31 de julio de 2015

¡No hay trabajo humilde, si se hace por Dios!

Evangelio según San Mateo 13,54-58. 


Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. "¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros?
¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos, Santiago, José, Simón y Judas?
¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?".
Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Entonces les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia".
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, observamos como el Señor se presentó ante sus vecinos de Nazaret, a sabiendas de lo que se iba a encontrar. Conocía a lo que se exponía, al enseñar ante todas aquellas gentes que, más que prestas a escucharle, lo estaban a juzgarle; a no admitir –ni tan siquiera valorar- su realidad divina, porque creían conocer su realidad humana. Y, sin embargo, nada detuvo al Maestro. Había aceptado y asumido la voluntad del Padre como propia, a pesar de todas las consecuencias; y estaba dispuesto a comunicar la salvación, a todas las ovejas dispersas de la casa de Israel.

  El problema era, que la Redención conseguida por Cristo se escondía en la aceptación de su Persona. Y Él había adquirido el compromiso de propagarlo sin miedo a las críticas, sin vergüenzas y con valor, aunque sabía que el corazón de sus oyentes estaba cerrado de antemano. Le dolía que en un futuro no muy lejano, cuando todos ellos tuvieran que presentarse delante del Sumo Hacedor para rendir cuantas de sus actos y sus decisiones, el motivo de su incredulidad fuera culpa de su obcecación, su orgullo y su ignorancia voluntaria ante el hecho de no haber querido conocer el carácter sobrenatural de su misión.

  Jesús, como debemos hacer todos, es el ejemplo perfecto de lo que debe ser un cristiano; y por eso nos anima a no desfallecer ante la incomprensión, la burla y la dificultad que, sin duda, acompañaran nuestro apostolado. Pensar, cuando esto suceda, que si a Él –que era el Hijo de Dios- lo trataron así, que no harán con nosotros que estamos repletos de imperfecciones, limitaciones y tropiezos. Pero Cristo nos anima con su fuerza, y nos descubre qué –a pesar de todo- tenía que dar testimonio de Quién era, allí donde le habían visto crecer. Y, de paso, demostrar al mundo que no siempre lo que parece una certeza a nuestros sentidos, es la Verdad.

  Así, una vez más, el texto nos descubre cómo funcionaban, y funcionan, los milagros: ya que eran la certificación, a los ojos de los hombres que escuchaban, de la autenticidad de la Palabra. Pero jamás fueron el medio –por expreso deseo de Dios- para motivar la fe de sus oyentes. Muy al contrario, era esa fe que había arralado en el corazón de las personas, la que permitía que Jesús trascendiera los hechos, las circunstancias y los momentos, para manifestar su verdadero poder: el poder de Dios. Era creer, lo que abría las puertas de lo sobrenatural; pero jamás la evidencia de lo sobrenatural, sería utilizada por Dios para forzar nuestra voluntad. El Señor quiere que, a ti y a mí, sólo nos mueva el amor.

  Todos aquellos que habían conocido al Señor y habían compartido su vida, no podían estar cerrados a ese plus de realidad que, sin embargo, les hacía decir: “todo lo hizo bien”. Pero Jesús utilizó sus carencias, para enseñarnos la importancia vital de reconocer al Maestro en nuestro día a día, Porque Cristo nos quiere fieles en lo poco, en la cotidianidad, en las circunstancias difíciles del trabajo, la familia y la enfermedad. No es gratuito que el Hijo de Dios viviera una vida como la nuestra, durante treinta años; más bien quiso enseñarnos, con su ejemplo, que la santidad consiste en cumplir fielmente la voluntad del Padre en el lugar donde se nos ha colocado. Porque si estamos ahí, y no allí, es que aquí se nos necesita. Tal vez sin hacer cosas grandes, sin ser recordados y agasajados jamás por aquellos hechos que han marcado épocas y han dado material a la historia; sino por la fidelidad en las cosas pequeñas, humildes y calladas. Yo recuerdo siempre aquellas palabras que repetía un gran santo, cuando recordaba que las batallas las ganan los soldados cansados que no ceden y que luchan hasta el final. Y ellos nunca se llevan la gloria; porque son los héroes anónimos. Pues bien, eso nos pide Nuestro Señor, ese buen hacer que no cae nunca en la rutina, porque aunque siempre parezca lo mismo cada día es distinto, cuando lo vivimos para Dios.

  A Jesús no le conocían sus vecinos por otra cosa, que por ser el “hijo del carpintero” (en otros lugares, se traduce como artesano). Seguramente la familia de Nazaret eran dueños de un pequeñísimo y humilde negocio, donde con sus manos  elevaban el trabajo, convirtiéndolo en algo divino: porque le imprimían el amor y la entrega. Porque cualquier cosa se la dedicaban al Padre y así, sin hacer ruido, nos enseñaron a cada uno de nosotros cómo debe ser nuestro transcurrir por esta tierra. Aceptando el lugar que nos corresponde e inundándolo de un verdadero sentido cristiano. Para unos será la labor sencilla, callada y tenaz; para otros la pública y representativa. Pero todos unidos en una misma finalidad: acercarnos al Señor, ayudar a que se acerquen nuestros hermanos y con nuestra tarea, luchar por hacer un mundo mejor. No te olvides nunca que, como nos demuestra el propio Cristo, no hay trabajo humilde, si se hace por amor a Dios.




30 de julio de 2015

¡Sólo así!

Evangelio según San Mateo 13,47-53. 


Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús recurre con el ejemplo de la red barredera a una imagen que ya utilizó en la parábola de la cizaña. Y es que es muy importante para el Maestro que comprendamos que el Padre llama a todos sus hijos a formar parte de su Reino. Que nos insiste a todos, para que conformemos con nuestro sí ese Nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia.

  Pero ser llamado, nos dice Cristo, no significa ser escogido; porque eso dependerá de nuestra actitud, de nuestra entrega y de nuestra fidelidad. Es decir, de la libertad con la que actuamos y que hace que nuestros actos sean fruto de nuestra voluntad. Por eso, solamente aquellos que sean considerado dignos ante el Juicio del Creador, serán admitidos para compartir su Gloria. No los que presenten posturas y gestos externos, acordes a lo establecido; sino los que olvidándose de sí mismos, hayan vivido volcados en el amor a Dios y, por ello, a sus hermanos.

  Por eso no debe extrañarnos que en el rebaño del Señor, se nos cuelen lobos con piel de cordero. No podemos obviar que el propio Cristo llamó para un cargo muy especial a Judas, y éste le traicionó, ocasionando –aparentemente- su prendimiento y su muerte. Y a pesar de que muchos de ellos puedan sembrar el mal y engañarnos con sus astucias, ante el Sumo Hacedor se presentarán con el alma desnuda ante la verdad de su existencia.

  De ahí que el Maestro advierta a todos aquellos que le escuchan que no deben juzgar, ni entristecerse o desfallecer porque observen actitudes en sus hermanos, que no son apropiadas. El propio Jesús cuenta con ello y nos anima a poner la esperanza en sus promesas y en la fuerza de su Gracia. Nadie, absolutamente nadie, podrá engañar a Dios cuando le convoque al Juicio Final, para que sus ángeles separen a los buenos de los malos. Y es que no dudéis nunca de que aquellos que han dado la espalda al Señor y se han decidido por una vida de vicio y pecado, terminarán pagando las consecuencias.

  El Mesías pregunta a los suyos si han comprendido las palabras que les acaba de decir; y les insiste en si les han quedado claras. Porque ellos deberán convertirse en los nuevos escribas del Nuevo Israel – la Iglesia- . El mundo deberá comprender con el tiempo, que Jesús ha llevado la Ley de Moisés a su perfección; porque Él, como Dios, es el único que conoce su auténtico significado. Por eso necesita comunicar a los suyos la luz del Conocimiento; ya que ellos, a su vez, serán los portavoces que darán testimonio de la Palabra y de los hechos.


