20 de enero de 2015

¡No cerremos la puerta a Cristo!



Evangelio según San Marcos 2,23-28.


Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar.
Entonces los fariseos le dijeron: "¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".
El les respondió: "¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre,
cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?".
Y agregó: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado".

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Marcos, nos descubre un pasaje donde el Señor aprovecha para recordar a los hombres, que no hay nada tan importante en el mundo, como el ser humano. Nada, absolutamente nada, puede justificar que no respetemos su dignidad ni luchemos para que goce de una vida en condiciones. Ningún gobierno, ni ninguna ideología, pueden utilizar a las personas en su propio beneficio, ya que cada uno de nosotros es un fin en sí mismo, y no un medio para nadie. Cada existencia, independientemente del resto, ha sido merecedora del amor divino, hasta sus últimas consecuencias.

  Vemos otra vez, como aquellos fariseos recriminan a Jesús que no cumpla, al pie de la letra, las prescripciones de la Ley que, curiosamente, ellos habían detallado, añadido y sobrecargado. Prescripciones que, como habéis visto en todo el Nuevo Testamento, han vaciado de su verdadero contenido. Ya que Dios dio sus Mandamientos, para que los hombres conociéramos y evitáramos todo aquellos que podía dañarnos –tanto espiritual, como moralmente-; es decir, que fueron puestos para prevenir males y ayudarnos a alcanzar la verdadera Felicidad. Por eso, la finalidad de los mandatos divinos, siempre  ha sido el amor, el bienestar y la paz de los hombres.

  El Maestro intenta explicarles a aquellos doctores de la Ley –con una frase proverbial- que tienen cerrada su mente ante cualquiera de sus razonamientos; y que, por ello, son incapaces de apreciar que tales preceptos deben ceder ante la Ley natural. Que el mandato del sábado, no puede estar por encima de las necesidades de subsistencia. Y para que vean que eso es así y que tiene una connotación histórica y, a la vez, religiosa, les recuerda como Samuel nos ha transmitido el episodio de David, cuando llegó a Nob por un asunto del rey Saúl y necesitó pan para él y sus hombres. El sacerdote le dio el pan sagrado, que habían retirado de delante del Señor, para ser reemplazados al día siguiente; y que quedaban reservados para los propios sacerdotes. Les dio los doce, que representaban las antiguas tribus de Israel, para que saciara su apetito y el de sus hombres, en la contienda.

  Esa conducta de Abiatar, se fundaba en la práctica del Antiguo Testamento, donde los mandatos de la Ley, que eran de menor importancia, cedían ante los principales. Y aquí Jesús recuerda e insiste, a todos los que le escuchan y que somos todos, en el valor sublime de la persona humana; por la que Él derramará hasta la última gota de su Sangre, y lo hará sin distinción. Hasta por aquellos fariseos, que sólo buscan su perdición; exigiéndoles solamente, que se arrepientan de sus pecados y le acepten como lo que Es, el Hijo de Dios. Por eso, la ordenación de las cosas en esta vida, siempre tiene que estar sometida al orden personal.

  Vemos también en el texto, como Jesús se presenta ante ellos como el “Señor del sábado”. Si tenemos presente que el precepto del sábado era de institución divina, en realidad el Maestro les está diciendo implícitamente, que Él es Dios.  Sabéis que, años después, la Iglesia apostólica y primitiva trasladó la observancia de este mandato al domingo, por inspiración divina, para celebrar la Resurrección de Cristo. Verdaderamente, de lo que se trata, y que las fuerzas de este mundo intentan erradicar, es mantener el verdadero sentido de la fiesta: y que no es otro que descansar y rendir gloria al Altísimo. Es una jornada que pertenece a Dios, para que la vivamos en Dios: asistiendo a Misa, orando con más tiempo y paz, y sobre todo, compartiéndolo con nuestros familiares y amigos, para acercarlos con nuestras palabras y tertulias, a la fe.

  Jesucristo termina su alocución, con una expresión del profeta Daniel, donde nombra en la Escritura al Mesías, como el “Hijo de Hombre”. Llama la atención que, cuando prendan a Jesús para condenarle, le acusen y le exijan que afirme si se considera el Mesías prometido; ya que el Señor lo ha reiterado de muchas maneras, a lo largo de su predicación. El problema es que sus oídos estaban cerrados y no han querido oír, y ni mucho menos interiorizar, su contenido. Que no nos pase lo mismo a nosotros; abramos nuestro corazón a Jesús y permitamos que el Espíritu ilumine nuestro interior y reafirme nuestra fe ¡No cerremos la puerta a Cristo!