28 de junio de 2015

¿Vamos a desconfiar?

Evangelio según San Marcos 5,21-43. 


Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate".
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Marcos contempla dos milagros de Jesús que, personalmente, me llenan de gozo, esperanza y paz. El Discípulo de Pedro, detalla cada momento y circunstancia que ha acompañado los sucesos de Jairo y de la enferma de hemorrosía. Y es fácil sentirse partícipe de ese episodio que nos cuenta, por la forma que tiene de transmitir los hechos; logrando que, si cerramos los ojos y hacemos un ejercicio de introspección, podamos observar al Maestro y a sus discípulos bajar de la barca que los ha devuelto a la orilla, tras visitar el pueblo de los gerasenos.

  Allí, entre la multitud que esperaba al Señor, se encontraba el jefe de la sinagoga que, a pesar de los comentarios que seguramente había oído de Jesús por parte de los doctores de la Ley, estaba dispuesto a poner en Él su confianza. Lo necesitaba, desde lo más hondo de su corazón, porque su hija estaba enferma. Sabía, aunque no sabía porque lo sabía, que podía descansar en el Maestro; que Él era el único que podía devolver la salud a la pequeña.

  Pero el Señor quiere poner a prueba la fidelidad y la fortaleza de Jairo, ante el anuncio que le hacen unos conocidos de la muerte de su hija. Seguramente otro, roto de dolor, hubiera pensado que de nada había servido acercarse al Nazareno; pero él, no. Tiene el convencimiento de que ante Jesús, la muerte se rinde a su poder; y surge de su Palabra, la Vida. Por eso la confianza de Jairo se ve recompensada con la resurrección de su hija. Y es que el Señor corresponde con su Gracia, la fidelidad de sus discípulos. Porque eso es lo que es ese hombre, sin saberlo. Y es que el Maestro descubre antes que nosotros, que Su semilla ha arralado en nuestro interior.

  ¡Y qué decir de la enferma de hemorrosía! Sin esperanza ante la ciencia médica. Desilusionada y ante un futuro incierto, decide acercarse a Jesús; segura de que al contacto con su Persona, logrará el milagro que tanto ansía. Vence las dificultades y se acerca entre la muchedumbre; aspirando a tocar un trocito de su manto. Ni siquiera pide; sólo cree. Y Cristo lo percibe; lo siente; nota fluir su Fuerza divina, al encuentro de un alma entregada y rendida.


   ¡Qué bien y qué claro nos habla el Señor a través del Evangelio! Porque eso nos pide a ti y a mí, hoy. Quiere que le entreguemos nuestro corazón y descansemos en su Providencia. Qué aprendamos a orar, cómo era costumbre entre el pueblo judío: uniendo el agradecimiento a la petición. Así de grande era su convencimiento, de que Dios nada les negaría. Y nosotros, que hemos escuchado de labios de Cristo asegurarnos que se nos abrirán todas las puertas a las que llamemos ¿vamos a desconfiar? ¿Cómo vamos a hacerlo, si el Hijo de Dios ha sido capaz de morir por nosotros? Nadie que ha hecho un sacrificio tan grande por amor a los hombres, se resiste al clamor de sus necesidades. Sólo nos pide que le tratemos; que le busquemos en la Escritura y lo encontremos en los Sacramentos. Que no dudemos del poder de su Palabra; porque recibiremos aquello que nos convenga, para el bien más grande: nuestra salvación. Nos insta a amarle y hacernos suyos, siendo fieles testigos de su mensaje. Porque no olvidéis nunca que ser cristiano ¡es pertenecer a Cristo!