  Pero esa red que recoge toda clase de peces, no os olvidéis nunca que es una red divina. Y, por ello, con el poder de cambiar corazones, de dar luces a las mentes oscuras y cerradas y sanar las heridas del interior de muchos hombres. Para eso están los Sacramentos: para que el Espíritu Santo nos infunda sus dones; para que la penitencia ponga un bálsamo curativo en nuestra aflicción y amargura, con el perdón de Dios, y la Eucaristía inunde nuestra alma de  Vida divina. Sólo así, los peces de la red estarán en disposición de responder con fuerza y alegría a la llamada de la Gloria. Sólo así se nos recogerá para ser depositados en la canasta de los justos. Sólo así seremos convertidos en discípulos; si estamos dispuestos a sacar de lo Viejo, lo Nuevo. ¡Sólo así!

29 de julio de 2015

¡No es consuelo de débiles!

Evangelio según San Juan 11,19-27. 


Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".
Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?".
Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Juan, podemos observar ese diálogo que Jesús mantiene con Marta, previo al milagro que tendrá lugar minutos después. Sabemos que la relación que el Maestro mantenía con esta familia era de afecto y amistad; por eso no es de extrañar que el Señor converse con aquella mujer –nada usual en las costumbres de la época- y le revele que el auténtico sentido de la resurrección que esperan, es la fe en su Persona.

  Porque volver a la vida tras haber fallecido no es una entelequia, ni una promesa proveniente de un pasado incierto, sino una realidad que se hará efectiva en Su victoria sobre la muerte. Y como preámbulo de aquello que está por llegar, en el sacrificio asumido por Cristo en la Cruz, el Señor devolverá la vida -todavía perecedera- a Lázaro. Jesús, y sólo Él, es la Resurrección y la Vida, porque en Él morimos y en Él despertamos a la Vida eterna, donde participamos –según nuestros actos- de la Vida divina. Por eso creer en Jesucristo es transformar ese “aquí” perecedero y terrenal, en un “allí” glorioso y divino. Donde el hombre se desprende de su ser caduco, para gozar de ese ser espiritual que ha cultivado en su plena libertad. Porque es “aquí” –no me cansaré de repetirlo- donde elegimos nuestro “allí”. Pero mientras tanto, mientras nos caemos y nos levantamos, Jesús está a nuestro lado; igual que lo estuvo con Marta. Sólo Él puede alentarnos en el dolor de la pérdida, porque sólo Él es la auténtica Esperanza.

 El hecho que nadie puede obviar, es que Lázaro fue devuelto a la vida; y que el Señor regresó del lugar de los muertos, donde venció al diablo, rescatando de sus fauces eternas a todos aquellos que han decidido ser fieles a la Palabra encarnada. Ya que de todo eso, no lo olvidéis, tenemos testimonio escrito. Y por ser fieles a lo que vieron y manifestaron no les dieron dinero, ni tierras, ni tan siquiera ningún reconocimiento, sino que se los comieron los leones.

  Satanás ha sido derrotado, porque ahora con nuestras decisiones nos hacemos uno con Cristo y resucitamos con Él, para participar de la Gloria en un amor compartido y eterno. Nuestro Señor es la Puerta que nos da paso para entrar en el Cielo; es el Alimento que nos permite tener auténtica Vida, conservándonos para participar de la mansión eterna, que ha preparado el Padre para cada uno de nosotros.

  Tanto que nos preocupamos por adquirir posesiones en esta tierra, que el paso del tiempo nos demuestra que son caducas y perecederas, y sin embargo nos olvidamos de amasar esos tesoros divinos, que nos aseguran un lugar en el Paraíso. Y es que a cualquier cristiano le debería destrozar interiormente, el simple pensamiento de pasar unos momentos alejado de Jesús. Pero si esa posibilidad se convierte en certeza, por nuestros pecados, es inexplicable que no recurramos sin dilación al sacramento que para ello nos ha dejado explícitamente el propio Cristo: la Penitencia. Allí nos espera, como estuvo en aquella casa de Betania, para darnos la Gracia a nuestras almas heridas y en peligro de una muerte imperecedera. Allí, como Marta, hemos de reconocer que sólo unidos al Maestro seremos capaces de elevar y trascender nuestra naturaleza herida.

  Bien sabía la hermana de Lázaro que solamente junto a Cristo podríamos vencer todos los “cómos” y todos los “porqués”. Ya que Jesús es el único que da luz y sentido a cada minuto de nuestra existencia y, sobre todo, a la pérdida de ella. Por eso el Hijo de Dios nos anuncia a todos sus discípulos, que permanecerá con nosotros hasta el fin de los tiempos; para que tú y yo hagamos en nuestro interior, cuando estemos preparados, ese acto de fe en el que Lo reconocemos como el Mesías prometido: nuestro alfa y nuestro omega. Nuestro principio y nuestro fin. La clave que da respuestas a todas nuestras preguntas. El resplandor que ilumina nuestra oscuridad.


  Hemos de tener el total convencimiento de que unidos al Señor, la muerte es sólo el paso previo a la auténtica Vida. Y así Jesús, cuando pasemos por nuestro último trance, nos susurrará al fondo de nuestro corazón: “El que cree en Mí, aunque muera, vivirá”. Y eso, créeme, no es un consuelo de débiles, sino una realidad asumida por los fuertes, que han decidido seguir con paz y alegría –a pesar de las dificultades- al Seño, por estos caminos de la tierra.

28 de julio de 2015

¡Pedagogía de la Cruz!

3. PEDAGOGÍA DE LA CRUZ  


   El sacrificio de la Cruz es todo Él un acto pedagógico, donde el Señor nos redime en el amor cargando libremente con nuestros pecados; viviendo esos momentos de soledad y abandono en la Pasión, donde nos eleva a la filiación divina al hacernos hijos en su Cuerpo y su Sangre, por el Espíritu Santo.


   Antes de expirar entrega a María, que es la pedagoga del Evangelio, como madre de la humanidad; y en particular de Juan -único representante de esa Iglesia apostólica, germen del Reino de Dios-. No se lo dice a las mujeres que se encuentran allí, sino que ofrece a su Madre -como no podía ser de otra manera-  a su Cuerpo Místico, representado por Juan, del que Él es Cabeza. Por eso, esa Cruz redentora nos muestra, en su amor salvífico, a María y a la Iglesia, acompañadas de la vida sacramental en la gracia de su Espíritu. De allí  surgen la Fe, la Esperanza y la Caridad, sin las que un cristiano no puede vivir; urgiéndonos, con su ejemplo, a la fortaleza en el dolor. Y todo ello nos lleva a la oración que nace de la boca de Cristo, y de su último suspiro al Padre.


Nos lo recuerda Benedicto XVI en su Carta Encíclica “Spe Salvi”, punto 50, página 86:

Junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El «reino» de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este «reino» comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.”


   Esa Cruz, fuente de amor, es sobre todo una escuela donde el sufrimiento alcanza el más profundo de sus sentidos. Y nos recuerda que podemos sufrir solos, en una existencia sin rumbo; o bien, hacerlo con y por Cristo. Aprendiendo, mediante la pedagogía del sufrimiento, en un acto de fe que ilumina el sentido, a obedecer: abrazando y cumpliendo la amorosa Voluntad de Dios. Y no lo hacemos solos, sino junto a Aquel que pone sus hombros para compartir con nosotros el peso de nuestras miserias.


