17 de febrero de 2014

¡Yo decido!



Evangelio según San Mateo 5,17-37.


No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal.
Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti,
deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio.
Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio.
Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor.
Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios,
ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey.
No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan 'sí', que sea sí, y cuando digan 'no', que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

COMENTARIO:

  San Mateo comienza su Evangelio con unas palabras que son muy significativas: “en aquel tiempo…”. Y los son, porque indican la expectación que había entre los miembros del Pueblo de Israel, sobre la llegada del Mesías. A Él se le atribuía la función de interpretar definitivamente la Ley de Moisés, que se había desvirtuado con el paso del tiempo.

  El escritor sagrado, testigo de los hechos, evoca cómo Jesús no sólo enseñaba su verdadero valor, sino que con autoridad divina, la interiorizaba y la llevaba a la perfección de su contenido; proponiendo para su cumplimiento, lo que ya estaba implícito en ella, aunque los hombres no lo hubieran entendido en profundidad. Así el Señor, ilumina toda la ley con esa luz que descubre el significado de cada letra: el Amor.

  Por eso, después de haber enseñado de forma general el verdadero sentido por el que Dios dio dichas prescripciones a su pueblo, a través de Moisés, y de haber puntualizado que su cumplimiento va más allá de una observancia puramente formal, el Maestro nos indica que el Padre nos pide, a través de ella, un cambio en nuestro corazón. Cada uno de los mandamientos que ahora veremos y que Jesús ejemplifica con las “antítesis”, no son otra cosa que el descubrimiento de cómo alcanzar la felicidad personal y ayudar a que otros la alcancen, si luchamos por ser mejores y respetar, amando, a nuestros hermanos.

  El Señor nos invita a la magnanimidad, a la grandeza del alma; a no escudarnos sólo en los hechos, sino en trascenderlos buscando a las personas. A amar sin medida, para rendir cuentas ante Dios, que nos las pedirá al final de nuestra vida, no sólo del bien que hemos hecho, sino del mal que hemos evitado. Quiere Jesús que eso nos quede claro: el que quebrante la Ley, o interfiera  para que lo hagan los demás, recibirá el castigo que Dios considere oportuno a su falta. Todos nuestros actos, por ser libres, son decisiones responsables y por ello meritorias de premio o sanción. Es importantísimo, ante las trasgresiones a la verdad de la fe, que comprendamos que nuestro Padre, que ama y cuida de sus hijos, no pasará por alto que maltratemos física, psíquica o espiritualmente, a uno de ellos a nuestro antojo. Que la Ley ha sido dada para llevarnos a la perfección y vivir todos juntos, si la cumplimos, en un mundo de paz y armonía.

  Jesús parece remitirnos a cinco de las últimas prescripciones del Decálogo; pero  en todas ellas la falta cometida es la misma, la caridad. Comienza el Maestro por el final de lo que puede suceder, si no somos capaces de dominar nuestras más bajas pasiones: la ira, la irritación interna que proviene del interior y explota en manifestaciones  externas de violencia, insultos y agresión. Por eso el Señor nos llama al ejercicio diario del dominio de las pasiones: las virtudes; de vivir la calma del alma, que descansa en la humildad y todo lo comprende. Nos llama a mirarnos a nosotros mismos, desnudos de orgullo, para entender los defectos de los demás. Nos advierte contra el pecado de murmuración, propio del diablo, que sin decir ninguna verdad, apuñala la honra de nuestro prójimo sembrando un mar de dudas.

  Hemos de ir con cuidado, porque en estos momentos que vivimos de espaldas a Dios, es donde la mentira se ha hecho dueña del acontecer diario, y la verdad ha quedado relegada a una opinión subjetiva. Pero el Señor nos recuerda que esto no es así; que la Verdad es una, aunque no nos guste. Que si yo me levanto y te abofeteo, esa es una realidad que no admite dudas. Otra cosa serán mis motivos, mis razones… pero tú te has ganado un bofetón que yo no puedo negar, amparándome en “mi verdad”. Debemos luchar porque nuestro si, sea sí; y nuestro no, no. Es cierto que todo acto tiene sus consecuencias, y a veces las tememos; pero hemos de estar dispuestos a asumirlas porque, en el fondo, es lo que deberemos hacer de forma inevitable en el Juicio Final, del que ninguno de nosotros podrá escapar con argumentos y subterfugios.

  Nuestro Señor también lleva, con sus palabras, a la plenitud el precepto de la Antigua Ley sobre el adulterio y el deseo de la mujer del prójimo. Tal y como están las cosas, casi parece un chiste hablar hoy de fidelidad y compromiso sin tiempo de caducidad. Pero esa circunstancia también la vivieron los primeros cristianos cuando consiguieron cambiar la sociedad romana, totalmente paganizada. Pero es que así es el amor de Dios para nosotros los hombres: eterno; y porque nos lo da, nos pide que lo compartamos con nuestros semejantes.

  El no cometer adulterio, significa respetar y ser fiel a la palabra dada; palabra que nadie te obligó a entregar. Pero decidir ante Dios que aceptas a aquella persona para que forme contigo una unidad inseparable de destino, significa no sólo escogerla sobre las demás como la mejor para ti; sino decidir que cada día de tu vida, porque quieres que así sea, ella siga siéndolo a pesar de sus defectos y sus imperfecciones. Y eso es tan importante y sagrado que se sella con el símbolo indivisible del amor de ambos: los hijos. No duda Jesús de la dificultad que esto entraña, como seres heridos en nuestra naturaleza; y, justamente por ello, elevará el matrimonio a Sacramento, dándonos la Gracia para ayudarnos a conseguirlo.

  Jesús nos recuerda, sin embargo, que el desamor  no llega de hoy para mañana, sino cediendo a las tentaciones que el diablo, muy sutilmente, va sembrando al paso de nuestra vida matrimonial. Y es tan importante para Dios que no cedamos ante ellas, que hasta nos recomienda, con una imagen durísima, que cortemos y arranquemos si es necesario; que pongamos todos los medios a nuestro alcance para apartarlas de nosotros. ¡Imaginar si será fundamental mantener unida la familia! Y el único secreto que nos da el Señor, es que nos amemos de corazón; porque es en ese lugar donde no cuentan los años ni las arrugas, sino donde aprendemos a amar de una forma incondicional y donde el amor, que es sólo Uno, adquiere diferentes formas de expresión. Es ese lugar donde Jesús nos anima a desprendernos de nuestros egoísmos y servir con alegría a los demás; porque sólo desde esta proyección, aprenderemos a alcanzar la verdadera Felicidad