27 de febrero de 2013

¡Podemos!

Evangelio según San Mateo 20,17-28.

Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:
"Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte
y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará".
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:
como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".



COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Mateo lo primero que observamos es cómo el Señor acepta libremente el designio por el que ha sido enviado –nuestra Redención- y parte hacia Jerusalén con sus discípulos.
Durante el camino, predice a los suyos, con un tercer anuncio más detallado que los anteriores, la Pasión que va a sufrir; ya que necesita que los Apóstoles comprendan, para que cuando lleguen esos momentos de dolor, miedo y estupefacción, puedan superar la prueba que Él les ha profetizado.


   Ante sus palabras nosotros, como ellos, hemos de advertir que Jesús quiere dejarnos muy claro que seguirle, alcanzando el Reino, es una tarea que, tarde o temprano, nos enfrentará con el sufrimiento de nuestra cruz particular.
No podemos participar de la Resurrección del Señor si no nos unimos a su Pasión y Muerte; sin tener dudas de que para acompañar a Cristo en la Gloria, es necesario compartir con Él el Calvario.


  Observamos como la madre de los hermanos Zebedeos, junto con sus hijos, Juan y Santiago, no termina de comprender que el Reino de Dios en la tierra es un lugar de servicio y no de poder; por ello le pide a Jesús, de una forma muy humana que nos ayuda a sentirnos identificados con nuestras propias miserias, que solucione sus necesidades materiales, dándoles un lugar relevante al lado suyo y cumpliendo así unas ciertas ambiciones de supremacía frente a los demás, fruto de la ilusión de toda madre por ver bien situados a sus hijos.
Pero el Señor les recuerda a todos ellos, con un lenguaje litúrgico-sacrificial, donde evoca al Siervo Sufriente de Isaías (Is 52,13-53) que permanecer a su lado requerirá un espíritu de servicio que culminará con el ofrecimiento de sus vidas. Y es entonces, para mí, donde los hermanos pronuncian esa respuesta que Nuestro Señor espera, en algún momento de nuestras vidas, de cada uno de nosotros: “Podemos”.
Pero ese acto de amor, que surge de lo más profundo de un corazón entregado, sólo será pausible si la Gracia de Dios lo hace posible; fortaleciendo una voluntad que humanamente siente terror ante el dolor y la muerte. De ahí que, para mantener el compromiso que un día adquirimos con el Señor, es indispensable recurrir a su cercanía en la práctica sacramental.


  Jesús da, en las últimas palabras de su discurso, las coordenadas a todos aquellos que tienen puestos destacados en la sociedad, para poder vivir en un mundo donde reine la justicia y la paz: Aquel que de verdad quiera ser grande, que se dedique a servir, a cuidar de sus hermanos; para que todos ellos tengan los medios necesarios para poder mantener la dignidad propia de los hijos de Dios. Y esto no es una demagogia barata, a la que tan acostumbrados nos tienen, sino el propio ejemplo del Rey de Reyes que nos enseñó, con su vida y su muerte, que su corona de espinas fue el resultado de su sacrificio por los demás; y su último aliento en la Cruz de madera, el pago por el rescate de nuestros pecados, que nos condujo a la salvación.

¡Somos frascos de barro!

Evangelio según San Mateo 23,1-12.

"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;
ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;
les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,
porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".



COMENTARIO:


  En estas primeras palabras de san Mateo, Jesús nos habla de la importancia que tiene para un cristiano vivir la coherencia, de su ser y su creer,  en todas las circunstancias de su existencia. Pero deja muy claro que un mal ejemplo no debe ser jamás motivo para justificar nuestra desidia ante el mensaje transmitido.


  A mi esto me recuerda siempre los perfumes maravillosos que antiguamente se llevaban en frascos de barro. Cierto que ahora, recubiertos de increibles piezas de Murano, fruto del diseño de los perfumistas, parecen acrecentar su valor; pero en el fondo su importancia sigue siendo la misma, porque lo valioso siempre es el contenido.
En este caso, ocurre lo mismo con la doctrina. Es la Palabra de Dios transmitida por todos aquellos que somos arcilla frágil, vulgar y quebradiza. Pero así nos quiere Dios: conocedor de nuestras miserias y nuestras luchas por evitarlas, y tal vez por ello el único capaz de darnos una tarea que sólo se puede llevar a cabo si nos regala su Gracia, en la intimidad de nuestro corazón.


  El Señor al hablar de los escribas y los fariseos les acusa de que su conducta se ha guiado más por las apariencias externas que por vivir de acuerdo con la verdad; recomendando a los cristianos que hemos sido llamados -todos nosotros- a transmitir su mensaje, a que recordemos que estamos destinados a servir. Porque transmitir la verdad divina es el mejor servicio que podemos ofrecer a nuestros hermanos. Un servicio que debe buscar el amor y jamás el honor; ya que todo aquello que disfrutamos se lo debemos a Nuestro Padre, Dios.


  Transmitir la fe es difundir la confianza en ese Jesús Nazareno que prometió que a todo el que llamara se le abriría; que a todo el que pidiera, se le daría. Cristo nos insta a descansar en sus brazos, después de haber dado lo mejor de nosotros mismos: porque la fe requiere de las obras que demuestran que con el Señor somos capaces de todo.
La virtud cristiana debe superar la Ley de Moisés con el componente del amor; ya que como comentábamos en capítulos anteriores, el perdón, el olvido y la misericordia son ingredientes indispensables en la convivencia diaria que ponen un punto y aparte entre la Antigua y la Nueva Ley.


  Nuestros actos siempre deberán estar guiados por la rectitud de intención, que surge del fondo de nuestra conciencia donde nos encontramos con Dios. Y ese trato con Dios nunca debe ser ni el camino para escalar posiciones, ni conseguir prevendas y mucho menos, obtener honores; porque la cercanía divina nos recuerda que si estamos dispuestos a seguir a Cristo hemos de estar en disposición de soportar la incomprensión, el odio y el sufrimiento que llevaron al Mesías a lo alto de una cruz.


  Cada uno de nosotros debe agradar a Dios, porque ese es el mayor premio que podemos recibir. Y a Dios sólo se le agrada siendo fiel a sus mandatos; transmitiendo su doctrina con humildad y espíritu de servicio; estando al lado de los hermanos que nos necesitan y siempre, siempre, siendo coherentes con nosotros mismos.

26 de febrero de 2013

Isabel: Ante tu pregunta sobre si es posible que en lugar de los artículos escriba algo sobre lo que tengo publicado de Bíblia, me gustaría tantear que es lo que piensan los que nos leen sobre ello. Si de verdad hay más gente interesada en que os de algo de formación, en artículos pequeños, sobre la Escritura, hacédmelo llegar y no tendré ningún inconveniente. Gracias por tus palabras y hasta pronto.

