27 de julio de 2015

¡Da testimonio de tu identidad!

Evangelio según San Mateo 13,31-35. 


Jesús propuso a la gente otra parábola:
"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, podemos observar como el Señor continúa profundizando en la doctrina, a través de las parábolas. Y lo hace así, porque sabe que a todos aquellos que le escuchan, les es más fácil comprender el mensaje divino a través de esas imágenes humanas. A Jesús, como podéis observar, no le importa emplear todos los medios posibles que tiene a su alcance, para facilitar a los hombres el entendimiento del profundo significado de su doctrina.

  En este caso, el Maestro nos hace una invitación a la esperanza y a vencer el desánimo; anunciando que el Reino necesita de la paciencia para crecer poco a poco y superar las dificultades. Y para que comprendamos que aquello que nos parece difícil es, por la Gracia de Dios que ayuda y trasciende nuestra disposición, una realidad posible en el tiempo, Jesús nos explica de una manea muy dulce, una paradoja donde nos llama a profundizar más allá de la imagen expresada y descubrir que el Reino de Dios crece en nuestro interior, cuando estamos dispuestos a abrir nuestro corazón a la Palabra encarnada: Jesucristo.

  El Señor trae a colación el grano de mostaza, no sólo porque su pequeñez y posterior desarrollo llaman la atención, sino porque también se trata de él en el libro de los Proverbios. Y, sin embargo, esa semilla ínfima se convierte en un árbol tan frondoso, que ya ha sido utilizado por Ezequiel para representar al Reino, donde todos encontramos cobijo. Donde la soberbia será castigada, al contemplar que el Señor enardece la humildad y castiga la arrogancia. Porque Dios, como ya demostró al hablar con Elías, no es un fuerte viento, sino una brisa suave. Jamás el Padre forzará una decisión –que debe ser fruto del amor- con una evidencia que termina con la libertad de la decisión de sus hijos.

Por eso, si somos capaces de huir de la parafernalia que oscurece la verdad de los hechos, y confiamos en ese Jesús de Nazaret, el carpintero, el Hijo de María cuya vida fue una sucesión durante treinta años, de cosas pequeñas y sencillas que Él convirtió en sagradas, alcanzaremos a “ver” el camino –doloroso, entregado y glorioso- que le condujo a su Pasión, Muerte y Resurrección.  Allí, en lo más pequeño de una aldea minúscula perdida de Belén, nació el Rey de Reyes. No es difícil comprender, viendo la trayectoria que ha seguido la Revelación divina, como se desarrolla ese proyecto de la salvación, que comienza en la sencillez de un Niño y culminará en la majestad manifiesta del Hijo de Dios.

  En la siguiente parábola, podemos observar la imagen tan gráfica de la levadura; imagen que el Señor escogió porque en aquel tiempo era un elemento común que se encontraba en todas las casas que elaboraban pan y dulces. Y lo hace, porque es importante que comprendan que eso que sucede en la masa, es lo que Jesús quiere que hagamos nosotros, en medio del mundo. Quiere que seamos levadura que, sin desnaturalizar el ambiente, lo impregna todo de ese cristianismo que lleva al ser humano a alcanzar y desarrollar su verdadera naturaleza; esa, que une en su interior, la materia y el espíritu.

  Sin estridencias, sin manifestaciones estelares, sino con una fe vivida, que pone a Cristo en la cima de todas las aspiraciones terrenas. Y si me apuráis, y me lo permitís, os diré que creo que el Maestro nos habla de una forma especial en el texto, a todos aquellos bautizados que hemos sentido la vocación de servirle, a través del laicado. Sin salir de nuestro sitio, convirtiendo nuestro sitio en una realidad cristiana. Y no olvidéis que la característica más importante que comentaba la gente sobre Jesús, es que todo lo había hecho bien. Así debemos ser nosotros, que tomamos ejemplo de Cristo y, hagamos lo que hagamos, intentamos hacerlo lo más perfecto posible; porque se lo entregamos a Dios y es el medio por el que alcanzamos nuestra salvación.


  Hemos de ser fieles en lo poco; en lo ordinario, en la familia…porque esa es la misión que Dios nos ha encomendado, para que cambiemos el mundo. Tú y yo, debemos ser un ejemplo de esa doctrina que manifiesta con los hechos lo que siente nuestro corazón. Por favor no permitas que al final de la vida –que nadie sabe cuán larga será- todavía no hayan descubierto los que nos rodean, que no ha habido nada más importante para nosotros, que servir al Señor como el Señor quiere ser servido: con amor a los demás, con disponibilidad a sus planes, con fidelidad a su Palabra y conformando en nuestra persona, la Iglesia de Cristo. Por favor ¡Da testimonio de nuestra identidad!