19 de enero de 2013

¿Qué nos conviene?

  Pienso que en esta sociedad relativizada, donde parece que la realidad no existe si no es en la mente de los que la “crean”, es donde se percibe con mayor intensidad la necesidad de valores concretos, intemporales y universales; que sirvan como anclas, para sujetar el barco de la existencia, ante un mar tempestuoso de teorías subjetivas.


  Recuerdo a una criatura anoréxica, cuya máxima ilusión era desfilar por una pasarela, como se reafirmaba en lo bueno que era dejar de comer para poder alcanzar una talla casi infantil; eso me hizo comprender que sería oportuno para todos, intentar conocer el significado de lo que verdaderamente puede llamarse bueno.
No he podido olvidar los argumentos, que la joven aspirante a modelo, esgrimía para justificar su actitud: la de la libertad de elección. Comprendí que no era el momento ni el lugar para hacerla razonar sobre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer; frente al concepto de qué es la libertad; de aquello que nos perfecciona y nos degrada; de las normas de conducta que nos muestran que la bondad o maldad de una acción no viene determinada por una moda o porque un grupo mayoritario de personas le den sello de normalidad. Es necesario, con carácter de urgencia, que para conocer qué es bueno para el hombre, el hombre se conozca a sí mismo.


  Es increíble observar cómo funciona nuestra forma de obrar: cómo el hombre conoce a través de su inteligencia la razón de bien que un objeto posee, y como mueve a la voluntad, al querer, hacia ello; por eso es tan importante no errar en el conocimiento de lo que es verdaderamente bueno para nosotros. Pues si no es así, estamos expuestos a buscar cosas satisfactorias o placenteras que sólo son el reflejo o disfraz de la bondad ontológica y moral que encierra en sí mismas y para nosotros. Lo bueno es lo valioso, lo perfecto, lo apetecible en sí mismo; y su posesión, a la que tendemos, siempre perfeccionará nuestra naturaleza humana. Ese es su principal distintivo; ya que nos hace más personas y menos animales.


  Si nos dieran a escoger, por el mismo precio, entre comprar un coche mediocre o un último modelo con todos los accesorios, no creo que nadie tuviera dudas sobre una decisión tan evidente. Bien, pues en el actuar humano hay cosas que se nos escapan justamente porque son evidentes; si la voluntad se dirige al bien, lógicamente buscará el Bien máximo, a la Bondad sublime donde se encuentran todas las perfecciones, y que es fin último del hombre: Dios mismo. Y como nadie busca lo que no conoce, podemos deducir que si buscamos el Bien y la Felicidad, es porque partimos de ella; porque en un principio, estábamos en ella. De esta manera, si hay un Bien absoluto, que es el fin al que el hombre está destinado, los actos que nos acercan a Él serán actos buenos y los que nos alejan, degradándonos serán actos malos.


  No hemos de pensar ¡ni mucho menos! que todas aquellas cosas agradables que nos encontramos por el camino y, que disfrutamos alcanzándolas son malas. Todas las cosas, por el hecho de ser, participan de Dios y por ello gozan de una bondad y una perfección participada, cada una según su naturaleza. Pero incurriremos en el error y extraviaremos nuestra vida si las buscamos como fines absolutos, poniendo en ellas nuestra búsqueda de  felicidad; ya que una vez alcanzadas se disolverán en nosotros como el agua se desliza en nuestros dedos, por más que cerremos la mano.
De todo lo dicho se deduce, que la libertad electiva será total, cuando seamos nosotros mismos los que nos autodeterminemos hacia el bien, siendo capaces de renunciar a una satisfacción temporal por un bien mayor que nos trasciende y nos ayuda a perfeccionarnos como seres humanos.
Si nuestra amiga, proyecto de modelo, hubiera conocido realmente que es ser libre, no hubiera gritado a los cuatro vientos su capacidad de hacer lo que le daba la gana, mientras era esclava de unos deseos que conllevaban su autodestrucción.


  En nuestros días, igual que ha ocurrido en siglos anteriores, los sofistas ocupan los medios de comunicación y el poder. El subjetivismo y el relativismo acampan a sus anchas, mientras una cultura hedonista hace creer a la juventud, y a quien no es tan joven, que todos los medios son válidos para alcanzar los fines que nos dan satisfacción y placer; como si en ellos se encontrara la verdadera felicidad. Por eso, siento deciros que nos toca a nosotros defender una educación en la totalidad de nuestros ser; donde no sólo se informe a nuestros hijos sino que se les forme en valores y virtudes; dándoles las respuestas que su alma inmortal requiere y a la que todos, como seres religiosos que somos, tenemos derecho.
Nos toca luchar por ello e ilusionar a nuestros congéneres a lograr culminar con éxito ese increíble proyecto, al que llamamos vida.