Lectura del santo evangelio según san Mateo
(11,16-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: « ¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado." Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio." Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: « ¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado." Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio." Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Mateo, el Señor nos previene contra la incredulidad; de la que
hicieron gala aquellas gentes, que desoyeron la llamada de Juan el Bautista
alegando unas causas, e hicieron lo mismo con Jesús, justamente por las
contrarias. Así, con una alusión a una canción o a algún juego infantil o
popular de la época, el Maestro recrimina a todos aquellos que se dedican a
poner excusas, para no admitir las razones de una Verdad que se manifiesta en
su vida y en su historia.
Haciendo una
alusión al pasaje anterior, el escritor sagrado nos indica que los seguidores
del Bautista ya han comprobado con sus propios ojos, que las obras de Cristo son
las obras del Mesías; y, por ello, confirmarán los hechos al hijo de Zacarías e
Isabel, que está preso por orden de Herodes. Esa es la razón de que muchos de
sus discípulos, que esperaban junto a él la llegada del Ungido de Israel, sigan
a partir de ahora, su vida al lado de Jesús.
El Señor, ante
ello, insiste en recriminar el error que cometen los que siguen acusándole; no
porque no vean, sino porque se han negado a percibir la realidad que se impone
ante sus ojos. Y el Maestro se duele, porque ante esa actitud, es imposible
penetrar en su corazón. Es inútil todo lo que Él haga, para llegar a su
interior; todo lo que les hable, todo lo que les muestre. Porque han tomado la
decisión de no creer, suceda lo que suceda.
No os penséis,
queridos míos, que eso ha cambiado tanto desde los tiempos de Jesús a los
nuestros; porque los hombres somos los mismos. Por eso nos advierte la
Escritura, que en el último momento uno será tomado y otro dejado, por los
Ángeles del Cielo. No porque Dios así lo quiera, sino porque en nuestra
libertad nos hemos puesto una venda para no percibir la luz divina y tener que
comprometernos. Ya que el Señor nos llama a ser responsables con todo aquello
que ha surgido de sus manos, especialmente con su obra más sublime y amada: el
ser humano.
Jesús se aflige
con esos jefes de los pueblos, que le acusan de comilón y bebedor; de ser amigo
de pecadores, publicanos y meretrices. Y se lamenta, no porque le preocupe el
qué dirán, sino porque muchos de aquellos que le escuchan son incapaces de
trascender los acontecimientos y percibir la realidad que nos habla de lo que
es capaz de hacer el Hijo de Dios, por salvar a los hombres: nos habla del amor
divino.
Es así, como en
su intransigencia y su insensatez, correrán el riesgo de no darse cuenta de la
verdadera plenitud, a la que nos llama el Señor en esta vida: a estar
dispuestos, ignorando la situación, la raza o el color, de entregarnos a los
demás; sobre todo a los que más nos necesitan. Pondrán todo tipo de excusas,
para no madurar en su fe y reconocer en
la Humanidad Santísima de Cristo, la misericordia y la magnanimidad de Dios.
Porque los hechos son los que son, y son iguales para todos. La diferencia, por
ello, estriba en la maldad, el egoísmo y la soberbia, con que lo percibimos.
Tal vez, como
nos indicó el Bautista ante la necesidad de conversión para recibir al Mesías,
ha llegado el momento de hacer un buen examen de conciencia y, arrepentidos,
recurrir a la Penitencia: limpiar nuestro interior de las miserias de esta
vida, y prepararnos para que anide en nosotros la Gracia divina. Sólo así
estaremos listos y dispuestos para percibir la grandeza de la Palabra y de los
hechos, y ser capaces de caminar por los senderos de esta tierra –hasta por los
más oscuros- de la mano de Jesús de Nazaret. ¡No dejes pasar tu oportunidad!