26 de junio de 2015

¡No desperdicies esa Gracia!

Evangelio según San Mateo 8,1-4. 


Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo podemos observar ante todo, como a Jesús le seguía una gran multitud. Multitud que después, cuando se requiera su presencia ante Pilatos para pedir la libertad del Señor, será manipulada por los miembros del Sanedrín o, simplemente, se quedará cómodamente en su casa, para no comprometerse. Todos ellos, que gozaron de los milagros y disfrutaron de la Palabra, serán incoherentes con su compromiso y terminarán formando parte –por eludir su deber- de la crucifixión del Señor.

  Pero ahora contemplamos cómo la gente le seguía sorprendida y admirada; por eso, por su popularidad y su mensaje, le temían los doctores de la Ley. Sin embargo, y a pesar de todo, Jesús seguía fielmente lo que la Ley mandaba; simplemente priorizaba el amor –que era donde descansaban los preceptos de Dios- y la iluminaba, corrigiendo su interpretación equivocada, para que pudieran comprender su verdadero sentido.

  Y vemos cómo de entre aquella gente surgió un leproso que, lleno de fe, se postró ante el Hijo de Dios para que le librara de la enfermedad. Su presencia en medio del gentío, se puede considerar un acto de coraje, confianza y esperanza ante la seguridad de que vale la pena arriesgarse a todo, para ir al encuentro del Único que puede salvarle. Y es que el hombre sabía a lo que se exponía, al contravenir los mandatos que se recogían en el Levítico, sobre el comportamiento que debían seguir:
“El enfermo de lepra llevará los vestidos rasgados, el cabello desgreñado, cubierta la barba; y al pasar gritará: “¡impuro, impuro!”. Durante el tiempo que esté enfermo de lepra, es impuro. Habitará fuera del campamento, pues es impuro”. (Lv. 13. 45-46)
Pero también ha escuchado en su interior esa voz que clama por ir al encuentro de Jesús y, arrepentido de sus faltas, pedir que le limpie el alma y el cuerpo. Está convencido, porque ha oído las maravillas que explicaban del Maestro, que se encuentra ante la presencia del Mesías. Y lo sabe, aunque todavía no es consciente de ello, porque el Espíritu ha iluminado su corazón y él no Le ha puesto ningún impedimento. Por eso, estirado ante Esa Persona que tan bien conoce por las Escrituras, le pide al Señor que, si es su voluntad, le cure. Aquel hombre, que parece indigno a los ojos de los demás, condiciona su salud al querer de Dios; porque espera y confía en su amor y su misericordia. Sabe, que si es para bien, Jesús no se negará a devolvérsela.

  Y como bien sabéis –y como ocurre siempre que la persona presenta una fe rendida- el Hijo de Dios quiso; y la lepra abandonó el cuerpo del enfermo. ¡Qué lección tan grande para todos nosotros! Para todos aquellos que recurrimos constantemente al favor de Cristo, cómo si tuviéramos el derecho de ser correspondidos. Una vez más se demuestra que al Señor, le mueve la humildad de un corazón contrito. Pero además Jesús nos enseña al acercarse al leproso, que nunca hay que hacer acepción de personas. Que no debemos despreciar a nadie que, a pesar de la vida oscura y complicada que haya tenido, esté dispuesto a cambiar y a recibir el mensaje de Cristo. Porque si nosotros no tenemos manchas y heridas en el alma, sólo es por la Gracia de Dios que nos ha regalado los Sacramentos. Ningún mérito merecemos, salvo el de recurrir a la misericordia del perdón en la Penitencia cuando cometemos una falta, recuperando la salud interior. Pues bien, ese debe ser un apostolado que debe ocupar parte de nuestra vida: acercar a Jesús, en la confesión, a todos aquellos que sufren el dolor que causa el desorden moral; y que es fruto del pecado. Porque sólo ante la presencia divina, el ser humano recupera el vigor, la paz y la alegría.

  Finaliza el párrafo con una orden del Maestro, que denota el respeto que tenía por lo establecido en la Ley; ya que una vez curado el leproso, le indica que cumpla con el rito que para ello había ordenado Moisés, y que se recoge en el libro del Levítico. Allí está prescrito que el sacerdote de testimonio de la curación; y tras ofrecer unos presentes a Dios –de una manera precisa- sea declarado por él, puro. Jesús le ha devuelto la salud, pero quiere que el hombre siga la liturgia establecida para la ocasión, porque es el medio escogido por Dios –que tan bien nos conoce- para ser readmitidos a la vida de la comunidad.

  Lo mismo ocurre con nosotros, pero trascendido por el sacrificio redentor de Cristo. El Señor perdona nuestros pecados –y sólo Él puede perdonarlos- a través del Sacramento de la Penitencia. Donde el sacerdote es el medio elegido para transmitir la Gracia divina, y declararnos limpios de nuestras faltas; manifestando que podemos gozar del Banquete Eucarístico, como miembros de la Iglesia. Por eso tú y yo, no sólo hemos de tener ansia y necesidad de ponernos en la presencia divina –a través de la presencia sacerdotal- para decirle a Jesús que nos  limpie; sino que debemos acercar a los demás –sobre todo a los que más queremos- al tesoro inmenso de la misericordia de Dios.


  No hagas caso de aquellos servidores de Satanás que intentan confundirte, como han hecho siempre, menospreciando y desvalorizando el verdadero sentido de la confesión sacramental; alegando que ellos no se confiesan con hombres. Recuerda que aquel leproso intuía la divinidad de Cristo, pero sólo apreciaba su Humanidad. Porque el Padre siempre nos exige el acto de fe, que descansa en la confianza de su Palabra. Y el Maestro fue muy claro, ante la potestad conferida a sus apóstoles para toda la vida de la Iglesia. La evidencia no existe, ni es necesaria para el que cree; por eso, haz oídos sordos a las insidias del enemigo y ¡No desperdicies esa Gracia!