   Así nos lo recordaba san Josemaría en “Amigos de Dios” punto 132, Con la mirada en la Meta, página 197:

   “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso. Nosotros colaboramos con Simón de Cirene que, cuando regresaba de trabajar en su granja pensando en un merecido reposo, se vio forzado a poner sus hombros para ayudar a Jesús. Ser voluntariamente cireneo de Cristo, acompañar tan de cerca de su Humanidad doliente, reducida a un guiñapo, para un alma enamorada no significa una desventura, trae la certeza de la proximidad de Dios, que nos bendice con esa elección”


   Por eso es indispensable que una verdadera  educación fusione la razón y la fe, ya que ambas proceden de Dios y se necesitan, asintiendo la fe a la verdad divina por sí misma y descubriendo al hombre su propia realidad: física, intelectual, moral y espiritual.


   Juan Pablo II nos lo recordaba en su Encíclica “Fides et Ratio”, punto 27 del capítulo III:

   “Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda”


   Observamos constantemente que la cultura moderna reduce la formación a una de tantas parcelas del saber humano: a la instrucción; olvidando la contemplación de la verdad como objetivo de la educación y traicionando la búsqueda del fin último y el sentido de la vida. Por ello, nos orienta hacia fines utilitaristas de placer y poder, ofuscando la dignidad de la razón, que ya no es capaz de buscar lo verdadero y lo absoluto.


   Juan Pablo II nos lo recordó en su Encíclica “Fides et Ratio”, punto 107 de la Conclusión, página 142:

   “Pido a todos que fijen su atención en el hombre, que Cristo salvó en el misterio de su amor, y en su permanente búsqueda de la Verdad y del Sentido. Diversos sistemas filosóficos, engañándolo, lo han convencido de que es dueño de sí mismo, que puede decidir automáticamente sobre su propio destino y su futuro, confiando sólo en sí mismo y en sus propias fuerzas. La grandeza del hombre jamás consistirá en eso. Sólo la opción de insertarse en la Verdad, al amparo de la Sabiduría y en coherencia con ella, será determinante para su realización. Solamente en este horizonte de la verdad comprenderá la realización plena de su libertad y su llamada al amor y al conocimiento de Dios, como realización suprema de sí mismo”


   La propia verdad del hombre y su altísima dignidad han sido conquistados por Cristo en la Cruz a través de la Redención: que es la medida del amor de Dios por los hombres y el inmenso valor de la persona humana. Así, cuando el hombre sufre al lado de Jesús, recibe esa fuerza sobrenatural en el alma,  -como fruto de la cooperación con la Gracia del Redentor crucificado- que lo sobrepone a la enfermedad que inutiliza sus miembros, manifestándole, en la realidad de su vida, la composición de materia y espíritu en la que se reconoce con su ser personal.


   Sólo en Jesucristo el hombre conoce su propia humanidad, cuando comprende que su liberación del pecado ha costado hasta la última gota de sangre del Hijo de Dios. Y aunque eso lo enfrenta a la realidad de que no hay cristianos sin cruz, no podemos olvidar que la Cruz de Cristo conduce siempre a la Resurrección; y por ello la alegría siempre estará latente ante el dolor y el sufrimiento, con la luz de la fe que desentraña ese profundo sentido de esperanza, que se adhiere al corazón enamorado del discípulo del Señor.


Nos lo recuerda San Josemaría en el punto 52 de Surco:

  “Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después, eternamente.”


   Por eso privar a nuestros hijos, a nuestros alumnos, al mundo entero, del conocimiento de Cristo a la luz de la fe, a través del sentido del sufrimiento en la Revelación de la Cruz, es negar a la persona humana la capacidad de conocerse, crecer, vivir, alegrarse y perfeccionarse como tal; truncando la propia finalidad y el propio objetivo de la tarea educativa. Sólo hay un camino para lograr que nuestros educandos lleguen a ser lo que están llamados a ser, y ese es Jesucristo: camino, Verdad y Vida. Olvidarlo puede costarnos un precio muy alto que somos incapaces de pagar: la responsabilidad de las vidas que, por nuestra vocación, han sido depositadas en nuestras manos por Dios.


Quiero finalizar esta tesis, casi como la comencé, con unas palabras de san Josemaría que nos urge a cumplir con nuestro deber, en Surco punto 310.


   “…No son derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros los católicos, Él los ha confiado…¡Para que lo ejercitemos!”

¡Petición de oraciones!

Queridos todos:

Como viene siendo costumbre, pongo a vuestra disposición un hecho personal, por si queréis acompañarme con vuestras oraciones. Mañana, Dios mediante, mi hija Carlota dará a luz -por cesárea- su segundo hijo, que será mi octavo nieto. Espero que, si es voluntad divina, todo vaya estupendamente y podamos gozar entre nosotros de otro miembro de nuestra comunidad; es decir, de otro partícipe de la Iglesia de Cristo. Me gusta pensar que, a pesar de la distancia que nos separa a muchos de los que compartimos este block, estamos unidos por el cariño y la fraternidad cristiana. A la espera de daros gratas noticias, me despido con un cordial saludo.

¡Tú verás lo que te juegas!

Evangelio según San Mateo 13,36-43. 


Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".
El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;
el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,
y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,
y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo, comienza con una petición de los discípulos que debe ser una constante en nuestra vida ordinaria de piedad: “¡Señor, explícanos!”. Hemos de tener ansias de saber, de conocer, de profundizar en el mensaje divino y, sobre todo, de interiorizar esa fe que, aunque nos pide una adhesión a Cristo rindiendo nuestro ser y nuestro existir a su Persona, jamás debe ser un asentimiento ciego que se niega a la luz de la razón.

  Y es que la fe, justo porque es divina, es razonable; ya que en el hombre la inteligencia y la voluntad son unas de las potencias espirituales con las Dios nos ha dejado se sello, elevándonos y trascendiéndonos del resto de los animales. Eso, no lo dudéis, nos obliga –porque es una petición que Jesús nos hace- a buscar y a querer a Dios con todo nuestro corazón, pero también con toda nuestra mente. Y si así lo hacemos, abiertos a la Luz, el Señor nos enviará su Espíritu -que es Conocimiento- y nos dejará participar de la vida divina. Es en el interior del Hijo –en los Sacramentos- donde los hijos descubrimos al Padre y aprendemos a amarle.

  Jesús, aunque nos envía a trabajar el alma de nuestros hermanos regándola con nuestras palabras y preparándola con nuestro ejemplo, nos recuerda que Él –y sólo Él- es el que pone la semilla de la fe en el corazón de las personas. Eso debe darnos esa humildad, por la que aprendemos a hacer y desaparecer; porque sólo el Señor es el que esparce ese grano con su mano, impregnada de la Sangre derramada en la Cruz, a la espera de que fruto en el interior del hombre. Y porque la libertad es el don más preciado para Dios, Cristo nos habla de las diferentes acogidas que puede tener su Palabra: su llamada.

  Su explicación trata de esa disposición del alma que se abre a la Gracia o se cierra al Paráclito. Porque en las cosas de Dios, no hay términos medios: o estamos con Él, o estamos en su contra. Yo lo comparo –aunque os parezca raro o pintoresco-a los embarazos; ya que cuando preguntas a una futura madre cuál es su estado, no te dice: “mira estoy un poco embarazadita, pero no voy a practicar”  ¡No! O estás embarazada, o no lo estás; otra cosa muy distinta serán los meses de gestación. Y la propia naturaleza hará que esa vida, que guardas y desarrollas –pero que no te pertenece- crezca en tu interior, imponiendo su presencia. Si no quieres admitir esa realidad, deberás exterminarla y arrancarla de tu vientre.

