29 de enero de 2013

¡tenemos una misión!

Evangelio según San Marcos 3,22-30.
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios".
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.
Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.
Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".
Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Ante estas palabras de Jesús, expuestas por san Marcos, se me hacen presentes otras en las que el Señor nos recordaba que no sería menos el discípulo que el Maestro, en clara referencia a que todo cristiano debe seguir los pasos de Cristo; consciente de que en algún momento de su vida deberá tropezarse con la cruz que puede adoptar formas muy distintas. Pues bien, Jesús aquí nos avisa que muchas veces nuestras obras apostólicas, o aquellas que hagamos en nombre de la fe, uniéndonos a la Iglesia, serán ridiculizadas y vilipendiadas ante la ceguera de aquellos corazones que se cierran voluntariamente al conocimiento de la Verdad.


  Ese fue el caso que el Señor tuvo que vivir cuando los escrivas, bajados de Jerusalén, le imputaban al diablo lo que eran las obras de Dios. En ese momento, Jesús realiza unos razonamientos muy sutiles donde pone de manifiesto que con su llegada al mundo se ha creado un conflicto entre dos reinos: el de Satanás y el Reino de Dios. Y aunque se observa que Satanás es fuerte, no podemos olvidar que Jesús lo es mucho más. Por eso, cuando nosotros actuamos en nombre de Dios, participando de la misión eclesial, con la evangelización y la catequesis, es seguro que nos surgirán un montón de dificultades que intentarán separarnos del cometido, que estamos seguros, nos ha sido encomendada. Así actúa Satanás: intentando quitarnos la honra; manipulando nuestras intenciones y nuestro mensaje para complicarnos finalizar con éxito la tarea que nos ha sido requerida.


  Pero como nos dice el Maestro, en esa actitud mezquina surgida de la ceguera espiritual, es donde se ve el pecado que ofende directamente al Espíritu Santo. Porque todo aquello que surge de bueno y apostólico en nosotros, cuando estamos unidos a la Iglesia de Dios, plasmándose en proyectos futuros para hacer más felices a nuestros hermanos, tiene su principio en el Espíritu Santo. Nadie puede responder afirmativamente a Dios si primero el Espíritu no le ha dado su Gracia para moverlo a ello, con la fuerza necesaria para vencer nuestra propia debilidad, fruto del pecado original. De ahí que atacar todos aquellos proyectos que surgen del alma profética, sacerdotal y regia de la Iglesia –en la que estamos inmersos todos los bautizados en Cristo- es rechazar y despreciar todas las gracias que el Espíritu Santo nos regala en una profusa vida sacramental.


  También llama la atención, ante este hecho, las palabras del Señor que se muestra inflexible ante el pecado de blasfemia al Espíritu de Dios, manifestando con firmeza que sí hay un lugar para aquellos que no tendrán perdón: los reos del delito eterno. Efectivamente hay un infierno para los que, libremente, eligen separarse de Dios y hacerse ciudadanos del reino de Satanás. Creo que es necesario que, a veces, hagamos un examen de conciencia para valorar cómo llevamos nuestra vida espiritual, comprobando si nuestro pasaporte tiene vigencia para partir en cualquier momento al encuentro del Señor, en su Reino. No nos llevará mucho tiempo, pero nos ahorrará muchos disgustos si, por amor, somos capaces de rectificar y unidos al Espíritu Santo dar frutos de santidad; santidad  que es, ni más ni menos, ser fieles a Dios a través de la vida sacramental en Cristo Jesús.