19 de mayo de 2015

¡Coge tú, las riendas!

Evangelio según San Juan 17,1-11a. 


Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:
"Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,
ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,
porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."

COMENTARIO:

  Todos tenemos una hora, un momento, en el que debemos dar testimonio de lo que somos y de lo que creemos. A todos nos llegan esas circunstancias, en las que nos reafirmamos en nuestra fe, o “tiramos la toalla” y nos rendimos a las tentaciones que, de forma sutil, nos tiende el diablo. Todos nos encontramos en ese cruce de caminos, en el que decidimos qué sendero es el adecuado para conducirnos a la verdadera Felicidad. A Cristo también le ha llegado la ocasión, en su Humanidad santísima, de determinar si está dispuesto a ser fiel a los planes del Padre, para la salvación de sus hijos. Y nos enseña que, para todos aquellos que hemos decidido seguir sus pasos, ese instante es asumir la Gloria de Dios y aceptarle como nuestra razón de ser, por encima de todas las cosas.

  El Maestro nos descubre que no hay mayor gozo para un cristiano, que contribuir a transmitir a sus hermanos la fe, que nos abre los ojos a la luz de la Revelación. Porque conocer a Cristo –que es la revelación de Dios- es glorificarle y ser glorificado en su Persona; si permanecemos unidos a Él, en este mundo, formando parte de su Reino como Iglesia.

  ¡Qué claro habla el Señor! Para aquellos que no tienen miedo a escucharle. No hay más vida divina, que la tú eliges comenzar en este mundo. Tú decides, con tu “como”, y ejerciendo el don de la sagrada libertad, si tu historia de amor con el Señor, continuará. Y el Altísimo, respetándola, asumirá nuestras decisiones; permitiendo que al morir sigamos a Su lado, o bien, si hemos actuado como si Él no existiera, no existirá para nosotros. Él, que es la Vida, la Bondad, la Belleza, el Ser, la Salud, la Verdad… Él, que es el Todo, no quiere que convirtamos nuestra eternidad, en un “nada”.

  Pero a pesar del cariño inmenso que nos profesa, no forzará nuestra libertad ante ninguna circunstancia; ni siquiera ante ese dolor inmenso que siente Nuestro Señor, al contemplar que permanecemos indiferentes ante su sacrificio, ante su entrega, ante su elección. Porque no te olvides que el Hijo de Dios, también fue llamado –a través de su voluntad humana- a decidir si evitar o cumplir, la voluntad divina. Por ti y por mí, para que tuviéramos opción a decidir, nos libró de la esclavitud del pecado y se dejó clavar en la Cruz.

  Jesús nos dice que Dios, que nos ha creado, nos ha llamado a seguir sus pasos y nos ha dejado bajo la tutela de su Divina Misericordia. Somos sus elegidos, para ser fieles a su Palabra y dar testimonio de nuestra fe, a todos nuestros hermanos. Y lo mejor es que en esta tarea, no estamos solos. El Padre nos ha puesto bajo el amparo del Hijo, que camina a nuestro lado hasta el fin de los tiempos; y no nos deja desfallecer. Él nos sostiene, nos anima, nos disculpa y nos insiste –desde los Sacramentos y la Oración- a participar de su Vida, para poder alcanzar su Gloria. Nos dice el Maestro que ruega por nosotros, mientras no llega la hora de partir; para que tú y yo –que nos quedamos aquí- llevemos a cabo nuestra misión. Tú y yo, que nada podemos solos, tenemos un poder inmenso por la intercesión de nuestro Mediador.

  Cristo nos abre todos los horizontes. Nos quita los miedos y nos descubre un futuro que no conoce límites. Porque con Dios no hay obstáculos invencibles, ni problemas a los que no se les pueda encontrar una solución. Bien lo entendieron los israelitas, cuando caminaban por el desierto a la conquista de la tierra de Canaán. Nada podía interponerse en su camino, si el Señor se encontraba a su lado; y si habían sido fieles a sus mandatos, guardando sus preceptos. Nosotros, con nuestro ejemplo manifestado a través de nuestras obras, debemos revelar la Gloria de Dios. Nosotros debemos dar testimonio del poder del Altísimo; porque cualquier meta que podamos conseguir, es el ejemplo visible de lo que el Padre puede hacer, si sus hijos permitimos que actúe en nosotros.


  Por eso no podemos culpar a Dios de nuestros errores, de cómo va el mundo, cuando hemos dejado al mundo huérfano de Dios. Esa ha sido una realidad que ha venido provocada por la dejación que los cristianos hemos hecho de nuestros derechos por miedo, vergüenza o comodidad. Si estáis dispuestos a luchar por el Señor, reclamando lo que en realidad nos corresponde como bautizados, veremos cambiar esta tierra a mejor. Porque no hay nada mejor que permitir que el Señor actúe en cada uno de nosotros, a través de su Gracia. ¡Créeme! ¡Exige la coherencia de la fe, en aquellos que van a ser tus representantes! Y…mejor aún, coge tú las riendas del futuro y pon a Dios, en la cumbre de este mundo.