  Y lo mismo ocurre con todos aquellos tibios que presumen de ser agnósticos –y yo añadiría que teóricos- donde dicen que no creen, porque no pueden demostrar empíricamente la existencia de Dios; pero que tampoco lo niegan,  porque por esa misma regla de tres, menos aún pueden demostrar que no exista. Y mientras, no nos engañemos, viven un ateísmo práctico donde actúan convencidos de que son dueños y señores de sí mismos. Y hacer eso, nos dice Jesús, que tiene un precio; y es altísimo. El Maestro nos repite que Dios es justo, y dará a cada uno el premio o el castigo, en función de las obras que haya realizado a lo largo de su vida. Porque de eso trata el don de la libertad: de la capacidad de decidir a quién queremos amar por encima del resto del mundo. El Padre nos advierte en toda la Escritura, que tú y yo somos los que dispondremos donde queremos acabar, porque nuestras obras son meritorias. Por tanto esa opción la sentenciaremos nosotros, al ser fieles al compromiso adquirido con el Señor, o al darle la espalda y elegir vivir al lado del Maligno.

  Jesús no puede ser más claro cuando nos asegura que todos aquellos que, desoyendo la Palabra de Dios, obraron mal y provocaron escándalos, serán arrojados al horno ardiente donde habrá dolor y crujir de dientes. Podemos olvidarlo, minimizarlo, relativizarlo y hasta excluirlo, pero el Hijo de Dios lo deja bien claro: o crees en la totalidad de su mensaje o lo niegas. Lo que no podemos es acogernos solamente a aquello que nos conviene; porque aparte de ser una estupidez, es peligroso. Esa es la actitud que mantienen las avestruces, escondiendo su cabeza bajo tierra, cuando ven acercarse una amenaza; y os aseguro que no les sirve de nada, porque acaban siendo devoradas por el depredador que sí se ha percatado de su presencia.


  El Señor insiste en que el que tenga oídos, oiga. Porque lo triste de la mayoría de las veces es que hacemos oídos sordos a sus advertencias; cuando son imprescindibles para lograr nuestra salvación. Y es que mirar si son vitales para nosotros, que el propio Hijo de Dios se ha hecho Hombre, para revelarlas y revelarse; para comunicarnos la Verdad, explicándola de viva Voz ¡Tú verás lo que te juegas!

27 de julio de 2015

¡Da testimonio de tu identidad!

Evangelio según San Mateo 13,31-35. 


Jesús propuso a la gente otra parábola:
"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, podemos observar como el Señor continúa profundizando en la doctrina, a través de las parábolas. Y lo hace así, porque sabe que a todos aquellos que le escuchan, les es más fácil comprender el mensaje divino a través de esas imágenes humanas. A Jesús, como podéis observar, no le importa emplear todos los medios posibles que tiene a su alcance, para facilitar a los hombres el entendimiento del profundo significado de su doctrina.

  En este caso, el Maestro nos hace una invitación a la esperanza y a vencer el desánimo; anunciando que el Reino necesita de la paciencia para crecer poco a poco y superar las dificultades. Y para que comprendamos que aquello que nos parece difícil es, por la Gracia de Dios que ayuda y trasciende nuestra disposición, una realidad posible en el tiempo, Jesús nos explica de una manea muy dulce, una paradoja donde nos llama a profundizar más allá de la imagen expresada y descubrir que el Reino de Dios crece en nuestro interior, cuando estamos dispuestos a abrir nuestro corazón a la Palabra encarnada: Jesucristo.

  El Señor trae a colación el grano de mostaza, no sólo porque su pequeñez y posterior desarrollo llaman la atención, sino porque también se trata de él en el libro de los Proverbios. Y, sin embargo, esa semilla ínfima se convierte en un árbol tan frondoso, que ya ha sido utilizado por Ezequiel para representar al Reino, donde todos encontramos cobijo. Donde la soberbia será castigada, al contemplar que el Señor enardece la humildad y castiga la arrogancia. Porque Dios, como ya demostró al hablar con Elías, no es un fuerte viento, sino una brisa suave. Jamás el Padre forzará una decisión –que debe ser fruto del amor- con una evidencia que termina con la libertad de la decisión de sus hijos.

Por eso, si somos capaces de huir de la parafernalia que oscurece la verdad de los hechos, y confiamos en ese Jesús de Nazaret, el carpintero, el Hijo de María cuya vida fue una sucesión durante treinta años, de cosas pequeñas y sencillas que Él convirtió en sagradas, alcanzaremos a “ver” el camino –doloroso, entregado y glorioso- que le condujo a su Pasión, Muerte y Resurrección.  Allí, en lo más pequeño de una aldea minúscula perdida de Belén, nació el Rey de Reyes. No es difícil comprender, viendo la trayectoria que ha seguido la Revelación divina, como se desarrolla ese proyecto de la salvación, que comienza en la sencillez de un Niño y culminará en la majestad manifiesta del Hijo de Dios.

  En la siguiente parábola, podemos observar la imagen tan gráfica de la levadura; imagen que el Señor escogió porque en aquel tiempo era un elemento común que se encontraba en todas las casas que elaboraban pan y dulces. Y lo hace, porque es importante que comprendan que eso que sucede en la masa, es lo que Jesús quiere que hagamos nosotros, en medio del mundo. Quiere que seamos levadura que, sin desnaturalizar el ambiente, lo impregna todo de ese cristianismo que lleva al ser humano a alcanzar y desarrollar su verdadera naturaleza; esa, que une en su interior, la materia y el espíritu.

  Sin estridencias, sin manifestaciones estelares, sino con una fe vivida, que pone a Cristo en la cima de todas las aspiraciones terrenas. Y si me apuráis, y me lo permitís, os diré que creo que el Maestro nos habla de una forma especial en el texto, a todos aquellos bautizados que hemos sentido la vocación de servirle, a través del laicado. Sin salir de nuestro sitio, convirtiendo nuestro sitio en una realidad cristiana. Y no olvidéis que la característica más importante que comentaba la gente sobre Jesús, es que todo lo había hecho bien. Así debemos ser nosotros, que tomamos ejemplo de Cristo y, hagamos lo que hagamos, intentamos hacerlo lo más perfecto posible; porque se lo entregamos a Dios y es el medio por el que alcanzamos nuestra salvación.


  Hemos de ser fieles en lo poco; en lo ordinario, en la familia…porque esa es la misión que Dios nos ha encomendado, para que cambiemos el mundo. Tú y yo, debemos ser un ejemplo de esa doctrina que manifiesta con los hechos lo que siente nuestro corazón. Por favor no permitas que al final de la vida –que nadie sabe cuán larga será- todavía no hayan descubierto los que nos rodean, que no ha habido nada más importante para nosotros, que servir al Señor como el Señor quiere ser servido: con amor a los demás, con disponibilidad a sus planes, con fidelidad a su Palabra y conformando en nuestra persona, la Iglesia de Cristo. Por favor ¡Da testimonio de nuestra identidad!

26 de julio de 2015

¿Eres uno de ellos?

Evangelio según San Juan 6,1-15. 


Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. 

COMENTARIO

  En este Evangelio de san Juan, contemplamos en primer lugar cómo toda aquella multitud que le seguía, estaba a la espera de observar los milagros que el Maestro realizaba. Y es que todos ellos habían sido testigos de que Jesús certificaba con las obras, lo que manifestaba con sus palabras; por eso no tenían ninguna duda, de que se encontraban en la presencia del Enviado de Dios. Otra cosa muy distinta –como seguramente nos pasaría a todos, si no fuera por la Gracia de Dios- será cuando tengan que dar testimonio público de su fe y defender a Cristo; porque eso significará enfrentarse a los doctores de la Ley, y a la autoridad del Sanedrín. Será ese momento, cuando el miedo paralice sus gargantas, cuando se verá de verdad, quién es quién. Aquellos que hoy comerán ese pan, fruto de la generosidad del Hijo de Dios, mañana girarán sus cabezas, para no contemplar el horror de la flagelación, que se realizará a los ojos de todos.

