4 de marzo de 2013

¡Llegará la cosecha!

Evangelio según San Lucas 13,1-9.

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".
Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.
Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.
Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'




COMENTARIO:


  San Lucas nos muestra en este Evangelio, como Jesús utilizaba todos los sucesos que acontecían en aquellos momentos, para aprovecharlos como medio de enseñanza. Hablaba a cada uno su mismo lenguaje, encontrando ejemplos comprensibles, extraídos de la vida ordinaria.
Lo ocurrido a los galileos con Pilatos, o a las dieciocho persona que mató la torre de Siloé, le sirve al Señor para explicar a su pueblo que la doctrina, tan extendida entre ellos por los doctores de la Ley, de que las desgracias o dificultades eran el producto de los pecados cometidos, es un error.
Todo lo que ocurre en esta vida es camino para acercarnos a Dios; porque todo es signo de su amor providente que, a veces en el dolor, busca la ocasión para llamarnos a la conversión.


  En todas las etapas del Antiguo Testamento hemos observado como el Señor, a través de su pedagogía divina,  ha ido concediendo oportunidades a los hombres para arrepentirse y unir su voluntad a la suya; aceptando las circunstancias, buenas y malas, como medios divinos donde alcanzar nuestra santificación. Y es en la parábola de la higuera que no da frutos, donde jesús nos habla de la necesidad de convertirnos para no perecer eternamente.
En aquellos momentos se podía identificar perfectamente el árbol del que hablaba el Maestro, con el Templo de Israel; que daba apariencia de frutos pero en realidad era estéril a los ojos de Dios.


  Vemos que el Señor ha buscado el ejemplo de la higuera porque los judíos ya estaban familiarizados con esta similitud. Siglos antes, Jeremías especificaba la situación que se encontraría el Mesías, cuando llegara a liberar a su pueblo, a través de una imagen parecida:
"Los agotaré hasta el extremo
-oráculo del señor-
no quedarán racimos en la viña,
ni higos en la higuera,
hasta las hojas se marchitarán,
lo que les dí, lo perderán".
                           (Jr 8,13)


  La higuera simbolizaba a Israel, ese pueblo de Dios que cuando tuvo que dar frutos no los dió. Así mismo, la Escritura nos recordó, con el profeta Isaías, que también la viña fue utilizada frecuentemente con la misma finalidad:
"Pues bien, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel,
y los hombres de Juda, la cepa de sus delicias.
Esperaba juicio y encontró perjuicios,
justicia y encontró congoja"
                     (Is 5,7)


  Y por eso en el transfondo de la parábola puede verse a Jesús como el viñador con el que Dios da una última oportunidad a su pueblo.
Pero las palabras del Señor son para aquellos hombres, igual que para nosotros, una advertencia y un aviso: nadie puede dudar del amor y de la paciencia divina, que para que nadie se pierda sa ha encarnado y ha venido a por nosotros. Qué por nosotros se ha hecho Palabra humana y nos ha transmitido la Verdad de Dios y, en Él, la del propio hombre; a la espera de que cada uno de nosotros se convierta y, en libertad, decida regresar a Él. Pero si hacemos oídos sordos a su mensaje, siendo incapaces de responder a las virtudes que Dios ha plantado en nuestra alma, la vida sobrenatural morirá en nosotros y los actos meritorios quedarán en el deseo de lo que hubiera tenido que ser.
El Señor es justo y misericordioso y por ello nos recuerda que no quiere que nadie se pierda y todos se conviertan; pero llegado el momento de la cosecha ¡no lo dudéis! el que no tenga frutos para entregar al viñador que ha cuidado con esmero la viña, será cortado y entregado al fuego eterno, con todo el dolor de su Santísimo Corazón.