2 de febrero de 2014

¿Quién es Jesús?



Evangelio según San Marcos 4,35-41.


Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

COMENTARIO:

  Este episodio que nos narra san Marcos en su Evangelio creo que tiene, para los cristianos, un significado muy especial. Todos nosotros, porque hemos sido bautizados, cruzamos el mar de la vida intentando alcanzar la otra orilla del lago, como miembros de la tripulación de la Barca de Pedro. Y, como aquellos que acompañaban al Maestro, hemos de enfrentarnos durante la travesía a grandes olas y potentes tormentas, que parecen hacernos zozobrar y poner fin a nuestro viaje.

  Sé que cuesta, cuando parece que nos encontramos en medio de la oscuridad y sentimos que hemos perdido el control de los acontecimientos, recordar que en la proa de la nave, descansando a nuestro lado, está el Hijo de Dios. Qué, como en aquellos momentos, permanece en medio de nosotros con su Cuerpo, su Sangre y su Divinidad. Que ha querido quedarse, en la soledad del Sagrario, para que tú y yo no nos sintamos nunca solos ni abandonados. Espera callado, que confiemos en Él; que le contemos nuestras miserias, nuestros errores y, a través de la Penitencia, recibamos su perdón y su Gracia para seguir luchando contra el pecado, la tristeza y la desidia. Quiere, a través de la Eucaristía, hacerse uno con nosotros y morar en nuestro corazón. Quiere que descansemos en Él nuestro sufrimiento; y que alcancemos la paz, que es fruto de la lucha por encontrar el sentido de la vida.

  Porque a veces nos olvidamos de que Jesús es dueño y Señor de todo lo que existe: del ayer, del hoy y del mañana. Que orar es pedir y agradecer; es recurrir a su misericordia con la seguridad de que, si es lo que más nos conviene, no nos lo negará. Es cobijarnos en su regazo y pedirle que nos abrace con fuerza, librándonos de todo mal. Y no dudéis que, como entonces, el Señor se alzará sobre la tribulación para con voz fuerte repetir que sobrevenga la calma, y cese el desasosiego.

  Este pasaje que nos muestra un mar embravecido, tiene también una connotación bíblica que no puede ser olvidada, ya que en muchos lugares de la Escritura se presenta el mar como el lugar donde se encontraban las fuerzas maléficas, que sólo Dios podía dominar. Los propios Salmos han hecho un paralelismo entre la inseguridad y la impotencia que siente el hombre ante la fuerza desatada de la naturaleza, y la actitud que debe regir nuestra vida ante los ataques del mal. Es ahí, en la pequeñez de nuestro ser, donde nos damos cuenta, si la soberbia no nos ciega, de la necesidad de recurrir y compartir el camino con nuestro Señor:
“Los que se hacen a la mar en las naves
Y ejercen el comercio por inmensas aguas,
Ven las obras del Señor,
Sus maravillas en alta mar.
Pues Él habla y se levanta un viento borrascoso,
Que encrespa sus olas,
Suben hasta el cielo y bajan a los abismos,
Desfalleciendo su alma por las desgracias.
Son zarandeados y se tambalean como borrachos;
Inútil es toda su pericia.
En su angustia clamaron al Señor,
Y los libró de las tribulaciones.
Convierte la tormenta en bonanza,
Enmudece el oleaje,
Y se regocijan por haberse calmado:
Él los conduce al ansiado puerto”
(Sal. 107, 23-30)

  Cristo domina, con el imperio de su voz, a todos los demonios que desatan la infamia en el mundo; porque Él es el poder de Dios. Por eso, les pregunta a sus discípulos si son capaces de creer en su divinidad, trascendiendo su humanidad santísima; y vencer al miedo, con la fe, aceptando que en Jesús nada puede causarnos esa preocupación, que nos quita la paz. Pero sólo despertaremos al Señor si despertamos nuestra fe, si vivimos como cristianos y damos ejemplo de que, de verdad, creemos en la potestad  de Dios sobre todas las cosas; frecuentando los Sacramentos y en ellos recuperando las fuerzas para, con su Gracia, dominar las diversas tormentas que se presenten en la vida.

  Ahora bien, el capítulo se cierra con una pregunta que se dirige a cada uno de nosotros para que la contestemos desde el fondo de nuestro corazón: ¿Quién es Jesús? Si tú, como yo, has encontrado la respuesta y aceptas al Señor como tu Dios, vive esa verdad reconociéndola en cualquier lugar, circunstancia y ocasión. Vive como lo que eres, con la alegría de un cristiano coherente que da testimonio de fidelidad a su Amor.