  En esa montaña, los discípulos de Jesús son conscientes de la precariedad que padecen, para dar de comer a tanta gente. También nosotros, descendientes de aquellos primeros, hemos de estar prestos para detectar y solventar las necesidades de nuestros hermanos. Y, como ellos, acercarnos al Señor para que nos de luces y nos ayude a solventar nuestras carencias. Sin embargo, vemos como el Maestro, que ya tiene solución a los problemas, busca que sean sus apóstoles los que encuentren el remedio para alimentar a la muchedumbre, poniendo a prueba la bondad de su alma. Y vemos como es la generosidad de un niño, que da lo que tiene –cinco panes y dos peces- el que consigue que el Hijo de Dios realice el milagro. Y es que nada hay que mueva más el Corazón misericordiosos de Cristo, que la entrega de lo que somos y lo que creemos que poseemos. Porque Jesús lo multiplica, lo transciende y lo realiza. Y aquello que materialmente parecía imposible, no sólo es factible sino que se convierte en la certeza que inunda nuestro interior y sostiene nuestra esperanza.

  Pero ese milagro además, que se realiza antes de la Pascua, es imagen de la Pascua cristiana y del misterio de la Eucaristía. Porque ese pan, que Cristo convertirá en su Cuerpo, será el alimento permanente de nuestra alma. Será el sacrificio incruento por el que miles de cristianos revivirán los momentos de la Cruz, y se harán uno con el Maestro. Ya no volveremos a pasar hambre, como no la pasaron los israelitas por el desierto, comiendo el maná que caía del Cielo. Ahora, el propio Dios se ha hecho Hombre, para quedarse con nosotros y saciar nuestra alma, a través del Pan eucarístico.

  El Señor cuida de nosotros en la totalidad del ser, no lo olvidéis nunca; y somos cuerpo y espíritu. Por eso nuestra oración no sólo debe ir dirigida a nuestras necesidades materiales, que nos inquietan, sino a nuestros menesteres espirituales, que nos darán la vida eterna. Quiere el Señor, a través del texto, que confiemos en Él; que pongamos los medios humanos esperando los divinos, porque Él aportará –sin ningún género de dudas- lo que nos falta. Él multiplicará la eficacia de nuestros pobres talentos.


  Debemos sentir esa necesidad perentoria, esa hambre interior que clama por la presencia de Jesucristo. Nosotros hemos reconocido, al hacernos sus discípulos, que estamos ante el Hijo de Dios, ante el Rey de Reyes, ante Aquel que todo lo puede. No podemos desfallecer ante el primer obstáculo, o la última dificultad. Él ha muerto y ha resucitado para que tú y yo tengamos vida, al alimentarnos real y substancialmente de su Persona. Él nos espera en el Banquete Eucarístico, como hizo miles de años atrás cuando atravesó el mar de Galilea, para reunirse con todos aquellos que le esperaban ¿Eres uno de ellos?

25 de julio de 2015

¡Dile que sí!

Evangelio según San Mateo 20,20-28. 


La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:
como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús nos recuerda que nuestra oración debe ser desinteresada y abierta a la voluntad de Dios. Porque muchas veces en nuestra vida, pedimos al Señor favores concretos que, al paso del tiempo, hemos podido comprobar que no eran lo que más nos convenía. Lo que hoy puede parecernos lo más adecuado –por unas circunstancias determinadas- mañana puede resultarnos totalmente distinto –cuando los acontecimientos cambian-.

  Por eso el Maestro insiste a aquella madre, en si es consciente de lo que esconde su petición; ya que seguir a Cristo no sólo no es fácil, sino que siempre nos acerca a la Cruz. Mal lo tienen aquellos que están convencidos de que su fe les va a librar de las dificultades de este mundo. Porque esa actitud, similar a la que tuvo la madre de Santiago y Juan, está cargada de ambiciones e ilusiones meramente humanas. Y sin embargo Jesús las trasciende, para hacerle comprender que no hay mayor bien para el ser humano, que alcanzar la salvación y formar parte del Reino de Dios; aunque eso deba ir parejo, a la fidelidad que se nos pide.

  Desgraciadamente, los seres humanos entienden el honor desde un prisma material, donde el poder es la finalidad del éxito. Donde se valoran a las personas por su dinero o la posición que ocupan. Ahora bien, ante las palabras de Jesucristo, no queda ninguna duda; porque nos insiste en que el objetivo que debe conseguir el cristiano, es el servicio a sus hermanos. Ese servicio, que nada tiene que ver con la actitud servil, donde el amor y la humildad son las bases que lo sostienen. El mismo Cristo nos lo indicará con su ejemplo, expresándolo con claridad en el ofrecimiento de su vida. Al paso del tiempo, los hermanos Zebedeos asumirán el mensaje del Maestro y fortalecidos por la Gracia, que ha dado luz a sus corazones y valor a sus voluntades, serán capaces de los mayores sacrificios, muriendo Santiago decapitado por Herodes.

  Toda esa explicación que nos da el Señor sobre esos acontecimientos que tuvieron lugar antes de que sus apóstoles maduraran en la fe, debe ser un canto de esperanza para cada uno de nosotros que, como ellos, contemplamos nuestra soberbia y nuestra fragilidad. Aquellos que se peleaban por ocupar los lugares más sobresalientes de la Iglesia naciente, serán capaces de darse en un servicio desinteresado, por el bien de todos los demás. Ese es el proceso que debe hacer todo cristiano, que convive cada día al lado de su Señor. Ese debe ser el termómetro, que marque la temperatura de nuestra fe, en la disponibilidad del hacer y desaparecer.

  Cristo, que es Dios y Juez, ha venido a este mundo a mostrarnos el camino de la felicidad; apacentando el rebaño y padeciendo en silencio el desamor, el agravio, el odio y la incomprensión. Él, que no estaba sometido a nadie, se hizo siervo de todos para enseñarnos con sus actos lo que debe ser la vida de un cristiano coherente, que lucha por ser fiel a su compromiso. Y con todo ello, y desde este texto en particular, Jesús una vez más nos lanza esa pregunta que va directamente al fondo de nuestro corazón: ¿Estamos dispuestos a seguirle, a pesar de que seguirle signifique caminar y sostener la cruz de cada día? ¿Has pensado bien si está dispuesto a no retroceder ni un paso en la manifestación de tus creencias y en la defensa de tu Señor?


  Hoy, como ayer y como siempre, Jesús nos insiste en si somos capaces de poder. Y lo hace, porque ha querido que el peso de la misión descanse también sobre nuestros hombros cansados; por eso nos pregunta: “¿Podéis?”. No le respondas con prisas; medítalo bien, porque de tu respuesta depende toda tu vida. Pero si no eres cobarde ¡Dile que sí! Que aquello que es imposible de conseguir en la soledad de nuestra persona, es posible a su lado. Porque junto a Él todas las metas son realizables, factibles y viables.

24 de julio de 2015

¡Ríndete a Cristo!

Evangelio según San Mateo 13,18-23. 


Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno". 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo, comienza con una advertencia de Jesús que es clave para todos aquellos que nos consideramos sus discípulos y estamos dispuestos a seguirle por los caminos de esta tierra: “¡Escuchen!”. Lo primero que el Señor reclama a los que formamos parte de ese Nuevo Pueblo –que es la Iglesia- es la disposición por la cual estamos dispuestos y atentos a abrir nuestros oídos a la Palabra. Y es que escuchar no es oír, porque escuchar implica intención, deseo, esfuerzo y atención. Es esa actitud entregada donde el Maestro se expande, nos comunica y nos transmite al Espíritu Santo; ya que sólo así podremos interiorizar la verdad del mensaje cristiano.

