7 de febrero de 2015

¡La pedagogía del dolor, a la luz de la Revelación!



En consideración a lo que algunos de vosotros me habéis pedido, vamos -en estos artículos- a publicar la tesina que, hace unos años, presenté en la Universidad de Navarra, al finalizar mis estudios; y que se basó en el sentido pedagógico del sufrimiento, a la luz de la revelación. Espero que os pueda ayudar a entender que el Señor permite, y nos ayuda, en el respeto de nuestra libertad. Aún cuando ejercerla, de forma errónea, sea la causa de la mayoría de nuestros males.


INTRODUCCIÓN:


   En una sociedad en la que prima el bienestar por encima de todo y a cualquier precio, el dolor es percibido como una desdicha, tanto para el que lo sufre, como para todos aquellos que se encuentran cerca de él. Hay una consigna, incluso a nivel educativo, que trata de mantener a las personas al margen de este drama humano.


   Sin embargo, el dolor, o más propiamente el sufrimiento, se convierte en un hecho incontrovertible; en un laberinto en el que nos sentimos atrapados y que, no importa cual sea el camino que escojamos, se nos mostrará como una fase inexorable de nuestra vida.


   Cierto es que la existencia del dolor se nos presenta como un misterio, como una realidad inherente a la propia condición humana que a todos nos llega, de un modo u otro, y que es muy difícil de definir; imprevisible, pero no improbable y preñado de una pedagogía que enfrenta al ser humano a su propia y limitada realidad. Nos ejercita en una humildad, no siempre voluntaria, que abre la espita de los sentimientos para mostrar, de forma descarnada, el interior de las personas.


   Es por ello que, al finalizar los estudios pertinentes que me autorizan a contribuir en el desarrollo de la educación de mis alumnos,  desde una perspectiva formal, me he dado cuenta que frente a la realidad pedagógica que forma el panorama educativo social, se abre un profundo, profundísimo, abismo sobre cuestiones que son lo suficientemente graves como para no eludirlas ante la reflexión ponderada de su sentido.


   Intentamos formar a nuestros alumnos en la perfección de todas sus potencialidades para que, en un mañana próximo, sean personas cualificadas y miembros reconocidos que conformen el amplio panorama del entramado social. Tal vez encuentren un reconocido puesto de trabajo que culmine los méritos adquiridos en su vida universitaria. Tal vez realicen una intensa vida intelectual, que los proyecte a las generaciones futuras. O, tal vez, nada de esto suceda. Pero lo que si podemos asegurar, sin ningún género de dudas, es que en algún momento de su vida deberán vivir el drama del sufrimiento; y es muy triste comprobar que la pedagogía no se ha ocupado de educarlos convenientemente; ni la sociedad, ni, a veces, la familia. Simplemente se confía en que la vida, cuando nos afecte, nos presentará la cruda realidad vinculada a la emoción y al temor;  abocándonos, generalmente, a la desesperación y al sinsentido.


   Pero la ineficacia de esta tarea viene precedida, justamente, por haber descuidado las respuestas que contestan a las cuestiones sobre la propia identidad del ser humano. El olvido de esas dos vertientes más características que se producen en el alma humana ante el dolor y el sufrimiento: su relación con lo sagrado, con lo divino, o su desesperación ante su rechazo.
   La única respuesta viable, con sentido, que nos muestra el rostro del dolor en el Amor, es Jesucristo. Su gesto sacrificial y amoroso hacia el Padre se transforma en victoria: convierte nuestra noche en día; nuestra tiniebla, en luz desbordante; el sufrimiento en gozo y la muerte en vida. Y es de esta lección aprendida de donde el ser humano saca la fuerza, apoyándose en un ánimo voluntarioso y creyente.


   Por ello, mi trabajo de tesis he querido que fuera una advertencia ante la ineficacia de la tarea educativa, si ésta excluye a Cristo de sus aulas. No podemos formar a nuestros alumnos en todas sus potencialidades: corporales, intelectuales y espirituales; no podemos presumir de buscar su perfección y felicidad, si somos incapaces de dar sentido y significado a la presencia del dolor y el sufrimiento, como episodios que van a conformar su propia existencia. Cátedra única e incomparable del verdadero significado del ser humano, capaz de descubrir su capacidad de superación, de lucha y de esfuerzo en aras de valores nobles y altos que rubrican su particular carácter de Hijo de Dios.


   Entre los materiales que he considerado imprescindibles para el presente trabajo se encuentren, en un lugar destacado: Libros editados por los profesores, que he tenido el placer de compartir, en las asignaturas de la carrera de Ciencias Religiosas del ISCR. Discursos, libros y artículos de San Josemaría, Fundador y Primer Gran Canciller de la Universidad de Navarra, así como Fundador del Opus Dei y de la Santa Cruz.

   He disfrutado de las lecturas, que me han servido para mis múltiples anotaciones, de Santo Tomás Moro, experto en el dolor y sufrimiento que dio su vida por la coherencia de su fe. He releído y repasado, que siempre es una satisfacción, las Encíclicas, Cartas Apostólicas y numerosos documentos magisteriales, con que la Iglesia nos ilustra y conforta. También numerosos artículos y documentación extraídos de personas, lugares y “plumas” magistrales, como: D. Luís de Moya, Olga Bejano, Don F.X. Nguyen Van Thuan, Arzobispo Coadjutor de Saigón, entre otros.


   He estructurado el trabajo, sobre todo, en tres bloques argumentales: En el primero intento  dejar claro lo que debe ser una verdadera tarea pedagógica; la verdad de la educación que no sólo instruye sino que forma a la persona en su entera realidad. Porque si no educamos en el verdadero sentido cristiano, cuando nos encontremos con el sufrimiento, el ser humano se romperá. Por eso, en la segunda parte intento esclarecer el verdadero significado y sentido del sufrimiento, en Jesucristo. Y en la parte final, muestro con la manifestación de ejemplos actuales, la realidad y diferencia, frente al dolor, de una vida en y con Cristo bañada de alegría cristiana, al vacío existencial producido por un sinsentido que no da respuestas al hombre cuando este se enfrenta a la tribulación. Y he querido poner el colofón al trabajo con unas palabras de Juan Pablo II, que nos exhorta a poner a Cristo en la educación, si de verdad queremos que sea esto: la búsqueda de la Verdad que comporta la Felicidad en la perfección de la persona humana. Espero que su lectura os sirva a todos; y os permita uniros al Señor en ese camino, alegre y difícil, que es el encuentro con la Redención.