9 de diciembre de 2012

¡nunca nos dejara caer!

Evangelio según San Lucas 1,26-38.


  En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".
  Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
  Pero el Angel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
  Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
  María dijo al Angel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
  El Angel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
  También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios".
  María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Angel se alejó.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  San Lucas nos transmite en su Evangelio, uno de los momentos más sublimes de toda la Creación: En una pequeña aldea de Galilea, Nazaret, está a punto de hacerse realidad la promesa que Dios hizo a nuestros primeros padres, cuando ejerciendo mal su libertad, se apartaron de Él.

  Y, otra vez, el destino de toda la humanidad se encuentra en las manos de una mujer. El silencio rodeaba las palabras que el ángel acababa de pronunciar, y en el aire flotaba la antigüa traición de Eva. Cada uno de nosotros, pertenecientes a la naturaleza humana: ricos, pobres, jóvenes, ancianos, reyes y marginados, estábamos a la espera del sí generoso de María que pisaría la cabeza del diablo  haciéndose copartícipe de la Redención.

  El mal ha sido vencido, porque la Virgen da la vida como madre -en el orden de la generación terrena- a Aquel, del que la recibió ella misma. La llena de Gracia, preservada del pecado original en virtud de los méritos redentores del que había de ser su Hijo desde toda la eternidad, es el regalo divino más grande que el Padre ha podido entregarnos.
Intercesora maternal, dispuesta a que una espada le destroce el alma, por amor a nosotros. Fuerte, serena, fiel a los pies de la Cruz mientras su Hijo espiraba el último aliento por amor a los hombres.

  Me sigue sorprendiendo, cuando escucho a san Lucas, como muchos de nosotros minimizamos el papel de María y lo disolvemos en un puro contexto histórico. Eso me recuerda a unos nativos que vi en Sierra Leona, que pisaban diamantes increibles en bruto, sin ser conscientes del valor que esos minerales tenían.

  Pues bien, creo que hoy es un buen momento para intentar meditar la importancia que tiene la Madre de Dios en nuestras vidas; porque disponer de Ella es sujetar la mano segura que nos acerca a Cristo y que nunca, pase lo que pase, nos dejará caer.