  Hoy, igual que ayer, el Hijo de Dios clama para que cada uno de nosotros busque la cercanía de su Voz, que se nos difunde a través del Nuevo Testamento. Para que conozcamos Su historia –que es la nuestra- y que se nos cuenta en el Antiguo. Y para que vivamos el Magisterio, que surge de las primeras cartas de los Apóstoles. Sí; Cristo quiere que le escuchemos, que le conozcamos, porque si no lo hacemos así jamás llegaremos a quererle. ¿Cómo vamos a enamorarnos de Jesús, si no compartimos con Él momentos de charla y meditación? El Señor no quiere que sólo alcancemos unos razonamientos profundos de nuestra fe –que también- sino que desea, como buen amante, que compartamos con Él en la intimidad de nuestra conciencia, las situaciones que nos preocupan, los detalles que nos alegran y los sufrimientos que nos acongojan. Él nos acoge, nos abraza, nos perdona, nos cura, nos redime y nos salva. Él nos espera en los Sacramentos, para formar parte de nuestro propio “yo”, en un eterno “nosotros”.

  Aquí vemos también, como el Señor desgrana de una forma bellísima y comprensible a nuestro entendimiento, las diversas disposiciones que podemos tener ante la recepción de la doctrina y la ejecución de los Mandamientos. Cómo agrada a Dios, y es fructífera para el hombre, esa voluntad que nos mueve a asumir el compromiso que hemos adquirido como hijos, con el Padre. Y es que llama la atención los efectos tan dispares que tiene en cada uno de nosotros, la recepción del mensaje cristiano.

  Pero no podemos olvidar que, aunque el Señor jamás nos niega su Gracia, se requiere para alcanzar la salvación la correspondencia libre de los hombres. Por eso la Palabra siempre requerirá nuestra buena acogida y nuestra disposición; ya que es muy difícil que aquel que vive en pecado y separado de Dios pueda aceptar, asumir y rectificar su existencia, con todo lo que ello significa. Y, sin embargo, no podemos perder la esperanza ante situaciones en las que parece que el ser humano ha dado la espalda al Señor, ya que la Palabra de Dios es más poderosa que todas las actitudes y siempre está a la espera de arralar y dar fruto en el corazón de las gentes.


  Recordar que, ante la Voz vigorosa y fuerte del Maestro, se rindió la propia muerte. Por eso Jesús nos asegura que el que escucha, profundiza y permite que la Gracia riegue la tierra donde Él ha plantado la semilla de la fe, sin duda dará buenos resultados, porque contribuirá con su disposición a que el Señor tome posesión de su alma. Créeme, no es tan difícil ¡Ríndete a Cristo!

23 de julio de 2015

¡Color esperanza!

Evangelio según San Mateo 13,10-17. 


En aquel tiempo, los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?".
El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.
Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán,
Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.
Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron." 

COMENTARIO:

  Vemos, en este Evangelio de san Mateo, como unos hombres le preguntan a Jesús sobre el motivo de que hable algunas veces a través de esa maravillosa narración simbólica, la parábola, donde les es transmitida -casi sin darse cuenta- una enseñanza moral. Y el Señor expresa ante todo una realidad práctica, de la que cada uno de nosotros –que nos hemos comprometido a difundir la Verdad del Evangelio y dar testimonio de su Persona- debemos tomar nota. El Maestro insiste en que ante la importancia de que los hombres entiendan, lo que de otra manera les hubiera sido imposible de interiorizar, los discípulos hemos de estar dispuestos a buscar todos los medios prácticos y literarios que estén a nuestro alcance, para facilitar la recepción de los misterios de la fe. Hemos de buscar ejemplos, paralelismos y hasta valernos de simbolismos, que den la perspectiva adecuada a nuestra comunicación. No podemos olvidar que en el propio libro del Génesis, para explicarnos la creación, se han utilizado narraciones de Mesopotamia y Canaán, librándolas de su contenido politeísta. Y es que es tan importante el tesoro que se nos ha dado para ser transmitido, que no podemos conformarnos con hacerlo de una forma mecánica, donde la letra ha sido privada del amor y la pasión, que son las bases de la doctrina cristiana.

  El mensaje de Cristo es, indiscutiblemente, una información sobre el Reino, sobre Dios y sobre el hombre; pero sobre todo es la Palabra que nos cambia la vida; porque en cada párrafo y en cada sílaba, el Señor penetra en nuestro interior. No sólo nos informa, sino que nos preforma; y por eso, porque nace de nuestro corazón, no podemos comunicar lo que no tenemos. Aquello que nosotros, primero que nadie, habrá tenido que sembrar como semilla, en el fondo de su alma.

  Pero también hemos de tener en cuenta, que la predicación del mensaje de Jesús –la recepción de la Verdad- depende del Espíritu Santo que ilumina el entendimiento de los que nos escuchan. Y el Paráclito sólo actúa en aquellos que están dispuestos a “querer conocer”. A los hombres que han sentido la necesidad de acercarse al Señor, porque han escuchado su llamada. Porque han oído su nombre de labios del Maestro, y están prestos a responder. Y es que esa es la voluntad que mueve, al que no pone impedimentos a la vocación. Por eso el Hijo de Dios nos dice que dará, al que ya tiene el deseo de amar en su interior. A ése, que está dispuesto a intentarlo, Jesús le entregará  la fuerza de la Gracia que iluminará su conocimiento y le dará la fidelidad necesaria, para alcanzar la vida eterna.

  Pero, a su vez, el Maestro insiste en que todo es inútil para el que no quiere ver y no quiere oír. Para ellos todo son problemas, dificultades, dudas…donde tergiversan constantemente el auténtico sentido de la Palabra de Dios. Y es que, la mayoría de las veces, abrir el corazón a Cristo y dejar entrar su Luz, equivale a enfrentarnos a la suciedad de nuestro interior y contemplar nuestras miserias. No entienden qué, precisamente eso es lo que busca el Señor, para que seamos conscientes de lo que debemos cambiar; y que podemos hacerlo, a Su lado. Pero el Maestro no puede, porque no fuerza voluntades, hacer penetrar los rayos de sol, si hemos cerrado a “cal y canto” puertas y ventanas. Sin embargo nos recuerda con mucho cariño que, a pesar de que las nubes cubran al astro rey, el astro rey sigue existiendo por encima de ellas.


  Jesús termina este texto, llamando bienaventurados a todos los que están dispuestos a permitir que la semilla de la fe, fructifique en su alma. Porque ese es el regalo divino más grande y más importante que ha hecho el Padre a todos sus hijos. Por ella todo cobra sentido, todo se pinta de “color esperanza” –como bien nos dice la canción- y a todo se le imprime el sello de la alegría cristiana.

22 de julio de 2015

¡Ojalá, ojalá!

Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18. 


El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Juan no es sólo de una gran belleza literaria, sino plástica. En él, cada circunstancia y cada momento vivido por los apóstoles y las santas mujeres en la resurrección de Cristo, ha sido transmitido con tanta fidelidad y cariño que, sin estar, estamos. Podemos cerrar nuestros ojos y situarnos al lado de María Magdalena y, con ella, volver a revivir cada instante. Porque esa mujer no dejó pasar ni un minuto más del debido, para acercarse al lugar donde yacía el Cuerpo de su Señor. Estaba desolada porque con las prisas no le había podido dar el honor que le debía: quería lavarle, curar esas heridas que habían taladrado sus extremidades; desparramar los óleos y los ungüentos que iban a inundar la tumba de olor a nardos y esconder el hedor de la muerte. Pero al llegar al lugar donde yacía el Maestro, la piedra estaba corrida.

