26 de enero de 2015

¡Somos familia cristiana!



Evangelio según San Lucas 10,1-9.


El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, observamos como Jesús envía a setenta y dos de sus discípulos a propagar su Palabra, por todo sitio y lugar. Este es un claro ejemplo de la universalidad del Evangelio; ya que para el Hijo de Dios la salvación no estaba reducida a un pueblo determinado, sino a todo corazón dispuesto a aceptar libremente, el amor incondicional del Señor.

  Posiblemente, el texto nos habla de este número específico, aludiendo a aquellos descendientes de Noé, de los que trataba el libro del Génesis, y que formaron las naciones antes de la dispersión de Babel. Dando con ello, esa amplitud de miras, que tanto chocaba con la estrechez y la radicalización de la Ley, que había adoptado el pueblo de Israel. El Maestro los designa para que partan de dos en dos, recordando que cada uno de nosotros necesita y es responsable de la fe de sus hermanos. No nos salvaremos solos, porque hemos sido creados por un Dios Trinitario, que nos ha hecho familia, en su imagen y semejanza.

  Somos como aquellos escaladores que se unen unos a otros, para facilitar y asegurar el ascenso a la empinada cumbre. Ya que Jesús reclama nuestra fuerza para ayudar a los demás y, a la vez, nos recomienda buscar la de los demás miembros de la Iglesia, para asegurar la nuestra. Por eso no hay oración más fructífera, que aquella que surge de la comunidad y de la celebración de los Sacramentos.

  Y el Maestro nos llama también a partir, para que le precedamos en su última venida. Necesita, como lo necesitó entonces, que preparemos los caminos para que la gente Lo encuentre, con facilidad. Nos pide que no sólo seamos conscientes de la obligación que tenemos a responder a su llamada, sino que debemos orar para pedir al Padre, vocaciones. Ya que entre todos, hemos de preparar esta tierra para que, cuando llegue el Sembrador con la semilla, ésta descanse en su interior y pueda dar abundantes frutos.

  El Señor nos requiere para que fomentemos el verdadero sentido de la familia cristiana; y que no es otro que el ser Iglesia doméstica, donde se vive la fe y se vive con ilusión el cumplimiento de la misión encomendada. Difícilmente los hombres amarán a Dios y estarán dispuestos a servirle, si ni tan siquiera Le conocen. Tenemos la obligación de hacer de nuestro hogar –y de nosotros mismos- una perenne catequesis, que de testimonio de nuestro ser y nuestro existir cristiano.

  Pero como siempre os digo, Jesús no quiere que nos llevemos a engaño ante los problemas que nos vamos a encontrar, si somos fieles a su Persona; porque el diablo no descansará e intentará hacernos caer en la tentación, los escollos y las dificultades. Tanto es así, que nos recuerda que nos envía “como ovejas en medio de lobos”, es decir, con un peligro constante, hasta para nuestra propia integridad. Y lo hace, porque quiere que nuestra respuesta a su llamada sea libre y responsable. Y nadie puede actuar libremente, si no tiene toda la información. Pero a la vez nos insiste, en que no nos deja huérfanos; sino que Él estará con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Que no nos faltará nunca, su Providencia. Por eso no quiere que busquemos esa seguridad engañosa que nos da el mundo, y que se basa en el dinero y el poder. No; Cristo quiere que confiemos en su Persona y, a la vez, nos responsabilicemos de nuestros pastores. Somos Iglesia; somos familia; somos un todo, donde cada uno sirve al Señor y ocupa el lugar que se le ha estipulado. Donde todos cuidamos de todos, material y espiritualmente. Porque Dios nos exige, por el hecho de ser bautizados, la disponibilidad a la entrega, a la recepción, al amor y al sufrimiento, que pueda acarrearnos hacer su Voluntad. El Padre no nos pide que nos guardemos un trocito de corazón, sino que lo entreguemos todo y abramos las puertas a Jesucristo, Nuestro Señor.