27 de mayo de 2014

¿Quieres ser mi testigo?



Evangelio según San Juan 15,26-27.16,1-4.


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.»

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan, deja al descubierto la importancia que tiene para el hombre, y para su vida espiritual, recibir con prontitud los Sacramentos. Todos sabemos que es, en el signo sacramental, donde el Espíritu se hace presente y nos da la Gracia que nos capacita para ser fieles al mensaje cristiano, y conseguir la salvación que Cristo ganó para nosotros. Es un absurdo decidir, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos, aplazar sus beneficios a una decisión que, por ignorancia histórica y cultural, nunca aportará toda la información necesaria para recibirla plenamente en libertad; ya que aquellos que no están seguros de sus beneficios, tampoco instruirán a sus hijos en la fe católica. Es decir, que bajo el signo de lo conveniente, privamos a los demás de lo más necesario: “la vacuna” divina que nos libra del pecado original, y nos refuerza contra las tentaciones del enemigo.

  Jesús insiste en que sólo seremos capaces de conocerlo y de aceptarlo como el Hijo de Dios, entregando nuestra vida por la verdad del Evangelio, si hemos recibido la Luz del Paráclito. Y, como nos ha repetidos muchísimas veces el Maestro, solamente a su lado se encuentra la verdadera felicidad; por eso, recibir el Espíritu es abrir el corazón a la Revelación de Dios en Cristo, y encontrar el sentido a nuestro existir. Es allí donde comprendemos el profundo significado del sufrimiento humano, que se hace corredentor uniéndose al dolor, libre y voluntario, de Nuestro Señor. Es en ese momento, donde el hombre aprende a soportar con amor y a ofrecer a Dios su aflicción, para el bien propio y sobre todo, para el de nuestros hermanos.

  Solamente al lado de Jesús, podremos alcanzar esa paz que nos entrega con su presencia –ahora, sacramental- y que es el fruto de la lucha permanente por conseguir nuestra redención. Porque no sólo se trata de salir vencedores de las batallas que libramos contra nosotros mismos, resistiendo esta naturaleza caída que nos habla de sucumbir al egoísmo, al hedonismo y al placer sin sentido. Si no de la que debemos librar contra un mundo, al que no le interesa para nada que se hable de Dios.

  Por eso Jesús nos predice que quienes no conocen –ni quieren conocer- al Padre, e ignoran la realidad del Hijo, perseguirán a sus discípulos como también le persiguieron a Él. Sabéis que en muchos lugares, la manifestación pública –con palabras o hechos- de ser cristianos, acaba instantáneamente en una muerte violenta y atroz. En otros lugares, donde parece que reina la libertad y la democracia, la presión religiosa se vive solapadamente a través de una ridiculización generalizada en los medios de comunicación, y una presión estatal, donde no se respetan ni las creencias ni las costumbres, ni las formas de actuar y manifestar la fe. No olvidemos, y ya lo hemos vivido no hace tanto, que aquellos que predicaban el respeto a elegir, son los que silenciaron con la muerte aquellos labios que clamaban a Dios. El fanatismo puede arrastrar a muchos, inclusive a nosotros, hasta hacerles y hacernos creer que es lícito el crimen para servir a una causa, que se considera justa. Como siempre, la medida que marcará la seguridad de nuestros actos, será el amor.

  El Maestro insiste en que las persecuciones y las dificultades, que sin duda encontraremos todos aquellos que hemos decidido seguir a Jesús, no deben ser causa ni de escándalo ni de desánimo. Porque los cristianos, confortados por la acción del Espíritu Santo, tendremos en esos momentos, la ocasión de mostrar al mundo nuestra fe. El Señor nos instruye para que recordemos que esos males sólo serán transitorios, y que venceremos en las duras pruebas de la vida, los que hemos aceptado de la Iglesia –estando en ella- la fuerza de los Sacramentos. Es ahí donde recibimos la Gracia para superarnos y responder afirmativamente, con los dones del Espíritu, a la pregunta que Dios nos hace de forma personal: “¿Quieres ser mi testigo?”