24 de enero de 2013

¡Hemos de ser coherentes!

Evangelio según San Marcos 3,1-6.


Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada.
Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante".
Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  San Marcos nos presenta, en su evangelio, una actitud del Señor que nos tiene que servir para analizar nuestros actos en el día a día.
Con la curación del hombre de la mano seca culmina la serie de versículos evangélicos donde se observan las controversias que había tenido Jesús con los escribas y fariseos. Hemos observado que el Mesías no sólo contó con la resistencia de los demonios, sino con la oposición de aquellos hombres, cuya soberbia les cegaba los ojos del corazón. Aquí se nos muestra una actitud similar al anterior versículo, donde se discutía la cuestión del sábado. Pero en éste, si lo analizamos bien, veremos que a nuestro Señor se le plantea un dilema que, desgraciadamente, es muy común en nuestro acontecer diario.


  Vuelve a ser sábado, y ante Jesús espera un hombre que sufre para que el Señor ejerza esa misericordia que, justo por serlo, está por encima de todo precepto legislado. Pero agazapados, se esconden aquellos que viven de las normas vacías y juzgan desde la inflexibilidad y la intransigencia. Cuantas veces nosotros, delante de un grupo de gente que considera que la fe es un fundamentalismo sin sentido y hablan de una libertad que sólo es posible ejercer desde sus puntos de vista, somos incapaces de actuar y obrar en consecuencia a la Verdad, donde hemos edificado nuestra existencia. No paramos conversaciones, donde se ridiculiza a nuestros hermanos o se les quita la honra, por tener miedo a esgrimir los argumentos que defienden su derecho a elegir la forma en la que quieren vivir.
No damos opiniones, ni luchamos contra la interrupción del embarazo –el aborto- a sabiendas de que lo que está en juego es una vida humana, porque tememos la controversia que se puede generar con nuestras palabras, dañándose la imagen de tolerantes que nos hemos construido, a base de renunciar a nuestros principios.


  Hacer el bien, que es actuar según los mandatos divinos donde priman la caridad y la misericordia por encima de todo; jamás debe estar en función de miedos, colores o circunstancias. El Señor ejerce su derecho divino, aunque sabe que hacerlo terminará con sus derechos humanos, muriendo en una cruz en lo alto del Calvario.
Siempre os digo que ser cristiano no es tarea fácil, porque Aquel en el que nos miramos, nos pide una coherencia que siempre nos enfrentará a la lógica del mundo. Pero es necesario que no olvidéis nunca que: “El que no vive como piensa, está condenado a pensar como vive”. Y esta es la traición más grande que el hombre puede hacerse a sí mismo y a Dios.