C A P I T U L O X I I I
¡He preparando con ilusión, los menús de
Navidad! Los que me conocéis sabéis que la familia es para mí la pieza más importante para la estabilidad y
el crecimiento personal. Pues si este
concepto guía todos los momentos del año, imaginaros que será cuando llegan
estos días tan entrañables en el calendario, donde se nos recuerda que el amor
es entrega, sacrificio, servicio y unión encarnados en los ojos de un Niño, que
es todo un Dios.
Y muchos de vosotros podéis preguntarme, por qué
me complico la vida con algo que a primera vista parece tan material, como es
la comida que se sirve en estas fiestas. Mirad, si yo celebro todas las fechas
señaladas de las personas que quiero, ofreciéndoles mi trabajo culinario para
agasajarlos y hacerles sentir que son especiales para mí, suponer el placer que significa
compartir con ellos estos días que, junto con el de Resurección , son los más
importantes de mi identidad como creyente.
¿Cómo no voy a esforzarme en realzar los
platos, arreglar la casa o intentar que todos se unan en un sentimiento de amor
compartido? No os llevéis a engaño… Las tertulias surgidas después de un buen
almuerzo al degustar un aromático café, sin prisas y con ánimo de comunicación,
predisponen a la confidencia y a la buena relación de los que la componen.
No os hablo ¡no os confundáis! de gastaros en
sofisticados manjares, cuyo precio se desorbita en el mercado, un dinero que
dejará, pasadas las fiestas, un poso de amargura por la insensatez de su gasto.
En absoluto; ya que las comidas tradicionales son exquisitas y asequibles a
cualquier bolsillo. Todo se reduce a una misma
finalidad, y es el amor que ponemos en nuestros actos ya sea cocinando,
preparando una mesa, o simplemente distribuyendo las figuras del Belén con la
intención de unir a su alrededor las voces de nuestra familia en un cántico de
acción de gracias y de esperanza; entrelazando las manos unos con otros para
transmitirnos, junto a la experiencia de los mayores, la inestimable curiosidad
de los pequeños.
Hemos de conseguir predisponer el alma en una
actitud de futuros proyectos, que nacen en ese portal al contemplar a la Sagrada
Familia, no con un sentimiento momentáneo de encontrada alegría, sino de
compromiso dispuesto y argumento coherente para construir nuestra vida.
Hay una canción catalana, cuya estrofa se
repite; y a mí me parece casi un lema para recordar: “Yo quisiera que todo el
año fuera como Navidad”. Pues bien,
intentar con todas vuestras fuerzas que este día sea el primero que comienza el 24
de Diciembre, y que ya nunca tenga fecha de caducidad. Hemos de saber transmitir a los que
nos rodean el mensaje de amor, de donación y de compromiso que surge al
calor de algo tan humilde como un portal
de Belén. Que prediquemos durante todo el año las divinas palabras de Cristo; y,
cuando llegue el aguijón del sufrimiento, sepamos compartir la pesada Cruz, que el Señor arrastró hasta
el límite del Calvario.
La Navidad no es sólo una fiesta, ni una conmemoración;
es un compromiso voluntariamente aceptado de recibir y hacer crecer en nuestras
almas, aquel Infante –tan humano y tan divino- de grandes ojos, que repitió
incansablemente a lo largo de Su vida: “Ven
y sígueme”.