¡Todos somos capaces de todo!

Evangelio según San Lucas 6,36-38.


Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes".


COMENTARIO:


  El mensaje de Jesús, que nos transmite san Lucas, es una declaración de cual debe ser el comportamiento propio de un hijo de Dios que quiere imitar a su Padre. Un Padre misericordioso que ante el pecado de todos nosotros ha enviado a su propio Hijo para que nos redima, a través del sufrimiento libremente aceptado, en una cruz.


  Y para que logremos alcanzar esa salvación es necesario que cada uno de nosotros se haga uno con Cristo, imitándolo; porque quien desee alcanzar el perdón y la gloria en el cielo, deberá practicar la caridad en la tierra. Y la caridad es como la paleta de un pintor que presenta diversas tonalidades: unas veces será atender los problemas económicos de nuestros hermanos; otras, socorrer las miserias de aquellos que encontramos con ojos perdidos, tal vez por el alcohol y las drogas, y que en algún momento de sus vidas olvidaron el sentido de su dignidad. Pero jamás será juzgarles, porque desconocemos los motivos y las circunstancias que han podido llevarles a esa situación actual. Sólo ellos, en el fondo de su alma conocen el porqué y el cuando la voluntad se derrumbó, al intentar luchar solos contra los peligros del mundo.
Tal vez se encontraron con alguien que no tuvo tiempo de ayudarles, escucharles, darles cariño y, mucho menos, hablarles de Dios.


  El amor también requiere perdonar las ofensas que han herido nuestro orgullo; las difamaciones que han intentando dañarnos o las mentiras que se han tejido a nuestros pies para hundirnos en el barro. Se que cuesta; sobre todo cuando uno no encuentra razones para tanta maldad, pero no podeis olvidar que el mal no atiende a razones porque es la carencia total de bien.
En esos momentos es cuando el Señor nos pide que miremos a nuestro interior y nos examinemos en nuestra conciencia; porque es entonces cuando nos daremos cuenta que si no fuera por la Gracia de Dios también nosotros seríamos capaces, en un ataque de ira, de dañar a nuestros semejantes; mentir para solventar problemas y difamar para cerrar rencillas. ¡Todos somos capaces de todo!


  Por eso Jesús nos pide que reconozcamos nuestra pequeñez, porque sólo así seremos capaces de disculpar y entender a todos aquellos que, de alguna manera, nos hayan podido herir.
En el último viaje, seremos juzgados por el Amor y en el amor. Sólo se nos preguntará si nuestra maleta está llena de todas aquellas personas a las que les hemos dado una vida mejor; a las que hemos hecho más felices. O si por el contrario está vacía porque no tuvimos tiempo de llenarla.
Esa será la medida que usarán con nosotros; la misma que hemos dado a los demás.


  Este Evangelio, corto pero profundísimo, es un complemento a la oración del Padrenuestro, donde el Señor nos recordaba que somos cada uno de nosotros los que elegimos condenarnos; ya que el perdón que esperamos sólo será factible si hemos sido capaces de actuar con los demás, perdonándolos y olvidando sus ofensas; que en el fondo es la única manera pausible de perdonar. 

25 de febrero de 2013

A tí, que me juzgas sin conocerme, sólo te diré que la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. Demuéstrame que vales y yo te puedo asegurar que quedarás contenta. Llevo veinte años con la misma gente, trabajando. Y no es porque sí.

¡Hemos de estar despiertos!

Evangelio según San Lucas 9,28b-36.

Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.
Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".
Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.




COMENTARIO:


  San Lucas nos refiere en su Evangelio, que el Señor, ocho días después de hablar a sus apóstoles sobre la Pasión que tenía que padecer, se llevó con Él a Pedro, Juan y Santiago para orar al Monte. Y es allí, donde Jesús les permite conocer, a través de su Transfiguración, la gloria de su divinidad.


  En primer lugar, este hecho sirvió para demostrar a Pedro que las palabras que, por Gracia de Dios, pronunció afirmando la identidad divina de Jesucristo, se ven ahora reafirmadas por el propio Padre celestial. Este suceso sobrenatural también manifiesta el cumplimiento en Cristo de las promesas realizadas en el Antiguo Testamento, ya que Moisés y Elías contemplaron la gloria de Dios en la Montaña y cada uno de ellos, a su manera, testificó el sufrimiento que debía pasar el Mesías para liberar al Pueblo elegido.
Así mismo, la Transfiguración nos indica la presencia de la Trinidad Santísima: el Hijo, que es el Siervo de Dios anunciado, a la espera de cumplir la voluntad del Padre; el Espíritu Santo, que como nos transmite la Revelación se mostró a los israelitas como nube que cubría el Tabernáculo, manifestando la presencia divina; y la voz, grave y profunda de Dios Padre, que anuncia la realidad del Verbo encarnado.


  Jesucristo, a través de esta visión, fortalece la fe de sus discípulos al mostrarles los indicios de la gloria que iba a tener después de su Resurrección. El Señor sabía que Pedro, Juan y Santiago tendrían que acompañarle en los momentos terribles de su agonía en Getsemaní, y por eso les regala esos instantes inolvidables de manifestación sobrenatural, que servirán para sostener su esperanza ante los difíciles sucesos que se les avecinan.


  Todo lo leído tiene que hacernos recapacitar sobre la actuación de Cristo en nuestras vidas. El sabe cada momento y circunstancia complicada que tendremos que sobrellevar, poniendo a prueba la fuerza de nuestra fe. Y por ello nos recuerda que para entrar en su Gloria será necesario pasar por la Cruz en nuestro “Jerusalén” particular. Porque cada uno de nosotros tendrá la suya: pequeña o grande; pesada o ligera; pronta o duradera, pero siempre con la confianza puesta en la certeza de que Jesús nos espera en la Gloria, para hacernos partícipes de ella.


  No quiero dejar pasar por alto esa referencia que hace el Señor a ese cansancio que vence a los Apóstoles, y que también encontraremos en los últimos momentos del Huerto de los Olivos. Ese sueño que nos aturde muchas veces y nos impide observar las maravillas de Dios. Ese sopor, fruto de las inquietudes terrenas que nos quitan la paz y el tiempo para cumplir el mandato divino de propagar el Evangelio.
Hemos de estar despiertos; comprometernos a estarlo, porque despertar es seguir a Cristo y recibir la posibilidad de reunirnos con Él en su Gloria, si primero estamos dispuestos a acompañarle, con nuestra vida, hasta los pies del Calvario.

24 de febrero de 2013

¡Con Él,sí!

Evangelio según San Mateo 5,43-48.


Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo resume y compendia la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo sobre las diferencias entre la Ley de Moisés que proclamaban los fariseos, y la Ley de Dios, comunicada por su Hijo. El punto de inflexión entre ambas y como siempre, es el amor. Ese amor que es capaz de olvidar lo malo, porque sólo tiene ojos para lo bueno. Ese amor que confía en que la persona humana siempre tiene la capacidad de rectificar; y que no por haber tocando fondo, ha perdido su dignidad.
Que la venganza no surge de Dios, ni pertenece a la justicia; sino que proviene de la soberbia inducida por la ira, y siempre es fruto de una falta de dominio personal motivado por una escasa vida sobrenatural.


  El último punto que nos muestra el evangelista sobre las palabras de Jesús, esconde –en el fondo- el significado de todo el texto presentado: “Sed vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Esa frase se identifica totalmente con el precepto que nos recuerda el Levítico: “Sed santos, porque Yo soy santo”.
De esta manera, Jesús identifica la perfección con la santidad, que es Dios; y así el Señor lleva la Ley a su plenitud proponiéndonos el único camino para alcanzar la salvación: la imitación de Nuestro Padre celestial, a través del seguimiento de los pasos de Jesucristo.


  Somos cristianos, es decir, Hijos de Dios en Cristo que a través de los Sacramentos recibimos la Gracia, la fuerza para cumplir con la exigencia de nuestro Maestro que nos lama a todos a lograr la santidad. Santidad que alcanzamos, si no perdemos de vista el Modelo que debe ser la Causa de nuestra conducta; el Bien al que debemos tender en todos nuestros actos.
Y esa llamada no saca a nadie de su sitio, sino que desde nuestro sitio nos exhorta a transmitir su Palabra con el testimonio de nuestra vida. Porque no podemos decir que pertenecemos a Dios con nuestros labios, si después le negamos con nuestros actos. Si somos capaces de desoír la súplica de nuestro prójimo, aunque tal vez ese prójimo haya desoído con anterioridad las mías.


  Jesús nos habla de Amor con mayúsculas; del perdón sin rencores; del olvido de espinas clavadas en nuestro corazón.
El Señor nos habla desde la Cruz, con sus manos taladradas, con sus pies sangrantes; y nos habla de disculpas, de exonerar a los enemigos aunque estos te lleven a la muerte. Y así nos lo pide desde su sacrificio. Sin juzgar la verdad o la maldad de un acto porque desconocemos la verdadera intención del que lo realiza; aunque ese acto comporte una pérdida irreparable para nosotros. Jesús sabe que solos no podremos, por eso nos ha prometido que estará a nuestro lado hasta el fin de los tiempos. ¡Con Él, sí! Sí podremos si dejamos que forme parte de nuestra vida; que sea nuestra vida. ¡Con Él, sí! Ayer, hoy, mañana y siempre.

23 de febrero de 2013

¡Pedro, nuestro pastor!

Evangelio según San Mateo 16,13-19.


Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".


COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo tiene para mí, cuando lo leo, dos realidades estrechamente relacionadas pero, a la vez, intrínsecamente diferentes.
Jesús llega a la región de Cesarea de Filipo y tras conocer la opinión difamatoria que los saduceos y los fariseos tienen de Él pregunta a sus discípulos si en realidad han comprendido su identidad, su mensaje, su misión. De ellos espera una respuesta coherente y sincera que surja del fondo de su corazón.


  Cuando leo estas líneas y escucho las palabras del Maestro no puedo por menos que sentir que estas cuestiones me las interpela a mi, desde lo más profundo del Evangelio. Me pregunta, casi en un susurro, si lo reconozco como el Hijo de Dios; porque hacerlo es desoir a los malintencionados que, como en Cesarea, intentan desviarnos de la Verdad y apartarnos del camino que conduce a la salvación. Es comprometernos, en libertad, a estar a su lado transmitiendo la realidad de su divinidad al mundo a expensas, muchas veces, de nuestra propia credibilidad.


  El Señor nos recuerda que sus discípulos no supieron contestar; no supieron descubrir lo sobrenatural que descansaba en la realidad más natural, reflejando la ambiguedad de la ignorancia humana. Y no supieron hacerlo porque confiaron sólo en las fuerzas de una naturaleza herida que necesita con urgencia, para responder a la llamada divina, de la Gracia de Dios.
Pero Pedro contestó con una confesión íntima donde descubrió en Jesús al Mesías prometido y al Hijo de Dios. La manifestación del Ser y de la misión de Cristo surgen en el Apóstol de la luz de la Gracia que a través de la fe le ha permitido encontar, en un sentido literal, la verdad de Jesucristo. Verdad que le ha revelado el Padre, preparándolo para la dignidad a la que ha sido llamado: ser la piedra donde, fortalecida con el poder del Señor, se edificará la Iglesia de Cristo.


  Pero si esta confesión de Pedro es un regalo que le hace Dios, no es menos Gracia lo que Jesús le promete: el poder de atar y desatar en esa Iglesia donde el propio Señor es su fundamento y fuera del cual nadie puede edificar.
Sobre la fortaleza de la fe de Pedro, Cristo construirá el templo eterno; y el poder del infierno no la derrotará. Ésa es nuestra Iglesia; un regalo del cielo que formamos todos los bautizados en Jesucristo; y ese es el valor del Santo Padre: suceder, por la gracia de Dios, a Simón Pedro ejerciendo el Pontificado por mandato divino.


  Es ridículo pensar que el Señor sólo hablaba para un tiempo y lugar, cuando la salvación de los hombres, ganada con su sangre, ha sido donada a la humanidad entera con visos de eternidad. Por eso la Iglesia es imperecedera; porque es el medio querido por Dios, para que su salvación llegue a todos, por medio de la Gracia sacramental. Y nunca dudemos que la  transmisión de la sucesión del Vicario de Criso en la tierra, como Pastor de la Iglesia Universal, será siempre consecuencia de la invariable e inquebrantable voluntad de Nuestro SeñorJesucristo.

22 de febrero de 2013

La oración parte de la confianza

Evangelio según San Mateo 7,7-12.
Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá.
Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra?
¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo es como un recopilatorio de la actitud interior que debe acompañar siempre  a la oración del cristiano.
Jesús, primero nos enseñó como dirigirnos al Padre, a través del Padrenuestro; pero también nos advirtió que esas palabras deben ir acompañadas de una predisposición que nace de lo más profundo del corazón: el amor. Porque como nos dice san Pablo en su carta a los Corintios, la caridad –ese amor sin medida- es paciente, amable, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta lo malo, todo lo aguanta, todo lo espera y lo soporta…


  Así es Dios, el Amor por excelencia; Aquel que ha sido capaz, para que yo pudiera recuperar la Felicidad, de hacerse hombre y, como tal, sufrir hasta el extremo recuperando mi vida del abismo mortal del pecado. Ese Dios que se ha encarnado para que yo comprendiera que es un Padre amantísimo que me espera, al final del camino, a que yo decida regresar. Que sale a mi encuentro, por si llego cansada y me fallan las fuerzas que acompañan mi voluntad. Que me busca sin descanso, en los recovecos de este mundo, para sanar las profundas heridas por donde se escapa nuestra vida espiritual.
Entonces, si así es Dios, mi oración debe partir de la confianza que nace del conocimiento; porque mi esperanza se basa en una realidad: Cristo ha venido para salvarme.