  Juan no esconde el sentimiento que embargó a la Magdalena; no minimiza la falta de fe en la Resurrección gloriosa, que presenta la mujer. Simplemente cuenta los hechos, tal y como ocurrieron ¡cómo debe ser! con la fidelidad a la verdad del Evangelio. Y contemplamos como se acelera el corazón de la joven, al pensar que alguien ha robado el Cuerpo de su Señor. Como las lágrimas corren por sus mejillas, ante el pavor de la pérdida. Y ante lo que observa y no entiende, hace lo que corresponde a cualquiera que siente que es  miembro de la Iglesia de Cristo: recurrir al auxilio de sus pastores.

  Allí estaban Pedro y Juan, dispuestos a correr al encuentro de su Señor. Y mientras María, rota de dolor, lloraba la ausencia de Su Maestro. Su corazón se encogía ante ese momento de pérdida. No entiende que, aunque ella ama de una forma incondicional, su búsqueda no sea  como la de los demás. Quizás se conforma con menos; y hasta  es posible que no haya comprendido la profundidad del mensaje cristiano. Pero quiere con locura al Hijo de Dios, y ha puesto a Su disposición su vida. Ha cambiado su pecado por una actitud fiel de arrepentimiento y virtud. Por eso María llora desconsolada, al pensar que no sabe dónde está su Jesús.

  Y Cristo, ante esa disposición, nos enseña que Él se manifiesta a los que Le buscan de verdad. No a los que ceden a la evidencia, al desánimo y al desaliento. No a los que escudriñan en la Escritura por el placer de saber, más que por el de encontrar. Sino que se muestra a aquellos que, a pesar de las circunstancias adversas, siguen fieles a su Persona. Porque no os podéis olvidar que ser cristiano, no es seguir un cúmulo de normas; ni practicar una ascética meditada, y ni tan siquiera pasar nuestros días reflexionando sobre las verdades de la fe. Ser cristiano es seguir a Jesucristo; poniendo nuestros ojos en Él: Escuchándolo, mirándolo y amándolo por encima de todo; fieles a su Palabra. Así lo hizo aquella mujer, que no podía despegarse de su lado; y así valoró Jesús ese amor, que superó la realidad de la muerte. Eso busca  El Maestro de ti y de mí; que estemos sedientos de su amor, y al encuentro de unos minutos -que robamos a nuestro día-para estar cerca de Él, en El Sagrario de cualquier Iglesia. 

  Y allí aparece Cristo como el Buen Pastor que llama a las ovejas por su nombre. No podía esperar más, para dar consuelo a ese corazón que Le necesitaba. Así llamó a María, y así ella Le conoció: a través de ese amor que supera lo que ve, porque sabe lo que cree. Y fue ese preciso instante en el que el Espíritu inundó su alma y conoció la voz de su Señor, cuando el Maestro en su resurrección, la hizo apóstol. Porque quiso que fuera testigo ante los demás, de lo que había contemplado. Que avisara a los suyos, de la verdad de los acontecimientos; porque todos aquellos que conformaban junto a ella la Iglesia, eran ahora sus hermanos. Esa ha sido la Gloria de la Resurrección: que hemos muerto en la naturaleza humana de Jesús, para resucitar a la vida divina, recibiendo el don de la filiación.


  Pero el texto termina con una petición del Maestro que indica la actitud que debemos tener todos los discípulos de Nuestro Señor, al gozar de su presencia. Es tanto el cariño de esa mujer, que el propio Jesús tiene que pedirle que Le suelte; indicándole que tendrá más ocasiones de verle, antes de su ascensión a los cielos. Y así nos quiere el Maestro a cada uno de nosotros; locos por “sujetar” su Cuerpo sacramental, recibiéndole cada día en la Eucaristía. Ojalá no encontráramos el momento de irnos de su lado y lo reviviéramos toda la jornada, a través de comuniones espirituales. Ojalá buscáramos sin descanso al Hijo de Dios en nuestro interior. ¡Ojala, ojalá!

21 de julio de 2015

¡Educación en el sufrimiento, a través de la fe!

EDUCACIÓN EN EL SUFRIMIENTO A TRAVÉS DE LA FE.


1 SALVAR LAS DIFICULTADES.


   El horizonte de la vida cristiana, como bien sabemos, no está exento de pruebas y dificultades, de incomprensiones, de dolor y de sufrimiento. Pero, como hemos visto en páginas anteriores, aquellos que en medio de las pruebas han tenido a Cristo en sus vidas, han sabido conservar el dinamismo de la alegría que provoca el espíritu que nace de la fe, y del compromiso con Jesucristo.


   Hemos observado, en todo el trabajo, que Jesús no vino a librarnos del sufrimiento sino, con su Redención, a darle sentido. Que Él mismo vivió intensamente la experiencia del dolor y que nada le ha sido ajeno, a excepción del pecado. Por eso, el dolor perdió su carga de negatividad y se convirtió en crecimiento personal; en el amor y la esperanza, manifestada tras la Cruz, y en la alegría de la Resurrección.

Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Redemptoris Homini”, punto 9, capítulo II, página27:

“La redención del mundo —ese misterio tremendo del amor, en el que la creación es renovada— es en su raíz más profunda «la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios y llamados a la gracia, llamados al amor.”


   También hemos comprobado que cuando nos referimos a educación, hablamos de la intención de lograr que nuestros educandos tengan un recto desarrollo personal que integre y perfeccione todas sus potencias; pero sólo Jesucristo, en su Evangelio, ilumina plenamente la entera realidad humana con el don de la fe que agudiza la conciencia  y abre nuestra mente para poder descubrir, en los acontecimientos de nuestra vida, la presencia de la Providencia Divina.

Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Redemptoris Homini”, punto 10ª, capítulo II, página29:

“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad.”


   Si perdemos de vista esta cuestión vital, desenfocaremos el principal objetivo de la educación que es llevar a la persona a su perfección, ya que nunca podrá alcanzar el verdadero conocimiento de sí misma, del mundo y de Dios.


2. LA PEDAGOGÍA DIVINA COMO CAMINO EDUCATIVO.


   Ya hemos tratado anteriormente de la pedagogía divina, como camino privilegiado donde el Señor nos educa en la fe y nos conduce a la plenitud del encuentro con el Amor, a través de una respuesta que pertenece a la misma naturaleza del ser humano. Nos educa en el horizonte de la esperanza, que nos ayuda a buscar por encima de las tribulaciones presentes, la alegría prometida por Jesucristo.


   Nos centra en lo esencial, y nos ayuda a librarnos de los obstáculos que nos impiden nuestra maduración personal. Nos da una visión en profundidad, ya que el dolor requiere respuestas consistentes que surjan de lo profundo de nuestro ser. Nos enseña a vivir el realismo cristiano, que nos abre los ojos a la realidad del mundo. Nos educa en una visión positiva, que no tiene por qué ser ingenua ni evadirnos de los problemas diarios. Y sobre todo, es una pedagogía que nos prepara para vivir en el amor, con una autodonación generosa, renunciando a opciones que pueden resultar más agradables, pero opuestas al plan de Dios. Por eso la Revelación no ha sido un acto gratuito en el plan divino, sino el medio para iluminar la razón en la búsqueda de la Verdad e indagar dentro del misterio, cuyo verdadero punto central es la muerte de Cristo en la Cruz.



   Como hemos comentado en el apartado del sufrimiento, hay toda una doctrina sapiencial que habla sobre el motivo del sufrimiento, ventilado especialmente en el libro de Job; y alcanza la cumbre de la doctrina sobre la salvación mesiánica, en los textos del Justo Sufriente, en el Antiguo Testamento, que enlaza posteriormente con la predicación de Jesús.  Pero es en el Nuevo Testamento, donde se recogerá explícitamente la doctrina del valor pedagógico y salvador de los sufrimientos del Justo: se enseñará que la paciencia en la tribulación es el camino propio de los discípulos que, al enfrentarse a las duras pruebas, generarán, producirán y aumentarán las virtudes humanas que facilitarán la recepción de las sobrenaturales, por la Gracia de Dios.

