30 de enero de 2015

¡Epílogo!



E P Í L O G O


  Estuve el domingo con la madre de una amiga mía, que sufre Alzheimer. Desde su mundo, hablamos un rato sin poder compartir los recuerdos que la enfermedad le ha robado; y recordé unas palabras que oí hace un tiempo, referentes a que el Señor no nos juzgará ni por nuestra memoria, ni por nuestra cabeza, sino por el tamaño de nuestro “corazón”: por el amor que hayamos puesto en todos nuestros actos. Y eso me dio mucha paz, porque mi interlocutora lo ha tenido tan grande, que casi no le ha cabido en el pecho.

  Ése es nuestro Dios, desconocido para muchos que lo ven como una entelequia, y mal comprendido por otros que no han sabido abstraer El fondo divino del compromiso humano, latente en la forma.
Pienso muchas veces que si las mujeres hubiéramos escrito el Evangelio, tal vez hubiera sido más fácil. Puede que el mensaje doctrinal no hubiera sido tan profundo, pero estoy convencida que la transmisión de esos gestos y esas miradas, que fueron capaces de remover corazones tan apegados a sus miserias, como por ejemplo el de María Magdalena, nos inundarían el alma de alegría ¡Qué se le va a hacer! ¡Dios sabe más!

  Pero lo que sí podemos, es transmitirlo con todo el amor del que somos capaces, ilusionando a los que nos escuchan y esperanzando a los que caminan a nuestro lado. Podemos y debemos,  ser las espuelas que ayuden a que “los pura sangre” no se conformen con ir al trote, sino que galopen en libertad por las verdes praderas de la vida.

  No quiero terminar este libro sin compartir con vosotros una imagen que se me quedó grabada en el alma. En una Iglesia de mi pueblo, existe una escultura de la Virgen sosteniendo al Niño Jesús, que comienza a dar sus primeros pasos, de ambas manitas para que no se caiga. Tened siempre presente en la oración, que María es Esa Madre, don de Dios, que no nos dejará caer en los constantes tropiezos de nuestro caminar terreno ¡Ánimo pues, amigos míos! Leed, consultad, buscad y si contribuyo en algo con estas humildes líneas a que encontréis, podré terminar con la misma frase que comencé este libro: soy feliz porque tengo “EL DEBER CUMPLIDO”.