21 de enero de 2013

¡Haced lo que Él os diga!

Evangelio según San Juan 2,1-11.
Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús también fue invitado con sus discípulos.
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino".
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga".
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo
y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento".
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios


COMENTARIO:


  Este Evangelio es para mí, uno de los más profundos y bellos a la hora de meditarlo. Juan centra bien, ante todo, el lugar donde se va a llevar a cabo el primer milagro de Jesús y por ello, la inauguración de los tiempos mesiánicos: en Caná de Galilea, a unos kilómetros de Nazaret.

 
  Ninguno de los evangelistas, en capítulos anteriores, nos ha hablado de la participación del Señor en ningún acontecimiento festivo ni nos ha narrado que compartiera con sus familiares eventos lúdicos. Por eso, cuando Juan nos refiere que su Maestro, junto a su Madre, se encuentra participando de unas bodas, hay que penetrar en la Escritura para descubrir qué nos quiere decir la Palabra de Dios. La presencia de Jesús en Caná es la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante será un signo eficaz de la presencia de Cristo, es decir, será un Sacramento. Demostrando la importancia de la familia, que está inscrita en la Revelación de Dios, como su imagen, y en la historia de la salvación; ya que Dios Trinitario es familia en sí mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo.


  En este pasaje, el encuentro con la Virgen Santísima nos desvela parte de su intimidad; de su forma de ser. María es una mujer que en cualquier sitio y lugar no sólo está pendiente de las circunstancias sino, y sobre todo, de las personas. Su solicitud no tiene límites en cuanto se da cuenta del problema que presenta para los novios la falta de vino en el banquete. No hace falta que se lo pidan, porque en su inmenso corazón de madre le urge hacer felices a sus hijos hasta en sus más pequeñas necesidades.


  El evangelista nos la sitúa sólo en dos episodios que son claves en la vida de Jesús: uno al comienzo -en las bodas- y otro al final –a los pies de la Cruz, en el Calvario- de la vida pública de Jesús. Indicando que toda la obra del Señor está acompañada por la presencia de María Santísima como colaboradora en la obra de su Hijo: la Redención.


  Es increíble observar como la Virgen intercede; cómo se pone en medio de Jesús y los hombres como mediadora maternal, segura del amor de su Hijo que no puede negarle nada. Y a la vez, nuestra Madre nos enseña con sus palabras el camino seguro para no perdernos jamás en los tortuosos senderos de la vida: “haced lo que Él os diga”. Esa frase, corta en extensión e inmensa en su riqueza, recoge el secreto del mensaje cristiano. Amar a María es estar unidos a Jesús porque ella nos remite a su Hijo en los Sacramentos y en el Evangelio, es decir, en la Iglesia para que le sigamos. Venerar a la Virgen es, simplemente, agradecer a Dios el regalo más grande que nos hizo, cuando nos la entregó como Madre.