  Ante esto, orad debe ser pedir y agradecer a la vez, como ocurría con el Pueblo de Israel cuando elevaba una súplica a Dios, incluyendo la acción de gracias ante la seguridad de que jamás sería rechazada, si guardaban la fidelidad a su alianza divina.
Nosotros tenemos la confirmación de este hecho, manifestado por la propia Palabra hecha carne. El propio Jesús nos asegura que siempre recibiremos si somos capaces de pedir con la disposición propia de los hijos de Dios: uniendo nuestra voluntad a la del Padre que, como tal, jamás me dará aquello que no convenga a mi propia finalidad, mi salvación.


  Pero el Señor, como siempre, va más allá y nos recuerda que, si como cristianos hemos de ser otros Cristos, es indispensable entregar a los demás lo mismo que hemos pedido para nosotros mismos: haciendo el bien a nuestro prójimo sin poner las condiciones que queremos excluir en nuestro trato con Dios. Ese olvido de nuestras miserias, comunes a todos los mortales, y que tantas veces esgrimimos, a favor nuestro, para no entregar el amor que se nos pide; viviendo rencores que siempre son fruto de nuestra soberbia personal.
La vara de medir debe ser la misma con la que queremos ser medidos: la de un amor incondicional, reflejo permanente del amor divino.

21 de febrero de 2013

¡Él es mi roca!

Evangelio según San Lucas 11,29-32.
Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  El Señor, en este Evangelio de Lucas, habla a los presentes con una cierta dureza como respuesta a las provocaciones que los fariseos han lanzado contra Él, cuando le acusaban de que sus milagros eran obra del propio diablo.



  Los signos y las sabias palabras del Hijo de Dios están claros para aquellos que no tienen ninguna dificultad al recibirlos; mientras que son muy oscuros para todos los que se reafirman en ideas preconcebidas y falsas interpretaciones. Así vemos que cuando el Señor devolvía la vista a los ciegos, se dudaba de sus cegueras. Cuando hacía andar a los tullidos, se cuestionaba que su poder viniera de Dios porque el milagro se había realizado en sábado, no respetando el descanso marcado por la Ley de Moisés. Y al resucitar a la hija de Jairo, o al propio Lázaro que ya apestaba porque su carne comenzaba el proceso de descomposición, minusvaloraron el milagro recurriendo a la catalepsia.


  Así es siempre la actitud de aquellos que no quieren reconocer la encarnación del Verbo, ni la divinidad de Jesucristo; avisándonos el Señor ante ello, de que es inútil todo esfuerzo cuando los ojos del corazón están cerrados por una soberbia intelectual que se niega a admitir una realidad sobrenatural.
Por eso Jesús frente a los judíos incrédulos trae a colación la actitud de los ninivitas, reflejada en el Antiguo Testamento, que no precisaron de ninguna señal para creer en las palabras que el profeta Jonás les transmitía, en nombre de Dios, aceptando su mensaje.


  Entonces, igual que ahora, es la propia Palabra divina la que nos transmite la Verdad para ser escuchada y vivida. Y hoy, igual que ayer, pedimos señales que, ya desde el principio, no estamos dispuestos a aceptar como tales.
Cuantas veces nuestras oraciones son escuchadas ante una petición imposible que surge de un alma angustiada; y, ante el hecho que manifiesta la intercesión divina, lo justificamos como una interacción de casualidades que han terminado por producirnos un beneficio personal. Desoímos las propias palabras de Dios en el Salmo, cuando nos transmite la confianza filial que debe descansar en la fe y la Providencia divina, no por lo que podamos ver, si no por todo aquello que hemos llegado a saber:

“Sólo en Dios está el descanso, alma mía,
Porque de Él viene mi esperanza.
Sólo Él es mi roca y mi salvación
Mi alcázar: no podré vacilar”
(Salmo 62, 6-7)



  Esto es lo que nos pide el Señor en este Evangelio de Lucas: La conversión del corazón a Dios a través de la vida y la predicación de Cristo.
Ser capaces de huir de la evidencia, porque el amor no la necesita; ya que se nutre de la seguridad que tenemos en Aquel que no puede mentirnos porque es la Verdad.
Nuestra fe descansa en la certeza de la Palabra dada, y por eso, junto a los habitantes de Nínive o con la “Reina del Sur”, afrentaremos a todos aquellos que, justificándose en la verdad, han acabado viviendo en la mentira.

20 de febrero de 2013

El sentido del dolor

En una sociedad en la que prima el bienestar por encima de todo y a cualquier precio, he creído conveniente en este tiempo de Cuaresma hablar un poco sobre el sentido pedagógico que entraña el sufrimiento cristiano. Hoy en día, el dolor es percibido como una desdicha, tanto para el que lo sufre, como para todos aquellos que se encuentran cerca de él. Hay una consigna, incluso a nivel educativo, que trata de mantener a las personas al margen de este drama humano.


   Sin embargo, el dolor, o más propiamente el sufrimiento, se convierte en un hecho incontrovertible, en un laberinto en el que nos sentimos atrapados y que, no importa cual sea el camino que escojamos, se nos mostrará como una fase inexorable de nuestro proceder.
Cierto es que la existencia del dolor se nos presenta como un misterio, como una realidad inherente a la propia condición humana que a todos nos llega, de un modo u otro, y que es muy difícil de definir; imprevisible y preñado de una pedagogía que enfrenta al ser humano a su propia y limitada realidad. Nos ejercita en una humildad, no siempre voluntaria, que abre la llave de los sentimientos para mostrar, de forma descarnada, el interior de las personas.


Intentamos formar a nuestros hijos en la perfección de todas sus potencialidades para que, en un mañana próximo, sean personas cualificadas y miembros reconocidos que conformen el amplio panorama del entramado social.
Tal vez encuentren un reconocido puesto de trabajo que culmine los méritos adquiridos en su vida universitaria; tal vez realicen una intensa vida intelectual que los proyecte a las generaciones futuras; o, tal vez, nada de esto suceda. Pero lo que si podemos asegurar, sin ningún género de dudas, es que en algún momento de su vida deberán vivir el drama del sufrimiento. Y es muy triste comprobar que el sistema educativo no se ha ocupado de educarlos convenientemente; ni la sociedad, ni, a veces, la propia familia…Simplemente se confía en que la vida, cuando nos afecte, nos presentará la cruda realidad vinculada a la emoción y al temor;  abocándonos, generalmente, a la desesperación y al sinsentido.


