30 de enero de 2013

la dignidad del cristiano

Evangelio según San Marcos 3,31-35.


Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.
La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  En este pasaje del Evangelio escrito por san Marcos, descubrimos el verdadero y profundo significado de la palabra cristiano.
Cuando le avisan a Jesús de que su madre y sus hermanos le estaban buscando fuera, el Señor describe la relación que habrá entre Él y cada uno de aquellos que se decidan a seguirle, recibiendo las aguas del Bautismo y cumpliendo la voluntad de Dios: Un parentesco con Cristo, tan estrecho, que dejará empequeñecido el parestesco natural de sangre.
Porque tener vida sacramental es formar parte del propio Jesucristo; recibiendo su Carne y haciéndonos uno con Él a través de la Gracia santificante que nos eleva a hijos adoptivos de Dios en el Hijo.


  Ante la pregunta de Jesús de quienes son su Madre y sus hermanos, la respuesta sobreviene sola; ya que si ésta está condicionada a unir nuestra voluntad a la del Padre, María ha sido por su correspondencia al querer de Dios, la que ha prefigurado lo que posteriormente será la vida de los discípulos del Señor. Ella dió fe al mensaje divino y por su fe fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación; cumpliendo perfectamente la voluntad de Dios y, por eso, su Hijo considera más importante su condición de discípula que su condición de madre.


  Es tal a la categoría que Nuestro Señor nos eleva, que sólo pensar el significado que encierra nuestra condición de cristianos, debería ser motivo para cambiarnos la vida; para darnos cuenta de la dignidad inmensa que contiene recibir el Espíritu Santo y deificarnos a través de las aguas bautismales, al hacernos otros Cristos en Cristo. Meditar estos pasajes y no someter nuestra voluntad a la voluntad divina es desperdiciar la posibilidad de formar parte de la familia de Dios, con todo lo que eso significa: encontrar el sentido a la vida, al sufrimiento y a la muerte, recuperando la Felicidad perdida, al lado del Hijo de Dios.


  No quiero terminar este pequeño comentario sin recordar que la expresión "hermanos" en la Escritura está dedicada a los parientes próximos, como podemos observar en el Génesis cuando Abrán llama hermano a Lot, que era su sobrino: "Por favor, no haya discordias entre tú y yo, entre mis pastores y los tuyos, ya que somos hermanos" (Gn 13,8).
En este caso, Santiago y José son denominados "hermanos de Jesús", cuando en realidad son los hijos de "la otra María" de la que nos habla san Mateo en el versículo 28,1.
Esto nos tiene que servir para darnos cuenta que leer la Sagrada Escritura requiere, muchas veces, un conocimiento previo de las costumbres,la historia y las tradiciones de la época en cuestión; ya que si lo interpretamos con una cierta literalidad, extrapolándolo a los momentos actuales, podemos recibir el mensaje cristiano con una cierta desvirtuación. Por eso es tan importante enriquecernos  de la Tradición que la Iglesia nos regala, junto con su seguro Magisterio eclesial.