6 de diciembre de 2012

sin Él no podemos vivir

Evangelio según San Mateo 15,29-37.


  Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos.

  Los pusieron a sus pies y él los curó.
  La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.
  Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino".
  Los discípulos le dijeron: "¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?".
Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tienen?". Ellos respondieron: "Siete y unos pocos pescados".
  El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud.
  Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo nos transmite un mensaje de Jesús que debe inundar de gozo y esperanza nuestra alma.

  Cuando el Señor llegaba a un lugar, por los caminos de Galilea, todos corrían a su encuentro para acercarse y acercarle aquellos amigos y familiares que se sentían presa del dolor, la enfermedad y la marginación.

  No debía ser fácil llegar a su lado, pero la seguridad de que su corazón misericordioso era incapaz de pasar sin hacer el bien cuando observaba que alguien lo requería desde la fe en su palabra, ponía alas a los pies de la multitud que lo busaba con ahinco.

  Y es ese amor que desborda, el que hace que el Maestro sea consciente de la carencia de alimento; del hambre del hombre que muchas veces no sabe donde encontrar el pan.

  Los discípulos consiguen entregarle lo poco que tienen; lo que han reunido para repartir, pero que es insuficiente...¡Y a Cristo le basta! Lo multiplica, lo entrega, les sacia. Así es nuestro Dios.

  Nos pide nuestra alma: pequeña, desconfiada y hambrienta; y Él nos alimenta con su Cuerpo que nos sacia sin cesar: la Eucaristía. Hoy, igual que ayer, cada uno de nosotros debe buscar al Señor que nos espera en la soledad del Sagrario y allí, presentarle nuestras penas y alegrías, rogándole que como oramos en el Padrenuestro, nos de nuestro pan de cada día. Sin Él, no podemos vivir.