9 de enero de 2015

¡Capítulo décimotercero!



C A P I T U L O        X I I I



  ¡He preparando con ilusión, los menús de Navidad! Los que me conocéis sabéis que la familia es para mí  la pieza más importante para la estabilidad y el crecimiento personal.  Pues si este concepto guía todos los momentos del año, imaginaros que será cuando llegan estos días tan entrañables en el calendario, donde se nos recuerda que el amor es entrega, sacrificio, servicio y unión encarnados en los ojos de un Niño, que es todo un Dios.


  Y muchos de vosotros podéis preguntarme, por qué me complico la vida con algo que a primera vista parece tan material, como es la comida que se sirve en estas fiestas. Mirad, si yo celebro todas las fechas señaladas de las personas que quiero, ofreciéndoles mi trabajo culinario para agasajarlos y hacerles sentir que son especiales  para mí, suponer el placer que significa compartir con ellos estos días que, junto con el de Resurección , son los más importantes de mi identidad como creyente.


  ¿Cómo no voy a esforzarme en realzar los platos, arreglar la casa o intentar que todos se unan en un sentimiento de amor compartido? No os llevéis a engaño… Las tertulias surgidas después de un buen almuerzo al degustar un aromático café, sin prisas y con ánimo de comunicación, predisponen a la confidencia y a la buena relación de los que la componen.


  No os hablo ¡no os confundáis! de gastaros en sofisticados manjares, cuyo precio se desorbita en el mercado, un dinero que dejará, pasadas las fiestas, un poso de amargura por la insensatez de su gasto. En absoluto; ya que las comidas tradicionales son exquisitas y asequibles a cualquier bolsillo. Todo se reduce a una misma  finalidad, y es el amor que ponemos en nuestros actos ya sea cocinando, preparando una mesa, o simplemente distribuyendo las figuras del Belén con la intención de unir a su alrededor las voces de nuestra familia en un cántico de acción de gracias y de esperanza; entrelazando las manos unos con otros para transmitirnos, junto a la experiencia de los mayores, la inestimable curiosidad de los pequeños.


  Hemos de conseguir predisponer el alma en una actitud de futuros proyectos, que nacen en ese portal al contemplar a la Sagrada Familia, no con un sentimiento momentáneo de encontrada alegría, sino de compromiso dispuesto y argumento coherente para construir nuestra vida.


  Hay una canción catalana, cuya estrofa se repite; y a mí me parece casi un lema para recordar: “Yo quisiera que todo el año fuera como Navidad”.  Pues bien, intentar con todas vuestras fuerzas que este día sea el primero que comienza el 24 de Diciembre, y que ya nunca tenga fecha de caducidad. Hemos de saber transmitir a los que nos rodean el mensaje de amor, de donación y de compromiso que surge al calor  de algo tan humilde como un portal de Belén. Que prediquemos durante todo el año las divinas palabras de Cristo; y, cuando llegue el aguijón del sufrimiento, sepamos compartir  la pesada Cruz, que el Señor arrastró hasta el límite del Calvario.

  La Navidad no es sólo una fiesta, ni una conmemoración; es un compromiso voluntariamente aceptado de recibir y hacer crecer en nuestras almas, aquel Infante –tan humano y tan divino- de grandes ojos, que repitió incansablemente a lo largo de Su vida: “Ven  y sígueme”.