9 de noviembre de 2013

¡Agudicemos el ingenio!



Evangelio según San Lucas 16,1-8.



Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, el Señor puede desconcertarnos con la parábola del administrador infiel; ya que parece resaltar, con su enseñanza, la actitud inmoral del personaje. Pero para leer la Escritura, y por eso Jesús la explicaba muchas  a sus Apóstoles  desgranando cada personaje para que comprendieran su verdadero sentido, hay que entender qué pretende resaltar el Maestro en cada alegoría o en cada elemento que introduce en su narración.

  El Señor quiere destacar que, si para un asunto terreno de importancia limitada, el administrador es capaz de agudizar su ingenio y buscar todos los medios posibles para salvar una situación que se le presenta complicada; cada uno de nosotros en el “negocio” de la salvación hemos de esforzarnos al máximo y buscar todos los argumentos posibles para poder transmitir de una forma amena y clara, el mensaje cristiano.

  Jesús da por supuesta la inmoralidad de los actos del administrador, ya que es algo tan evidente que ni lo menciona, porque no es este el ejemplo de donde quiere extraer su enseñanza; sino de la sagacidad y el talento que somos capaces de poseer los hombres para las cosas de este mundo y, en cambio, las disculpas y excusas que esgrimimos cuando se trata de acercar a Cristo a todas las personas que nos rodean. Con que afán nos preparamos cuando se trata de adquirir honores, riquezas o, simplemente, satisfacer placeres que requiere nuestra sensualidad. La verdad es que si, en las cosas de la fe y en los asuntos del alma, pusiéramos la mitad de todo este interés, gozaríamos de una vida espiritual plena y sin obstáculos, que  se desbordaría en una activa empresa apostólica.

  Vivimos en un mundo, y bien lo sabéis, en los que todos se inclinan ante el dinero; en donde parece que a la riqueza se le tributa un homenaje instintivo. Se mide la felicidad por el tener o poseer, siendo el aparentar la prioridad más importante. Pero el Señor nos recuerda también en esta parábola, que llegará el momento en qué nos pedirá cuentas de los dones y los bienes que nos entregó, como usufructuarios, para que los hiciéramos producir. De nada nos valdrá todo aquello que sólo ha servido para uso personal o que no puede resistir el paso del tiempo, sino los valores perennes que Dios nos transmitió con su Palabra y su Ejemplo: Jesucristo. Esa felicidad que hemos conseguido contagiar, o ayudar a alcanzar a nuestros hermanos; el amor que hemos puesto en cada paso de nuestra vida; el buen recuerdo que dejaremos en los demás, cuando ya no estemos; la fidelidad al compromiso que adquirimos con el Señor en las aguas del Bautismo. Esos son los bienes de los que nos pedirá cuentas, en el último momento, el Hijo de Dios. Y entonces de nada nos servirá ser sagaces como serpientes, porque los hechos hablarán por nosotros; nuestros actos nos delatarán.

  Es en esta vida donde tenemos el tiempo de merecer y desarrollar todo nuestro ingenio y nuestro potencial para agradar a Jesús. Para conseguir que cada paso de nuestra vida: la familia, los amigos, el trabajo, sea medio y ejemplo para los demás y camino con el que acerquemos a nuestro prójimo a la intimidad divina. Hemos de saber presentar, como nos pide el Maestro en este Evangelio, los medios de formación como lo que realmente son: instrumentos para alcanzar la Felicidad, a la que nos ha llamado el propio Dios, desde el primer momento de la creación. Ser Iglesia no es algo aburrido, pesado o costoso; sino haber encontrado el “porqué” a cada circunstancia y, con el Señor, ser capaces de responder a cualquier “cómo”: con la Gracia divina. ¡Busquemos con ahínco la manera de transmitir esa realidad!