18 de enero de 2013

la importancia de la confesión

Evangelio según San Marcos 1,40-45.


Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Las primeras lineas del Evangelio de san Marcos parecen guardar una total similitud con la actitud y la finalidad del pecador que se acerca al sacramento de la confesión.

  
  En aquel tiempo la lepra era considerada una enfermedad repugnante que Dios enviaba a las personas por sus faltas cometidas. El enfermo era declarado impuro por la Ley de Moisés y se le separaba de los demás, obligándole a vivir aislado y marginado, para no contagiar la lepra a todos aquellos que tuvieran trato con él. En las profecías del Antigüo Testamento se consideraba que, con la llegada del Mesías, esa enfermedad, que era producto de la impureza, desaparecería. Y efectivamente, como podemos comprobar por el relato de Marcos, ante la petición que surge del acto de fe del leproso, el Señor limpia su cuerpo y a la vez su alma. En esa unidad de cuerpo y espíritu que conforma  la persona humana, cualquier enfermedad del alma tiene un componente somático que le afecta; de ahí la importancia que tiene el sacramento de la confesión, que nos sana el alma, para llevar una vida verdaderamente feliz.

 
  Por eso, como os decía al principio, ese hombre es imagen de todos los pecadores del mundo que nos acercamos a Cristo, rogándole encarecidamente que nos libre de la enfermedad del pecado que nos separa de la vida divina y, poco a poco, nos margina del lado de Dios. En los gestos y palabras del leproso percibimos su oración cargada de fe, vergüenza y humildad y, como nosotros en el sacramento penitencial, hinca la rodilla en tierra y pide la salud para sí mismo, seguro de que el Hijo de Dios que dió su vida por nosotros, será incapaz de negársela.


  De esta manera, cuando nos acercamos con el alma contrita a la confesión sacramental y ante el sacerdote, representante de Cristo, nos reconocemos enfermos y necesitados de perdón; el Señor no sólo nos perdona, sino que excediéndose nos da su Gracia, su fuerza, su vida, para que limpios de pecado tengamos la fortaleza de luchar generando virtudes. Y así mantener la salud necesaria para llevar una vida sana, plenamente cristiana, con el distintivo de la alegría que es propia de los hijos de Dios.