20 de diciembre de 2012

¡las promesas de Dios son imperecederas!

Evangelio según San Lucas 1,5-25.
  En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón.
  Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor.
  Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
  Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios,
le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso.
  Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso.
  Entonces se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.
Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo.
  Pero el Angel le dijo: "No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan.
  El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento,
porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios.
  Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto".
  Pero Zacarías dijo al Angel: "¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada".
  El Angel le respondió: "Yo soy Gabriel , el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia.
  Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo".
  Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario.
  Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque se había quedado mudo.
  Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa.
  Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses.
  Ella pensaba: "Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  El Evangelio de san Lucas nos recuerda la importancia que ha tenido Juan el Bautista en la historia de la salvación. Él ha sido el precursor; aquel que llamaba a la conversión y preparaba las almas para la recepción de la Palabra hecha carne: Jesucristo. Juan ha sido el más grande entre los grandes, que ha puesto un punto y final a las promesas, dando paso al cumplimiento de la Redención. Ya no habrá un después, porque este después se ha cumplido hoy.

  Por eso su concepción fue también milagrosa -ya que Isabel era estéril y ambos esposos de edad avanzada- siendo precedida del mensaje del ángel Gabriel, que posteriormente traería la Buena Nueva a la Virgen María.

  Y es en esta concepción donde yo quería que os pararais a meditar unos puntos interesantes: el primero es la oración de Zacarías e Isabel. A pesar de ver que la naturaleza marcaba sus pautas y hacía imposible sus deseos de ser padres, no flaquearon en su fe; no logrando la realidad que se imponía que desfalleciera su confianza en Dios. Y Éste respondió a su fidelidad con creces, como hace siempre, escuchando sus súplicas y dándoles un hijo que sería su gloria.

  Las cosas de Dios son así; no se lo dió en el momento aparentemente adecuado. No cuando querían ellos, sino cuando convino a los planes divinos. Y les explica el ángel que ese hijo será su alegría: no porque sea el más guapo, ni el más listo, ni el más rico; sino porque hará que muchos vuelvan a Dios.

  ¡Qué lección más grande para nosotros! que generalmente nos contentamos con dar instrucción a nuestros hijos, en vez de formación. Que olvidamos la importancia de que crezcan en valores cristianos y virtudes, porque nos conformamos con verlos crecer en actitudes y aptitudes prácticas para poseer y tener. Gabriel nos recuerda, con sus palabras, que la felicidad consiste en formar hijos para Dios, porque el mundo no puede saciar los deseos de eternidad del hombre, ya que éste ha sido llamado a unificar su voluntad a la voluntad de Dios y así, en su servicio de expandir su Reino, encontrar la verdadera plenitud personal.

  Y para finalizar, no olvidéis nunca que aunque a veces parece que el Señor no escucha, siempre está ahí. No desfallezcáis, no dudéis, porque las promesas de Dios son imperecederas.