28 de febrero de 2014

¡La importancia de la fidelidad!



Evangelio según San Marcos 9,41-50.


Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible.

Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.

Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego.
La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».

COMENTARIO:

  Este Pasaje de san Marcos descubre la importancia que tiene para el Señor, no sólo nuestro comportamiento cómo actitud meritoria de premio o castigo, sino como peligro de escándalo que esas acciones pueden acarrear en otros, arrastrándolos a obrar mal. Jesús nos advierte de la grave, gravísima, responsabilidad que tenemos en la manifestación de nuestra fe cristiana; y que, a pesar de que algunos intentan convertir los mandamientos en sugerencias, que no tienen porqué ser cumplidas, el Maestro descubre con sus palabras la radicalidad de la ética cristiana.

  No sólo estamos obligados a no pecar y a obedecer los mandatos divinos, sino que debemos evitar la ocasión próxima al pecado: la tentación. Porque el bien eterno de nuestra alma es superior a toda la estimación que podamos hacer de los bienes temporales que, aunque apetitosos, sólo son eso…temporales. Por tanto, cualquier cosa o circunstancia que nos ponga en peligro de desobedecer la Ley de Dios, debe ser alejada de nosotros.

  Veréis que se entremezclan en este Evangelio, la importancia de nuestro comportamiento –las obras- para la salvación de nuestra alma, con la necesidad de cuidar nuestras actitudes, para la salvación de los demás. Somos Iglesia y como tales, miembros y eslabones de esa cadena divina que une el cielo y la tierra. De que nosotros seamos fieles y fuertes, depende la seguridad del resto; por eso ninguno de nosotros, como miembros del Cuerpo de Cristo, puede pensar que sus actuaciones sólo le importan a él.

  Decía la Madre Teresa de Calcuta, que en el fin de los tiempos Dios nos pedirá cuentas del hermano que nos puso al lado. Del bien que le hicimos, del que le hubiéramos podido hacer y, también, de si lo acercamos al Señor o bien, por el contrario, lo alejamos de Él. Somos responsables los unos de los otros, porque Dios –a través del Bautismo- nos ha hecho propagadores de su Palabra y su salvación, al resto de nuestros hermanos. De ahí que Jesús nos avise, de una forma muy gráfica, que no se puede coquetear con situaciones peligrosas que pueden ser malinterpretadas por los que nos observan, enviando un mensaje equívoco que puede llevarles a ocasiones de pecar. A la vez, nos recuerda que tenemos naturalezas heridas que deben evitar una confrontación con la tentación, que es muy peligrosa; ya que hacerlo es caer en la soberbia de creer que somos, lo que solos no podemos ser: autosuficientes.

  Cristo no es sutil con su advertencia, y no deja ninguna duda sobre la imprudencia de cruzar puentes quebradizos que pueden conducirnos al abismo de nuestra existencia. Hay que poner todos los medios a nuestro alcance para alejar las circunstancias, y hasta las personas, que puedan acercarnos a desobedecer la Voluntad divina. Habla el Señor, con esa crudeza que le caracteriza a veces cuando no quiere que nos queden dudas sobre la importancia de evitar el pecado, de arrancar con dolor de nuestro lado, todo lo que nos aleje de Él. Porque no hay dolor más terrible y que sea menos recuperable, que morir sin estar en Gracia de Dios.

  Nos repite, porque sabe que el diablo con sus insinuaciones sutiles luchará para que lo olvidemos, que Dios porque ama, es justo; y por ello no olvidará que hemos tomado la libre decisión de separarnos de su lado. Pero no sólo valorará, cómo os decía, nuestras actitudes de una forma personal, sino como el ejemplo que hemos dado con ellas y que han podido afectar a la fe y al compromiso de otros.  Por eso todo el Evangelio repetirá la necesidad constante que tenemos los cristianos de ser coherentes con nuestra fe. Que nuestras obras sean el fiel reflejo de nuestras palabras, de nuestro amor; y que ambas sólo sirvan, para dar gloria a Dios, Nuestro Señor.