¡No hay camino más seguro!

Queridos todos: Como habéis visto en estos días, me ha sido imposible transmitiros mi comentario del Evangelio y, a pesar de que me duele no poder compartirlo con vosotros, debo aceptar las circunstancias que lo han hecho imposible. Cómo tengo la teoría de que cuando algo va bien al alma de las personas, el diablo pone todos los impedimentos, esas dificultades me ayudan a mantener la esperanza de que esa meditación es fructífera para muchos de vosotros. Vamos a seguir con la tarea y agradezco enormemente vuestras muestras de preocupación y cariño. Un abrazo a todos.





Evangelio según San Mateo 12,46-50. 


Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él.
Alguien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte".
Jesús le respondió: "¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?".
Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús expresa sin ningún género de dudas, qué requisitos deben cumplir todos aquellos que, a través del Bautismo, hemos entrado a formar parte de la familia cristiana. Es decir, que aceptar al Señor y comprometernos a cumplir sus mandatos, asumiendo como propia la voluntad divina, es el requisito que se necesita al hacerse uno con el Hijo y, a través de Él, adquirir la filiación divina con el Padre.

  Porque ser discípulo de Cristo es mucho más que seguir al Maestro; es ser fiel a su Persona, comprometiéndonos a vivir en conformidad a la Ley de Dios, que Jesús ha llevado a su plenitud. Y eso quiere decir que cada día de nuestra existencia, aceptaremos los hechos, las circunstancias y las situaciones que no podamos cambiar, cómo el medio adecuado que nos ayudará a alcanzar la vida eterna. Asumiremos como propias todas aquellas obras que –aunque no nos gusten- sabemos que vienen de la mano de Dios; porque el Señor nunca nos dará nada que no nos convenga. Y es que eso es el amor: ser fiel en los poco y en lo mucho; en lo difícil y en lo fácil. Es admitir que estamos al lado de Jesús, siempre; no sólo cuando entró en Jerusalén a lomos de un pollino y aclamado por todos, sino cuando se tambaleaba camino del Calvario, con la cruz a cuestas, insultado y vilipendiado por todos aquellos que pedían su crucifixión.

  Hemos de estar con el Maestro “a las duras y a las maduras”; porque eso es lo que hacen los hermanos que se quieren y pertenecen a una misma familia. Que están unidos por los lazos del cariño y de la libre decisión. Por eso esas palabras de Jesús, que si no estás atento pueden parecer de reproche, son en realidad un hermoso elogio a Aquella que ha sido bendita entre todas las mujeres, porque con su sí ha hecho posible la redención de los hombres.

  María no sospesó  lo que representaba aceptar la misión que el Padre le tenía encomendada desde antes de la Creación. Bien sabía ella lo que iba a representar para José y su familia un embarazo que sólo remitía a los planes que Dios tenía para la humanidad. No sabía cómo iban a responder los suyos, pero sí tenía claro cómo iba a responder Ella al Señor. Nadie se ha dado más al Padre, que esa Hija que se hizo su esclava, para ser fiel hasta en el más mínimo detalle. Ella entregó su libertad, para rendir su voluntad sin tropiezos, sin dudas, sin excusas. Sabe lo que dicen las Escrituras del Mesías; conoce bien y ha leído los textos de Isaías sobre el Siervo Doliente…y teme, pero confía.


  La Virgen ha sido, y es, el fiel custodio del Verbo divino. El Sagrario que ha mantenido en sí misma, al Hijo de Dios. Por eso yo creo que si en tu meditación, abres la puerta de tu corazón a Nuestra Señora, podrás entender las palabras que Jesús nos dice en el texto. Ella a través de su misericordia, te acercará a Jesús para que, como Ella, conformes esa familia que nace en el costado abierto de Cristo –la Iglesia- con una identidad común y un destino unido en el tiempo y en lo universal, que adquirimos en las aguas del Bautismo. Hemos de ser, como fue María, medios adecuados para que a través de nosotros, y por explícita voluntad de Dios, llegue la salvación de Cristo al mundo. ¡Pidámoslo a Nuestra Madre! No hay Camino más seguro, para llegar a Dios.

18 de julio de 2015

¡Jesús te estará esperando!

Evangelio según San Mateo 12,14-21. 


En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.
Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos.
Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer,
para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:
Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones.
No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas.
No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia;
y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre. 

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Mateo, cómo los fariseos tienen tan cerrado su corazón y su mente, que no permiten que un rayo de luz ilumine la oscuridad de su interior. Están tan llenos de prejuicios y soberbia, que son incapaces de admitir su error y plantearse que, tal vez, hayan interpretado mal las Escrituras. Que es posible, y sólo digo posible, que Aquel que tienen ante ellos y da testimonio con los hechos de la verdad de su Palabra, pueda ser el Enviado divino: el Mesías prometido.

  Pero como siempre, no hay más ciego que el que no quiera ver, ni más sordo que el que no quiera oír. Por ello, para zanjar de una vez ese tema que les afrenta –más que con su fe, con sus intereses- deciden terminar con el Señor. Y Jesús se aleja, porque no quiere enfrentamientos. No quiere discusiones que a nada conllevan, cuando nuestros interlocutores sólo buscan desprestigiarnos, ridiculizando nuestra persona; y, en ella, nuestro mensaje.

  ¡Qué gran lección del Maestro! Para todos aquellos que han hecho de la controversia su medio de vida. Ya que, en el fondo, cuando dos personas sólo se miran a sí mismas y son incapaces de mirar juntas a un punto común, lo único que puede surgir de una polémica, es un pecado contra la caridad.

  Pero esa actitud del Hijo de Dios, no le exime de hacer el bien a todos los que se le acercan, confiando en su Palabra. El no omite su misión, buscando excusas y justificándose en el rechazo de algunos. Sabe que todavía no ha llegado su hora, y que se debe a los que caminan como ovejas sin pastor; a los que Le buscan, con un corazón contrito. Es ahí, en ese gesto, donde el Señor se entrega a los suyos y donde describe su clave doctrinal: hemos de estar dispuestos a darnos, con humildad, aunque hacerlo nos cueste la vida.

  En su gesto pacífico, entregado, prudente y sin embargo valiente, demostrará a los suyos que a veces se requiere más valor para irse, que no para quedarse y enfrentarse a los que nos acusan injustamente. Él demostrará que, cuando llegue el momento preciso, en el que deberá cumplir libremente la voluntad del Padre, dará un paso al frente e irá al encuentro de los soldados del Sumo Sacerdote, que quieren prenderle. Por eso Jesús no nos habla de escaquearnos de nuestras obligaciones, sino de manifestar nuestra fortaleza, a través de actitud pacífica y entregada, y someter nuestro querer al querer de Dios.


  Vemos como en aquel momento, en el corazón malintencionado de los doctores de la Ley, comienza a cumplirse la profecía de Isaías sobre el Siervo Doliente. Ése, en cuyo magisterio amable y discreto, donde no ofende a nadie y sólo busca inundar de paz el interior de los hombres –sin forzar voluntades-, traerá al mundo la luz de la Verdad. Lo que ocurre es que a veces sus rayos son tan potentes, que dañan los ojos de aquellos que han decidido vivir en las tinieblas de la perversidad. ¡No tengas miedo! No hagas caso de comentarios que son fruto de la ignorancia o de la maledicencia. Busca, encuentra y sé consecuente con lo que hayas hallado. Jesús te estará esperando.