15 de diciembre de 2012

No es una opinión





Evangelio según San Mateo 17,10-13.
Entonces los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?". 
El respondió: "Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; 
pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre". 
Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista. 



Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 




COMENTARIO:

Este Evangelio de San Mateo nos advierte de una circunstancia que vivimos con sello de normalidad, como si lo frecuente fuera lo natural. Las personas buscamos sin parar el agua de la vida en vasijas rotas; buscamos el conocimiento sobre nosotros mismos y sobre aquello que nos trasciende en filosofías de vida que a nada nos comprometen, diluyéndose en un todo universal de marcado carácter oriental.

Pero aunque actuemos como los niños que cierran sus ojos ante la realidad presente que desean ocultar, la realidad continua allí. Dios ha dado manifestación de sí mismo en toda la revelación: A través de sus profetas, de la historia, del tiempo, de las circunstancias, de sus mensajeros, hasta hacerse carne la Palabra y en Cristo manifestarse a si mismo y, consecuentemente, manifestar el sentido de la vida.

Él es la fuente de agua viva que sacia la sed de búsqueda del ser humano. Él es el encuentro con una felicidad que no nos habla de evasión, sino de compromiso, de responsabilidad; de oración personal y profunda que exige un cambio de actitud en nuestra vida. Por eso, lo mismo que ocurrió en tiempos de Elias o del mismo Cristo, las personas intentamos silenciar todas aquellas voces que nos enfrentan a nuestros errores, imitaciones y traiciones.

Pero lo mismo que ocurrió entonces, la voz del Evangelio resuena fuertemente en nuestro mundo reclamando la autoridad que le corresponde: La que surge de la Resurrección de Cristo, manifestada por los apóstoles y testimoniada con su vida. No es una opinión; nos guste o no, es un hecho histórico, datado y cronológicamente demostrado, que nos incita a ser coherentes con la fe que procesamos.

Podemos cerrar los ojos, taparnos los oídos y justificar lo injustificable, pero la Palabra de Dios seguirá esperándonos: Eterna, paciente y amorosa, a que la abracemos para hacerla vida en nosotros.