8 de febrero de 2014

¡No desaprovechenos la vida!



Evangelio según San Marcos 6,14-29.



El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos:
Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos".
Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado".
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado.
Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano".
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía,
porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré".
Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta.
La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.
En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.
El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Marcos, donde se nos presenta el cómo y el porqué Juan Bautista fue apresado y, posteriormente degollado, reúne en su contexto un montón de enseñanzas que pueden ser cruciales en nuestra vida cristiana. En primer lugar, este relato nos sitúa ante la misión apostólica de Juan, el cual manifiesta al rey Herodes el pecado cometido por su matrimonio con Herodías. Este relato y su desarrollo, indica a los lectores del Nuevo Testamento una realidad que hemos podido comprobar en innumerables ocasiones: que transmitir la Verdad de Cristo no es nada cómodo y mucho menos, fácil. Que la suerte del cristiano, si quiere cumplir bien la misión encomendada, será muchas veces similar a la del Bautista o a la que sufrirá Nuestro Señor.

  Nuestra predicación nos llevará a tener que enfrentar a las personas con una vida impropia de los hijos de Dios; y esa actitud, que no surge de nuestra falta de defectos y debilidades, sino de la realidad de la fe que debemos mostrar con la humildad propia de lo que somos, implicará decir la verdad, que la mayoría de las veces es incómoda. Pero la Ley de Dios no se puede acomodar a nuestros intereses, a nuestros caprichos y sentimientos del momento, bifurcando la fe y la moral por caminos distintos. Porque este es un error muy común que termina con un flirteo con la tentación que sucumbe al pecado. Un cristiano coherente debe vivir como piensa, aunque eso no excluye, naturalmente, que se cometan un montón de errores; y si no lucha por hacerlo así, os aseguro que, como le pasó a Herodes, acabará pensando cómo vive, para justificar y acallar sus remordimientos. Lo que ocurre es que, cuando esto sucede, lo que menos quiere oír la persona es la confirmación de la confusión en la que se ha convertido su vida; y, en cambio, es en ese momento cuando tenemos la obligación de enfrentarle a ella y ayudarla, con mucho amor, para que pueda arrepentirse y volver a retomar el camino que la acerca a Dios.

  Este texto también debe servirnos para comprobar la especial relevancia que ha tenido Juan el Bautista en la historia de la salvación; porque Dios lo escogió para que fuera el Precursor del Mesías. Aquel que preparaba los caminos del Señor y que, a pesar de morir joven, nos dice el Evangelio que gozaba de un gran prestigio, ya que se le tenían por un profeta, pensando algunos que era el propio Elías. Por eso es lógico que la Tradición de la Iglesia lo haya tenido en alta estima; y haya existido, desde entonces, una gran veneración hacia su persona.

  San Marcos, al relatarnos este episodio, no ha querido pasar por alto la enseñanza ascética que surge de su contenido; mostrándonos como Herodes, que admiraba a Juan y le gustaba escucharle, salvo cuando le decía lo que no quería oír, sucumbió a la lujuria que despertaba en él la hija de Herodías y, por ser débil, cedió a una promesa hecha públicamente, cuya causa fue el placer y el desenfreno. Llama la atención cómo se sintió obligado a no traicionar la palabra dada, cuando, en cambio, era capaz de incumplir constantemente la Ley de Dios que había jurado respetar y hacer respetar. Esta situación que puede parecernos escandalosa, también se da en nosotros en más ocasiones de las que nos pensamos. Porque en nuestra escala de valores, el Señor ocupa un lugar muy por debajo de todos nuestros intereses. Tenemos tiempo para todo lo que nos conviene, para todo, menos para Dios. Perdemos horas al teléfono, tratando temas intrascendentes, pero no encontramos un hueco para hacer un rato de oración. Visitamos tiendas  que nos ofrecen grandes oportunidades, olvidando que Jesús nos espera en el Sagrario para darnos todas las oportunidades que queramos aprovechar. Y permitimos que delante de nosotros se cuestionen y ridiculicen principios de nuestra fe, sin darnos cuenta de que su defensa es en realidad la defensa de nuestra forma de ser, sentir y vivir: la de un cristiano coherente. Muchas veces buscamos una posición social, a cualquier precio, que nos haga sentirnos importantes, mientras descuidamos para ello los Mandamientos, que dan sentido a nuestra existencia. Qué pena que no nos demos cuenta que no hay dignidad más elevada, que aquella que alcanzamos por el Bautismo, al hacernos hijos de Dios en Cristo.

  Viendo la actitud de Herodes, Jesús aprovecha para avisarnos del cuidado que debemos tener al compartir nuestra vida con aquellos que pueden amenazar nuestra fe. Nos avisa la Escritura, en innumerables ocasiones, del peligro de las malas compañías y, en cambio, de la fortuna que es para el hombre compartir su vida con aquellos que le hacen crecer en virtudes y lo sostienen en las tentaciones. Debemos controlar nuestras bajas pasiones, que nos nublan la mente y, fortalecidos por la Gracia alcanzada por los méritos de Cristo, actuar según corresponde a nuestra naturaleza humana; guiándonos por la luz que ilumina el conocimiento y nos permite ver, aunque no sea lo que más nos gusta, lo que más nos conviene. Tenemos ese don entregado por el Señor en los Sacramentos, que nos fortalece la voluntad y nos faculta para alcanzar el señorío de nosotros mismos. No lo desaprovechemos.