24 de octubre de 2014

¡Sigamos las huellas!



Evangelio según San Lucas 12,54-59.


Jesús dijo a la multitud:
"Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.
Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo."

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Lucas, nos muestra la queja que Jesús hace a aquellos que le escuchan, juzgando sus actuaciones a través de los dos sentidos que abarca la palabra “tiempo”: uno, desde la perspectiva climática, que tan bien comprendían aquellos hombres que trabajaban la tierra o se dedicaban a la pesca; y para los que unas nubes significaban lluvia, o un fuerte viento les indicaba un mar embravecido, difícil de navegar. Y el otro, referido a las etapas de la salvación que, como miembros del pueblo de Israel, conocían perfectamente; ya que el Antiguo Testamento se había encargado de desgranar cada periodo de la historia, en la que Dios revelaba –a través de los escritores sagrados- los signos que iban a manifestar la llegada del Mesías.

  Por eso el Maestro les acusa de utilizar la lógica, solamente para juzgar y discurrir las cosas terrenas; y, en cambio, son capaces de obviar y razonar ilógicamente ante todos los acontecimientos sobrenaturales,  que les confirman con hechos las palabras, a las que Jesús les remite;  y que debía llevarles –si no hubieran estado cargados de prejuicios- a la seguridad de encontrarse delante del Hijo de Dios. Evidentemente, unos no supieron, por ignorancia, y otros no quisieron, porque no convenía a la medida de Dios que habían elaborado, aceptar aquellas sugerencias que el Altísimo dirigía, al fondo de sus conciencias: ese lugar donde el Espíritu Santo ilumina la Verdad de Cristo, y rendimos nuestra voluntad a la voluntad divina. 

  Pero como siempre, el Señor no fuerza libertades; por eso una parte del pueblo judío seguirá al Maestro y, en ellos, se cumplirán las promesas, surgiendo la Iglesia como este Nuevo Pueblo de Dios. Y otros decidirán, habiendo visto y escuchado lo mismo, acabar con Él; porque en el fondo les afrenta y les molesta esa realidad que no quieren aceptar. Pensaron que con su muerte, conseguirían silenciar su vida, sus milagros y su doctrina; sin llegar a comprender que, como ya había anunciado la Escritura, la Sangre de ese Cordero arrastrado en silencio al matadero –como lo describía el profeta Elías- sería la Vida que limpiaría al hombre de sus pecados y le devolvería, en Cristo, la auténtica existencia que merece ser compartida.

  Jesús nos pide, como les pidió a ellos, que sepamos interpretar todas las señales que Dios nos sugiere, a cada paso de nuestro día a día. Que no seamos tan ciegos, como para llamar casualidad a lo que, en realidad, es Providencia. El mundo es como un grupo enorme de piezas, que contienen en sí mismas varias veces las letras del abecedario. Podemos lanzarlas al aire, tantas veces como queramos, pero yo os aseguro que jamás, y digo jamás, conseguiremos que de forma imprevista nos surja una palabra, o una frase con sentido. Se necesita, para ello una persona que, poco a poco, ordene las fichas que en realidad están, pero que necesitan ser colocadas adecuadamente. Dios Creador de todo lo visible e invisible, es el causante del orden perfecto de la creación. Y aunque permita que el hombre, en su orgullo y soberbia, destroce y altere la armonía de la naturaleza, nos da los mandamientos como camino seguro para llegar a alcanzar la paz y el bienestar. Él quiere que, observando nuestro alrededor y viendo a donde nos conducen aquellos que intentan sacar al Altísimo de la ecuación del hombre, volvamos –observando y siguiendo los signos que ha dejado para ello en su Iglesia- al redil de la fe; donde nos espera para conducirnos a la Felicidad eterna.

  Con la imagen del adversario y el magistrado, el Señor nos enseña que mientras hay vida, todavía hay tiempo de rectificar. Pero todos sabéis que, en días anteriores, nos ha repetido hasta la saciedad que Dios puede venir a buscarnos en cualquier momento; y ese momento puede ser, ya. Por tanto, debemos apresurarnos para no ser condenados y, por amor que no por temor, estar dispuestos a dar la mano al Señor y caminar en esta tierra a su lado. Hemos de abrir los ojos del corazón, y de la razón, a las gentes; para que puedan apreciar la huella clarísima que Dios dejó en el tiempo y el espacio. Debemos enseñar, instruir, explicar; porque hacerlo es también una misión apostólica, que Jesús nos pide a todos aquellos que tenemos la responsabilidad –como bautizados- de comunicar el Evangelio.

  Los hechos están, lo que falta es que nosotros seamos capaces de descubrirlo, y de darlo a descubrir a los demás; porque estos “demás” son nuestros hermanos y, por ello, responsabilidad nuestra. Debemos luchar, a brazo partido, con todos aquellos cuya finalidad es generar la ignorancia en las cosas de Dios, y embotar el espíritu del hombre –para que no sea capaz de pensar- con todas aquellas cosas que crean adicción y terminan con la libertad de elección; generando esclavos sumisos, atados a sus pasiones y acostumbrados a sus pecados. Sólo siendo dueños de nosotros mismos, a través de la educación de la voluntad, y señores de nuestro destino, podremos dirigir nuestros pasos hacia donde de verdad, nos guían las huellas que dejó en la tierra el Hijo de Dios: a la casa del Padre.