   Pero la ineficacia de esta tarea viene precedida, justamente, por haber olvidado las respuestas que contestan a las cuestiones sobre la propia identidad del ser humano. El olvido de esas dos vertientes más características que se producen en el alma humana ante el dolor y el sufrimiento: su relación con lo sagrado, con lo divino, o su desesperación ante su rechazo. La única respuesta viable, con sentido, que nos muestra el rostro del dolor en el Amor, es Jesucristo. Su gesto sacrificado y amoroso hacia el Padre se transforma en victoria: convierte nuestra noche en día; las tinieblas en luz desbordante; el sufrimiento en gozo y la muerte en vida. Y es de esta lección aprendida de donde el ser humano saca la fuerza, apoyándose en un ánimo voluntarioso y creyente.


   Por ello he querido que  este artículo sea una advertencia ante la ineficacia de la tarea educativa, si ésta excluye a Cristo de las familias y de las aulas. No podemos formar a nuestros hijos en todas sus potencialidades: corporales, intelectuales y espirituales; ni podemos presumir de buscar su perfección y felicidad, si somos incapaces de dar sentido y significado a la presencia del dolor y el sufrimiento, como episodios que van a conformar su propia vida. Cátedra única e incomparable del verdadero significado del ser humano, capaz de descubrir su capacidad de superación, de lucha y de esfuerzo en aras de valores nobles y altos que rubrican su particular carácter de Hijo de Dios.


   El sufrimiento humano ha alcanzado su culminación en la Pasión del Señor y, en la Cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la salvación del hombre a través del sufrimiento, sino que el propio sufrimiento humano ha quedado redimido; pudiendo participar todo hombre, cada uno en su medida, de la Redención.   
Por eso, cuando el hombre se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a nivel humano, siempre queda sin contestar. Pero cuando alza los ojos a Dios, inquiriéndole, Aquel al que hacemos la pregunta nos responde desde la Cruz, desde el centro de su propio sufrimiento, y el hombre percibe su respuesta a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.


   Porque el Señor, en el Evangelio, no explica las razones del dolor sino que, ante el que le pregunta, le anima a que se una a su Cruz, revelándole su significado, cuando es elevado con Jesucristo a su sentido redentor.
Y es en ese momento, cuando el hombre supera el sentido de inutilidad, de escándalo, del sufrimiento y es capaz de convertirlo en fuente de alegría, al saberse elevado por él a la categoría de hijo de Dios y heredero del Reino. No cabe duda, de ello tenemos numerosos ejemplos, que el descubrimiento del sentido del dolor a través de la fe; del sentido salvador del sufrimiento en unión con la Cruz de Cristo, transforma esa sensación deprimente, que inunda el mundo, para convertirla en gozo del que sabe que contribuye a la obra de la Redención para la salvación suya y de sus hermano


   Pero no hay que olvidar que cuando san Pablo nos habla de la cruz y de la muerte, lo complementa siempre con la Resurrección; porque es ahí donde el hombre encuentra una luz completamente nueva que le ayuda a abrirse camino ante la oscuridad que representa el dolor en la realidad de la vida. Y es cierto que morimos con Cristo en la cruz; pero es más cierto que resucitamos con Él a la vida divina, libres del pecado y dispuesto a compartir con el Señor nuestra vocación en la alegría de los hijos de Dios.
  

No hay Vida, sin oración

Evangelio según San Mateo 6,7-15.
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  Nos muestra san Mateo en su Evangelio de hoy, como el Señor culmina su enseñanza sobre la rectitud de intención en el camino que nos lleva a la salvación; haciendo referencia a la importancia de la oración.
Ante todo, Jesús destaca la sencillez y la veracidad con que debemos dirigirnos a Dios y que siempre es fruto de un corazón enamorado que, a través de un diálogo esperanzado, desea comunicarse con la causa de su amor.


  El Maestro nos previene sobre la forma de orar de los paganos: una actitud teatral y servil, donde enumeraban las cualidades del dios al que se dirigían para contentarlo y que no volviera su ira contra ellos. Ante esto, nos recuerda el Señor que la actitud del cristiano no parte del temor sino del amor, y por ello su oración debe manifestar el sentimiento filial que gobierna la vida del bautizado; sólo de esa manera nuestro corazón estará conforme con lo que digan nuestros labios.
Por eso Jesús enseñó a sus Apóstoles el Padrenuestro, que es un resumen de todo el Evangelio.


  La oración comienza con una invocación al Padre que nos une directamente a nuestros hermanos, ya que no recitamos Padre mío, sino Padre nuestro, a fin de que nuestra plegaria sea la de un solo corazón que se orienta a la edificación de la comunidad cristiana: la Iglesia.
Después de ponernos espiritualmente en la presencia de Dios, le adoramos con ese espíritu filial que hace surgir de nuestra alma la alegría de bendecirle y la confianza de pedirle. Deseando ardientemente que su santidad sea reconocida y honrada por todas las criaturas, y que con  el advenimiento del Reino se realice el designio salvador de Dios en el mundo, cumpliéndose su amorosa voluntad. Porque sólo así este mundo será capaz de recuperar la paz y la justicia que nos permita a todos vivir con la dignidad propia de los hijos de Dios.


  Las últimas peticiones: el pan de cada día, el perdón de las ofensas, el que no nos abandone en la tentación y el que nos libre de todo mal, son un compendio de las necesidades personales que cada uno de nosotros precisa para llegar a ser feliz.
Requerimos el trabajo diario; aquel que nos permite vivir con sobriedad pero sin necesidad. Pedimos la paz interior que nace de no guardar rencor ni odio hacia ninguno de nuestros semejantes; posiblemente porque hemos sido capaces de mirar en nuestro interior y comprobar las miserias que nos conforman como seres humanos.
Rogamos al Señor que sea nuestro valuarte en la lucha contra la tentación; porque nuestra naturaleza herida requiere de su fuerza para conseguir vencer las pasiones, fortaleciendo nuestra voluntad, que nos hace dueños de nosotros mismos.
Y finalizamos la oración con una petición que surge del fondo de las entrañas: que el Señor nos libre del diablo, del maligno, del mal. Porque él es el origen de nuestros pecados y nuestras desgracias.

19 de febrero de 2013

¡La decisión es nuestra!

Evangelio según San Mateo 25,31-46.


Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Las tres parábolas precedentes que escribe san Mateo dan paso a este escrito sobre el Juicio Final. 
El Señor lo presenta con toda su grandiosidad; donde todas las cosas creadas tendrán que rendir cuentas de sí mismas a la justicia divina. Es en ese momento donde nos advierte Cristo que se iluminarán todos los secretos de nuestro corazón, manifestándose las conductas personales que han ido forjando nuestra forma de ser y actuar.


  Allí, delante de Dios, cada cual será cada uno y las justificaciones que utilizamos con tanta frecuencia en esta vida, para disculpar nuestras acciones, de nada nos servirán para la vida eterna. 
Dice san Juan, y así lo manifiesta también san Mateo, que seremos juzgados por el amor; porque en realidad lo que Jesús nos exigirá el día del Juicio es todo el bien que hicimos para ayudar a los demás. Ya que todos nuestros hermanos son imagen de Dios, porque así fueron creados;  por eso cualquier cosa que hagamos para facilitarles la vida, en realidad se la hemos hecho al propio Cristo.


  Pero el señor va mucho más allá y nos recuerda que a parte de ejercer las obras de misericordia -corporales y espirituales- el hombre debe examinarse sobre todo aquello que ha podido hacer y no ha hecho: las obras de omisión.
Éstas no requieren grandes esfuerzos ni enormes renuncias; ya que la mayoría de las veces se refieren a cosas pequeñas que pueden alegrar la vida de todos aquellos que caminan a nuestro lado. La Madre Teresa de Calcuta lo explicaba con unas sencillas palabras:
"Sonreir a alguien que esté triste; visitar, aunque sólo sea unos minutos, a alguien que está solo; cubrir con nuestro paraguas a alguien que camina bajo la lluvia; leer algo a alguien que es ciego; éstos y otros pueden ser detalles mínimos, pero son suficientes para dar expresión concreta a los demás de nuestro amor a Dios"


  Debemos pensar que la medida de nuestro amor a Dios será calibrada por las obras que hayamos hecho  de servicio a los demás; y éso creedme, no tiene precio, porque el precio se lo pondrá Jesús en el último día cuando sospese en su Corazón el amor que pusimos en cada una de nuestras acciones. Nos lo recordaba la Madre Teresa de la siguiente manera:
"Alguien me dijo en cierta ocasión que ni por un millón de dólares se atrevería a tocar a un leproso. Yo le contesté: -Yo tampoco lo haría. Si fuese por dinero, ni siquiera lo haría por dos millones de dólares. Sin embargo lo hago de buena gana, gratuitamente, por amor a Dios-"


  Ahora bien, no podemos olvidar que nuestros egoísmos y nuestras carencias serán también medidos con la vara de la Ley divina; y que habrá un castigo eterno para todos aquellos que han decidido, libremente, vivir separados de Dios. La verdad es que ya no me puedo imaginar peor castigo que éste; porque vivir alejada de Nuestro Señor, cuando Él es la Bondad, el Bien, la Belleza, la Verdad y la Felicidad, siendo el único capaz de llenar nuestra alma de paz y alegría; es vivir permanentemente en un infierno. Un infierno que sólo puede producirnos el desasosiego de una vida eterna carente de todas las perfecciones que participamos al lado de Dios. Ese desgarro vital que representa el pecado al separarnos para siempre del Todo y dejarnos convertidos en nada. Carentes de la vida divina que nos llena de amor  insertándonos en un profundo odio visceral que nos corroerá para toda la eternidad.
Así puede ser nuestro futuro: una opción de amor a Dios y al prójimo que, en el último día se revestirá de gloria; o la elección de amarnos a nosotros mismos, consumiéndonos en el infierno de un egoísmo sin fin. ¡La decisión es nuestra!

18 de febrero de 2013

¡Combatir con el Evangelio!

Evangelio según San Lucas 4,1-13.
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".
Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 COMENTARIO:


 Vemos como antes de comenzar su obra mesiánica y promulgar la Nueva Ley en el Discurso de la Montaña, Jesús se prepara con oración y ayuno en el desierto. Este primer punto del Evangelio de Lucas es un claro ejemplo de la actitud que debe tener el cristiano ante la invitación que nos hace la Iglesia a renovarnos interiormente, con prácticas penitenciales, durante los cuarenta días que dura la Cuaresma. Vivir la austeridad penitencial, recordándole a nuestro cuerpo que somos dueños de nosotros mismos por amor a Dios, es un ejercicio de la voluntad que nos ayudará muchísimo en el combate cristiano contra las fuerzas del mal.

  Por el pecado original, nuestra naturaleza herida ha sido siempre la grieta en la fortaleza de nuestra alma, por donde el diablo se ha introducido a través de nuestras pasiones. Eso lo podemos observar en el Pueblo de Israel –que se encuentra presente teológicamente en los episodios de los tres sinópticos sobre las tentaciones de Jesús- donde fue tentado, junto a Moisés, en su peregrinar durante cuarenta años por el desierto. La gran diferencia es que los israelitas cayeron en todas las tentaciones que el diablo sembró a su paso: murmuraron contra Dios al sentir hambre, exigieron un milagro cuando les faltó agua y adoraron al becerro de oro, cuando percibieron el miedo ante un futuro incierto.
En cambio Jesús venció en su humanidad tentada, donde otros cayeron; esa humanidad en la que estamos todos representados, desde Adán hasta el último de los hombres. Por eso sus acciones son un claro ejemplo para la vida de los cristianos. No debemos esperar, ante las dificultades que nos surjan en el camino de la fe, fáciles triunfos; porque como nos enseña Jesús, a través de su experiencia santa, la fidelidad al amor de Dios sólo es posible mediante la oración y una intensa frecuencia sacramental.


  Jesucristo venció al diablo, no como Dios, sino como hombre; combatiendo con la fuerza de la Sagrada Escritura para enseñarnos a combatir en pos de Él. Así ha de ser nuestra vida: una lucha para seguir al Señor, depositando la confianza en la gracia de Dios que nos llevará, como a Cristo, a conseguir la victoria.


  Pero este pasaje termina con una advertencia que no podemos olvidar: “el diablo se apartó de Él hasta el momento oportuno”.
Y es en la Pasión donde el diablo lo volverá a intentar; aprovechando el momento de dolor que sufre la humanidad santísima de Cristo. También entonces Jesús vencerá con su aceptación filial, uniéndose a la voluntad de su Padre.
La trayectoria del cristiano es, como nos enseña Jesús, una constante vigilancia donde tropezaremos y nos volveremos a levantar si tenemos la humildad de reconocer que nuestra fortaleza descansa en la unidad vital con el Hijo de Dios.


16 de febrero de 2013

¡Tú eres mío!

