12 de diciembre de 2012

el amor incondicional

Evangelio según San Lucas 1,39-48.


  En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
  Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
  Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
  Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
  Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
  María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  San Lucas vuelve a mostrarnos, en su Evangelio, el tesoro más grande que Jesucristo nos ha dado en su Encarnación: a María, su Madre.

  Ella acaba de aceptar, sin conocer los detalles de la misión, el destino que Dios le ha propuesto en sus planes de salvación; simplemente se fía de Dios. Y en las palabras del ángel ha surgido una realidad que parecía, por propia naturaleza, imposible: su prima Isabel, mayor y estéril, está embarazada. No tarda ni un segundo pensando en sí misma -nos dice el Evangelio que partió sin demora-; no se sienta a meditar la profundidad de su sí y sus consecuencias. Simplemente en su corazón surge la inquietud propia de la que ha sido llamada a ser madre de la humanidad en Cristo, donde ningún sufrimiento ajeno -por pequeño que sea- la deja indiferente.

  Ponerse en camino entonces no tenía que ver nada con la situación actual: encontrar el medio, seguramente un pollino; enfrentarse a los caminos plagados de bandidos y subir los peñascos hasta el pueblecito de la montaña de Judá. Pero para María no hay obstáculos cuando alguien la necesita. Por eso, en cuanto pisó la casa de Zacarías y se encontró con Isabel, ésta se llenó del Espíritu Santo y manifestó con los ojos del alma lo que a los ojos humanos no era perceptible: la Virgen es la bendición más grande que Dios da al mundo, ya que de ella se encarna su Hijo. En su naturaleza humana estamos todos presentes, y por eso, al ser Madre de Cristo, todos somos hechos hijos suyos.

  Ante esa maravilla, sabedores del amor maternal de la Virgen que se olvida de sí misma para salir al encuentro del que sufre, no puedo entender como no aprovechamos este don divino, ese regalo del cielo que como nos mostrará más adelante el Evangelio, hace impagable la mediación de María, a la que su Hijo no puede negarle nada. Por eso, meditar este versículo debe ser, en el fondo, un canto de acción de gracias al Señor por la entrega de la Virgen a una humanidad sedienta del único amor incondicional que existe: el de una madre.