Evangelio según San Marcos 12,35-37.
Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba:
"¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David?
El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.
Si el mismo David lo llama 'Señor', ¿Cómo puede ser hijo suyo?". La multitud escuchaba a Jesús con agrado.
El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.
Si el mismo David lo llama 'Señor', ¿Cómo puede ser hijo suyo?". La multitud escuchaba a Jesús con agrado.
COMENTARIO:
Vemos en este
Evangelio de san Marcos, como Jesús no cesa en su empeño de enseñar a los
hombres la Verdad divina. Para Él no tiene importancia el lugar, el momento o
las circunstancias. Tanto le da que sea la cima de una montaña, la Barca de
Pedro o el Templo de Jerusalén. Todos los sitios son adecuados para
acercar a las personas al Padre, y dar
luz a su conocimiento.
Bien hubiera
podido querer Dios que, ante el acto de fe, los seres humanos hubiéramos
adquirido la sabiduría necesaria para asumir la realidad trinitaria. Pero, sin
embargo, cuando la luz de Espíritu Santo nos inunda el alma, se despierta en
nosotros el deseo por descubrir y la fuerza para no desfallecer. Dios ha
querido revelarse progresivamente a los hombres, y que los hombres –a través de
nuestro esfuerzo y nuestra voluntad- vayamos comprendiendo progresivamente el
misterio de su identidad, que se manifiesta en Cristo.
Somos como
aquellos niños que, cursando primaria, van a una clase de la Universidad; y,
como es muy lógico, no entienden nada. No porque no estén capacitados para
estudiar; y ni mucho menos porque lo que les cuentan sea mentira, sino porque
les faltan elementos de conocimiento para discernir las ciencias y los
problemas que se les plantean; elementos que, si persisten y no se desaniman,
adquirirán con el tiempo y con la maduración intelectual. Pues bien, en las
cosas de Dios ocurre lo mismo. Muchas veces no entender algo, no quiere decir
que no sea verdad; sino que hemos de interiorizarlo más y formarnos mejor. Por
eso Jesús no cesa en su empeño de descubrir el verdadero sentido de la Escritura;
y de manifestar, a los que escuchan, que todos aquellos que Le han aceptado
como el Mesías prometido, el Hijo de David o el enviado del Señor, en realidad
no han podido alcanzar y entender, la inmensidad de su Persona.
Porque Él es el
Hijo de Dios. Dios de Dios, Luz de Luz, Él es el Señor; y ese título que ya
muchos le han dado aquí en la tierra, encierra la identidad con el Padre y
designa su divinidad. Sólo hay que recordar como Tomás, cuando cree ante la
evidencia de Jesús resucitado y pone el dedo en su llaga, humilla su
entendimiento y entrega su voluntad, aceptando a Cristo como Dios hecho Hombre;
con una frase, que se ha convertido en una oración en sí misma: “¡Señor mío, y
Dios mío!”.
Por eso les
insiste a todos aquellos que le siguen, que abran su corazón y acepten el
misterio inefable de que Dios, que es Uno, es en su unidad, Tres Personas
divinas. Que ya lo anunciaba Génesis cuando, en el momento de la creación del
hombre, el Señor pluraliza con un: “Hagamos al hombre, a nuestra imagen y
semejanza”. Que Él, que es el Verbo, ha
sido enviado a encarnarse de María Santísima y se ha hecho Hombre, sin dejar de
ser Dios, porque ha asumido libremente el castigo del género humano, para
liberarlos del pecado y devolvernos la vida eterna. Que no sólo es el
descendiente de David, según la Carne, sino –y como ya anunciaba el Antiguo
Testamento- Él es el Señor de David, según el Espíritu.
Es tan inmenso
todo lo que les descubre –y nos descubre- el Maestro, que sólo por el poder del
Paráclito, a través de la recepción de su Gracia, podemos alcanzar un ápice de
su discernimiento. ¿Qué te parece si empezamos a pedirlo? ¿Qué te parece, si
empezamos a valorar la necesidad de conocer para amar, creer y aceptar? ¿Qué te
parece, si despertamos al letargo de la comodidad, por el que nos jugamos la
eternidad al lado de Dios? ¿Qué te parece?