13 de noviembre de 2014

¡Ánimo, estamos a tiempo de rectificar!



Evangelio según San Lucas 17,20-25.


Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente,
y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes".
Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.
Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo.
Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Lucas, podemos observar la reveladora doctrina de Jesús, sobre el Reino de Dios. Tenéis que pensar que, en aquel tiempo, los fariseos esperaban una manifestación grandiosa del Señor en ese día, y en cambio Jesús les contesta, ante sus preguntas, que el Reino ya ha llegado y, en cambio, no han sido capaces de percibirlo. Les insiste en que ya está en medio de ellos; o si queréis acogeros a la traducción original del griego -que es más específica-  el Maestro les dice, que “está dentro de ellos”.

  La Iglesia, en su Magisterio, que no podemos olvidar que está totalmente inspirado –por promesa divina- por el Espíritu Santo, ha explicado esta frase de dos maneras que, aunque son algo distintas, tienen una interpretación bastante común: la primera es aquella en la que Jesús personaliza el Reino en Sí mismo, y les anuncia que está en medio de ellos, de forma literal; y que su acción, tanto divina como humana, hace crecer la fe en sus corazones. Sin embargo, es más común la segunda interpretación, que siguieron muchos Padres, en la que el Reino se identifica a la instauración de Dios en nuestro interior: Ese dejar que la Eternidad tome parte de nuestro día a día. Ese aquietar nuestros sentidos, para buscar en el silencio la Voz del Altísimo. Ese dejarse llevar sin entender, pero descansando en la divina Providencia; porque, aunque nuestros oídos no son capaces de escucharle, lo siente hasta la última fibra de nuestro ser. Ese ver, en la oscuridad del valle tenebroso, porque el Padre jamás abandona al hijo y lo ilumina con la luz de la Gracia. Ese permitir que en la tierra de nuestro campo profundo, el Hijo de Dios plante su semilla y la riegue -con su Palabra y los Sacramentos- para que se convierta en el árbol frondoso, de nuestra intimidad con el Señor. Todo, absolutamente todo, se resume en ese encuentro personal que el hombre tiene en el interior de su conciencia, con el Creador.

  Pero los discípulos van más allá y quieren saber cuándo se realizará, el tiempo de la consumación. Y Jesús les previene que antes que nada, el Reino tiene que crecer; porque está destinado a ser acogido por todos los hombres de todas las naciones. Por eso pensar en algo inminente –como así sucedió – no tiene sentido. Ahora bien, aunque un signo manifiesto de ello, es que Jesús tiene que ser rechazado por esta generación, nadie sabe a cuánto tiempo se refiere con ello. Pero les advierte Cristo que en un momento preciso, como un relámpago de rápido, en un instante oculto al conocimiento de todos, se producirá la consumación definitiva.

  El Maestro nos indica que esto no debe preocuparnos; y, ni mucho debe inquietarnos la pregunta de cuándo llegará el final de todo; porque para cada uno de nosotros, el final puede ser ahora y, consecuentemente, encontrarnos con el principio de todo. Estamos avisados de que debemos ser fieles en lo poco; prepararnos en nuestro día a día, como si no existiera un mañana; ya que en realidad, no existe. Cada día, a golpe de libertad, escribimos en el libro de la vida, para poder hacer un balance de nuestra existencia. Esperemos que cuando Jesús nos llame, podamos tener muchas más cifras en el “haber” que en el “debe”: actos de amor, de desagravio, de entrega, de comunión.

  Hemos de estar dispuestos a comparecer ante el juicio de Dios, no como un reo que teme al castigo, sino como un hijo que se duele ante el dolor infringido al Padre, y espera ser tratado con esa justicia, que descansa en la caridad. Pero pensar que, nos guste o no, y como nos advierte el Señor, seremos valorados y se pesarán nuestras obras, en la báscula divina del compromiso. Y allí no cabrán disculpas, ni nos podremos justificar, porque nuestra alma estará desnuda ante Dios y su luz traspasará nuestro interior, dejando al descubierto toda la verdad que, con tanto primor, hemos conseguido esconder en nuestro caminar terreno. ¡Ánimo, estamos a tiempo de rectificar!