13 de julio de 2013

¡Amar con toda la mente!



Evangelio según San Mateo 10,16-23.


Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas.
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas.
A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento,
porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir.
Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.



COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Mateo, como el Señor nos da un conjunto de advertencias e instrucciones para poder llevar a cabo la misión de la propagación del mensaje cristiano. En este pasaje no sólo se refiere a los Apóstoles, sino a todos los discípulos de Cristo que, en el desempeño de nuestras tareas, podemos sufrir contradicciones y persecución; porque, como nos ha repetido el Señor muchas veces, “no está el discípulo por encima del Maestro, ni el siervo por encima de su Señor”. Si por el Bautismo nos hacemos otros Cristos, hemos de estar preparados y dispuestos a sufrir en nosotros el dolor y el sufrimiento que el Maestro soportó.


  Nos advierte Jesús que nos envía como ovejas en medio de lobos, porque la actitud del cristiano, si es coherente con su fe, afrenta a aquellos que viven envueltos en el vicio y el pecado, convirtiéndoles en perseguidores que intentan falsear, destruir y corromper a los portadores de la Verdad. Estamos viendo en todas partes del mundo, hermanos nuestros que sufren la falta de libertad religiosa de numerosos países; sin olvidar que, no hace tantos años, fue en nuestro propio país donde el hecho de ser cristiano o pertenecer a la Iglesia Católica era considerado suficiente  motivo para ser ejecutado. Pero como nos informa el Señor, esos momentos terribles de derramamiento de sangre inocente por amor a su nombre, han sido semilla de ejemplos inquebrantables donde se ha podido observar, sin ninguna duda, la fuerza y la fortaleza que sólo el Espíritu Santo puede imprimir en el alma humana para que sea capaz, no sólo de soportar, sino de sobrellevar con alegría y perdón el martirio, alcanzando los grados de santidad.


  En este párrafo, Jesús nos tranquiliza recordándonos que nunca nos faltará su ayuda divina para responder, con las palabras adecuadas, a aquellos que quieran atacar nuestra fe. Pero también nos advierte que, a pesar de que debemos ser inocentes, pacíficos y abiertos a los demás, no hemos de olvidar ser astutos, preparados y cultos. Los primeros cristianos no eran unos analfabetos marginales, como algunos nos quieren hacer creer, sino que muchos de ellos fueron los primeros en elaborar la Apologética, que era una primera teología donde se estructuraban argumentos para defender la fe. Porque el saber, el conocer, es lo propio del ser humano y el distintivo esencial entre nosotros y el resto de los seres creados.


  Hemos de amar a Dios con toda la fuerza de nuestro ser: con el alma y el corazón, pero también con toda la mente, que es capaz de dar razones a los que viven una “sinrazón”. El Señor nos exige que le conozcamos íntimamente y, por ello, podamos dar motivos a los demás para creer. Saber Teología, que es la ciencia que nos habla de Dios, no es una opción sino un deber para todos aquellos que decidimos seguir a Cristo; ya que nadie puede amar aquello que no conoce. Leer, asistir a charlas, formar parte de aulas teológicas, es aprovechar la riqueza que la Iglesia nos brinda para que, como sus hijos, nos perfeccionemos en el conocimiento de Dios y podamos transmitirlo con más facilidad y muchos más argumentos; permitiéndonos así, adecuar el mensaje evangélico a distintos grupos, niveles o tipos de personas en particular. Porque no hay mayor riqueza para el ser humano que la cultura que le ayuda a ganar su libertad. Todo aquel que conoce su historia, la de verdad, es menos influenciable y disfruta de argumentos, que le permitirán luchar contra la manipulación de los medios, y los capacitarán para poder elegir. Estudiar a fondo nuestra fe es un placer, porque nos lleva a un Dios que responde a todas nuestras preguntas; pero también es un deber que, como cristianos adquirimos en las propias aguas del Bautismo.


  Evidentemente, siempre pensaremos que no estamos preparados para dar testimonio ante los demás de los hechos que nos trascienden, porque son sobrenaturales; pero es ahí donde Jesús nos asegura que el Espíritu Santo nos dará los medios adecuados para ser fieles representantes de aquellos que, antes que nosotros, fueron fieles transmisores de la Palabra de Dios. Y es ese Dios el que no nos quiere como unos bobos; como si el ser inocentes equivaliera a un comportamiento pusilánime. Recordad que Jesús escogió a san Pablo para que fuera el predicador de los gentiles y el que expansionara el cristianismo, porque era un fariseo culto, que argumentaba rápido y bien. Pasional, profundo conocedor de su fe y lo suficientemente astuto como para librarse del castigo judío, alegando que era romano y, del romano, alegando que era judío. Pero siempre con la disponibilidad de su vida y el desapego de sí mismo, propio de los fieles discípulos de Cristo. Es en estos espejos donde debemos mirarnos y aprender; esos ejemplos deben ser la fuerza centrífuga que mueva el motor de nuestro corazón enamorado y fiel a la voluntad de Dios.