En consideración a lo que algunos de vosotros me habéis pedido, vamos -en estos artículos- a publicar la tesina que, hace unos años, presenté en la Universidad de Navarra, al finalizar mis estudios; y que se basó en el sentido pedagógico del sufrimiento, a la luz de la revelación. Espero que os pueda ayudar a entender que el Señor permite, y nos ayuda, en el respeto de nuestra libertad. Aún cuando ejercerla, de forma errónea, sea la causa de la mayoría de nuestros males.
INTRODUCCIÓN:
En una sociedad en la que prima el bienestar
por encima de todo y a cualquier precio, el dolor es percibido como una
desdicha, tanto para el que lo sufre, como para todos aquellos que se
encuentran cerca de él. Hay una consigna, incluso a nivel educativo, que trata
de mantener a las personas al margen de este drama humano.
Sin embargo, el dolor, o más propiamente el
sufrimiento, se convierte en un hecho incontrovertible; en un laberinto en el
que nos sentimos atrapados y que, no importa cual sea el camino que escojamos,
se nos mostrará como una fase inexorable de nuestra vida.
Cierto es que la existencia del dolor se nos
presenta como un misterio, como una realidad inherente a la propia condición
humana que a todos nos llega, de un modo u otro, y que es muy difícil de
definir; imprevisible, pero no improbable y preñado de una pedagogía que
enfrenta al ser humano a su propia y limitada realidad. Nos ejercita en una
humildad, no siempre voluntaria, que abre la espita de los sentimientos para
mostrar, de forma descarnada, el interior de las personas.
Es por ello que, al finalizar los estudios
pertinentes que me autorizan a contribuir en el desarrollo de la educación de
mis alumnos, desde una perspectiva
formal, me he dado cuenta que frente a la realidad pedagógica que forma el
panorama educativo social, se abre un profundo, profundísimo, abismo sobre
cuestiones que son lo suficientemente graves como para no eludirlas ante la
reflexión ponderada de su sentido.
Intentamos formar a nuestros alumnos en la
perfección de todas sus potencialidades para que, en un mañana próximo, sean
personas cualificadas y miembros reconocidos que conformen el amplio panorama
del entramado social. Tal vez encuentren un reconocido puesto de trabajo que
culmine los méritos adquiridos en su vida universitaria. Tal vez realicen una
intensa vida intelectual, que los proyecte a las generaciones futuras. O, tal
vez, nada de esto suceda. Pero lo que si podemos asegurar, sin ningún género de
dudas, es que en algún momento de su vida deberán vivir el drama del
sufrimiento; y es muy triste comprobar que la pedagogía no se ha ocupado de
educarlos convenientemente; ni la sociedad, ni, a veces, la familia. Simplemente
se confía en que la vida, cuando nos afecte, nos presentará la cruda realidad
vinculada a la emoción y al temor;
abocándonos, generalmente, a la desesperación y al sinsentido.
Pero la ineficacia de esta tarea viene
precedida, justamente, por haber descuidado las respuestas que contestan a las
cuestiones sobre la propia identidad del ser humano. El olvido de esas dos
vertientes más características que se producen en el alma humana ante el dolor
y el sufrimiento: su relación con lo sagrado, con lo divino, o su desesperación
ante su rechazo.
La única respuesta viable, con sentido, que
nos muestra el rostro del dolor en el Amor, es Jesucristo. Su gesto sacrificial
y amoroso hacia el Padre se transforma en victoria: convierte nuestra noche en
día; nuestra tiniebla, en luz desbordante; el sufrimiento en gozo y la muerte
en vida. Y es de esta lección aprendida de donde el ser humano saca la fuerza,
apoyándose en un ánimo voluntarioso y creyente.
Por ello, mi trabajo de tesis he querido que
fuera una advertencia ante la ineficacia de la tarea educativa, si ésta excluye
a Cristo de sus aulas. No podemos formar a nuestros alumnos en todas sus
potencialidades: corporales, intelectuales y espirituales; no podemos presumir
de buscar su perfección y felicidad, si somos incapaces de dar sentido y
significado a la presencia del dolor y el sufrimiento, como episodios que van a
conformar su propia existencia. Cátedra única e incomparable del verdadero
significado del ser humano, capaz de descubrir su capacidad de superación, de
lucha y de esfuerzo en aras de valores nobles y altos que rubrican su
particular carácter de Hijo de Dios.
Entre los materiales que he considerado
imprescindibles para el presente trabajo se encuentren, en un lugar destacado:
Libros editados por los profesores, que he tenido el placer de compartir, en
las asignaturas de la carrera de Ciencias Religiosas del ISCR. Discursos,
libros y artículos de San Josemaría, Fundador y Primer Gran Canciller de la Universidad de
Navarra, así como Fundador del Opus Dei y de la Santa Cruz.
He disfrutado de las lecturas, que me han
servido para mis múltiples anotaciones, de Santo Tomás Moro, experto en el
dolor y sufrimiento que dio su vida por la coherencia de su fe. He releído y
repasado, que siempre es una satisfacción, las Encíclicas, Cartas Apostólicas y
numerosos documentos magisteriales, con que la Iglesia nos ilustra y
conforta. También numerosos artículos y documentación extraídos de personas,
lugares y “plumas” magistrales, como: D. Luís de Moya, Olga Bejano, Don F.X.
Nguyen Van Thuan, Arzobispo Coadjutor de Saigón, entre otros.
He estructurado el trabajo, sobre todo, en
tres bloques argumentales: En el primero intento dejar claro lo que debe ser una verdadera
tarea pedagógica; la verdad de la educación que no sólo instruye sino que forma
a la persona en su entera realidad. Porque si no educamos en el verdadero
sentido cristiano, cuando nos encontremos con el sufrimiento, el ser humano se
romperá. Por eso, en la segunda parte intento esclarecer el verdadero
significado y sentido del sufrimiento, en Jesucristo. Y en la parte final,
muestro con la manifestación de ejemplos actuales, la realidad y diferencia,
frente al dolor, de una vida en y con Cristo bañada de alegría cristiana, al
vacío existencial producido por un sinsentido que no da respuestas al hombre
cuando este se enfrenta a la tribulación. Y he querido poner el colofón al
trabajo con unas palabras de Juan Pablo II, que nos exhorta a poner a Cristo en
la educación, si de verdad queremos que sea esto: la búsqueda de la Verdad que comporta la Felicidad en la perfección
de la persona humana. Espero que su lectura os sirva a todos; y os permita uniros al Señor en ese camino, alegre y difícil, que es el encuentro con la Redención.