Evangelio según San Lucas 5,27-32.
Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme".
El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos.
Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?".
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  San Lucas manifiesta en este evangelio una actitud de Jesús que, posteriormente, será común en toda la Iglesia: la llamada a seguir al Señor desde cualquier lugar, tiempo o posición.
Esa llamada que se revela como una profunda convicción de que nuestras vidas tienen un propósito, un objetivo, una misión; de que hemos sido escogidos para desempeñar un papel irreemplazable en este mundo, porque somos objeto único del amor de Dios.


  Leví miró a los ojos profundos del Hijo de Dios, cuando Éste le sugirió que le siguiera y, seguramente, se perdió en la intensidad de aquella mirada que le hablaba de amor. Le hablaba de renunciar a los bienes terrenales; de abandonar sus preocupaciones por las ganancias de este mundo y recobrar esa vida divina que no tiene fecha de caducidad.
El Señor le convocó con su voz, mientras inundaba su alma con la Gracia que infundía la luz necesaria para comprender que esa invitación a dejar sus negocios, aunque costosa, era capaz de darle un cielo de tesoros incorruptibles.


  Cuantas veces, cada uno de nosotros, nos hemos encontrado indignos de la tarea que el Señor nos ha encomendado. Y, lo que es peor, cuantas veces hemos juzgado a los demás considerando que no eran dignos de compartir la cercanía con Jesús. El problema es que olvidamos que la dignidad del ser humano manifiesta todo su fulgor cuando se considera su origen y su destino: creado por Dios a su imagen y semejanza y redimido por Cristo, que entregó hasta la última gota de su sangre por cada uno de nosotros.


  Sólo el Maestro fue capaz de ver el amor que se escondía en el corazón de Leví, superando las actitudes del publicano que habían sido propias de unas circunstancias determinadas y adversas. Por eso Él toma la iniciativa y, como siempre, dirige la llamada a aquellos a quienes confía una misión particular, invitándolos a seguirle.
Bien conoce nuestras limitaciones, pero sabe que con su Gracia seremos capaces de superarlas, identificándonos con Él. Y eso ocurre porque la actitud divina surge del amor sin límites que Dios siente hacia el hombre y que tan bien se manifiesta en las palabras del profeta Isaías: “Yo te he llamado por tu nombre…Tu eres mío” (Is 43,1).
Así es; todos somos de Dios, aunque  en algún momento de nuestras vidas nos sintamos lejos, perdidos u olvidados.
Por eso nuestra misión como discípulos de Cristo debe ser la de acercar su Palabra a todos aquellos que se encuentran cerca de nosotros, lejos o extraviados; sin importarnos los lugares, los tiempos o la situación.


  La vocación cristiana no nos saca de nuestro sitio pero, como a Mateo, nos exige que abandonemos todo aquello que estorba al querer de Dios. Porque en nuestra existencia no pueden haber dos vidas paralelas; ya que sólo tenemos un corazón para amar al Señor y a los hombres. Toda actividad, toda situación, todo esfuerzo deben ser situaciones providenciales para un continuo ejercicio de fe, esperanza y caridad. Y como vemos en el Evangelio, la conversión de Leví, el publicano, fue causa de que otros pecadores pidieran perdón, hicieran penitencia y se unieran a Jesús; como un hermoso presagio de la misión que después llevaría a Mateo a ser Apóstol y maestro de gentiles. Pero esta circunstancia nos tiene que servir para tener presente, a todos aquellos bautizados que queremos seguir los caminos del Señor, que evangelizaremos más con nuestro ejemplo que con nuestras palabras; ya que los fieles laicos manifestamos a Jesús con la propia vida, dando testimonio de Él desde la propia entraña de la sociedad que nos ha tocado vivir.

¡Con el Maestro no hay tristeza!

Evangelio según San Mateo 9,14-15.
Entonces se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Mateo vemos una actitud de los seguidores de Juan que tiene que servirnos de ejemplo en muchos momentos de nuestra vida cristiana.
Ellos ven como el Señor y sus discípulos no guardan el ayuno que era común en aquellos tiempos litúrgicos, según la Ley de Moisés. Bien hubieran podido criticar entre ellos esa actitud o mal pensar sobre la intención del grupo, al no cumplir con las prescripciones y ritos determinados en ese momento. Pero en vez de eso, van directamente al Maestro para que les explique el porqué de su actuación. Y, como siempre, el Señor, con sus palabras, les abre el entendimiento para que comprendan que Él les trae un modo nuevo de relación con Dios.


  La Palabra Divina, hecha carne, les hablará con palabras humanas de un trato que implica una regeneración total, ya que su mensaje es demasiado nuevo para ser amoldado a las viejas formas, cuya vigencia ya caducaba. Todo el Antiguo Testamento daba paso a su cumplimiento en el Nuevo. Por eso el Señor les hablará de un Dios que es amor y es Padre, para todo aquel que quiere recibirlo como tal.


  Pero la contestación de Cristo no debe llevarnos al error de pensar que suprime el ayuno. ¡Para nada! Sino que conociendo las complicadísimas normas de la época que ahogaban la sencillez de la verdadera piedad, les habla apuntando a la simplicidad de su corazón: Las prácticas penitenciales han de ser muestra de la mortificación corporal, donde humillamos el alma por amor a Dios. Es el dolor por los pecados cometidos que nos lleva a compartir el sufrimiento de Jesús, dominándonos a nosotros mismos y negándonos, en libertad, a los placeres de la carne. Es la entrega de cada uno de nosotros, cuerpo y espíritu, porque queremos compartir el destino del Señor, su dolor.


  Justamente porque el Hijo de Dios todavía estaba entre nosotros, ese ayuno carecía de sentido. Era imposible para los Apóstoles sentir tristeza, cuando compartían con Jesús su caminar terreno; ya que su Maestro era la alegría que les devolvía el sentido de sus vidas. Cada uno de ellos había recobrado a su lado lo que con tanto afán habían buscado cuando recorrían con ahínco los caminos de Palestina siguiendo a los profetas que surgían, a la espera de que uno de ellos fuera el Mesías prometido. Sí; Él era el Profeta del que tanto hablaban las Escrituras; el Sacerdote sagrado que ofrecía al Padre el máximo sacrificio, entregándose Él mismo en la Cruz; el rey de Reyes que surgía del trono de David.



   ¡No! No podían ayunar, porque en esos momentos su ayuno no tenía razón de ser. Ya vendrán, tristemente, los momentos –como les recuerda Jesús- en que el dolor se hará presente por su ausencia y el ayuno tendrá sentido. Pero en esa ocasión será la Iglesia naciente la que concretará en cada época, por el poder que Dios le ha otorgado, las formas de ayuno más adecuadas para seguir fielmente el Espíritu del Señor.

14 de febrero de 2013

¡Unidos a Él en la Cruz!

Evangelio según San Lucas 9,22-25.


