado. Hubieran podido hacerle miles de preguntas sobre la vida que les esperaba; o qué implicación iba a tener para ellos el convertirse en discípulos suyos. Pero el Evangelio nos dice que al punto que Cristo los llamó, lo dejaron todo y se fueron con Él. Esta actitud debe llevarnos a meditar como tenía que ser la personalidad del Señor, porque todos ellos tenían sus trabajos; eran pescadores y formaban parte de sus familias, con las que convivían. Ninguno de ellos pudo negarse a esa mirada profunda y divina que penetraba hasta el fondo del alma. La misma que hará que, meses después, al encontrarse Pedro con ella, tras negar al Señor tres veces, rompa en sollozos de profundo arrepentimiento.


  La misma mirada que hará que María Magdalena llore sus pecados y cambie radicalmente su vida. Esa mirada…que cada uno de nosotros hemos sentido en nuestro corazón, antes de que el Señor nos llamara para seguirle. Porque partir, por mandato divino, a evangelizar el mundo, significa que cada uno de nosotros hemos dicho que sí a Dios desde el lugar y la vocación específica que Él ha querido: unos desde lugares recónditos; otros desde la sociedad a la que pertenecemos; pero todos discípulos llamados a pescar desde la barca divina, que es la Iglesia.


  Puede ser que alguno de nosotros, como ocurrió con el joven rico, al darse cuenta de que seguir a Jesús significa, muchas veces, renunciar por amor a Dios a sí mismo y a lo que el mundo puede ofrecernos: placer, dinero, poder; no esté dispuesto a ello y se niegue a formar parte de los planes divinos. Desde luego es una opción; pero nunca podemos olvidar que el joven, cuando volvió la espalda a Cristo, se fue llorando. Así es la vida lejos de Dios; un espejismo de la realidad que siempre termina con las lágrimas propias de una vida sin sentido.