Evangelio según San
Mateo 13,31-35.
Jesús propuso a la gente otra parábola:
"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de san Mateo, podemos observar como el Señor continúa profundizando
en la doctrina, a través de las parábolas. Y lo hace así, porque sabe que a todos
aquellos que le escuchan, les es más fácil comprender el mensaje divino a
través de esas imágenes humanas. A Jesús, como podéis observar, no le importa
emplear todos los medios posibles que tiene a su alcance, para facilitar a los
hombres el entendimiento del profundo significado de su doctrina.
En este caso,
el Maestro nos hace una invitación a la esperanza y a vencer el desánimo; anunciando
que el Reino necesita de la paciencia para crecer poco a poco y superar las
dificultades. Y para que comprendamos que aquello que nos parece difícil es,
por la Gracia de Dios que ayuda y trasciende nuestra disposición, una realidad
posible en el tiempo, Jesús nos explica de una manea muy dulce, una paradoja
donde nos llama a profundizar más allá de la imagen expresada y descubrir que
el Reino de Dios crece en nuestro interior, cuando estamos dispuestos a abrir
nuestro corazón a la Palabra encarnada: Jesucristo.
El Señor trae a
colación el grano de mostaza, no sólo porque su pequeñez y posterior desarrollo
llaman la atención, sino porque también se trata de él en el libro de los
Proverbios. Y, sin embargo, esa semilla ínfima se convierte en un árbol tan frondoso,
que ya ha sido utilizado por Ezequiel para representar al Reino, donde todos
encontramos cobijo. Donde la soberbia será castigada, al contemplar que el Señor
enardece la humildad y castiga la arrogancia. Porque Dios, como ya demostró al
hablar con Elías, no es un fuerte viento, sino una brisa suave. Jamás el Padre
forzará una decisión –que debe ser fruto del amor- con una evidencia que
termina con la libertad de la decisión de sus hijos.
Por eso, si somos capaces de huir de la parafernalia
que oscurece la verdad de los hechos, y confiamos en ese Jesús de Nazaret, el
carpintero, el Hijo de María cuya vida fue una sucesión durante treinta años,
de cosas pequeñas y sencillas que Él convirtió en sagradas, alcanzaremos a “ver”
el camino –doloroso, entregado y glorioso- que le condujo a su Pasión, Muerte y
Resurrección. Allí, en lo más pequeño de
una aldea minúscula perdida de Belén, nació el Rey de Reyes. No es difícil
comprender, viendo la trayectoria que ha seguido la Revelación divina, como se
desarrolla ese proyecto de la salvación, que comienza en la sencillez de un Niño
y culminará en la majestad manifiesta del Hijo de Dios.
En la siguiente
parábola, podemos observar la imagen tan gráfica de la levadura; imagen que el
Señor escogió porque en aquel tiempo era un elemento común que se encontraba en
todas las casas que elaboraban pan y dulces. Y lo hace, porque es importante
que comprendan que eso que sucede en la masa, es lo que Jesús quiere que
hagamos nosotros, en medio del mundo. Quiere que seamos levadura que, sin
desnaturalizar el ambiente, lo impregna todo de ese cristianismo que lleva al
ser humano a alcanzar y desarrollar su verdadera naturaleza; esa, que une en su
interior, la materia y el espíritu.
Sin
estridencias, sin manifestaciones estelares, sino con una fe vivida, que pone a
Cristo en la cima de todas las aspiraciones terrenas. Y si me apuráis, y me lo
permitís, os diré que creo que el Maestro nos habla de una forma especial en el
texto, a todos aquellos bautizados que hemos sentido la vocación de servirle, a
través del laicado. Sin salir de nuestro sitio, convirtiendo nuestro sitio en
una realidad cristiana. Y no olvidéis que la característica más importante que
comentaba la gente sobre Jesús, es que todo lo había hecho bien. Así debemos
ser nosotros, que tomamos ejemplo de Cristo y, hagamos lo que hagamos,
intentamos hacerlo lo más perfecto posible; porque se lo entregamos a Dios y es
el medio por el que alcanzamos nuestra salvación.
Hemos de ser
fieles en lo poco; en lo ordinario, en la familia…porque esa es la misión que
Dios nos ha encomendado, para que cambiemos el mundo. Tú y yo, debemos ser un
ejemplo de esa doctrina que manifiesta con los hechos lo que siente nuestro
corazón. Por favor no permitas que al final de la vida –que nadie sabe cuán
larga será- todavía no hayan descubierto los que nos rodean, que no ha habido
nada más importante para nosotros, que servir al Señor como el Señor quiere ser
servido: con amor a los demás, con disponibilidad a sus planes, con fidelidad a
su Palabra y conformando en nuestra persona, la Iglesia de Cristo. Por favor ¡Da
testimonio de nuestra identidad!