"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".
Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de Lucas encierra un cúmulo de enseñanzas de Jesús, para todos aquellos que hemos decidido seguirle en el camino de la salvación.
El evangelista omite la reprimenda que le da el Señor a Pedro y que viene detallada en los dos sinópticos restantes: En san Mateo, tras expresarle el Maestro a los discípulos que están a punto de llegar los momentos decisivos de su ministerio donde el sufrimiento se hará presente y sólo a través de él será posible la Redención, san Pedro exclama sin poder reprimirse: “¡Dios te libre, Señor! De ningún modo te ocurrirá eso”. Y en san Marcos, se nos refiere que Simón Pedro protestó ante el anuncio del preludio de la Pasión.
No debe extrañarnos esa reacción que tuvo el Apóstol, pues era un síntoma claro del profundo amor que sentía hacia Jesús. Pero el Señor le recuerda una verdad que cuanto antes aprenda, mejor será para la misión que le ha sido encomendada: Los cristianos junto a Cristo, estamos llamados a la Gloria; pero para ello debemos subir los peldaños del dolor, que son episodios clave en la vida de Jesús.


  Es en las circunstancias complicadas, donde la fortaleza del hombre se forja y la esperanza en Dios se pone a prueba. Es en esos malos momentos, donde el ser humano pierde pie y rueda por la pendiente de la tribulación, decidiendo si rebelarse o aceptar la voluntad de Dios, haciéndola suya.
El mensaje de Cristo es claro ¡no engaña a nadie!: seguirlo no será tarea fácil; porque hemos de hacernos otros Cristos, intentando identificarnos en todo momento con nuestro Maestro. Y ese camino pasará, irremediablemente, por la Pasión y la Cruz.
Ahora bien, junto al problema nos revela la solución: si estamos unidos a Él, si vivimos en Él a través de los Sacramentos y su Gracia nos inunda, seremos capaces de comprender que la vida sin el Señor no es Vida.
Que este mundo es el lugar donde elegimos como queremos pasar el resto de nuestra existencia; esa existencia sin final en la que formaremos parte, si libremente así lo hemos decidido, de ese Dios al que nunca debimos abandonar.


  Cierto que el dolor es un misterio, pero un misterio que se esclarece al ver al Verbo encarnado clavado en una Cruz. Si el propio Hijo de Dios realizó la salvación de los hombres a través de un madero, al que se subió ejerciendo su libertad; cada uno de nosotros, de forma libre y como el Señor otorgue, hemos de estar dispuestos a compartir su destino.
Tal vez jamás nos exija un testimonio que nos cueste la vida; pero seguro que si somos sus discípulos, ese testimonio llegará de mil maneras distintas. Y es entonces cuando, sin vergüenza, hay que responder que somos corredentores con Cristo ayudándole a llevar su Cruz, cargándola sobre nuestros hombros desnudos.
El Señor nos dice, en el Evangelio, que su fuerza no nos faltará, porque si nosotros no renegamos de Él, estará con nosotros hasta el fin de los tiempos como abogado, hermano y amigo fiel.


  Quiero terminar este comentario con unas palabras del Obispo vietnamita Francisco Nguyen Van Thuan, que pronunció mientras estuvo trece años preso en una celda de la prisión de Phú Khánh, y que son un tesoro para comprender, de forma práctica, lo que es la identificación de nuestra voluntad con la divina cuando se ha encontrado el profundo sentido del sufrimiento en la Pasión de Nuestro Señor:

“Te escucho ¿Qué me has susurrado?
¿Es un sueño?
Tú no me hablas de pasado
Del presente
No me hablas de mis sufrimientos,
Angustias…
Tú me hablas de tus proyectos
De mi misión.
Entonces canto tu Misericordia,
En la oscuridad, en mi fragilidad,
En mi anonadamiento,
Acepto mi cruz
Y la planto con las dos manos,
En mi corazón.
Si me permitieras elegir, no cambiaría
Ya no tengo miedo: he comprendido,
Te sigo en tu Pasión
Y en tu Resurrección”


¡Yo soy de mi amado!

Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18.
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo continúa con las enseñanzas de Jesús sobre el verdadero camino que nos lleva a la salvación.
Como vimos en el episodio de ayer, los doctores de la Ley habían cargado a ésta con prácticas externas e inútiles, difíciles de sobrellevar a las que habían añadido la limosna, la oración y el ayuno como actos fundamentales de la piedad individual. Pero debían cumplirse a través de unas manifestaciones exteriores, donde todo el pueblo era testigo del desempeño de las mismas.


  Jesucristo, con sus palabras, nos enseña que la verdadera piedad nace de la intimidad del hombre con Dios y crece en la conciencia, donde la divinidad valora la rectitud de intención.
Nacemos para Dios y, a pesar de que nuestra vida debe ser cumplir la voluntad de Nuestro Padre viviendo, transmitiendo y manifestando el Evangelio, la relación con Él forma parte únicamente de nuestro yo personal.
Mi amor a Dios no puede ser una moneda de cambio para situarme donde más me convenga; ni para buscar relaciones que puedan favorecer nuestra vida en este mundo; ni tan siquiera para que nuestros hermanos nos consideren más dignos de la comunidad que compartimos con ellos. 
Mi vida íntima con el Señor, mi relación con Él, forma parte de la entraña más profunda de mi ser; y es por eso que todo aquello que hacemos como respuesta amorosa a su sacrificio salvador, debe quedar en ese rincón del alma donde sólo encuentra cabida nuestra respuesta a su pregunta: ¿Sois míos?


  Por eso la Iglesia nos recuerda ahora que comienzan las prácticas de la Cuaresma, donde nos preparamos  para reconvertirnos al Señor siguiendo sus pasos en la Pasión. Que es necesario y útil manifestar al cuerpo el dominio del espíritu –acto verdaderamente humano-; siendo capaces, como nos enseñó Jesús, de prepararnos con el ayuno para ser señores de nosotros mismos, por amor a Dios.
De la misma manera, se nos recomienda dar limosna, no porque no se haya de hacer durante todo el año, sino porque es en estos momentos en los que el Señor se entrega a sí mismo por cada uno de nosotros donde cada uno de nosotros debe mostrar la misericordia con sus hermanos;y unirse a esa justicia divina que nos iguala a todos a los ojos de Dios.


  Y todos estos actos, que verdaderamente son manifestaciones ardientes del fuego divino que anida en nuestro corazón, jamás deben ser utilizados como medio para nada, porque son un fin en sí mismos. Ya que cada uno de ellos forma parte de esa íntima  relación con el Señor que nos hace susurrar cuando leemos el Cantar de los Cantares:

“Tu paladar es como vino generoso…

Que va derecho hacia mi amado,
Que hace hablar a los labios adormecidos.
Yo soy de mi amado,
Y Él siente pasión por mí”