9 de enero de 2015

Nunca estaremos solos.

Evangelio según San Marcos 6,45-52.


Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud.
Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra.
Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor,
porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.



COMENTARIO:

  En este Evangelio de Marcos, se nos cuenta como tras el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el Señor obliga a sus discípulos a que suban a la barca y le precedan en su camino a Betsaida. Los envía solos, en medio del mar, mientras la oscuridad cubre el cielo y el viento azota su nave. No les estaba siendo fácil a aquellos hombres, alcanzar la orilla; ya que el esfuerzo realizado los cansaba por minutos y, como ocurre muchas veces cuando vemos que no podemos controlar la situación, el miedo comenzaba a atenazar sus músculos. Jesús lo sabe; y permanece cerca de ellos, para ayudarlos. Pero quiere que luchen, que se esfuercen, que se fortalezca su esperanza y confíen en su Persona, aunque no esté presente. Ya que eso es un claro indicativo de que conocen y aceptan la realidad divina, que se esconde en su naturaleza humana.

  Tendréis que reconocer conmigo que éste, es un texto maravilloso que manifiesta un perfecto paralelismo con la vida de cada uno de nosotros. El Señor nos ha llamado a subir a su Barca, la Iglesia, y nos ha pedido que surquemos las aguas en busca de nuevas orillas; que propaguemos en ellas el Evangelio y anunciemos su venida, llamando a la conversión, a la necesidad de arrepentimiento. Y nos recuerda que, como aquellos primeros, nos encontraremos tempestades en los mares embravecidos de este mundo complicado; y que a veces, resultarán muy difíciles de vencer. Serán esos momentos, en los que deberemos meditar las palabras de la Escritura, y no olvidar que Jesús nos enseña a esperar con paciencia; y a no desfallecer, ante la seguridad de encontrarnos con su Providencia. Porque lo difícil no es creer cuando todo va bien, sino cuando no se ve la salida del túnel y el sufrimiento nos aprisiona el alma.

  Siempre se educa más y nos hacemos más fuertes, en situaciones precarias, que cuando nadamos en la abundancia. Es curioso que cuando menos se tiene, se está dispuesto a dar y repartir más. Es como si la dificultad nos sensibilizara en el dolor de los hermanos, y nos hiciera mejores personas. Pues bien, Dios algunas veces utiliza esa pedagogía de Padre, para enseñar a sus hijos. Pero, a pesar de ello y tal vez por ello, como buen Creador siempre estará al lado, pendiente, de sus criaturas; y así, de una forma sobrenatural e inexplicable, caminará sobre las aguas para compartir y ser con nosotros, Iglesia.

  Nunca estaremos solos en la Barca de Pedro; y cuando el Maestro esté a nuestro lado, el viento se calmará y las circunstancias adversas tomarán otra perspectiva. Ese es el secreto de la alegría cristiana, que tanto ha costado de entender a todos aquellos que han sido incapaces de descubrir el don de la fe, que albergan los discípulos de Cristo. Estamos tan seguros de que el Hijo de Dios nos acompaña, que todo lo que nos sucede, aunque nos cueste de entender, lo aceptamos como algo bueno, venido de las manos del Señor. Y esa actitud, que es producto de la Gracia, nos llega a través del Espíritu Santo que nos envía su fuerza. Esa fuerza que hizo posible que aquellos primeros miembros de la comunidad cristiana, no desfallecieran y entonaran cantos de alabanza, cuando los enviaban al martirio.


  El texto también nos muestra que muchas veces nosotros, como hicieron los que se encontraban con Cristo en la barca, no entendemos las maravillas sobrenaturales que el Señor ha hecho por nosotros. Aquellos discípulos tenían su mente enceguecida porque les faltaba la luz del Paráclito, que Jesús les enviará en Pentecostés. Tú y yo, muchas veces, observamos la vida a través de unas gafas de desorden, pecado y corrupción, que no nos permiten ver la realidad divina de las cosas.  Porque esa luz divina que ilumina los misterios, la recibimos a través del Bautismo; y la fortalecemos mediante la vida sacramental. Por nosotros mismos somos incapaces de descubrir la Verdad plena –y creer que podemos es un acto de soberbia, que conlleva la pérdida de la vida eterna- que sólo se abre a nuestro interior, cuando entregamos a Dios la voluntad y el corazón.