15 de enero de 2013

la mirada de Jesús

Evangelio según San Marcos 1,14-20.


Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Marcos, Jesús comienza su predicación justo después de que hayan encarcelado a Juan el Bautista. Esta circunstancia sugiere que ya ha terminado la etapa de las promesas con el último de los profetas, porque se han cumplido en Cristo con la llegada de la salvación y la implantación del Reino de Dios. Pero alcanzar esa salvación ya se percibe que no será un camino de rosas, ya que el mismo Juan está encarcelado y posteriormente será decapitado. Jesús sufrirá, para redimirnos, una Pasión horrorosa que acabará con su Cuerpo taladrado en una cruz de madera. Por eso el Señor nos pide, desde Galilea, que aceptemos con fe sus noticias; aunque a veces no se ajusten a lo que queremos oír.


  Jesús pasea por el lago; allí está Simón y Andrés, y un poco más lejos Santiago y Juan. Seguro que conocían al Maestro y le habían escuchado varias veces, cuando se dirigía a la multitud que le seguía. Todos ello, como el resto de los jóvenes judíos de la época, buscaban un Rabbí  que les instruyera; por eso les debió sorprender que fuera el propio Jesús el que les invitara a caminar a su lado. Hubieran podido hacerle miles de preguntas sobre la vida que les esperaba; o qué implicación iba a tener para ellos el convertirse en discípulos suyos. Pero el Evangelio nos dice que al punto que Cristo los llamó, lo dejaron todo y se fueron con Él. Esta actitud debe llevarnos a meditar como tenía que ser la personalidad del Señor, porque todos ellos tenían sus trabajos; eran pescadores y formaban parte de sus familias, con las que convivían. Ninguno de ellos pudo negarse a esa mirada profunda y divina que penetraba hasta el fondo del alma. La misma que hará que, meses después, al encontrarse Pedro con ella, tras negar al Señor tres veces, rompa en sollozos de profundo arrepentimiento.


  La misma mirada que hará que María Magdalena llore sus pecados y cambie radicalmente su vida. Esa mirada…que cada uno de nosotros hemos sentido en nuestro corazón, antes de que el Señor nos llamara para seguirle. Porque partir, por mandato divino, a evangelizar el mundo, significa que cada uno de nosotros hemos dicho que sí a Dios desde el lugar y la vocación específica que Él ha querido: unos desde lugares recónditos; otros desde la sociedad a la que pertenecemos; pero todos discípulos llamados a pescar desde la barca divina, que es la Iglesia.


  Puede ser que alguno de nosotros, como ocurrió con el joven rico, al darse cuenta de que seguir a Jesús significa, muchas veces, renunciar por amor a Dios a sí mismo y a lo que el mundo puede ofrecernos: placer, dinero, poder; no esté dispuesto a ello y se niegue a formar parte de los planes divinos. Desde luego es una opción; pero nunca podemos olvidar que el joven, cuando volvió la espalda a Cristo, se fue llorando. Así es la vida lejos de Dios; un espejismo de la realidad que siempre termina con las lágrimas propias de una vida sin sentido.