8.
ABANDONO EN LA VOLUNTAD DIVINA.
Realidad dolorosa, que no se opone a la
alegría; porque lo opuesto a la alegría es la tristeza, la angustia, la
desesperanza y la rebeldía que a algunos les produce el dolor, cuando no está
unido a la verdadera Cruz de Cristo. El mismo Jesús manifestó, cuando estaba en
agonía en Getsemaní, esa oración al Padre de rechazo ante su sufrimiento:
“Padre, todo te es posible, aparta de mí este cáliz”; pero instantáneamente
sobrevino el abandono y la confianza en la Sabiduría bondadosa de Dios que le
hizo añadir: “pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mc. 14,36) Si así reaccionó el Hijo de Dios por
naturaleza ante el dolor de la Cruz, los que hemos sido hechos hijos en Él por
adopción, deberemos buscar la ayuda de Jesús a través de la fuerza de su
Espíritu, para poder descansar en su misericordia y amabilísima voluntad.
Así nos lo
recuerda santo Tomás Moro en su libro “Un hombre solo. Cartas desde la Torre”,
número 7, Agosto de 1534:
“Hija mía queridísima, nunca se perturbe tu
alma por cualquier cosa que pudiera ocurrirme en este mundo. Nada puede ocurrir
sino lo que Dios quiere. Y yo estoy muy seguro de que sea lo que sea, por muy
malo que parezca, será de verdad lo mejor”
Y esa actitud
convencida que parte de la fe arraigada en el fondo del alma, nos provocará la
verdadera esperanza, que tiene su origen en Dios y que domina, ante la dureza
de la contradicción más cruel, el profundo dolor de la dejación y el olvido,
convirtiéndolo en gozo amoroso ante la Cruz compartida de Jesucristo. Ante todo
esto, la mejor forma de afrontar cada uno su sufrimiento, no es el puro
esfuerzo ascético que reconduce el dolor hacia Dios a través de la voluntad;
sino el abandono, desde el fondo del alma, en los brazos amorosos de nuestro
Padre dejándole nuestro cuidado que, sin duda, será el mejor. Y así la lucha
cobra otra perspectiva: la del amor, por la que se superan todos los
obstáculos, cuando Dios está a nuestro lado a través de una vida sacramental,.
No se nos ahorran los esfuerzos, pero el convencimiento de que no estamos solos
en la batalla interior, agiganta nuestras fuerzas que descansan en Cristo y,
aunque no dejamos de sufrir, aprendemos a sufrir profundizando en el sentido
del dolor, que es el Amor.
Santo Tomás
Moro nos lo recuerda en su libro “Diálogo de la Fortaleza contra la
Tribulación”., capítulo 3 del Primer Libro, página 54:
“Hay dos tipos de personas en la
tribulación: unos no quieren buscar alivio alguno, los otros sí. Entre los
primeros hay también dos clases. Hay quienes están tan ahogados en dolor que
caen en un estado de mortal depresión: nada les importa, en casi nada piensan,
como si estuvieran en un letargo, con lo que puede ocurrir que desgasten el
seso y la memoria, y aún las pierdan del todo. Este tipo de pesadumbre sin
consuelo es el grado más alto del pecado de pereza. Hay otros que no buscan
consuelo, ni lo recibirán, pero en su
tribulación, sea pérdida o
enfermedad, se hacen tan irritables, tan airados y tan lejos de toda paciencia,
que para nada sirve hablarles. Es la suya una impaciencia tan furiosa que
parece estuvieran medio locos y puede que, al hacer hábito de tal conducta,
caigan en la locura completa. Esta clase de pesadumbre en la tribulación es una
rama alta y mala del pecado mortal de ira. Luego, como te decía, hay otro tipo
de gente que con mucho gusto serían consolados, y también aquí hay dos clases.
Unos buscan el alivio mundano; y de estos diré ahora poco. Pero si voy a decir
algo que aprendí de san Bernardo. El que estando en tribulación torna a las
vanidades del mundo para obtener ayuda y consuelo, se comporta como un hombre
que en peligro de ahogarse coge cualquier cosa que pasa al alcance de su mano,
y la agarra firmemente, aunque no sea más que un palo; pero eso no le ayuda
porque se lleva el palo consigo bajo el agua y ahí se ahogan los dos juntos. Si
nos acostumbramos a poner nuestras esperanzas de consuelo en el deleite que dan
esas insensateces, Dios permitirá que, por esa falta, nuestra tribulación
crezca tanto que todo el placer de este mundo nunca nos mantenga a flote, y el
insensato placer se ahogará con nosotros en el abismo de la tribulación. El
otro tipo es el de los que desean ser confortados Por Dios. Y como te decía
antes, sólo en este deseo poseen ya gran causa de consuelo. Esta actitud suya
puede muy bien ser causa de mucho alivio por dos importantes consideraciones:
una es que buscan consuelo donde no dejarán de encontrarlo, pues Dios puede
dárselo y se lo dará. Puede porque es todopoderoso; se lo dará porque es
sumamente bueno y Él mismo se lo ha prometido: Pedid y se os dará. El que tenga
fe, como ha de tener el que vaya a ser confortado, no puede dudar de que Dios
cumplirá ciertamente su promesa, y por tanto tiene mucha razón para tener ya
alivio. Ten en cuenta que me refiero a quien anhele ser consolado por Dios.
Deja en manos de Dios la manera de hacerlo y permanece contento ya le quite o
disminuye la tribulación, ya le de paciencia y fortaleza espiritual para
soportarla. De quien sólo desea que Dios le quite la aflicción, no podemos
garantizar que esa actitud sea causa de mucho alivio, pues puede que desee la
solución que no es la mejor para él.”
Por eso al
lado de Jesús se hace compatible el dolor y la alegría, ya que un sufrimiento
sin tristeza, sin angustia, sin desesperación es indudablemente menos pesado y
más llevadero. Jesucristo es el Cireneo que nos ayuda en el dolor; sin
sustituirnos, sin suprimirlo, pero compartiendo y haciendo más llevadero el
camino a la cruz en este misterio de estrecha cooperación entre gracia y
libertad. Es por ello que tenemos tantos ejemplos de santos que en el amor no
se han planteado descansos ni treguas, y por ello han sido fieles en el dolor.
Si Dios, su Padre, les da consuelos, maravilloso y sino, también. Forjados en
las virtudes heroicas han aceptado, asumido y se han entregado libremente a la
voluntad de Dios en el dolor, identificándose con Cristo.