20 de febrero de 2015

¡La verdadera educación!

3. LA VERDADERA EDUCACIÓN.


   Todo el sistema educativo, ante un reto semejante, debe desplegar las teorías, materias y argumentos que ayuden a que los alumnos puedan dar de sí el máximo como personas íntegras, enteras, de una pieza. Porque en eso consiste el educarse: en crecer aprendiendo a discernir primero, a estudiar después y finalmente a hacer suyas, interiorizándolas, un conjunto de verdades o realidades valiosas, ricas, humanas y trascendentes.

   Nos lo recuerda José Luís Gonzalez-Simancas en su libro “Educación, Libertad y Compromiso”, en el punto 4, página 31, Un concepto de Educación de Cuestiones Preliminares:

   “Para mí la educación es una maravillosa aventura que consiste  en el despliegue progresivo de uno mismo, hasta el más pleno desarrollo que a uno le sea posible: como ser humano, como persona; por entero y en su irrepetible singularidad; abriéndose al mismo tiempo a la realidad en la que vive –que es natural, social y trascendente-; y comprometiéndose solidariamente con ella, mediante el recto uso de su libertad”

   Personas que llegan a saber cómo afrontar todo tipo de dificultades con valentía, superándose a sí mismos a pesar  de las naturales limitaciones, en beneficio propio y en el de quienes conviven con ellas. Crecer en riqueza interior, en intimidad personal, cultivando la propia singularidad irrepetible, que somos cada uno. Crecer en nuestra capacidad de iniciativa y creatividad, desembocando en proyectos llenos de ilusión que exigirán ejercer el pensamiento y los actos propios de la voluntad; poniendo el corazón, la afectividad y nuestros más nobles sentimientos. Crecer en nuestra capacidad de darnos a los demás, de comunicar, de participar en esa aventura solidaria que es la vida. Ayudar a ayudar, sin interferir en la libertad del otro, comprometiéndonos a crecer personalmente para aportar lo mejor de nosotros mismos a la sociedad, contribuyendo en su propio desarrollo.

   Nos lo recuerdan Francisco Altarejos y Concepción Naval en su libro “Filosofía de la Educación”, en el punto 2 del capítulo I, página 31:

   “Cabría decir que la educación es la acción recíproca de ayuda al  perfeccionamiento humano, ordenado intencionalmente a la razón, y dirigido desde ella, en cuanto que promueve la formación de hábitos éticamente buenos. Acción con una finalidad inmanente pues su efecto no revierte al exterior, sino que redunda en la potencia. Aquí está sin duda la clave del perfeccionamiento humano: en la mejora personal, suscitada por el crecimiento de las potencias; sólo entonces cabe hablar rigurosamente de educación”

   Pero ante esta tarea, que aunque a veces no nos lo parezca es titánica, cualquier educador, cualquier sistema educativo, debe responder seriamente a las preguntas que los padres, ante la importancia de la delegación ejercida, inquieren al propio sistema:
   -¿Qué verdad van a descubrir nuestros hijos y en qué va a consistir la formación que logrará convertirlos en hombres de provecho?
   Porque el saber es vida y la vida se realiza en la persona:
   -¿Qué tipo de persona esconde la base antropológica en la que descansa la ideología del centro y los agentes educativos a los que damos el poder de formar el bien más preciado que tenemos?



4. MODELO ANTROPOLÓGICO QUE DA SENTIDO A LA EDUCACIÓN.


   Se debe responder con un planteamiento serio de concepción antropológica, que será la directriz que permita valorar las razones y la naturaleza propias de la idea o concepto de persona, para así fomentar esas propiedades  o dimensiones que la constituyen como tal y pueden ayudarla a alcanzar su plenitud.

   Nos lo recuerda  D. José María Barrio en su libro “Elementos de Antropología  Filosófica” punto 3 del capítulo I, página 25:

   “Si es verdad que –como veremos- educar es ayudar al hombre a que se “humanice” y esto no es otra cosa –como también habrá ocasión de demostrar- que contribuir al mejoramiento de la persona, en tanto que persona, la educación no es viable, entonces, sin una concepción de lo que sería deseable, del estado óptimo del ejercer como persona. Difícilmente se llevará a cabo una práctica educativa inteligente, si no se cuenta con una idea antropológica afianzada y suficientemente reflexionada, por mucho que la reflexión en este punto no acabe nunca de agotar la riqueza del objeto en cuestión”

   Efectivamente, el hombre necesita aprender a ser lo que es, porque la biología no se lo da resuelto y para ayudarle a ello, necesitamos un modelo antropológico que fundamente la acción educativa y el pensamiento pedagógico, que conseguirá poner los cimientos del hombre en toda su plenitud.

   D. José Luís Gonzalez- Simancas nos lo recuerda en su libro “Educación: Libertad y Compromiso”, punto 6 del Prólogo, página 51:

   “Hemos de llegar a una idea o concepto  de persona en el que busquemos y encontremos la razón y la naturaleza, a su vez,  de esas dimensiones o propiedades que la constituyen en cuanto tal. Si no sabemos con claridad que es la persona humana, malamente vamos a poder educarnos y muy difícil será que podamos ayudar a otras personas en su autotarea  de llegar a ser en plenitud”

   En este momento podríamos elaborar complicadas concepciones sobre el ser humano, que aportaran alguna comprensión a las diversas teorías contemporáneas; o recordar la imagen del hombre que configuró la Grecia clásica, y que ha sido fundamento de nuestra cultura occidental. Pero creo que no se trata de eso; aunque no puedo dejar de aclarar que no comparto las teorías que perfilan al hombre como un animal evolucionado que lucha contra un entorno adverso que debe dominar por la fuerza. O esa visión materialista  de la persona, no sólo cerrada a la trascendencia, sino a la existencia de una dimensión espiritual.

   Para mí, la única respuesta antropológica que consigue, mediante la educación, convertir al hombre en lo que es, es aquella configuración cristiana del ser humano –híbrido de materia y espíritu- que participa de una realidad unitaria. Que surge de la creación divina y del amor de Dios. Que pone todo el ser de la criatura  en un acto de otorgamiento radical y gratuito, llamándolo a la existencia con una vocación, una intencionalidad: con un fin preciso.

   Parto de ese plan especial que Dios tiene respecto al hombre y por el que lo ha llamado a ser, de una manera particular, totalmente diferente al resto  de los animales; creado a imagen y semejanza suya y por ello dotado de una dignidad que lo hace fin en sí mismo y lo excluye como medio para nada.

   Parto de esa concepción de persona subsistente, íntegra y singular en su naturaleza racional; poseedora de inteligencia y voluntad con capacidad de querer  y por ello de elegir, a través de esa autodeterminación de la voluntad en la que se basa y se origina la libertad de la persona; abrirse a todas las cosas y hacerlas suyas, amándolas.


   Parto de una verdad revelada: que me descubre al hombre en Cristo, imagen de Dios invisible y primogénito de toda criatura, como fruto de la enseñanza divina al hombre.