4 de mayo de 2015

¡Por su amor, todo es sublime!

Evangelio según San Juan 14,21-26. 


Jesús dijo a sus discípulos:
«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".
Judas -no el Iscariote- le dijo: "Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?".
Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» 

COMENTARIO:

  Vemos, en esta primera frase del Evangelio de san Juan, cómo el Señor requiere a los que le siguen, que pongan por obras lo que siente su corazón. Porque la única manera que tenemos de demostrar a Cristo nuestro amor, es cumpliendo sus mandatos y realizando sus deseos. Y no porque eso sea un capricho del Maestro, sino porque hemos comprendido que, como Él es el Hijo de Dios, manifiesta la voluntad del Padre; y el Padre, que nos ha creado, cuida de nosotros y del mundo con su Providencia, a través de los Mandamientos como normas de conducta. Por eso obedecer la Ley de Dios, no es sólo un acto de obediencia, sino de inteligencia; ya que nadie puede conocernos mejor, que Aquel que nos ha dado la vida.

  Pero, a la vez, la coherencia que practica lo que uno cree, es un ejemplo; y el apostolado efectivo, que nos pide el Señor a todos sus discípulos. Si hemos de cruzar un río por un puente, del que aseguramos que es el único camino –y el más seguro- y nosotros nos vamos por un sendero peligroso, pero que lo evita, nadie creerá que nuestra sugerencia está basada en la verdad. Porque no hay nada que aleje más a nuestros hermanos de la fe, que el hecho de que aquellos que estamos bautizados y hemos hecho del cristianismo nuestro estandarte, tengamos una actitud falsa y practiquemos un cumplo-y-miento. Ser fieles a la Verdad de Cristo, y por ello seguir los pasos del Maestro, requiere que actuemos según el compromiso que hemos adquirido con Él.

  Esa pregunta que le hace Judas al Señor, proviene de la creencia común de los judíos, de que el Mesías se manifestaría al mundo como Rey y Salvador; y le sorprende que lo haga solamente a los suyos. Pero Jesús les recuerda que el amor no fuerza voluntades; y que una demostración de su realidad divina –de su omnipotencia- obligaría a todos a creer. Haciendo innecesaria la deliberación, que mueve a la intención a elegir. Por eso el Señor lo deja bien claro: sólo se manifestará ante aquellos que le buscan. Y esa es la esperanza que inunda a los que, comenzando a caminar por el sendero del conocimiento y la oración, esperamos alcanzar la Revelación, la fe y, consecuentemente, a Cristo en su Iglesia.

  Jesús necesita nuestra inquietud; nuestro querer “querer”; esa búsqueda productiva que finaliza en el encuentro. Desea el Maestro esos amores, que no temen a la responsabilidad de una relación y no ponen límites en el tiempo. Porque el Hijo de Dios nos llama para siempre, a compartir sus alegrías, sus penas y sus momentos de aflicción. Nos llama a predicar junto a Él, por tierra de paganos, a meditar sus misterios, en el silencio de nuestra conciencia. A transmitir a nuestros hermanos, el don preciosos y preciso de la Salvación. Y, si llega el momento, estar dispuestos a repartir con el Señor el peso del madero, asumiendo en una libre corredención, el dolor y el sufrimiento.


  Pero para llevar a cabo todo esto –para vivir con fidelidad el compromiso de nuestra fe- necesitamos imperiosamente de la ayuda del Espíritu Santo. Nuestra naturaleza herida es incapaz de responder, por sí sola, a la llamada de Dios. Por eso nos insiste Jesús en que, el Padre que nos ama con locura, enviará al Paráclito en nuestra ayuda. Y Él nos dará la luz, que permite iluminar lo que está oscuro; y la fuerza para hacer realidad nuestros buenos deseos. Ya que, muchas veces, “desear” no es sinónimo de “llevar a cabo”. Pesa en nosotros la desidia, la duda, la pereza y la falta de compromiso que dejó en nosotros, la mancha del pecado original. Pero el Espíritu nos eleva, nos fortifica contra las embestidas del Maligno y, si le dejamos, hace morada en nuestro interior: en el alma en gracia. Todo lo que hemos leído, lo que hemos aprendido, lo que hemos descubierto sobre nuestra fe, el Paráclito lo traerá a nuestra memoria; y no permitirá que desfallezcamos en aquellos momentos de prueba que, Dios permite, y Satanás teje para nuestra perdición. Y todo lo que en un principio nos parecía superfluo y carente de importancia, ahora se trasciende y se hace objeto de santificación. Porque si todo lo hacemos para Dios, nada hay pequeño a sus ojos. Si todo es para Su amor, todo se convierte en sublime.