9 de febrero de 2014

¡Somos apóstoles!



Evangelio según San Marcos 6,30-34.



Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.


COMENTARIO:

  Este corto Evangelio de san Marcos comienza con dos puntos importantes, que nos ayudarán a vivir mejor nuestra fe. El primero nos recuerda que Jesús nos llama a descansar a su lado, a recogernos con Él, para explicarle qué tal nos ha ido el día, y compartir nuestras preocupaciones y alegrías. Conoce Jesús nuestro cansancio, tanto físico como psíquico; sabe que los problemas de la vida nos afectan a todos de formas distintas y que, muchas veces, nos sentimos en un túnel oscuro donde la luz se observa tan lejana, que nos sentimos incapaces de alcanzarla.

  A todos nosotros el Señor nos pide que, en un lugar retirado donde reine la soledad y el silencio para poder hablar y escuchar con facilidad, comencemos ese diálogo divino que es la oración personal. Allí promete que, como hizo con aquellos primeros, nos confortará y pondrá paz en nuestro espíritu; porque Cristo es el Señor de la vida y la muerte, como ya nos demostró, y nada sucede que no dependa de su Providencia. Allí, a su lado, gozando de su cercanía, conseguiremos junto a los apóstoles explicarle nuestros proyectos; sobre todo, aquellos que trascienden la vida ordinaria y tienen como finalidad compartir con nuestros hermanos el tesoro de la fe. Porque para cualquier cristiano, como nos dice san Pablo, todas las acciones naturales deben tener un sentido sobrenatural; y ya comamos, bebamos o trabajemos, todo debemos hacer hacerlo para gloria de Dios. Y sólo compartiendo con Jesús, hablando con Él, nuestros proyectos, conseguiremos que éstos sean efectivos; ya que el Señor nos dará su Gracia para no desfallecer cuando las cosas no salgan como queremos, y esperanza para seguir intentándolas con el convencimiento de que todo en esta vida, si está de Dios, tiene su momento.

  Pero este texto presenta otra cuestión que es de vital importancia para todos aquellos que hemos decidido seguir al Maestro. Jesús se apiada de todos los hombres en los que ha percibido un vacío interior, y les regala lo mejor que tiene para darles: la fe. Cristo se compadece de esas vidas que no han encontrado el verdadero sentido de su existencia y, a pesar de su cansancio, comienza a enseñarles su doctrina, que es luz para el espíritu y sosiego para el alma. Y vemos como aquella multitud que le reconoce, comienza a seguirle. Ese es el convencimiento que debe mover el celo apostólico de todos los que, en el Bautismo, decidimos ser fieles discípulos de Cristo.

  Conocer a Jesús es amarlo, es abrir las puertas del corazón a su Espíritu y permitir que la Trinidad descanse en nuestra alma en Gracia, generando frutos de santidad. Por eso es tan importante que ninguno de nosotros, de todos los que formamos esos fuertes eslabones de la cadena de la Iglesia que une el cielo y la tierra, pierda de vista que no hay mayor regalo para los que amamos, que compartir con ellos el amor de Jesucristo. Y en esa tarea no podemos desfallecer; porque como vemos en el texto de Marcos, era tal la dedicación de aquellos hombres al ministerio que el Maestro les había encomendado, que no tenían ni tiempo para comer. Sólo hace falta ver cómo está el mundo, para comprender la necesidad de poner a Dios en la cumbre de todas las aspiraciones humanas; ya que solamente cambiando el corazón de las gentes, conseguiremos que lo que mueva a este mundo no sea el interés, sino el amor y la justicia. Todo lo que sucede, nos guste o no, es el fruto de haber excluido al Señor de nuestras vidas. Pero Jesús, que no nos abandona a pesar de nosotros mismos, nos ha dado en los Sacramentos, el secreto para no decaer en la tarea y culminarla con éxito, aunque tal vez eso nos cueste la honra y hasta la vida: se nos ha entregado Él mismo para caminar a nuestro lado y sostenernos en los momentos de cansancio y tribulación. Cómo nos recordará el Evangelio, en otros episodios, la mies es mucha pero los obreros, pocos; por eso Cristo nos llama, sin cansancio, a que hagamos de nuestra vida, apostolado.