EDUCACIÓN:
1 ¿QUÉ ES EDUCAR?
No quiero, no es esta mi intención, imprimir
en estas páginas un sentido pedagógico cuya finalidad sea el funcionamiento del
entramado educativo. He descubierto, en estos años, que a pesar de las
distinciones que comportan los distintos tipos de educación: formal, no formal
e informal, en realidad ésta surge como
la prolongación natural del derecho y el deber de las personas a realizarse
como tales a lo largo de su vida; perfeccionándose integralmente a través del
desarrollo global de cuerpo y espíritu –inteligencia, sensibilidad, sentido estético,
responsabilidad individual y espiritual- confirmando con ello la consistencia
del ser humano como una unidad total. Nos lo recuerda la Declaración “Gravíssimum Educationis” sobre la educación
cristiana, en el Proemio:
“En
consecuencia, por todas partes se realizan esfuerzos para promover más y más la
obra de la educación; se declaran y se afirman en documentos públicos los
derechos primarios de los hombres, y sobre todo de los niños y de los padres
con respecto a la educación. Como crece rápidamente el número de los alumnos,
se multiplican por doquier y se perfeccionan las escuelas y otros centros de
educación. Los métodos de instrucción y de educación se van perfeccionando con
nuevas experiencias. Se hacen, por cierto, grandes esfuerzos para llevarla a
todos los hombres, aunque muchos niños y jóvenes están privados todavía de la
instrucción incluso fundamental, y de tantos otros carecen de una educación
conveniente, en la que se cultiva a un tiempo la verdad y la caridad”
He comprobado que este derecho, reconocido
en todas las instituciones mundiales, es el que hace al educando agente real de
su formación imprimiendo, a su vez, como deber amoroso a sus padres el ayudar a
su desarrollo a través de la excelencia educativa de la familia, donde el ser
humano se personaliza y socializa inmerso en un dinamismo de actuaciones e
influencias formativas, propias de la convivencia familiar. Así, las relaciones
interpersonales, sustentadas en las instancias afectivas de los sentimientos y
la voluntad, hacen de los padres los agentes primarios de la formación humana
en el ámbito natural de la familia, educando la afectividad que parte del amor
conyugal y se expande en el amor paterno-filial y el fraternal. Consiguiendo,
con este entramado armónico, que esa armonía cimiente y desarrolle una excelente maduración
personal.
2. IMPORTANCIA DE LA DELEGACIÓN EDUCATIVA.
Pero como el saber humano posee una
extensísima diversificación, los padres no estamos capacitados para subvenir
todas las necesidades intelectuales y culturales; por ello, es bien sabido,
recurrimos a una ayuda específica para completar esa misión educativa. Quiero
remarcar, en este punto, que esta misión es de suma importancia, ya que la
delegación que hacemos los padres a la escuela y en modo propio a los agentes
educativos: a los maestros, que por su dignidad y su capacitación les
conferimos nuestra representación en el derecho y el deber de ejercer la
formación intelectual de nuestros hijos; la potestad de gobernar su proceso de
aprendizaje, comunicando el amor a la verdad e incidiendo en la afectividad a
través de su dedicación y entusiasmo por el saber que profesan.
La respuesta a esa cuestión esconde el
contenido más grande, profundo e importante que haya podido plantearse el ser
humano a lo largo de su vida. Ya que educar es ayudar a crecer, a desplegar, a
desarrollar a la persona su propia capacidad como tal, en su irrepetible
singularidad y en su imperfecta naturaleza; característica, precisamente, que
lo hace educable ya que si fuera perfecto la educación estaría de más al no
albergar posibilidad de mayor crecimiento. La razón de poderse educar es la
misma imperfección de la persona.
Pero eso sólo se conseguirá a través de una
cooperación externa en la que el educador, ejerciendo una tarea compartida, sea
capaz de comunicar a su alumno la intención de ayudarle para que se comprometa
en su propio perfeccionamiento como persona, ya que sólo el educando es el titular
de su propio desarrollo. Así lo expresa D. José Luís Gonzalez-Simancas:
“El
profesor, porque cree en su misión educadora, aspira a comunicar los valores
que encierra la materia que enseña –intelectuales, morales, útiles y prácticos-
proponiéndose educar intelectualmente y moralmente a sus alumnos, pudiendo
llegar a la conclusión de que comunicar, o mejor, comunicarse personalmente con
sus alumnos es algo esencialmente decisivo; algo de lo que no puede prescindir
si lo que se propone es educar y no sólo informar a sus alumnos”